viernes, 17 de junio de 2022

Miguel Donate González y su apego a la tierra

 

Miguel Donate González. Las Zocas, 2018 

 

 

Miguel Donate González y su apego a la tierra

 

Miguel Donate González nació en 1928 en la denominada Casa de don Benito, en Las Zocas, en San Miguel de Abona, donde sus padres, José Donate y Juana González, trabajaban de medianeros, para lo que contaba con terrenos donde sembrar papas, tomates o cereales, cuidar de una manada de cabras o hacer tejas. Y en este lugar pasó su infancia y adolescencia, ayudando al trabajo familiar, eso era desde chiquito, nos íbamos criando áhi y cuando más chicos díamos dos con las cabras, mi padre se quedaba áhi porque sembraba unos tomates, dispués mi padre cogía los tomates al tercer día. Sembrábamos los tomates, fíjese usted echando un jarrito de agua en el tronco, a lo mejor en el mes de agosto que no llovía y ansina dían pegando los tomates y dispués cuando llovía pues ya se mojaban, más arriba había una charca, y los cogía mi padre al tercer día, a lo mejor cogía dos cajas desas de las que había de antes de tomates y día a llevarlos a Granadilla, un salón que había en Granadilla, nos pagaban a dos perras, a rial, y eso asina vivía, y con las cabras y el camello parar, pa llevar tomates.

Su infancia transcurrió ligada a las tareas domésticas, a la agricultura y a la ganadería, ayudando y participando en cada una de las faenas necesarias para sobrevivir una familia numerosa como la suya que sumaba diez hermanos. Se mataba un cochino, pues siempre se araba, se pelaba la fruta, no digamos que siempre estuviera de sobra, no, pero era comida saludable, veces faltaba. Cochinos que alimentaban con el suero de las cabras y la fruta, higos, cuando había higos de indias se le echaban a los animales.

Entre sus quehaceres no podía faltar el cuidar la manada de cabras que su padre tenía en la Casa de don Benito, para lo que solían ir varios de los hermanos, y que después de su traslado a su vivienda de Los Paj
ales frecuentaban la Montaña Chimbesque. O el hacer tejas en el verano, en un horno que tenía su padre en Los Duques, situado en el Municipio de Granadilla de Abona. Y ahí iba Miguel a recoger el tamo de las eras para mezclarlo con la tierra, y a recoger leña y aulagas con las que quemarlas durante veinticuatro horas. Dispués venía gente, mire del Río, de Chimiche, de todos esos sitios vinían, unos con un burrito a llevar treinta tejas porque la casa se le mojaba, dispués vinían dos camellos y eso ansina la vendíamos bien, la vendíamos unas veces a dos perras, a veces a rial.  

O dedicarse a acarrear cal en camello desde El Camisón, para enjalbegar las casas antes de los festejos en honor de San Miguel Arcángel. Yo me acuerdo salir de aquí, pero yo soltero entodavía, de dir a buscar cal a Los Cristianos, cuando se llegaba el día San Miguel que la gente le gustaba albiar las casas si llegaba visita, en un camello. Salimos de aquí a lo mejor a las cuatro de la mañana.

Su padre no efectuaba el trasiego de llevar las cabras a la cumbre en los meses de verano ya que en San Miguel disponía de varias zonas donde pastar, Montaña Gorda, Montaña Chimbesque, Uchova o El Busio. Pero sí trasladaba las colmenas de las abejas a la cumbre, yo si subí a la cumbre bastantes veces, pero a llevar colmenas, salía yo de aquí, fijese usté, salía yo de aquí al escurecer con una burra, por áhi parriba, por áhi parriba. En verano las llevábamos parriba, del Teide pabajo que había una planada grande, allí había un señor de Vilaflor, por cada colmena, que es un corcho, había que pagar seis pesetas, y salíamos de aquí al escurecer, por áhi parriba por Las Mesas, pa aprovechar las flores de la retama, a lo mejor estaban dos meses o tres, áhi no recuerdo yo. A lo mejor llevábamos cuatro colmenas y un corcho vacío, por si criaban arriba el señor ese las ponía en el corcho.

 

Miguel Donate González. Horno de cal. Los Duques, 2006  

 

Por las curtidas manos de Miguel pasaron múltiples útiles de trabajo, en su infancia hizo de todo un poco, desde sembrar papas a recoger tomates, desde cuidar las cabras a llevar cargas en camello, desde hacer tejas a las diferentes labores en las eras, o desde pasar higos a atender colmenas. Después se fueron añadiendo a sus quehaceres, los de jornalero en los tomates, ganando cinco duros; los de vaquero, ganaba treinta pesetas, un duro más que los peones, pero yo me levantaba a las cuatro de la mañana, les echaba de comer a las vacas, a los toros, y después me acostaba allí hasta que los gañanes fueran; los cultivos de algodón o de plataneras; trabajos en la carretera de El Guincho; hasta los de albañil.

La vista la volvía atrás con añoranza del sosiego de antaño, de la nostalgia por haber perdido la contemplación del amplio y diáfano paisaje de su juventud. Veces llegábamos áhi a las cinco de la mañana sobre de la montaña, por este lao y miraba usté pabajo y pa ver una luz o dos tenía que ser los adejeros áhi a media mar, se ajuntaban cuando echaban el chinchorro ese que ellos decían, lo demás no veía usté una luz en toda esa orilla y hoy mira usté de San Miguel pabajo y se quea bobo. Yo le digo a esta gente nueva pero que cambio tan grande ha dao esto en pocos años, pero de antes ya digo, nada, nada, nada.   

Pero atrás también quedó el hambre por la que en muchas ocasiones transitó, como cuando a su memoria le llegaban momentos de su infancia, esos en los que le tocaba llevar la leche a los dueños de la Casa de don Benito, y le depositaban en la misma lechera un puñado de higos pasados, desde que salíamos de la puerta los destapábamos, los echábamos en el bolsillo y cuando veníamos a los treinta metros pabajo ya lo vamos comió, había hambre.

Y aquí nos dejó, tras su fallecimiento en mayo de 2022, su saber estar, sus conocimientos aprendidos de sus mayores y ampliados en su andar por esa vida de brega continua, repleta de sacrificios y austeridad. Miguel ha sido un claro modelo para apreciar la importancia de la tradición oral. Sus enseñanzas llegaban nutridas de los vaivenes de sus vivencias, aderezados con sus múltiples labores y el apego a su tierra, de la que obtuvo esa extensa experiencia, en la que asentó ese acopio de sabiduría, a la que se aferró aprehendiendo en los alrededores de una naturaleza hostil. Sus inagotables evocaciones brotaban con exquisita sencillez, hilvanaba narraciones de los apasionantes momentos transcurridos con la misma soltura que sus curtidas manos ejecutaron infinitas tareas.

martes, 22 de febrero de 2022

Cruz de Guanche, Valle de San Lorenzo. Década de 1950


Cruz de Guanche, Valle de San Lorenzo

En buena parte del siglo XX hubo un oficio que prevalecía en número por sobre todos los demás: jornalero; en muchos de los casos de la primera mitad del siglo era sinónimo del trabajo del tomate. El comienzo de este cultivo en el Sur de Tenerife se produjo a finales del siglo XIX, implantado por Fyffes en Hoya Grande, Adeje. En Arona se tiene constancia de su inicio en la cosecha 1902/03 cuando Antonio Alfonso Gorrín lo introduce en Cho. Para este periodo, y según nos recuerda el cabrero Salvador González Alayón, su madre trabajó a la edad de 19 años en otra plantación, en la propiedad de Serapio Feo, en Quemada, esto es en 1903. Al año siguiente sembró Segundo García, en Cho; y en 1905, Tomás Bello, en Guaza del medio, transportando el agua desde Los Cristianos, lugar este último donde también se llegó a sembrar en esta primera década.

