martes, 1 de octubre de 2013

Tajinaste en la Huerta Grande. Vilaflor

 

Tajinaste en la Huerta Grande
Con la belleza del tajinaste. Aún sólo en su esqueleto, su sublime hermosura destaca en el paisaje chasnero.
Representa el carácter del Sur, a ese paisaje que el desconocimiento lo mira cual panorama que encoge el aliento. Pero su fortaleza para mantener el porte le proviene de su ausencia de bagatelas, por saber atrapar lo imprescindible para el andar, el estar y el permanecer.
Tajinaste seco y pelado, altivo, cual superviviente atrapado entre el cielo y la tierra, realzando el horizonte.
Huerta Grande. Vilaflor, agosto de 2012

Con Manuel Pérez Vargas en Tijoco de Arriba


 
  Manuel Pérez. Tijoco de Arriba, 2006
Nuestra cultura tradicional se aprende con personas como Manuel Pérez Vargas, que atesoran lo que la naturaleza le fue enseñando a lo largo de una vida dedicada a los quehaceres del campo. Manuel Parranda, cuyo nombre y apodo le proviene de su padre, Manuel Pérez de León, reconocido cabrero de este Sur, que al igual que su madre, Ursula Vargas Morales, eran naturales de la Vera de Erques, Guía de Isora, y en cuyo lugar también nació nuestro protagonista, en el frío del mes de febrero de 1925. Sus padres trabajaban con la empresa Fyffes, cuidando un rebaño de vacas, hasta que el año de 1936 las sustituyeron por una manada de cabras. En esos años compaginaban su estancia entre El Almácigo y El Bebedero. En invierno estábamos aquí abajo, en El Almácigo, y después cuando llegaba el mes de febrero, primeros de marzo nos díamos parriba, pal Bebedero, y estábamos allarriba hasta el mes de junio, primeros de julio, entonces ellos se marchaban pabajo, mi madre y mi padre y las cabras quedaban allarriba. La cabras las traíamos pabajo ya cuando los tiempos refrescaban, en septiembre, octubre, entonces ya las bajábamos paquí pal Almácigo.
Sus padres estuvieron en esta zona una larga temporada, y como siempre las edades son un buen punto de referencia para ubicarse en el tiempo y en el espacio, en este caso la guía es el benjamín de los siete hermanos; el más pequeño cuando fueron al Almácigo tenía tres meses y salió de veinticinco de ahí. Al dejar sus padres el cuidado de esta manada, la continuó Manuel durante unos cuatro años más. En 1953 se casó con Pascuala Rivero Fraga, fallecida hace casi cinco años; hija de otro cabrero que estuvo por esa zona, Manuel Rivero Martín, que se encontraban en esos años en Pino Redondo.
La década de los años cincuenta no son años de bonanza en las Islas, intenta su aventura en Venezuela, donde estuvo 16 años, y de donde regresa en 1972. Se plantea algunos negocios pero decide volver a los orígenes, al cuidado de otra manada de cabras. En este caso en Tijoco de Arriba, en Adeje, en cuyo lugar reside en la actualidad. Comienza con diez cabras, para ir creciendo en número, hasta dejarlas definitivamente, “en el noventa ya las había quitado, cuando las vendí tenía setenta y cinco nada más, porque esto es reducido, no podía tener muchas.

