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María García Sierra en su juventud
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Los recuerdos de María García Sierra (1914-2008 Las
Lemas, Buzanada) son alargados y variados, se movieron entre las penurias por
la que transcurrió la época en la que le tocó crecer; la nostalgia por alguno
de esos momentos vividos, difíciles y con diferente bagaje social; y la alegría
con la que rememoró otros tantos soplos de buenos períodos, como los festejos,
cantares, carnavales o ese sabor agridulce por el que acontecían los noviazgos
y bodas.
Sus padres Francisco García y Dionisia Sierra
trabajaban en la albañilería y la agricultura. A su padre era frecuente que le
pagaran sus labores con productos del campo. Y cuando había jambre en vez de
darle alguna perra le daban medio almud de millo, de trigo, de eso, porque
antes se araba y se cogía eso así.” Y
María, como el resto de sus hermanos tenían que ayudar a completar el sustento
diario, por lo que apenas conoció lo que era la infancia, desde muy pronto le
encomendaron tareas del quehacer doméstico, incluso recoger cochinilla,
desde a poco que nací, de diez años o por áhi, y después me fui a trabajar en
los tomates. Y yo no se, lo que yo se que yo no vi escuela, ni vi na, sino a
trabajar desde que teníamos diez años. A trabajar y a pasar penas.
En
todos las faenas que surgieran allí estaba María, trabajó en los tomates,
recogió cochinilla y cuidó de todo tipo de animales. Antes y después de casarse
con Antonio Pérez Rancel y tener sus cinco hijos. Cuando yo me casé me
pagaron tres pesetas pa subirme una peseta porque yo no ganaba sino dos pesetas. Y después con aún más ocupaciones, como le pasaba
cuando tuvo a su último hijo, al que tenía que llevar consigo a los tomates, lo
llevaba en brazos y lo cuidaba Argelia allabajo y después lo traía yo parriba,
y un fardo hierba pa las cabras.
Pero
no solamente por su prodigiosa mente brotaron trabajos y trabajos, también su
rostro se pobló con una pícara sonrisa cuando recordaba viejas costumbres de
bailes, de carnavales, de festejos y de algunas conductas acontecidas alrededor
de las bodas. Los carnavales desbordaban los viejos caminos de Buzanada, por
los que su memoria vieron transitar la desbordante alegría de Carmen Cabeza,
que estaba en todos los saraos, tanto en carnavales como en San Juan, que
improvisaba versos con suma facilidad, tal como relató María: Cha Carmen
Cabeza la más que cantaba, se ponía cosas viejas en la cabeza, una vez pasó por
ahí y le cantó a mi madre: Dichosa de seña Leonisa/ que le queda esa florita/ y
yo no tengo ninguna/ que ya me quedé solita. O aquel en el que suplica que no pare la diversión; Silencio pido
señores/ que dure el baile hasta el día/ porque mi José me dijo/ que hasta otro
año no volvía. Y no se le olvidaron
las fiestas a las que iba, como las del Valle de San Lorenzo o las del Cristo
de la Salud de Arona, a la que llegó a ir con su marido, Antonio Pérez, y los
hijos, caminado y con los chiquillos en los brazos y los zapatitos en la
mano.
María también participó en el cumplimiento de
alguna promesa a San Pascual Bailón, incluso en una, allá por los años
cuarenta, para que el parto de una de sus hermanas tuviera buen fin. Yo hice
una promesa por mi Corina, que en paz descanse, cuando tuvo el niño más viejo
que casi no lo tiene, y prometí un Pascual Bailón, no parábamos, uno bailando
sin pararse las dos horas. El baile se efectuó en El Morro, en la tienda y salón
de baile de “Cho Enrique”, Enrique Delgado, en el que también participó Dolores
Toledo y Rafael Delgado, con quien bailó María.
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Antonio Pérez y María García
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Asimismo rememoró las ancestrales costumbres de
noviazgo y boda. Antes no vía los novios ni nada, sino en aquella casa uno
sentado al canto adentro de la casa y otro por fuera en la puerta. Y después de un noviazgo, más bien largo, se
preparaba la boda con la sencillez que requería las disponibilidades de cada
casa. Para el traje de María, un azul bajito, se compró la tela en la tienda de Quemada y se lo
confeccionó Domitila Delgado; y con aquel traje, adiós, me duró no se sabe
cuanto. Y el de su marido, bien
guapo, un terno azul marino. Él fue a Santa Cruz y compró la tela y se lo hizo
seña María Cabeza, que vivía en La Rosita.
Su boda se celebró en la parroquia de San Antonio
Abad, a la que fue en un camión viejo que tenía Cho Dionisio, fuimos
montadas y yo fui atrás, porque ese día bautice yo a María la de mi Elisa,
fuimos nosotros detrás. También
apuntó algunos detalles de otra boda que se celebró cuando era una niña, la de
Petra Reverón, que realizaron este traslado a la Parroquia en un camello. Y
me acuerdo, y fueron en camello pa Arona, y eran doña María y don Miguel Díaz
los padrinos y después le oía yo a esos mayores, mi Corina fue, llevaban dos
colchas de las mejores que tenían, que antes se juntaba de soltera pa cuando se
casaban, y unas almohadas. Él por el alto y el camello casi tapado.
Después
de la ceremonia religiosa se regresaba a sus casas para el convite. En la
casa de Cha Aquilina celebramos la boda mía, unos rosquetitos de Quemada, que
trajo mi madre, y pocas cosas, y después a bailar, bailamos arriba en cas
Rafael. O como también relató María,
la pareja no solía dormir juntos la primera noche, lo usual era que cada uno
pernoctase en su casa, o quedarse uno de ellos en su futuro hogar y el otro en
la vivienda familiar. Con una sonrisa, recordó el caso de un novio de Cabo
Blanco y una novia de Buzanada. Y ella vino pacá con él y le preparó la
cama, decían ellas que le preparó la cama, le quitó la colcha, o le dio patrás
o lo que hizo, y después ella se fue por su caminito pallá y él se quedó
acostado allí.
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María García Sierra, 2005
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A trabajar y pasar penas. Una frase que encierra una vida de sacrificios, de
duras labores, por la que transitó María García Sierra. Una mujer que dejó la
huella de la sencillez, de la sabiduría de lo cotidiano, que nos legó una
memoria cargada de conocimientos de una vida asida a la tierra que la vio
nacer, al máximo aprovechamiento de los escasos recursos de que se disponía.