El cultivo del tomate, de ciclo vegetativo corto, y con necesidades de agua menores que la platanera, precisaba unas condiciones económicas, sociales y adaptación al medio que se cumplen perfectamente en la franja costera del Municipio de Arona. Concentración de terrenos y de capital, suelos pobres y llanos, y un clima de máxima insolación.

Otra fotografía relacionada con tareas de este cultivo es la que se obtuvo, en la década de 1950, en la Cruz de Guanche, Valle de San Lorenzo. Nos muestra a una familia en un alto en las labores de amarrado. De derecha a izquierda: José Manuel, Elvira y Guillermo Delgado Bello, Ana Bello García y Dolores Delgado Bello.

PUBLICADA EN:

BRITO, Marcos: Valle de San Lorenzo. Imagen y memoria. 2005. Ed. en B/N, port. a 4T, formato 26x24 cm. 148 pág. 230 fotografías antiguas.

ISBN: 84-934172-4-6

lunes, 24 de enero de 2022

María Antonia García González, relatos entre hilos y calderos

 

                                         Antonia García González. Valle de San Lorenzo, 2006.

 

 

María Antonia García González, relatos entre hilos y calderos

 

A inicios del siglo XX el Valle de San Lorenzo, el paisaje y sus gentes, era como mi casa. Andaba enfrascado en recopilar, a través de la tradición oral, vivencias de sus habitantes, que han aportado una riqueza extraordinaria a varias publicaciones. En busca de datos para una de ellas, en la preparación de las bodas, me indicaron que hablase con una de estas personas, con María Antonia García González, doña Antonia la Ermita. Y hasta su casa me acerqué, a llevarle mi carta de presentación. Le comenté que quería hablar con ella sobre la elaboración de las comidas en las bodas. Y doña Antonia preguntó porqué sabía que ella había trabajado en esas labores. Le comenté que tenía muy buenas referencias, que había un numeroso grupo de personas que habían hablado de su buen hacer en la cocina, como Julita Morales, María Luisa Melo o Antonia la Panadera.

Antonia García González [Valle de San Lorenzo, 1929 – 2022], hija de Antonio García Torres y de María González García, se inició en estas tareas con su abuela María Torres Mena, a quien, en ocasiones, acompañaba, yo me acuerdo ir con ella, de novelera, tu sabes que las muchachas chicas, y me acuerdo ir a La Tosca a hacer una boda.

Y en esos menesteres se mantuvo un buen puñado de años, y de ello y de otros pormenores colmó, con amenidad y cariño, sus relatos. Comentaba la participación de la familia y los vecinos en este acontecimiento social que era una boda, la colaboración en aportar alimentos y en completar el exiguo ajuar para el banquete, que se llegaban a marcar con un trozo de esparadrapo en su base sobre el que se anotaba algún número, letra o nombre de la persona que lo prestaba. Y preparar el ajuar imprescindible para su austera vivienda, pues dos sabanas, una colcha, … se lo preparó la familia, que eran costureras, una prima, una tía, mi abuela cosía también, y tú sabes que antes no se llevaba sino poquita cosa, con poco nos conformábamos, cuatro cositas nada más.

Y así reseñaba la celebración de su boda, a la edad de 20 años, con Eduardo Gómez García, Tilín. La celebre en mi casa, en la casa de mis padres, mi abuela que era media cocinera, mi abuelo medio cocinero, un tío, medio cocinero. Cuando yo m
e casé junté lo loza, pa celebrar la mía, de casa en casa con una cesta buscando los platos y las tazas y calderos y todo. Antes era así, antes no había. Tampoco era tanta gente, mira mi casa como es, en una sala y un patio, áhi la celebramos, así que mucha gente no era, pero ahora que son cuatrocientos o quinientos, los más allegados
. Y asimismo recordaba a una gran dulcera, Adorsinda Melo Aponte, que le preparó las piñas de almendras, vino a mi casa a hacérmelas.

 

                        Antonia García González en la preparación de una boda.

 

Yo hice unas cuantas, en San Miguel, por ahí abajo, en El Roque, en Vilaflor y por todo eso hice, en hacer comidas, de carne cabra, la sopa, bocadillitos, y eso. No hice dulces, sino que se lo encargaba a Julita o a María Luisa, y yo hacía la comida. Hace referencia a otras dos mujeres que dedicaron su labor a la preparación de banquetes de boda, Julia García Morales, Julita Morales; y María Luisa Rodríguez García, María Luisa Melo.

Asimismo, sus relatos abarcaron otros momentos que muestran las diversas labores en los que tuvo que emplear su tiempo para sobrellevar esos periodos de austeridad y dificultades, como la elaboración de manteles, uniendo rosetas. Mi madre unía mucho que nos estábamos con una luz de quinqué, ahí hasta media noche pegada a la mesa, uniendo, bastante. Yo lo dejé el otro día porque ya no veo a enhebrar la aguja. Unir los paños, hacer rosetas no, unir los paños. Yo los daba pa que me hicieran y después yo hacía los manteles. Trabajaba aquí con mi madre, traíamos rosas que nos daban y hacíamos los paños, pero allí me iba yo desde por la mañana hasta que no víamos más, que nos ponía en un patio allí, a hacer paños, nos aprovecho bastante la pobre. Había unas cuantas, trabajando, hasta que me casé, a los veinte años, por ahí y después empecé yo en mi casa a hacerlos por mi cuenta, los paños. Las rosetas se las hacían mujeres del Valle, de La Sabinita, o de Cabo Blanco. Venían. Por el hilo aquí y después me traían las rosetas, yo la empataba.

 

                Antonia García y Julia García, en una boda en el Salón de Cortez. Valle de San Lorenzo.

 

Asimismo, entre otros momentos de su amena conversación, recordó algunos de los nombretes de su familia, como el suyo, Antonia la Ermita, que hereda de su madre. Apodo que se establece por la residencia de su familia en las cercanías de la Parroquia de San Lorenzo Mártir. Son los hermanos, María González García, María la Ermita, casada con Antonio García Torres, conocido por Antonio Torres; y Miguel González García, Miguel Plaza, quien vivió con su hermana hasta que se casó con María Pérez y se trasladar a La Fuente y que con posterioridad se asienta en Altabaquitas.

En el Padrón Municipal de Arona, a 31 de diciembre de 1937, se encuentran inscritos en el Valle de San Lorenzo: Antonio García Torres, con fecha de nacimiento de 1909 y de profesión chofer; casado con María González García, que nace en 1910. Y sus hijos: María Antonia, 1929; José, 1930; y Felisa, 1932.

Otro nombrete que reseña, entre otros muchos más de vecinos, es el de su esposo, Eduardo Gómez García, Tilín, que se lo asentó su hermana Elena. Dice que la hermana, porque no atinaba a decir Eduardo, pero no tiene que ver una cosa pa la otra. Tilín.

Y de vez en cuando pasaba por su casa, en busca de información de algún detalle que intentaba confirmar, de alguna fotografía que tenía dudas con su ubicación o de qué personas se encontraban en ellas. Y allí estaba doña Antonia, siempre mostrando una amplia sonrisa al abrir su puerta. Y siempre con el ofrecimiento amable de su conversación, sus clases magistrales en los que iba reflejando los alrededores por los que transitó.

jueves, 25 de noviembre de 2021

LOS TENEROS. Nombrete en el Valle de San Lorenzo

  

 

 

       María Valentín de León, Juan Delgado Sierra, Juan Tenero, y los niños Laureano 
y Pablo Delgado Delgado

 

 

LOS TENEROS. Nombrete en el Valle de San Lorenzo

 

Teneros, Los. María Tenera. Juan Tenero. Laureano Tenero. Irene Tenera. Elías Tenero. Larga lista de vecinos que en su mayoría habitaron en La Azotea y en La Fuente, en el Valle de San Lorenzo. Este apodo se inicia con los hermanos María, Juan, Laureano e Irene Delgado Sierra, naturales de Teno, y que debieron establecerse en el Valle de San Lorenzo a finales del siglo XIX.