  Manuel con juguete que elaboró con maguén de pitera y pintado
Con los relatos de Manuel recorremos las medianías de Guía de Isora y Adeje, andamos por sus veredas aprendiendo cada una de las piedras que las jalonan. Con sus cabras transitó por Vera de Erques, su lugar de nacimiento; El Almácigo, en donde se crió; El Bebedero, zona a la que se trasladaban en los inviernos y primavera; o la parte alta donde pasaban las noches varias manadas de Fyffes. Veces de noche dormían juntas las tres manadas que había áhi, allá donde le dicen el Monte de las Goteras, del Llano Negro parriba, dormía el ganado áhi, por la mañana bajaban de arriba y venían pacá. Entonces las del Pino Redondo se quedaban allí, las mías bajaban pabajo y las de Antonio Hernández bajaban palla, pabajo. Manuel subía hasta Los Filos, por la zona de El Colorado, el Tiro del Guanche, Boca Tauce o Chabao.
En su infancia y juventud se trabajaba de lo que surgiera, si hacía falta cuidar las cabras, sembrar papas, segar cereales o secar higos de leche. Y como resaltó, siempre en labores con su familia o por su cuenta, yo tengo ochenta y uno año y no ha trabajado con nadie de peón, todo lo que ha trabajado ha sido por mi cuenta, estuve en Venezuela, todo lo que trabajé allá lo trabajé por mi cuenta y aquí tampoco.
Fueron años de penurias, en los que cada hogar resistía con lo que se le extraía a la tierra, pero como recuerda Manuel en su casa los pasaron con trabajos pero con sus necesidades básicas cubiertas. Nosotros en esa época, arreglado a la situación que había y la gente como vivía, nosotros teníamos un bienestar áhi, teníamos un bienestar porque no trabajábamos con nadie, teníamos que comer, no cosas buenas ni mucho menos pero no nos faltaba la comida. Pasábamos higos, recogíamos grano. Todos esos morros los sembrábamos de trigo, mi suegro allá en el Corral llegó a coger sesenta y tres fanegas de trigo, no son tres granos, trigo bueno, y no teníamos hambre como pasaba toda la demás gente aquí.
Momentos en los que se aprovechaban todos los recursos, como los frutos de la higuera, que se consumían en fresco o pasados, recurso imprescindible para pasar los fríos meses que se avecinaban. En ese tiempo un higo que estaba allarriba se le tiraba una piedra, no es como hoy que se pudren áhi y nadie los mira, hombre por dios. Eso era una comida muy sana, muy saludable y muy buena. Esté salía de madrugada o iba pa la cumbre, se llevaba unos poquitos de higos y un pedacito de queso, si tenía, y estaba comido tranquilo todo el día, como hubiera agua cerca donde beber, ya estaba.
A Manuel también le tocaba comercializar el queso que les correspondía de la medianería. Nosotros teníamos la mitad y Fyffes tenía la otra mitad, lo pesábamos en Icerce, estaba el encargado. Cargábamos las bestias cada medianero, lo traíamos aquí, lo pesábamos y Fyffes se quedaba con su parte y nosotros nos llevábamos la nuestra y entonces nosotros lo vendíamos pa Guía, pa Adeje, yo iba vendiendo queso hasta Chío. Eran quesos de buen tamaño, de unos diez kilos, que hacía su madre, como marcaba la tradición, con el cuajo obtenido del estomago del cabrito, ya seco. Para venderlo, que en los años cuarenta su precio rondaba las veinte pesetas el kilo, había que recorrer los pueblos vecinos. El queso en esa época era también un problema pa venderlo, había mucho ganado, mucho queso, aunque se vendía más queso en esa época que hoy. Con gran competencia por las manadas que existían en la zona, pero con la ventaja de la reputación que poseían los quesos de los alrededores del Pino Redondo.
El queso era otro de los alimentos imprescindibles en la dieta, no sólo de los cabreros. En su casa siempre se guardaban algunos para el verano, cuando las cabras ya no daban leche. Había que almacenarlos en optimas condiciones, mi padre cuando llegaba el mes de mayo dejaba siempre tres quesos pa guardar, pa la casa, pero los quesos eran así, y cuando se curaban los garraba y los mandaba en el cajón del trigo, eh, eso cuando se sacaba, eso era mantequilla.
Manuel llevó la vida reflejada en su rostro, por sus huellas se condensa el saber aprehendido a través de la tradición oral, la de su entorno, esa que ha sabido optimizar los recursos, extraerle el máximo posible a cada una de las labores encomendadas, ya fuese la siembra de cereales, cuidar de los animales, secar la fruta leche o alargar la vida a los alimentos. Pero además Manuel supo transmitir esos conocimientos, que no se hundan en el olvido, y lo hizo con la paciencia y el conocer de primera mano de lo que relata.




