martes, 27 de octubre de 2020

La mar y Andrés Marcelino Ramos


                    Andrés Marcelino, rodeado de recuerdos. Los Cristianos, 2008 

Andrés Marcelino Ramos [Los Abrigos, 1926 – 2020, Los Cristianos] mantuvo desde su cuna una estrecha relación con la mar. Hijo de la pescadora Antonia Ramos Socas, “Antonia Fariña”, y del pescador Andrés Marcelino Alayón, atesoraba entre sus recuerdos múltiples referentes de la tradición oral, escucharle fue revivir un pasado de rudos trabajos, de unas prácticas pesqueras casi en el olvido. Así recordaba las jareas que preparaba su tío Gregorio Alayón, y que vendía a personas que llegaban de la Banda Norte de la Isla. “Tenía un cuarto lleno de jareas, caballas, sardinas y bogas, y pescado de esos, y venían los hombres del Norte, con unas mulas grandes, con unas cestas grandes y las llevaban llenitas de pescado, de jareas pa venderlas allá en el Norte.” Y sobre todo sobresalía las evocaciones sobre su madre, que recorrió vendiendo pescado buena parte de esas empinadas veredas de nuestras medianías, y a quien tantos veces acompañaba en su infancia. “Muchas veces, me acuerdo que una vez fui con ella a Granadilla y una señora donde ella acostumbraba a llevarle pescado. Dice: ay Antonia, pues el niño está tullido frío; ven acá mi niño, ven acá. Me entró aquella señora padentro y salí con un traje puesto, camisa, pantalón y chaqueta, que tenía un hijo y era del tamaño mío y salí vestido con aquel traje, nunca se me olvida eso. Tenía ocho a nueve años, cuando me regaló el traje aquella señora. Me acuerdo que mi madre, a cada instante, iba porque tenía unas amigas en ese Granadilla y veces no se cogía pescado, había mal tiempo. Pues vamos conmigo, vamos a coger áhi un cestito lapas. Iba con ella, y me acuerdo que íbamos y cogíamos unas pocas de lapas y burgados, y cogía dos o tres botes llenos de lapas y burgados, y se los llevaba a esas amigas y después la cargaban de carne de cochino y de papas. Eso era muy bonito, esa vida era muy bonita.” 
Su vinculación con la mar le llega apenas había despuntado del suelo, y además lo recuerda con una de esas anécdotas que hace sonreír al que la escucha pero que en su momento casi se convierte en tragedia. “Mi padre me llevó un día, y fíjate tú lo pequeñito sería que me dijo mi padre. Yo llorando, digo: yo quiero ir pa cas ma. Dice: mira vete por ese caminito. Y él estaba pescando a viejas. Y qué tal año tendría yo, que me tiro al agua, entonces él me agarró y me sacó parriba. ¿Dónde ibas? Por el agua palante, yo pensaba que era un caminito.” Desde joven fue un gran emprendedor, el barco con el que iba a la pesca con una salemera lo compró en Los Cristianos, “me costó seis duros, me metí con Antonio Socas, un primo mío que era pescador. Digo: si vas a pescar conmigo compró un barco. Se lo compre aquí a Martín Cabrilla, mi madre me buscó las perras. El Pájaro Pinto se llamaba el bote.” Y fue alargando sus labores, como cuando aún soltero, a finales de la década de 1940, se dedicó, desde Los Abrigos, a trasladar a las vendedoras de pescado en un camión. Compré un camioncito con un tío mío [Gregorio Alayón, casado con Dolores Ramos Socas], “le puse al camión unos asientos y me las llevaba a todas las de Los Abrigos, con el pescado y ellas sentadas en el camión a estilo guagua. Andrés les cobraba el transporte y esperaba por ellas para el regreso. Iba dejando desde San Miguel, Charco del Pino, Granadilla, donde quisieran quedarse.” 


        Maruca Ledesma, con palangana en la mano, y Andrés Marcelino, con su barco San Juan, 
                                                en Los Cristianos. 

Por sus manos pasaron todo tipo de labores, la pesca; el marisqueo; o el de recolector de sal, en la zona de Las Playas, en la zona de Los Abrigos, “en aquella puntilla cuando la mar la baña quedan muchos charquitos, y esos charquitos se llenaban de sal, nosotros llegamos días a coger medio saco sal, y allí todo el mundo tenía sal, aquello surtía a todos Los Abrigos.” E incluso de chófer, con Antonio Domínguez, en Los Cristianos, llevando fruta al Puerto de Santa Cruz de Tenerife, durante los inicios de la década de 1950. Período en el que contrae matrimonio con la vecina de Los Cristianos, Maruca Ledesma Hernández, y en cuyo pueblo estableció su residencia. 
Y en esta bahía partían a la pesca, juntos pescaban y juntos comercializaban esa pesca. “Mi mujer bastantes veces fue conmigo a pescar y después veníamos a tierra, cogíamos el coche, vendíamos el pescado. Cogíamos cincuenta kilos de pescado, y hasta cien kilos, que iba a levantar el trasmallo de noche, y cogíamos tres o cuatro cajas de pescado y nos íbamos los dos a vender, pallá pa Fasnia y El Escobonal. Veníamos por la tarde, a lo mejor, nos acostábamos un rato y después por la noche otra vez a pescar.” 
Y aquí proseguirá este viejo pescador, fondeado en el recuerdo. Su fallecimiento nos deja huérfanos de su sabiduría, esa que brotaba al conversar sobre el navegar de su vida, en la que aprendió directamente del viento y del sol, en la lluvia o en la sequedad. Sabiduría que le fue llegando de las entrañas de la mar. La mar y Andrés Marcelino Ramos. 

 

                Familia Marcelino Ledesma