En el Censo de Población de Arona, a 31 de diciembre de 1920, se encuentran inscritos en el Valle de San Lorenzo: María Delgado Sierra, María Tenera, de 50 años y de profesión sus labores; casada con Domingo Cabeza Sierra, de 43 años; y con los hijos Ángel, María, Domitila, José, Dolores y Clara; contando entre los 20 y 7 años. Juan Delgado Sierra, Juan Tenero, de 48 años y de profesión labrador, casado con María Valentín de León, de 54 años y con una hija, Encarnación, de 13 años. Laureano Tenero, contaba con 45 años y de profesión labrador, casado con Amalia Hernández Rodríguez; y con los hijos: Antonio, Marina, Carmen, Daniel y Nicolás, entre los 18 y 8 años. Irene Tenera, contaba con 30 años, y de estado civil, viuda. Todos los miembros de estas cuatro familias, y su descendencia, se les conoce por Teneros.

 

Domingo Cabeza Sierra y María Delgado Sierra, María Tenera, con sus hijos José, María, Clara, Dolores y Domitila. Y Elías Hernández del Rosario, Elías Tenero, en el centro de la imagen

 

 

El buen humor que caracteriza a la mayoría de estos apodos se refleja en el cantar que se compuso para narrar como se engendraron estos cuatro hermanos, y el distinto carácter de cada uno de ellos: Hizo a Laureano fervoroso/ a Irene al estacazo/ Juan fue hecho al rempujón/ y María más despacio.

Elías Hernández del Rosario, Elías Tenero, procede también de la zona de Teno, y se casó en el Valle de San Lorenzo con María Cabeza Delgado, hija de María Tenera. La importancia del apodo para identificar con seguridad al que lo porta se muestra, como en este caso, en su utilidad judicial. En el Juzgado Municipal de San Miguel de Abona se trata en mayo de 1936 un juicio verbal de faltas en el que se encuentra imputado Elías Hernández del Rosario conocido por Tenero que habita en La Fuente, vecino de Arona, mayor de edad, casado y jornalero.

 

 

Documentación: BRITO, Marcos: Valle de San Lorenzo. Imagen y memoria. Y Nombretes en el Sur de Tenerife . Llanoazur ediciones.

 


 


viernes, 22 de octubre de 2021

Aprovechamiento vecinal de la cumbre de Vilaflor de Chasna en la década de 1930

 

 

                Vilaflor, c. 1890

 

Aprovechamiento vecinal de la cumbre de Vilaflor de Chasna en la década de 1930

Marcos Brito

 

Artículo publicado en las II JORNADAS DE HISTORIA DEL SUR DE TENERIFE, que tuvieron lugar en Arona, en julio de 2009. Y Publicadas en 2010. Concejalía de Patrimonio Histórico. Ayuntamiento de Arona.

 

 

Resumen

 

El aprovechamiento de la cumbre sustentó a buena parte de la población del Municipio de Vilaflor de Chasna. Explotación forestal que ya arrancó con polémica, allá cuando las Islas fueron conquistadas. Desmesurada, por la fuerte demanda de madera para la construcción de viviendas, barcos o para la exportación; o por la obtención de la pez y resina.

Y además cubrir las necesidades vecinales, que aún en esta década del siglo XX albergó en estas prácticas buena parte de sus recursos. En un período además crispado por los acontecimientos: Dictadura de Primo de Rivera; II República Española; Guerra Civil Española; II Guerra Mundial y Dictadura del General Franco.

Aprovechamiento forestal que fue fuente de ingresos para el Ayuntamiento de Vilaflor, con los que obtener fondos para paliar su deficitaria economía. Pero también produjo fuertes disputas con el de La Orotava, causado por las lindes y las denuncias por la elaboración de carbón, el corte de retama, la recogida de leñas o el pastoreo. Comunicación fundamentada en la tradición oral y en la documentación de los Archivos Municipales de La Orotava y Vilaflor de Chasna.

 

Prólogo

 

El aprovechamiento de la cumbre, del monte, sustentó a buena parte de la población del Municipio de Vilaflor. Recursos imprescindibles para el transitar en la vida cotidiana de los vecinos de este rincón anclado a la memoria del Sur de Tenerife.

Aprovechamiento forestal que ya arrancó con disputas, allá cuando las Islas fueron conquistadas. Explotación desmesurada, por la fuerte demanda en la construcción de viviendas, en los aperos de labranza o en los útiles de la casa; en la obtención de la pez para calafatear los barcos, además de la madera precisa para su construcción; en la extracción de la resina o en la madera para la exportación.

Y además había que contar con las necesidades vecinales, que aún en la década de los años treinta del siglo XX sustentó buena parte de sus recursos en lo que se obtenía de la cumbre. Un pueblo que subsistían entre la agricultura y la ganadería, además de estos aprovechamientos. Y que en años de sequía y malas cosechas había que recurrir, aún más, a la recogida de leñas, retamas verdes para alimentar el ganado, al pastoreo o al carboneo.

Una vida cotidiana que se suscribía en un período político con numerosos rumbos. La década se inicia bajo la Dictadura de Primo de Rivera y la proclamación de la II República Española en abril de 1931, y se cierra con la Guerra Civil Española, 1936-1939, el inicio de la II Guerra Mundial y la Dictadura del General Franco. En el Sur de Tenerife se mantuvo un recio control oligárquico que se beneficiaba de unas condiciones de vida inmersas en un contexto económico controlado por este poder, el analfabetismo, y la falta de todo tipo de infraestructuras, escuelas, comunicación, sanidad, etc.

El Municipio de Vilaflor se asoma al siglo XX con las perspectivas del turismo que se acercaba en busca de bienestar y salud. Las inmejorables condiciones climáticas que contribuye al aumento de la colonia veraniega, por lo que a finales del siglo XIX se establecen las dos primeras casas de huéspedes que se tiene noticias en el Sur de Tenerife, instaladas por Benjamín Cano y por José García Amador. La educación, como en el resto de los pueblos de las Bandas del Sur, era escasa, y con una vida cotidiana austera, anclada en el autoabastecimiento.

Las comunicaciones se realizaban por caminos de herradura y veredas, y no es hasta la década de los años veinte cuando se enlaza por medio de pistas de tierra por las que pueden transitar los vehículos a motor. En 1928 se finalizan las obras de la carretera de Granadilla de Abona a Vilaflor, lo que motiva que se emprendan excursiones automovilísticas con destino a Vilaflor. 

 

                    Lavaderos de El Chorrillo
 

Son años de demandas de vías de comunicaciones, una vez finalizada el enlace con Granadilla de Abona, se solicitaba que se agilizaran las obras de la que partía de La Orotava, la cual no estuvo operativa hasta la década de los años cuarenta. Necesidades que quedan reflejadas en un artículo del vecino de Vilaflor, Manuel Rodríguez Escalona: Entre todas las necesidades, que son muchas, la más apremiante para todo el sur, es la terminación de la carretera de La Orotava a Vilaflor, espléndida ruta, que ofrece a esta parte de la isla las más halagüeñas perspectivas en lo que a turismo se refiere. En más de una ocasión y desde estas mismas columnas, hemos clamado porque los trabajos de esta carretera se llevaran también a cabo en esta banda, sin perjuicios de que sigan por la parte norte, pues de esta manera no sólo se daría más rápido impulso a la obra, sino que además en ella encontrarían la manera de ganarse el sustento numerosos padres de familia, tanto de Vilaflor como de otros pueblos limítrofes, que, por haberse terminado la carretera de Granadilla, han quedado sin trabajo y en su consecuencia en condiciones de extremada penuria[1].