María Alayón Gómez, María Celestina, maestría entre la costura y los partos

María Alayón Gómez

María Alayón Gómez, María Celestina, prestigiosa costurera de ropa de hombres, residió, y ejerció su profesión, desde alrededor de 1900, en Los Cristianos. Y en las cercanías de la mar se inició en el arte de la costura, ocupación por donde se movían manos femeninas, compaginados con otras labores. Zaraza, batista, percal, popelín; telas con la confeccionar el traje, la bata o la camisa; telas que se compraban en Arona, y en muchas ocasiones se encargaban a San Miguel de Abona e incluso a Granadilla de Abona. Coger medidas, cortar, registrar, hilvanar, cocer a máquina y rehilar, y por medio si daba tiempo probar.
María Celestina nació en 1889 en La Sabinita, Arona, en cuyo lugar residían sus padres, Celestina Gómez Martín, de quien acoge el apodo, y el pescador Prudencio Alayón García. Contrajo matrimonio, en la Parroquia de San Antonio Abad, el 23 de junio de 1909, con el pescador José Melo Cabeza, El Rubio. En el Censo de Población de Arona, a 31 de diciembre de 1920, María Alayón Gómez se encuentra inscrita en Los Cristianos, con 31 años de edad y de profesión sus labores. José Melo Cabeza, contaba con 37 años; y sus hijos: Eulalia. Antonio, Tonero. Elías, Elías el Noruego. Y María Luisa, María Luisa la Rubia; que tenían entre los 10 y 3 años de edad.
Residían en El Cabezo, en una vivienda que tan bien recuerda Encarnación Alayón Melo, nieta de Celestina y Prudencio. Y mi abuela, cuando ella vivía con sus hijos vivía en los dos partes, la parte arriba donde vivió tu abuela era nada más que las habitaciones de dormir y eso, y la parte abajo, como no era sino una calle estrecha y antes no eran sino cuatro vecinos, tenían allí un solar murado con una cocina y el molino, de eso si me acuerdo yo. Y en cuyo solar se criaban cabras, gallinas y los cochinos.

Cuarto de costura de María Celestina

En la costura se inició porque había que encontrar el sustento, tal como recuerda su nieta, y mi madre, Teresa Martín Melo. Empezó a coser por necesidad, a los trece años se murió su hermana Eulalia, y desde entonces comenzó a coser para sus hermanos, para su padre y para el marido de su hermana que vivió con la madre muchos años viudo. Empezó desarmando lo viejo para coger el patrón y hacer ropa nueva, porque antes había que hacer de todo, porque no venía nada hecho. Teresa también recuerda como le enseñó su abuela a dar las primeras puntadas, a marcar, cortar o coser, porque a mi me gustaba desde muy niña, entonces yo desde que ella se sentaba yo cogía una aguja y yo miraba lo que hacía, me iba copiando y hacía como ella y entonces cuando era más grandita me explicaba como hacía las cosas.
En una de las imágenes, de la década de 1960, que acompañan este texto, se contempla a María Celestina, junto a Isabel Martín Melo, Antonia Socas Barrios, Araceli Martín Melo y a otra mujer sin identificar. Y así era su cuarto de costura, con ventana asomada a la mar, en su vivienda en la entrada a El Cabezo, una habitación donde había lo imprescindible: un ropero, una mesa donde cortar y dos máquinas de coser.
Por las manos de María Alayón Gómez, María Celestina, pasaron buena parte de la vestimenta de hombre que se lucía en Los Cristianos, y en algunos pagos cercanos, a los que se acercaba a tomar medidas, hilvanar, probar y después coser en Los Cristianos. Como cuando se desplazaba a Guaza: a coser iba con ella a Guaza, a casa de Josefina Reverón, porque mi abuela siempre le cosía al marido y a los hijos.
Pero también sus manos cuidaron de heridas y golpes, y en la ayuda en los partos. Manos que atendían por vez primera a un buen puñado de descendientes playeros, como fueron mi madre y mis tías, algunos de mis primos, y yo mismo, que llegamos a este mundo acogidos entre sus manos.

