lunes, 30 de marzo de 2020

Los ovejeros Pedro y Miguel López Ramírez. Adeje

Artículo sobre los hermanos, Pedro [Gran Canaria, 1924-2008, Adeje] y Miguel López Ramírez [Gran Canaria, 1926-2008, Adeje] que fue publicado en La Opinión, el 16 de octubre de 2005.

Los ovejeros Pedro y Miguel López Ramírez

Pedro López Ramírez. 2005      

En la tarde del 26 de julio de 1935, onomástica de Santa Ana, llegaba al Puertito de Adeje el barco de vapor y vela “Adán”, procedente de Arinaga, Gran Canaria. En él arribó la familia compuesta por Serafín López Rodríguez y Sofía Ramírez Díaz y seis de los once hijos que llegaron a engendrar, entre los que se encontraban Pedro, nacido en 1924, y Miguel, en 1926. Y con ellos 200 ovejas. Salimos de allá, de Arinaga, el mar a matarnos por áhi pacá, llegamos aquí al Puertito de Adeje, con 200 ovejas y la casa completa. Cuando llegamos áhi debajo había casi el pueblo completo, que entonces no había tanta como ahora, pero había cantidad de gente, por ver las ovejas.
Allá estaban cuidando ovejas, en el sureste de Gran Canaria. Aquí llegaron a trabajar de ovejeros con la Casa Fuerte, sus padres vinieron por un año de prueba, para ver que tal les iba, ellos hicieron un contrato de palabra, nada de papeles; y aquí continúan hasta la actualidad, en la Atalaya Baja donde todavía residen Pedro y Miguel, en la más conocida por Casa de los Ovejeros, a la que se entra por la Curva de los Ovejeros, como nos apunta Pedro: yo las empecé, yo las terminé, yo hay dos años que las terminé.
Pedro llegó con unos diez años, y ya venía con las manos encallecidas de ordeñar. Mi padre venía a llegar al corral yo ya estaba dentro del corral, a ver cuántas ovejas que parió la noche, chico, ay que parió una padre, yo chico. Mira a ver que parió. Macho o hembra, lo que fuera, eso era la prevanza mía. El cuidado de las ovejas y las cabras han sido desde su cuna, su oficio. Miguel también se ha ocupado de las ovejas y de las cabras pero ha repartido su ocupación con la agricultura. Aquí llegaron con 200 ovejas, para al poco tiempo tener su primera cabra, un regalo de Francisco Moña, le dio esa baifa a mi padre pa que la criara, así se fueron criando y entonces se hicieron tantas cabras como ovejas. Hasta llegar a poseer una manada de 600 animales, de las que a finales de los años cuarenta ya había más de cien cabras y las ovejas de cuatrocientas no bajaban.
Época en que las cabras fueron creciendo en número hasta que se partieron las manadas, de las ovejas se hizo cargo otro hermano, Francisco, que las cuidaba en Barranco Seco y Pedro tomó las cabras, cuando ya rondaban los doscientos animales. 

Miguel López Ramírez. 2005    

Con tan cantidad de animales era indispensable planificar adecuadamente las vueltas donde se llevaban a pastar. Para ello tenían disponible los manchones, entre otros muchos, de la Atalaya Baja, de Barranco Seco, Benítez, Chavor, El Aserradero, Teresme o Los Picos. Muchas manchas pero también mucho ganado, hubo que dividirlo en dos manadas, tal como apunta Pedro: A mi y a mi hermano Francisco, fue el primero que empezó conmigo, nos tenía siempre aparte con el ganado vacío y la cría pequeña, la nueva, la que estaba empezando pal próximo año, llevándolos por áhi. A estos los tenía con él, con las que daban leche, pa recoger la leche y ayudarles a ordeñar. Yo a mi padre me tardaba aquí, hasta tres y cuatro semanas sin verlo. Él dia delante con el ganado de leche, en el manchón, y después cuando después ya cambiaba, entonces yo iba detrás con las que no daban leche, y las que no daban leche llegan a ver, veces, hasta doscientas.
El mayor aprovechamiento de estos animales se obtenía de la leche, de su transformación en queso. En esta zona que tanto caminaron Pedro y Miguel había buenos pisos pa leche, buenos pisos pal queso. Leche que ordeñaban a codillo, como vieron hacerlo a su padre, en el lugar donde estuviesen los animales, como podría ser desde Barranco Seco, donde disponían de corral; o desde la Cueva de la Estancia, al sur de Benítez, donde se acercaban los animales para su ordeño. O de otros tantos de estos lugares a los que tan bien conocen, para después o bien hacer el queso en el mismo lugar o trasladar la leche en bestias hasta la Atalaya Baja. Se cuajaba con cuajo natural, el estomago del animal lleno de leche y antes de que coma algo de hierba, secado al sol. Su madre llegó a hacer hasta doce quesos de alrededor de cinco kilos, que los comercializaba el administrador de la Casa Fuerte.
Pedro y Miguel López Ramírez, a los que hay que añadirles el apodo que heredaron de sus padres, ovejeros, para su mejor identificación, han anudado su vida al cuidado de los animales, ovejas y cabras. Pero también a todos aquellos menesteres que pudiesen necesitar para la subsistencia; sobre todo con la siembra del cereal, del trigo, de la cebada, del millo, para después trillarla en la era de Tresmachos, en Los Olivos.
O las peculiaridades con las que trataron el ganado, que van de la manera de denominar esas vueltas al que se le lleva a pastar, a esos manchones a los que no había que esquilmar, hasta una larga lista de conocimientos para su mejor aprovechamiento. Manera de ordeñar, de codillo como su padre; lugares donde darle de beber a las cabras, como las atarjeas de riego o las muchas fuentes existentes en los barrancos; caminos por los que transitar con la manada; los cencerros adecuados para cada oveja o cabra; los momentos que soltar los machos, bien como su padre el día de San Antonio, o el día de San Juan; las marcas de los animales, la hoja de higuera de su familia; o el conocimiento de cada uno de ellos, a cada cabra, a cada oveja, se le llamaba por su nombre: Culeta, Capirota, La Careta, La Pajara, Sajonada, y un largo etcétera.
Dos hombres que aquí siguen [Y allí seguían hasta su fallecimiento en 2008], curtidos por este sol del Sur, experimentados en los múltiples avatares de una dura vida, sacrificada y austera. Aquí continúan, con las huellas de la tierra tendida en sus rostros, con esos ojos vivarachos que resuman ese grado de picardía que dan los años, con esas palabras que rebosan la humildad de la sabiduría cuando escudriñan el horizonte y extraen de su memoria las vivencias de su transcurrir, las costumbres que aprendieron de sus padres y mejoraron con su práctica, las particularidades que dan sentido a una vida.