Vida cotidiana que se nos muestra en diversos datos estadísticos, que se elaboran en el Ayuntamiento de Vilaflor, para esta década de los años treinta, en el que en el Municipio se rondaban los 1600 habitantes[2]. El abastecimiento de agua se surtía por una fuente pública, que además era abrevadero y lavadero, El Chorrillo, y tres grifos en el casco. Las calles del pueblo se encontraban empedradas sobre tierra, cuyos vecinos barren sus aceras. Las 6 escuelas, tres para cada sexo, se encontraban en locales alquilados; cuatro en el Casco y dos en La Escalona. Existía cartería rural y una oficina de teléfono, además de cinco abonados particulares. No así servicio de guagua, había que trasladarse a Granadilla de Abona para enlazar con el resto de la Isla. El Inspector Municipal de Sanidad, el médico Antonio Pérez Díaz, relata que las condiciones sanitarias en que se encuentran las viviendas eran malas, por carecer de agua a presión, de alcantarillado y de las más rudimentarias condiciones higiénicas, y viviendo puramente del campo tienen que convivir con los animales necesarios para la labranza. Asimismo, se anota la existencia de 12 comercios, 3 talleres, 1 café y 4 tabernas. Y como necesidad más imperiosa se precisa: la construcción de un grupo escolar para instalar las cuatro escuelas del casco, por un importe aproximado a 150.000 pesetas[3].

Tea, leña o carbón, eran los únicos combustibles. Leña para el fogal, carbón para el brasero, para planchar o la limpieza de esa plancha de hierro, al frotarlo por su superficie. Eran años de escasez, de ingeniárselas con lo que se tenía a mano, como alumbrarse con lascas de tea. Vida austera y dura que rememoran sus vecinos, como estos retazos de vida que apunta Delfina Fumero Rodríguez. Pues la vida era muy mal porque cuando mi abuelo trabajaba haciendo las viñas le pagaban dos pesetas todo el día, de sol a sol, tenía mi abuela que ir dos veces a llevarle algo de comer, y eso muy mal, porque usté sabe que anteriormente se ganaba muy poco aquí, cuando la gente estaba dedicada también a hacer carbón. No había muchas ventas ni nada, ni mucho que comprar, porque yo me acuerdo cuando mi madre empezó con la fonda, de ir a San Miguel a buscar melocotones y a buscar una latita de melocotones y esas cosas, porque aquí en el pueblo no había nada de eso. Hoy a lo mejor tiene más la gente en las despensas que lo que había antes en una venta desas. Eso a lo mejor íbamos por una cuarta de aceite o por medio litro de aceite, no se compraban las latas como ahora.

Ni teníamos luz, ni teníamos agua en la casa, la calle estaba empedrada tenía cada uno que salir a barrer su trocito de calle. Íbamos a lavar la ropita al Chorrillo. Y allí en aquellos lavaderos íbamos a lavar y fíjese que edad tenía yo que tenía que poner una piedra pa poder alcanzar a lavar, con ese jabón azul que venía de la rueda. Anteriormente cuando le estoy contando no estaba tapado con nada pero después estuvo un alcalde y lo mandó tapar.

 

                    Delfina Fumero, 2006

 

Antecedentes, aprovechamiento intensivo

 

Desde los primeros asentamientos después de la conquista de las Islas, los montes fueron presa de talas masivas, en muchos casos de manera abusiva. La riqueza forestal de los montes de Vilaflor también resultó afectada por su aprovechamiento intensivo, en la construcción, y enseres, de las viviendas, en los aperos de labranza; y sobre todo de la obtención de la pez para calafatear los barcos, además de la madera precisa para su construcción, que necesitaba una gran cantidad de árboles para extraerle la resina a través de hornos acondicionados a tal menester. Prueba de ello es el topónimo Lomo de los Pegueros, al sur del Sombrero de Chasna, lugar donde se abrió la Galería Pegueros, y por extensión se conoce al Tanque Pegueros, situado en San Roque y al que llegaba el agua desde la galería.  

Y no era el aprovechamiento vecinal, en la mayoría de los casos muy respetuoso con su entorno, porque lo hacían propio, sino la sobreexplotación comercial la que esquilmó la masa forestal. Como apunta el profesor Núñez Pestano, los derechos vecinales al uso gratuito de los recursos forestales habían sido establecidos por el Cabildo desde 1512, pero, desde que una explotación forestal excesiva hizo temer por la pervivencia del bosque, comenzaron a producirse restricciones en las licencias de aprovechamiento forestal, que inevitablemente tendieron a perjudicar a la masa de jornaleros y pequeños labradores que encontraban en la explotación del bosque un recurso adicional para la economía familiar. Añade las pocas referencias que sobre este asunto ha localizado, reseñando que los primeros indicios sobre restricciones en los usos vecinales los encuentra a partir de 1670-1780, pero que incluso con posterioridad a estas fechas las licencias de aprovechamiento forestal debieron constituir durante mucho tiempo, más un requisito formal que una práctica administrativa rigurosa[4].

Medidas restrictivas que se acentuaron a comienzos del siglo XVIII, tal como apunta en su tesis Núñez Pestano, prohibiéndose en 1737, cualquier tipo de talas sin licencia (incluso el corte que estaba permitido por las ordenanzas) y encargando a los alcaldes reales de los lugares que detuviesen a todo aquel que hallasen embarcando madera o leña por los puertos y caletas de la Isla. En nota al pie se especifica: Bando del corregidor comunicando al alcalde de Chasna el acuerdo del Cabildo de 15 de febrero de 1737 por el que se prohibían cortes de madera sin licencia.

La explotación debió ser considerable, y fueron los vecinos los que realizaban repoblaciones, como así lo indica Pedro de Olive, en su Diccionario Estadístico-Administrativo de las Islas Canarias, editado en 1865. En el apartado de montes cita el de Agua Agria y el de la Montaña de las Lajas, de los que indica, sobre servidumbre: El primero tiene varias de transito lo mismo que el segundo, teniendo este además el aprovechamiento de leña y útiles de labranza. Y sobre su estado se añade: Se encuentran en muy buen estado, pues los vecinos vienen repoblándolos de nuevo, con objeto de cubrir el destrozo causado en tiempos remotos[5].

Las quejas por la sobreexplotación de estos recursos forestales lo han sido a lo largo de nuestra historia. Quejas que se vierten en documentos oficiales y en la prensa, como la noticia que se transcribe de febrero de 1896, en la que se informa que no sólo son los vecinos del Sur los que la realizan: Llamamos la atención del digno jefe de la Guardia provincial, a fin de que se sirva ordenar a ese instituto que persiga con mayor actividad a los taladores fraudulentos del monte público en las bandas del Sur.

Hay jurisdicciones como la de Arico por ejemplo, en la que los leñadores de Orotava y otros pueblos del Norte no van a dejar una retama en las cumbres que no la hagan carbón, ni va a quedar un pino que no se cate, sino es que no viene al suelo para que vecinos de otros pueblos hagan su agosto[6].

 

                    Camino a la Degollada de Guajara
 

 

Aprovechamiento vecinal de la cumbre de Vilaflor de Chasna en la década de los años 30

 

La explotación de estos montes fue fuente de ingresos para el Ayuntamiento de Vilaflor, que lograba obtener algunos fondos para paliar su siempre deficitaria economía. Al Municipio pertenecían dos zonas de monte, tal como se describe en el Inventario del Patrimonio de 1931, en el que se inscriben los montes de Vica y Lajas, y el Lomo Gordo y Agua Agria. El primero se describe como un predio montuoso, denominado Vica y Lajas, poblado de pinos en su mayor extensión y otras especies de monte bajo y matorral de la flora indígena canaria, ocupa una extensión superficial de 1.500 hectáreas.