María con su hija Eulalia. 1958
Los momentos en los que vivió María Celestina fueron de grandes esfuerzos, en los que había que aprovechar cada uno de los recursos disponibles. Por sus manos transitaron múltiples quehaceres, desde niña se ocupó de las faenas domésticas, además del aprendizaje en la costura para poder vestir a su familia. Asimismo se le recuerda por sus buenas maneras en la cura y atención a enfermos y en la asistencia a partos.
Pero sobre todo se le evoca por su oficio en la costura, especializada en vestimentas de hombre, desde la ropa interior confeccionada con muselinas, las camisas de popelín, los pantalones de dril las clásicas chaquetas, o los trajes de cualquiera tipo. Labor en la que mantuvo hasta su repentina muerte, acaecida en 1969. Y aquí nos dejó los recuerdos de su buen hacer, la de su afable mirada, la maestría de sus manos, o la de alguna costumbre como el acercarse alguna tarde a la costa de El Cabezo, recoger varios erizos y degustar sus rojizas huevas acompañadas con una pelota de gofio.



Miguel Hernández Gómez. Corresponsal de ´El Tiempo` en San Miguel de Abona

 Miguel Hernández Gómez


El primer ejemplar del diario El Tiempo se publica en Santa Cruz de Tenerife, el 17 de julio de 1903, portando en su cabecera la leyenda: ´Diario de asuntos generales e información, defensor de los intereses del país`. Los periódicos intentaban hacerse con los servicios de personajes con cultura y afín a sus ideas. En el `corresponsal´ de San Miguel de Abona, Miguel Hernández Gómez (San Miguel de Abona 1884-1958), hay que resaltar sus inquietudes, su participación en la vida social de su pueblo, como los escritos remitidos desde su pueblo a `El Tiempo´, que inició rondando la edad de 20 años. Además de otras actividades que nos apuntan su trayectoria, su vida, sus quehaceres, y que nos ayudan a situar, a comprender los momentos por los cuales transcurrió este `corresponsal´.
Su intervención en muchos de los aspectos de la vida social de su pueblo natal queda reflejado en las múltiples facetas en las que se recoge su participación. A modo de ejemplo, y sin pretender ahondar en este apartado, enumeraremos algunas de ellas. Fue miembro de la Directiva para el próximo año de 1908, del Casino La Unión, ejerciendo el cargo de Vicepresidente. En noviembre de 1920 se le nombra Fiscal Municipal de San Miguel de Abona, para el cuatrienio 1921-1924. Dos años después se le designa como miembro de la Junta Municipal del Censo Electoral para el bienio de 1922-1923. Fue uno de los 35 miembros fundadores de la Sociedad de Instrucción y Recreo Club de San Miguel, constituida con el 4 de marzo de 1926. Ejerció de Alcalde del Municipio de San Miguel de Abona en dos períodos de la década de los años treinta del siglo XX. Desde el 10 de marzo de 1930 hasta el 26 de abril de 1931. Fue alcalde nuevamente desde el 27 de junio de 1937 hasta septiembre de 1938.
En este periodo, en el que Miguel Hernández envió sus escritos a `El Tiempo`, entre 1903 y 1910, se informa del acaecer de la vida cotidiana por las que se transcurre en San Miguel de Abona. Las noticias son escasas, esporádicas, y donde una buena parte reflejan el acontecer de las fiestas religiosas populares, sobre todo las de su patrón, el Arcángel San Miguel. A través de las cuales, y además de conocer los actos religiosos, nos comunican aquellas mejoras que acontecen, como la instalación de un bazar en 1904 para recaudar fondos con los que sufragar la adquisición de dos campanas. O de otro en 1907 con el fin de construir una plaza pública. También se reflejan los actos culturales, sociales o deportivos más relevantes, como las obras de teatro realizadas por jóvenes de la localidad, la exposición de ganado, las carreras de sortijas a caballo o la utilización del alumbrado público durante esos días de conmemoraciones.

