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José
Oliva y Sofía Fraga en Tijoco Arriba
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La
evocación se vuelca en este viejo cabrero que recorrió las veredas de antaño,
José Oliva Fumero, natural de Vilaflor pero durante casi toda su vida ejerció
esta profesión en Icerse, caserío situado en Adeje, de donde era natural su
mujer Sofía Fraga Álvarez, y en cuyo lugar nacieron sus hijos: José, Luisa, María
y Sofía Oliva Fraga.
En
el Padrón Municipal de Adeje, a 31 de diciembre de 1924, se encuentran
inscritos Icerse. Y en el del año 1935 lo están en Tijoco Alto, de este último
son los datos siguientes. José Oliva Fumero, 47 años y de profesión jornalero.
Casado con Sofia Fraga Álvarez, de 40 años y su casa. Y sus hijos, José, Luisa
y María Oliva Fraga; Sofia nace con posterioridad, como así se recoge en el de
1945. En el Padrón Municipal de 1950 se encuentran en Tijoco de Arriba y se
indica la procedencia de José Oliva Fumero, natural de Vilaflor y con 40 años
residiendo en Adeje.
Y
es María, quien nació en 1928, la que aporta los caminos por los que transitó
su padre, que allí comenzó cuidando de las cabras y en labores de la
agricultura, salvo un paréntesis que las retiraron al fallecer su suegro, el
también cabrero Enrique Fraga Domínguez. Luctuoso hecho que ocurrió cuando
María contaba unos siete meses, retomando el cuidado de la manada cuando ya
había cumplido los ocho o nueve años. En ese paréntesis sus padres continuaron
en este caserío, al cuidado de los cultivos y de un buen puñado de vacas.
María, o
Maruca como se le trata familiarmente, aprendió de su padre la manera de
ordeñar, de codo. Sí, el ordeñaba así de
codo; y dice: ordeña así que es
mejor, porque hay quien ordeñe de puño. Y a elaborar el queso, tal cual lo
hacía su madre, era muy afamado el queso
de mi madre. María siempre se encontraba en las cercanías de su padre,
ayudándole en las tareas agrícolas: papas, cereales, lentejas o árboles
frutales, y al cuidado de la manada de cabras, por lo que recuerda con todo
detalle algunas practicas que realizaba. Así narra las zonas que frecuentaba en
busca de pastos, además de los extensos manchones de Icerse, subía en el verano
a la cumbre, a la Boca Tauce o al Llano de Ucanca. Además apunta que no era
partidario de tener grandes manadas, rondaban los cien animales, ni era
partidario de tener ovejas con las cabras, sí alguna para obtener lana con la
que confeccionar las mantas para los fríos inviernos.
A José Oliva
se le evoca por su buena mano para construir arados y sobre todo porque era muy
solicitado por los otros cabreros de la zona para que realizará la mecida de la
leche, de la que se obtenía la apreciada leche espesa y la manteca de ganado
que se utilizaba para múltiples remedios en la medicina tradicional. Así
también lo recuerda otro cabrero, Manuel Pérez Vargas: Pepe Oliva, que él era de Vilaflor, era el que sabía mecerla, yo me
recuerdo que una vez meció allá en El Almácigo, en mi casa, y eso la leche
espesa, la manteca, eso era una medicina.
Asimismo María rememora como era el
trato a los que llegaba su padre con el propietario de la finca. Las cabras las comprábamos nosotros, o sea
mi padre, el medianero compraba las cabras, pero después como nos daban los
pastos, los corrales, todo eso, el producto era a partir, menos los cochinos,
eso no, ni los cabritos, el queso nada más.
Y en Icerce continuó José Oliva hasta que al dejar la cabrería, a finales de la década de 1950, se trasladan a vivir a Tijoco Arriba, donde tenía vivienda y se encontraban inscritos desde hacía años, y en cuyo lugar siguió con unas cabritas para el consumo de la casa.
José Oliva fue un cabrero de los de antes, de los que dejaron su vestigio en este Sur por la manera de cuidar el ganado, de los que siempre se mantuvieron en esta sacrificada labor que no entendía de días ni de noche, de lluvias o de sequías. Cabreros a los que la vejez les llegó mientras continuaban tras las huellas de sus cabras.
Y en Icerce continuó José Oliva hasta que al dejar la cabrería, a finales de la década de 1950, se trasladan a vivir a Tijoco Arriba, donde tenía vivienda y se encontraban inscritos desde hacía años, y en cuyo lugar siguió con unas cabritas para el consumo de la casa.
José Oliva fue un cabrero de los de antes, de los que dejaron su vestigio en este Sur por la manera de cuidar el ganado, de los que siempre se mantuvieron en esta sacrificada labor que no entendía de días ni de noche, de lluvias o de sequías. Cabreros a los que la vejez les llegó mientras continuaban tras las huellas de sus cabras.