Y el de Lomo Gordo y Agua Agria: poblado de pinos en su mayor extensión y otras especies de monte bajo y matorral de la flora indígena canaria, de una superficie total de 102 hectáreas.[7]

La manera que se regularizaba nos la muestra el acta de entrega del aprovechamiento forestal para el año 1931/1932, que se expide con fecha 19 de noviembre de 1931. Se otorga licencia para que se pueda ejercer esta labor desde ese día hasta el 31 de mayo de 1932. Aprovechamiento de leñas y demás de carácter vecinal que concede en el monte denominado Vica y Lajas perteneciente al citado pueblo de Vilaflor, previa entrega de dicho disfrute y del citado monte a la Comisión Municipal, cuya entrega ha tenido lugar en la forma siguiente: los doscientos estéreos de leñas para carbón, y los cuarenta y cinco estéreos de leñas para hogares por olivación de pinos y limpia del suelo, en los puntos denominados Las Lajas, Saltaderitos y Lomo del Asiento. Los cincuenta timones para arados por entresaca de pinos, en Ladera de las Lajas. Las veinticinco cabezas para arados, de escobón, en Los Saltaderitos. Y los treinta estéreos de rama verde, en dichos puntos. Firman esta entrega el guarda mayor, Blas Batista, el guarda forestal, Guillermo Massanet, y los concejales, Juan Fumero y Ramón Fumero.

En un Pleno de la Corporación Municipal, de enero de 1932, se aprueba disponer estas utilidades de la siguiente manera: Distribuir los 200 estéreos de leñas para carbón en lotes de 5 estéreos. Distribuir los 55 estéreos de leñas para hogares en lotes de 5 estéreos. Distribuir los 30 estéreos de rama verde de escobón en lotes de 5 estéreos. Distribuir los 50 timones para arados. Distribuir las 25 cabezas para arados

Los vecinos que quisieran alguno de esos lotes debían de proveerse de la licencia que expedía el Ayuntamiento de Vilaflor, abonando los derechos correspondientes: por cada saco de carbón, una peseta; por cada estéreo de leñas para hogares o de rama verde de escobón, cuatro pesetas; porcada timón, cincuenta céntimos; y por cada cabeza para arados, veinticinco céntimos.

Los vecinos que beneficien carbón darán cuenta a este Ayuntamiento del día en que pretendan levantar las hornadas, al objeto de que el encargado de la Alcaldía designe verifique el recuento de los sacos de carbón fabricado, sin cuyo requisito no podrán remover las hogueras.[8]

Los aprovechamientos forestales, regulados o clandestinos, en la década de los años treinta eran imprescindibles para la subsistencia del pueblo de Vilaflor. Fuego indispensable, de carbón, de leña o de astillas de tea, para la lumbre del hogar y del fogal; o para alimentar la fragua. Leñas, piñas, pinillo, ciscos o la madera para surcar la tierra o para tantos y tantos útiles de labranza o de la vivienda; desde el cabo de la azada hasta la ventana o desde el trillo a la cumbrera. La recogida de retama en verde, y de otras plantas, para el alimento de animales. El traslado de las colmenas a la cumbre. La siembra de cereales y leguminosas, y como muestra una pequeña era empedrada situada al norte de El Sombrero. Todo ello, y sobre todo la obtención del carbón y el pastoreo, generaron agrias polémicas con el Ayuntamiento de La Orotava. 

 


                    Camello cargado de pinocha y leña, detrás del cual se percibe, casi oculto, 

                    un burro, y entrando en la casa de su propietario, Manuel Cano.

 

Carbón de pino o carbón de retama, de escobón en ocasiones, obtenidos, en la mayoría de las veces, en la clandestinidad de la noche, sobre todo el de retama, que tantas y tantas penurias fue mitigando en épocas de privaciones[9]. El principal combustible se obtenía de la madera y de su transformación en carbón, pero también se llegó a extraer la tea del pino, horadando su base. Así lo recuerda José Trujillo González: Tea pa alumbrarse, eso ponían un palo con tres patas que le decían un mancebo, tú no has oído decir pareces un mancebo, ponían una plancha encima. Le clavaban dos clavos, como no había petróleo pa alumbrarse ponían dos o tres astillas de tea y con aquello comían, pa alumbrase de noche, la astilla de tea le das fuego y arde sola y dura tiempo.

Se hacía carbón, sobre todo de pino, de una manera regulada, tanto en las propiedades privadas como en los Montes Municipales. Y de retama, el que más conflictos acarreó, por su, en la mayoría de los casos, clandestinidad. Como apuntó José Hernández, quien hizo carbón de retama, de pino, de codeso, de todo lo que trincábamos, y de sabina llegué a quemar alladentro en Las Cañadas, era livianito, pa quemar era bueno.

 

                                            Domingo González Fumero, 2011

 

En estas labores participaban casi todos sus vecinos, en muchos casos desde la infancia, tal como se puede comprobar en la denuncia de la Guardia Civil, fechada a 6 de diciembre de 1934. Es una muestra de la corta edad a la que se comenzaba en esta actividad, como tantas otras en la que la infancia se obviaba. En este día se les impuso a: José Hernández Luis, de 18 años; Adolfo Quijada Cano, de 12; Evelio Quijada Cano, de 10 años y Vidal Dorta, de 17; a los que se les ocupó 7 sacos de carbón[10].

Sobre las penurias por las que transitaba estos vecinos, que al narrar sus experiencias nos trasladan a sus duras y difíciles vivencias; en las que había que aferrarse a cualquier quehacer para ir subsistiendo, como se expresa Domingo González Fumero, trabajos, pero a montones, mal comidos y de todo, aquí a poco que se acabó la guerra, aquí hubo quien se quedara sin cenar muchas veces. Quien también narra la necesidad de trasladarse a la cumbre en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia; Había que ir todo el año, hubiera nieve o no hubiera, si había nieve se venían pabajo o no iban si estaba lloviendo, se vivía deso, del carbón, y a vender pabajo. O Miguel Moreno Beltrán; vida apurada desde que nacimos. Yo con nueve años me sembró mi padre una huerta que le dicen El Sitio, allí en Guayero, cogí una mulita chica que tenía y cuando se puso el sol la tenía arada. Mi padre araba con una yunta vacas y yo con el aradito de la mula, era más livianito. Sus padres, Martín Moreno y María Beltrán, se encontraban de medianeros en Guayero, y aquí hace referencia a la siembra de cereal.

 

                                    Miguel Moreno Beltrán
 

El carbón de pino se solía realizar de una manera más controlada, eran los propietarios de los montes los que solicitaban el permiso para su aprovechamiento, y sus medianeros o personal contratado para ello los que realizaban la labor. O cualquier persona que pujara en el aprovechamiento de las podas y entresacas del monte municipal. Así lo recuerda el cabrero José Trujillo González, cuando narra como elaboraba este tipo de carbón su padre, Juan Trujillo Trujillo. En Vilaflor si hizo mi padre una foguera muy grande, pero de pino, rolos de pino, lo entongaba y eso estaba ardiendo allí ocho o diez días. Se tapaba con pinocho y tierra, y a esa foguera le hacían una pared alrededor pa poder aguantar el pinocho, porque era muy alta. Había fogueras que dieron hasta 60 sacos de carbón, de tres listas que decíamos, que llevaban, a proponer, de millo llevaba cien kilos, de carbón podía llevar cincuenta o sesenta kilos. Tumbando pinos y haciendo rolos, eso se llevaba mucho tiempo a base de hacha. Este carbón lo comercializaba por los pueblos cercanos, se llevaba a Arona, se llevaba a Los Cristianos que había unos hornos de cal, se llevaba a Adeje y sobre todo donde más se vendía era en la zona de San Miguel

 

                                Gilberto García Fraga
 

Era frecuente que este tipo de carbón se elaboraba con contrato a medias, el propietario aportaba el monte y el trabajador la mano de obra y se repartía el producto o el importe de su venta. Como así lo narra Gilberto García Fraga, quien obtuvo carbón de pino, un cuñado mío y yo, y la mitad era del amo y la mitad nuestra. Lo obtuvo con Manuel Linares en la Montaña del Cascajo, en la propiedad de Antonio Miguel Alfonso.

