María González Alayón |
María González Alayón, hija de Antonio González
Alayón y de Romualda Alayón Pérez, nació en Cabo Blanco en 1908. Al poco de
nacer, sus padres se trasladan a trabajar a Llano Azul y con vivienda en Charco
Redondo. Desde esa fecha hasta su fallecimiento, María dedicó su vida al
trabajo en el campo, entre los Municipios de Arona y San Miguel de Abona. Duras
tareas en eternas de labores, como en el cultivo del tomate, donde cobraba
los sábados, a los seis días, seis pesetas cobraba yo. Contrajo matrimonio con Eugenio Rancel Rosa, tal
como lo narra: yo me casé de treinta y siete años, tuve tres hijos. Porque
mi gente me sacó, me sacaron de un mes de la casa de Cabo Blanco y yo no ha
sabido más quedarme en Cabo Blanco, sino por áhi dando tumbos.
El día 24 de junio se conmemora la festividad de San
Juan Bautista. Son múltiples las actividades que se efectúan en la víspera o en
este día: fogaleras; celebraciones en honor a la saga de los Juanes; diversas tareas que por este día realizaban los
cabreros; confección de voladores
o pelotas; o las supersticiones
amorosas, sobre todo de las mujeres, quienes las realizaban con mayor
frecuencia. Recuerdos de María que fueron brotando con alegría.
Para saber como era de pudiente el
novio con el que se iban a casar, la víspera, antes de irse a dormir, se
colocaban tres papas debajo de la cama. Una pelada, otra a medio pelar y la
tercera sin pelar, peluda. Tal como lo describe María González
Alayón, en Los Bebederos: Y después
cogía, poníamos una papa pelada, otra a medio pelar y otra pelua, una papa sin
pelar, con el cuero. Y las tirábamos así bajo la cama y después con los ojos
cerrados, por la mañana, nos levantábamos atentarla, cogíamos una. Si la
cogíamos peluda nos casábamos con uno ricacho. Si la cogíamos pelada, con uno
que no tenía nada . y a medio pelar, que estaba así. Y si cogíamos la ceniza,
con uno, cualquiera sabe deonde y si cogíamos la tierra, con uno de la tierra
nuestra, de allí mismo.
Al momento de depositarlas bajo el lecho se decía: San
Juan Bendito/ por ser tu día/ ponme aquí/ la suerte mía. En otro momento de la conversación cambia el último
verso: la fortuna mía. Y
largábamos bajo la cama.
Si se quería saber la procedencia
de ese futuro novio, se colocaban debajo de la cama, emburujados en un papel, un puñado de ceniza y otro de
tierra. Como mañana era día de San Juan,
cogíamos esta noche un puñado de ceniza, antonces había ceniza, un puñado de
tierra, lo emburujábamos así en un papel, la ceniza sola, y la tierra sola. Si
cogíamos la ceniza, con uno de no se sabe donde y si cogíamos la tierra, con
uno de la tierra nuestra, de aquí mismo.
Son múltiples estas costumbres, estas creencias, ya
casi en el olvido. Coger una bañadera con agua y tirarla, a primera hora de la
mañana, temprano, a la calle. Se
tenía en cuenta el nombre del primer hombre que pasara, ya que se casaría con
un hombre que se llamaría con ese que cruzó primero sobre el suelo mojado.
Ese nombre también se podía obtener con otra
práctica, colocar baja la cama diversos nombres escritos en papeles, recoger
uno por la mañana y así conocer el nombre con el que se casarían. Otra manera,
más laboriosa, consistía en colocar dos o tres ramitos de flores bajo la
almohada. Y después cogíamos un ramo de flores, dos o tres flores, la que
encontrábamos, esa poníamos, un gajito así, unas flores, dos floritas, y la
poníamos bajo la cabeza y decíamos: San
Juan Bendito/ por ser tu día/ suéñame aquí/ la fortuna mía, pa soñar con el que
nos pertenecía. Y de este modo se
soñaba con el que se iban a casar. En este caso, María González Alayón, relató
su experiencia con este sueño que tuvo en su juventud. Y decía Dolores, mi
hermana: ay pues eso lo jacemos, pero mía tu que yo soñé con don Antonio
Domínguez, en paz descanse, eso me va a salir. Y se casó con uno del mismo
nombre.