San Miguel de Abona, 1890
Se reseñan otras festividades religiosas, como la celebración de Nuestra Señora de la Concepción, en la que también se informa las procesiones finalizadas con fuegos artificiales. O el culto del “Mes de María”. E incluso se aportan datos de la participación, en 1904, de jóvenes de San Miguel de Abona en la celebraciones de las fiestas en honor de la Virgen del Rosario y el Cristo de la Salud, en Arona. Además de otras informaciones religiosas que se plasman en sus páginas, como la visita pastoral realizada en 1907 por el Obispo Nicolás Rey Redondo a varios pueblos del sur de la isla, incluyendo a San Miguel de Abona; y la inauguración de la Ermita de El Roque, el 16 de agosto de ese mismo año.
Asimismo se tratan otros asuntos como el deficiente sistema educativo existente en el Sur de Tenerife. No se cuenta con infraestructuras adecuadas, acrecentada con esa lejanía que para muchos profesores era una especie de destierro, como queda reflejado en algunas informaciones que se vierten en este diario sobre las dos únicas escuelas que existían en San Miguel de Abona, una de niños y otra de niñas.
En la vida cultural y social de San Miguel de Abona destaca la presencia de la sociedad de `Instrucción y Recreo La Unión`, que por lo menos existía desde 1886, y de la que se aportan múltiples noticias, de la celebraciones de actividades o de la composición de sus juntas directivas.   Asimismo se van desgranando una serie de informaciones de otros asuntos acontecidos en la vida cotidiana, como los fallecimientos, la celebración de matrimonios, enfermos, las visitas de personas relevantes, los pormenores de la carretera de San Miguel a Los Abrigos de la que se estaba realizando el estudio del proyecto por estas fechas. Esta carretera era de suma importancia, por Los Abrigos entraba y salía una gran parte de los productos que se comercializaban con el exterior, principalmente con Santa Cruz de Tenerife. Muestra de ello son los barcos que recalaban en este puerto, en este pago de Granadilla de Abona, algunas de cuyas escalas se reseñan en las páginas de este periódico, como las del vapor Congo de la Elder, Dempster y Cª; el Machrie, de The Teneriffe Fruti Agency; el Chasna; el Tenerife, el Carmen y el Gomera de Hamilton y Compañía; o el Viera y Clavijo de la Compañía Interinsular.
Desde que se comienza a editar este periódico, en julio de 1903, se especifican las dificultades para llevar al Sur la línea de telégrafos. En los años siguientes se da cuenta de los avances y los problemas para su tendido, las inauguraciones de las estaciones, como la de San Miguel que se abre en junio de 1904, y el personal que la atiende.
El último ejemplar que se ha encontrado de El Tiempo es el del 9 de mayo de 1911. La última noticia que se dispone de Miguel Hernández Gómez como corresponsal pertenece al mes de abril de 1910; en mayo se publica una nota sobre la composición del casino La Juventud. Y es a partir de estos momentos cuando creemos que deja la colaboración con este medio. El 30 de septiembre se informa de la muerte del párroco Clemente Hernández Alfonso, pero la información se remite desde Granadilla de Abona.
Como otros periódicos de la época, El Tiempo no informa de manera continua y sistemática de lo acontecido en el Sur de Tenerife, las noticias que se recogen se alargan en el tiempo, son escasas. Esta recopilación nos trae, nos confirma, lo que ya han apuntado otras muchas fuentes, una realidad envuelta en la crudeza de una vida que transcurría con infinidad de carencias. Nos damos cuenta que este Sur de comienzos del siglo XX estaba abandonado en cuanto a infraestructuras de todo tipo, carreteras inexistentes, caminos de herradura intransitables, cuesta sudor y lágrimas realizar la carretera San Miguel a Los Abrigos por la que se lleva suspirando décadas. A la instalación del telégrafo le ocurre otro tanto; al servicio de correo se le amontonan las quejas por su pésimo servicio y por la falta de peatones que trasladen la correspondencia. La escasez de escuelas, y de las mínimas condiciones para ejercer la docencia, se suma a la ausencia del profesorado.