Se iba por el día para recoger la leña de retama, aprovechándose la matas rotas o secas, para con la noche prenderles fuego y tenerla lista en la mañana siguiente, de tal modo que no fueran visto por los guardas forestales. Asimismo, se conocen casos, en menor medida, en los que se elaboró en horas diurnas.

Como toda actividad artesanal, la obtención del carbón necesitaba de una habilidad que se adquiría con el lento aprendizaje que va aportando la experiencia. Así comenzaba por recoger la leña de la retama y colocarlas de punta, apoyadas una a la otra, tal como lo narra Valeriano Beltrán: emparejándolas, parejitas, parejitas, parejitas, la leña cuanti más gorda mejor, pa que diera carbón, después había que hacer una pared en redondo, a la mitad, tres o cuatro piedritas, antes de ponerse eso le poníamos el sisco de la retama, lo forrabas, bien forrado porque después tenías que echarle tierra y si no le ponía el sisco se te iba la tierra dentro de la leña y no ardía, por el alto le dejábamos un boquetito así [como un puño] le poníamos una leñita y cuando cogía fuerza la tapábamos. El fuego se pegaba arder y desas paredes en redondo dejabas puestas. Entonces empezaba a quemarse y botaba el fuego por aquí, tú ibas apretándola, según iba quemándose ibas apretándola en el alto, pa que bajara la tierra y bajara la leña a un tiempo pa que fuera apretaita, entonces botaba el fuego por esa puerta, entonces garrabas, quitabas la piedra esa y tapabas, se botaba el fuego por allí, ya estaba quemada, aquel pedazo de carbón estaba quemado, botaba el fuego por la otra, la tapabas también, las que tuviera. Garrábamos, la ahogábamos un poco, le quitábamos la tierra, cavábamos un poco de tierra fina, allí, fresca, que había siempre en El Teide, pa apagarlo, y después cuando lo tenías ya lo tenías apagado, que se enfrió un poco entonces garrabas, virabas a quitarle la tierra y a sacar el carbón y a espicharlo que lo llamábamos, espicharlo era sacarlo de la tierra. Vamos a espicharlo, ya está apagado y sacándole y sacándole y después camina pabajo.

 

                                                Pino de Los Llanitos y José Trujillo, 2009

 

 

Polémicas y denuncias por estos aprovechamientos

 

En la década de los años veinte del siglo XX se produjo una gran campaña para erradicar las cabras y el carboneo de las cumbres, en ella intervienen sobre todo el Ayuntamiento de La Orotava y el de Güímar. Polémica que se agudizó en los primeros años de los treinta, y que creó cierta tensión entre las corporaciones y vecinos de Vilaflor y La Orotava, sobre todo a comienzo de los años treinta del siglo XX, donde se acentuó por motivo de las lindes y enfrentamiento entre vecinos de Vilaflor y los guardas de La Orotava. Son años en lo que se sucedían las quejas en la prensa de la Isla en pos de que se retiraran las cabras de las cumbres y que se controlara el carboneo y la extracción de leñas y maderas.

Tirantez que se denota en dos declaraciones que se producen ante el alcalde Accidental de La Orotava, Lucio Illada Quintero, el 18 de noviembre de 1931 y 13 de febrero de 1932, según consta en el expediente que se seguía por una denuncia sobre 13 vecinos de Vilaflor, producida el 29 de octubre 1931. Una de las declaraciones fue la de Moisés Fumero, de 40 años, que expresó: Que es cierto el referido día 29 de octubre fabricó tres sacos de carbón de retama, por ser pobre y no tener por ahora donde trabajar, ignorando que aquel monte pertenecía a este Municipio. Otra fue la de Ismael Fumero Fumero, de 21 años, quien fabricó tres sacos de carbón de retama en el sitio que denominan El Roque de esta jurisdicción, los cuales conducía para venderlas, que el alcalde del referido pueblo de Vilaflor les dice que vayan a las cumbres de esta Villa a hacer carbón porque les pertenecen a ellos[11].

Esta tensión también se manifiesta en los escritos que se cruzan entre instituciones, desde La Orotava al Gobierno Civil de la Provincia de Santa Cruz de Tenerife y a Vilaflor. Con fecha del 2 de noviembre de 1931 el Gobernador Civil se dirige al alcalde de Vilaflor, remitiéndole las quejas que desde La Orotava le enviaba su alcalde. Se relatan los abusos que se suceden en Las Cañadas en cuyo lugar se dedican a contravenir las disposiciones sobre aprovechamientos forestales, destrozando la vegetación y fabricando carbón, sin obedecer ni hacer caso de los requerimientos del Guarda municipal de campo de este Ayuntamiento, encargado de la vigilancia de las cumbres de esta Villa. Tales abusos constituyen una provocación de aquellos vecinos, que se enfrentan desafiadamente con dicho Guarda, reuniéndose en cuadrillas de cuatro y seis individuos para retar a gritos que se les denuncie, con el fin sin duda de que se acuda a un pleito para discutir si aquellos lugares pertenecen o no a este Municipio.

Desde que el Municipio de La Orotava inscribió como suyas, en las últimas décadas del siglo XIX, las Cañadas del Teide, han surgido numerosos problemas con los municipios del Sur, con las lindas y el aprovechamiento forestal de estas cumbres. Desde la Alcaldía de Vilaflor se responde con fecha del 22 de noviembre, exponiendo que en uso de su derecho autoriza a los vecinos pobres mediante licencias gratuitas para que realicen el aprovechamiento de la gran cantidad de leñas muertas existentes en la parte de Las Cañadas correspondida dentro de sus límites; proporcionando con ello un medio de vida a muchas familias que viven exclusivamente de estos productos, sin perjudicar el arbolado.

 

                                 El Salguero. c. 1925

 

Desde hace algún tiempo se quejan los vecinos a esta Alcaldía de que el Guarda municipal de Campo del Ayuntamiento de La Orotava, a pretexto de que las Cañadas pertenecen al territorio de su Municipio, les impide el aprovechamiento de leñas, despojándolos de las herramientas, aparejos del ganado y hasta de las mantas de abrigo; este atropello intolerable se complementa con una serie de denuncias contra los vecinos de esta localidad por carboneo en las cumbres de aquel Municipio, interesando de esta Alcaldía la notificación de los denunciados; pero no precisa, sin duda maliciosamente, la parte de cumbre en que se cometió la falta, por cuyo motivo nos vemos en la imposibilidad de reclamar a favor de este Ayuntamiento la competencia para conocer de tales denuncias. Por lo que solicita que se proceda a aclarar las lindes para finalizar con esta situación[12].