Y en la conversación que María mantuvo con su hermana
Dolores, ésta se lamentó por con quien soñó: Mía tu con quien soñé yo. Y María le responde: Digo: pues cállate, que yo
soñé distinto, que yo lo vía, que yo día a montar en el camello, en la camella
que tenía mi padre, paz descanse, y lo vide con chaqueta alastro el hombro, y
le colgaba las mangas viradas pal suelo. Digo: y mía tu que no soñé nada. Ah,
digo como Víctor, una cosa así como Víctor, no se qué. Sí, cuando estábamos
aquí en esas casas de arriba, venía yo montada en el camello y vide aquel
hombre con la chaqueta negra que día pa Las Galletas y digo: ay mira, ese
hombre soñé yo con él. Yo no lo conocía, que era de por este lado, que no era
de aquel. Entonces a poquitos días, y cierto el nombre dél, Eugenio Víctor.
Era Eugenio Rancel Rosa, vecino de La Aldea, y que se
trasladaba a Las Galletas, pasando por El Monte. María soñó este encuentro en
Los Bebederos y lo conoció en El Monte. Vivía por aquel lado, yo nunca vivía
por aquí sino por aquel, por la jurisdicción de Arona. Y después nos vinimos
paquí y lo vi bajar por áhi. María y
Dolores González Alayón lo efectuaron una víspera de San Juan, con anterioridad
a la Guerra Civil Española. María contrajo matrimonio, después cuando se
acabó la guerra.
Otra
costumbre consistía en introducir una clara de huevo en una taza de agua,
puesta al sereno durante la noche, y según la forma que adquiriese se sabría su
profesión. Si la clara formaba un barco, sería un marino; si un arado, un
agricultor; una cabra, un cabrero, etc. Vaciábamos el huevo, las claras nada
más, en un poco de agua y si quedaba el huevo, que amanecía por la mañana,
cuatro aquellitos asopladitos palalto, la clara asopladito así, si eran cuatro,
aquellas burbujitas palalto, aquello era el cementerio, y si no salía sino dos
era la puerta de la iglesia. y si eran no se cuántas, era un barco velero, que
di antes eran barcos veleros.
María González y Eugenio Rancel |
Costumbres que María realizó aún soltera, yo me casé de treinta y siete años, yo lo jacía desde
que era una joven, que estábamos en El Tagorito. La taza con la clara de huevo la colocaba en la ventana siempre la poníamos nosotras, la
dejábamos al sereno. Y después una allí. No muchacha, que a una le salió cuatro
y se murió. Y digo, cállate que eso no lo vuelvo a echar yo más.
Lo que no me gustaba era mirarme en el agua. Otra práctica que se realizaba en la mañana del día
de San Juan, colocando un poco de agua en un recipiente, en las viviendas
existían bañaderas de cinc, se dejaba al sereno y se iba a ver si se reflejaba
el rostro de la persona que quería saber si viviría hasta el año siguiente.
En el agua se miraba uno, dejaba una bañadera de
agua, al sereno, por fuera de la casa, donde caera el sereno, nosotros siempre
la poníamos en un murito que había llí, y después levantarse uno tempranito y
mirarse en el agua, si se vía sabías que vivías hasta el otro año aunque fuera
y si no se vía … y yo hacía las greñas asina y enseñaba las greñas, si vía las
greñas me asomaba y si no volvía corriendo patrás.
Y veces como el tanque no tenía tapa, veníamos
corriendo a sacar agua, antes. Ay, pos yo me veo en el tanque, en el fondo. Y como se veía reflejada en el
tanque, significaba que también se vería reflejada en la bañadera, y entonces
si cumplía el ritual.
María González Alayón conoció trabajos y necesidades, conoció etapas de escasez, en las que hubo que recurrir al gofio de vidrio, o al de barrilla para alimentar a las vacas. Su vida fue un deambular entre múltiples trabajos en el campo, dando tumbos: preparación de huertas; cultivo de tomate; recogida de cochinilla; recogida de fruta y su pasado; diversas labores en los cereales, desde la siembra a la trilla y su posterior tostado del grano. Sus saberes eran amplios, en el aprovechamiento de los recursos, sus recuerdos abundaban en la alimentación de sus hijos con leche de cabra; los sabores perdidos, en la elaboración de potajes con trigo o millo, con relinchones o pendejos, o en la disponibilidad de carne propia, de cabra y de cochino; o en los dulces de calabaza o bubango. Y todo ello narrado con una amplia sonrisa, y siempre con gestos de complicidad con su hermano Salvador González Alayón.
Fotografías
cedidas por Gabriel Rancel González