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Encarnación García Toledo. Buzanada, 2005 |
Cómo definir a esta vivaracha mujer que por sus manos
ha pasado cualquier quehacer imaginable. Cómo describir sus expresivos gestos
cuando la narración brota con el entusiasmo que Encarnación aporta a cada uno
de sus actos. Entrañable mujer que nació en 1926, en el mismo lugar donde
trascurrió toda su vida, en la Era Vieja, en Buzanada, en el Municipio de
Arona, y en cuyo lugar falleció en el 2006. Comarca que conoce como las
infinitas huellas que surcan sus trabajadas manos. Huellas que se codearon con
el sol y la sal, con las jareas, con la criar animales, en la recogida de
cochinilla, hierbas o frutas, que conocieron de penas y de alegrías; huellas
que sobre todo se marcaron de veredas, las que transitó con cargas de todo
tipo. Yo ha garrapatiado más.
Haberla escucharla es rememorar un pasado ya casi en
el olvido, diálogo infinito que narra múltiples avatares, tanto nos cuenta como
fue a cumplir una promesa que debía su madre, Consuelo García Toledo, a la Virgen
de Abona: mi
madre debía un duro por un primo cuando fue a la guerra, si no le pasaba nada,
y después de mi madre muerta fui yo a cumplirla a Abona, porque antes era
aceite, que si velas, o vestirte de los santos. Fuimos pallá, cumplimos la
promesa todavía de noche. Como nos habla de su infancia, de esos pocos momentos de ocio cuando
iba a jugar a El Roquito áhi donde está la Iglesia tenía un bujerito virado
parriba, en un morrito allí más altito y virado pabajo había un morro más alto,
y allí díamos, aquí no quedaba sino María la Cruz y yo, y cuando venían de los
campos estaba María del Carmen, de muchachas yo y María la Cruz. Todas las
noches cuando mi madre encendiera el fuego pa jacer de comer, si tenía nos daba
una papa, una rueda carne, un poco calabaza si había, que ello no había
tampoco, pa jacer como un calderito pa cuando bautizáramos a la muñeca, comer.
Aquí hacíamos la comida, pero en el Roquito había un bujero y allí nosotras
mismas hechábamos aquel sermón que era la iglesia, y mira tú ser cierto la
Iglesia después allí. Allí dentro era como si fuera un joyo y había una higuera
y había pencones y el morro grande virado pabajo.
Infancia en la que tenían
que hacerse sus propios juguetes, como esa muñeca de penca que sostiene en sus
manos, en una fotografía reciente obtenida en el Hoyo Galván. Una muñeca de
una penca, si se rompía un plato que ello tampoco ni había, aquel era el adorno
sobre de otra piedra, un catre se hacía de penca y dispués le ponía las cuatro
patas, un camello se hacía de una penca, dispués empezaron los muchachos hacer
de vergilla, las ruedas, mi Juan hacía las ruedas de un coche y de camiones con
vergillas.
A la escuela, como casi
todos los niños de esta época, apenas asistió. Al no haberla en Buzanada, se
trasladaba caminando a Aldea Blanca o al Valle de San Lorenzo. Y caminar, como
Encarnación recuerda de vez en cuando, caminar si que ha caminado: toda la
vida, llevando cochinilla y cogiendo cochinilla, que ha cogida más, que si
estuviera junta era como la Montaña de allabajo de Guaza el montón, bien a
cogido cochinilla, todo el día cogiendo por veinte duros. Más antes era menos,
y de medias, a siete pesetas el kilo. Y caminar para traer las mercancías a las ventas, todo
lo que vendían en las ventas había que venir de San Miguel y dir allarriba
donde vivía don Juanicio, por dentro Jama, y llegar uno allí sin el sol salir
pa dir por una barca de uvas. Ir al Pilón por nísperos, había que cogerlos y
traerlos. ¿Y Sabe usted cuántos años estuve yo diéndo pal Valle hasta cinco veces
al día?, pero tenía que llegar aquí sin ser de día, siete años, por ese que no
era carretera sino vereda por áhi detrás de la Iglesia parriba. A llevar cajas
de cochinilla y a traer pan pabajo, que no había panaderías en todo esto, traía
pan pa las ventas, pa María la Cruz y pa Rafael.
Y siempre con esa sonrisa
en los labios, con la prodigiosa memoria presta para recitar los innumerables
romances y coplas que aprendió de su madre, de oírlos recitar mi madre me
decía deso, y yo se me quedaba. Con el recuerdo que le brota a raudales, de los
cuales surge sus trabajos en el cultivo del tomate, del raspado de la sal, de
recoger gamonas o paja para llenar los colchones. Con gamonas que había en
los cercados, cuando trillaban, con paja. Cuando yo me casé fui a Túnez, áhi a
la Montaña Ratón a comprar una saca paja pa llenar el colchón. Y celebró su boda en El
Puente, entonces se jacía arroz con leche, garbazos, estuve tres días
subiendo a San Miguel a jacer los dulces en una panadería de San Miguel.
Y también ha tenido algún
huequito para divertirse, con las fogaleras de las vísperas de San Juan, San
Pedro y Santiago que todavía prepara, y yo no me quedo todavía sin hacer la
fogalera aunque sea un poquito. O con
los carnavales, con vestimentas hechas con papeles de colores y con alguna
sabana, y salir con las parrandas, y cada uno tocaba un rato y díamos de
aquí a Cabo Blanco con esa parranda y de aquí a Aldea, caminando por áhi
padentro con esa parranda. Con el acompañamiento de improvisadas coplas, como la que recita
Encarnación: eso lo oía cantar áhi
en ese Valle, que Gregoria la Mandarria era muy cantadora. Catai que allarriba/
viene la calle llena de Juanes/ y como no viene el mío/ pa mi no viene nadie.
A través de sus apacibles comentarios Encarnación ha
narrado sus vivencias, las costumbres de la vida por la que transitó, apegada
al trabajo diario desde la misma cuna. Cautiva al oyente con su sencillez, por
su manera en contar lo vivido, su forma de expresar los sentimientos que van
más allá de lo aquí escrito. Ser capaz no sólo de expresar sus experiencias,
sus penas y sus alegrías, siempre con ese sabor agridulce que le ha dado la
vida, ser capaz de trasmitir la emoción con su entonación, con sus alegres
gestos, ser capaz de hablarle a la vida sin tapujos, de reconocer sus trabajos
pasados, de relatarlos con la grandeza que le ha dado la humildad, ser capaz de
todo ello es lo que engrandece a esta fascinante mujer.