Asunto que también se trata por la Corporación Municipal de Vilaflor en diciembre de  1931, en el que el Alcalde, Alonso Camacho Pérez, informa que desde la Alcaldía de La Orotava se viene interesando la notificación de vecinos de esta localidad, para que comparezca a dar sus descargos sobre denuncias por carboneo en las cumbres de aquel Municipio, sin determinar el punto en que se cometió el abuso; y a la vez los vecinos protestan ante esta Alcaldía de que el guarda municipal de campo del citado Municipio de La Orotava les impide el aprovechamiento de leñas en la cumbre de las “Cañadas” comprendidas dentro del termino de Vilaflor. Por lo que la Corporación acordó no cursar las comunicaciones que no precisen el lugar donde se comete la infracción. Y además se acuerda dirigirse al Ayuntamiento de Granadilla, por ser igualmente interesado, cabeza de partido y punto céntrico, para que convoque a todos los Ayuntamientos perjudicados por las intromisiones del de La Orotava, a una reunión en la que mancomunadamente acuerden la forma más viable para solucionar un asunto de tanta trascendencia para los Municipios afectados.[13]

Un momento crítico en estas relaciones se produce al inicio de la década de los años treinta, al intensificarse el control. Los mayores problemas y el mayor número de denuncias surgieron por el pastoreo, por la elaboración del carbón o por la recolección de retama verde para la alimentación de los animales. También era frecuente que estas querellas se efectuasen por el aprovechamiento de leñas, piñas o maderas para construir útiles de labranza. Caminos de ida y vuelta, para el que se contaba con la ayuda de mulos, burros o camellos, tal como narra José Trujillo González. Todas las casas de Vilaflor tenían bestias, yo me acuerdo ver dos bestias en cada casa, donde eran dos o tres hijos, esos tenían dos bestias y todos los días Las Cañadas y todos los días a hacer carbón, bajar leña y piñas.

Y este andar de regreso solía tener algunas veces sorpresas desagradables, como apunta Valeriano Beltrán. Cuando la Guardia Civil nos garraba, a lo mejor veníamos que estábamos toda la noche, todo el día, haciendo un viaje de carbón y después sabíamos de allarriba y cuando llegábamos allí a la Boca Tauce nos lo quitaban. Pal norte se llevaba la guardia civil el carbón, nos quitaba la albarda y los aperos todos, nos hacían ir a llevarlos allá a la Montaña Blanca, dejábamos todo allí y caminábamos con los animales en pelo. Albarda y aperos que se recuperaban abonando una multa, que no había más remedio que ir a pagar a La Orotava, ya que el importe de estos utensilios era mucho más caro que el abono que se tenía que realizar.

 


                    Vecinos de Vilaflor, entre los que se encuentran: Emilio Cano, 

                    Agustín Fumero y Manuel Quijada

 

Miguel Moreno Beltrán, quien aporta su experiencia en estas labores, solía vender el carbón, la leña, el pinillo o la retama verde en San Miguel de Abona. Lo llevaba a San Miguel a venderlo. Vilaflor vivía del pueblo de San Miguel, con leña, con retama, con pinocho. De todo cogí y a venderlo a San Miguel. Un saco piñas valía uno veinticinco, valía cinco pesetas la carga, cuatro sacas ganábamos un duro, cuatro pesetas, según la falta que hubiera, había panaderías y la gente toda compraba. Son precios de finales de los años cuarenta, cuando este vecino de La Escalona residía en Vilaflor.

Ejemplos de estas denuncias se encuentran de todo tipo. Así en mayo de 1930 fue sorprendido Florencio Fumero Martín, por el guarda forestal Toribio González, en la Montaña de los Codesos, en la carretera de La Orotava a Vilaflor, cuando realizaba cortes de cabos de escobón, se empleaba en el corte y labranza de dichos cabos. Quien manifestó que no tenía licencia, pero tenía orden del señor rematador de la carretera don Juan Oliva Fernández[14].

El pastoreo fue otra de los modos de subsistencia de este Sur. A la cumbre se subía en los meses de verano, cuando escaseaban los pastos en la costa. En la zona de Vilaflor era frecuente ascender con las manadas de cabras una vez que se aprovechaban los rastrojos de cereales y leguminosas. Desde el Distrito Forestal de Santa Cruz de Tenerife se remite, con fecha 29 de enero de 1931, al Alcalde de Vilaflor denuncia contra Manuel Trujillo Pérez, por pastoreo, con una multa de 42 pesetas e indemnización de 42 pesetas. Multa e indemnización que abona el 25 de febrero de 1931[15].

En agosto de 1931se efectúa un expediente colectivo que hace referencia a 10 vecinos que fueron sorprendidos en El Riachuelo, Cañada Blanca y Las Cañadas, entre las 6 y las 7 de la mañana de los días 17, 18 y 19. Eran: Sixto Ledesma García. José Miranda Linares. Bernardo Pérez. Juan Santiago Pérez. Modesto Aponte Piña. Nicolás Oliva. Antonio Alayón. Rodolfo Cano Alayón. Alejandro Quijada Oliva y Antonio Cano Quijada. La denuncia se formula por 86 sacos de carbón de retama, con un valor de 430 pesetas y 860 como daño al monte. Los referidos denunciados se negaron a depositar el combustible. A estos denunciados les acompañaban varios individuos que no pude averiguar sus nombres. El 9 de septiembre se le remite desde el Ayuntamiento de La Orotava al de Vilaflor las citaciones para que a su vez las cursara a los aludidos. Escrito que se remite, dado que no se le contesta, otra vez con fecha del 24 de octubre: ruego a V. se sirva ordenar la citación de los expresados individuos a fin de que comparezca ante esta Alcaldía dentro de los tres días siguientes a dar sus descargos, haciéndoles saber que de no comparecer pueden exponerlo por escrito o por medio de persona debidamente autorizada para ello, pues de lo contrario les pasará el perjuicio a que hubiere lugar[16].

 

 


                            Leña de retama. El Salguero, 2007

 

La cantidad de personas que se dedicaban a estos provechos lo muestra las denuncias impuestas en la mañana del 29 de abril de 1936, en la que se interviene carbón a 17 vecinos de Vilaflor. Efectuada por la Guardia Civil del Puesto de La Orotava, Antonio Estévez y Vicente Castelló, quienes encuentran elaborando carbón, en diversos puntos de Las Cañadas, a los siguientes vecinos de Vilaflor: Alejandro Dorta Quijada, domiciliado en Santo Domingo; Antonio Cano Oliva, en Santa Catalina; Eugenio Fumero Tacoronte, en Santo Domingo;; Emilio Cano Quijada, en Calle del Medio; Domingo Cano Fumero, en Santo Domingo; Delfino Fumero Hernández, en La Plaza; Esteban Oliva Fumero, en La Puente, Rubén Cano Fumero, en La Vera, a cada uno de ellos se les aprehendió 4 sacos de carbón; Manuel Quijada González, en La Callita; Isidoro Fumero González, en La Callita; Emilio Quijada Hernández, en La Pasión; Agustín García García, en El Calvario; Leoncio Ramos Casañas, en La Ladera; Alfonso Reina, en El Calvario; Cleofás Hernández Quijada, en La Roquesa; Elicio Fumero Fumero, en Santo Domingo; y Nicasio Hernández Quijada, en La Roquesa; ocupándoseles a cada uno de estos últimos dos sacos de carbón[17].

Son numerosos los enfrentamientos que se producen entre vecinos de Vilaflor y el guarda Domingo Dorta Luis, y que muestran la tensión creada. En octubre de 1931 se encontró con cuatro carboneros en plena tarea en la zona de El Sanatorio: al invitarles para que dijeran sus nombres se negaron rotundamente. Seguidamente se les requirió para que suspendieran las faenas ya indicadas, al propio tiempo que le fue desecha una de las hoyas de carbón; a lo que dichos individuos amenazaron con agredir al que habla. Y como el paraje ya mencionado está completamente despoblado y dada la superioridad numérica de los mismos y sus insistentes amenazas, prohibieron al dicente imponer su autoridad, por lo que aquellos continuaron haciendo los daños. Cree reconocer a uno que era vecino de Vilaflor, suponiendo que los tres restantes sean también de dicho pueblo[18].

Desde el Ayuntamiento de La Orotava se remite al de Vilaflor, con fecha 1 de diciembre de 1931, para que haga llegar la denuncia por carboneo a los vecinos Juan Trujillo García, José Quijada Oliva y Emilio Quijada Oliva, con multa para cada uno de 26 pesetas, más una indemnización, para cada uno, de 52 pesetas. Además de cumplir con los requisitos: 1º Que en el plaza de 15 días, contados desde la fecha de la notificación, se haga efectiva la multa en papel de pagos al Estado, y la cantidad correspondiente a la indemnización se satisfaga en metálico, ingresando su importe en arcas municipales.- 2º Que transcurrido el plazo expresado, de 15 días sin haber hecho efectiva la multa se considerará prorrogado en un segundo periodo de otros 15 días recargado en el apremio del 5 por 100 diario del importe de la misma, cuya cantidad se hará también efectiva en papel de pagos al estado[19].

 


    Llega el fuego a la puerta. Foguera en Vilaflor, 2008


 

La mayor tensión se alcanza en agosto de 1933, cuando se llega a retener al guarda monte Domingo Dorta. El día 20 se informa por la Guardia Municipal de La Orotava que este guarda les pidió ayuda, por haber entrado del pueblo de Vilaflor unos veinte y cinco individuos con el fin de hacer carbón y dar fuego a los retamales, cuyos hechos se vienen sucediendo con una constante frecuencia, el que suscribe ordenó a los Guardas municipales Domingo Rivero, Manuel González, Jesús Gómez y José A. Martín, para que se personaran en aquellos parajes y con el referido Guarda proceder a la detención y conducción de los referidos dañadores a esta población. Y habiendo regresado solamente con uno de aquellos llamado Nicolás Oliva Fumero, por haberse resistido todos los demás y debido a la superioridad numérica y a la amenaza de agredir a los indicados Agentes, lograron escapar, dando al propio tiempo fuego a unas ochenta retamas y aprovechándose del carbón que el día 18 había confeccionado[20].

 


Apagando la foguera. Vilaflor, 2009

 

 

La retención o secuestro del guarda Domingo Dorta, se publica en el periódico La Prensa, en la que se informa de la detención de tres individuos del Sur de la Isla, leñadores furtivos, que fueron sorprendidos talando árboles. Un grupo muy numeroso de leñadores, también del Sur, se presentó de improviso en el monte de Las Cañadas, obligando a los guardas a que pusieran en libertad a los tres detenidos teniendo que hacerlo así ante las amenazas de muerte que les hicieron objeto. Luego secuestraron a un guarda, llevándoselo con ellos para el Sur[21].

El periódico La Tarde también informaba que el guarda forestal se encontraba en el Observatorio de Izaña, sano y salvo[22]. Algunos vecinos de Vilaflor aún recuerdan este altercado, que incluso apuntan quienes fueron los causantes, comentan que no se trasladó al guarda a Vilaflor, sino que lo dejaron regresar en Los Filos de la Cumbre, cuando los carboneros retornaron al Pueblo.

Desde el Juzgado Municipal de Vilaflor, y con fecha del 23 de agosto, se solicita al alcalde de Vilaflor que se averigüe lo ocurrido en el secuestro de este guarda forestal. Así se expresaba el Juez Municipal Germán Fumero, tras denuncia verbal del Gobernador Civil, referente a que unos leñadores o carboneros, vecinos de este pueblo, aparte de haber ejecutado daños en las Cañadas del termino de La Orotava, se apoderaron y llevaron hacía Vilaflor, secuestrado al guarda Domingo Dorta y a un enfermo que auxilio al referido guarda[23].

Estas denuncias también se producían al sorprender a los infractores en propiedad privada, como la impuesta por el Guarda Municipal Jurado de Vilaflor, Sixto Fumero, ante el Juez Municipal de Vilaflor que a las 4 de la tarde del 11 de marzo de 1934 encontró en la Montaña del Paso, en propiedad de Gerardo Alfonso, cortando y aprovechando escobones, a los vecinos de Vilaflor: Fernando Pérez Fumero, Agustín Fumero Tacoronte, y Emilio Quijada Hernández[24].

Sobre otras utilidades, como la recolección de retama o de pinocha, también son múltiples las referencias de denuncias que se impusieron. Así el 21 de marzo de 1934 el Guarda Forestal, Guillermo Massanet, presenta denuncia ante el alcalde de Vilaflor, contra Victoriano García García de La Escalona; a quien encontró, junto a otros vecinos de pueblos limítrofes, a las 12 horas del día anterior en Pared del Escribano y Boca del Cascajo, transportando en sus camellos leñas verdes de escobón y pino el Victoriano y 6 sacos de pinocha cada uno de los otros procedentes de dicho monte y sin autorización alguna.

Dichos productos valorados en 4,00 ptas. la leña y en 3,00 los 12 sacos de pinocha más en 6,00 ptas. el daño ocasionado por el Victoriano al monte; les fueron intervenidos y depositados en la persona del vecino de ésta Ramón Tacoronte Hernández y a disposición de su Autoridad. Así mismo entrego a V. un hacha, que también le fue intervenida al referido Victoriano García[25].

O la impuesta por la Guardia Civil del Puesto de Las Cañadas a Domingo Fumero Cano, por corte de retamas, con fecha del 12 de febrero de 1938. Debía abonar 10 pesetas de multa y 20 pesetas de indemnización[26].

Este aprovechamiento de la cumbre de Vilaflor de Chasna por parte de sus vecinos en esta década, es una muestra de un modo de vida desarrollado en una zona que comienza a salir del aislamiento, truncado por los cambios políticos que se produjeron a partir de 1936. Y con el mantenimiento de una oligarquía que controlaba la economía y el desarrollo de una vida cotidiana que apenas salió del autoabastecimiento hasta décadas después.

Los vecinos de Vilaflor de Chasna subsistían entre la agricultura y la ganadería, sustentando buena parte de sus recursos en lo que se obtenía de la cumbre. Y aún más en años de sequía y malas cosechas, en los que la recogida de leñas, piñas, pinillo, retamas verdes para alimentar el ganado, el pastoreo o el carboneo, eran tareas habituales.

Una década, la de los años treinta, a la que se llega con una campaña, por parte de la prensa de la época y los Ayuntamiento de La Orotava y de Güímar, para erradicar todo tipo de utilización de la cumbre. Polémica que se agudizó en los primeros años de los treinta, y que creó cierta tensión entre las corporaciones y vecinos de Vilaflor y La Orotava, intensificarse el control en la zona y produciéndose un mayor número de denuncias.

 

 

 

 



[1] RODRÍGUEZ ESCALONA, Manuel: “Las aspiraciones de los pueblos del sur”. La Prensa, 18 de octubre de 1928.

[2] Archivo Municipal de Vilaflor. Correspondencia de varios años.

[3] Archivo Municipal de Vilaflor. Correspondencia de varios años.

[4] NÚÑEZ PESTANO, Juan Ramón: La propiedad concejil en Tenerife durante el Antiguo Régimen. El papel de una institución económica en los procesos de cambio social. Tesis doctoral. Universidad de La Laguna. Facultad de Geografía e Historia, 1989.

[5] Olive, Pedro de: Diccionario Estadístico-Administrativo de las Islas Canarias. Barcelona, 1865.

[6] La Opinión, 29 de febrero de 1896.

[7] Archivo Municipal de Vilaflor.

[8] Acta de la sesión del 3 de enero de 1932. Archivo Municipal de Vilaflor.

[9] BRITO, Marcos: Foguera. Elaboración de carbón vegetal en Vilaflor. Llanoazur ediciones, 2008.

[10] Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1934.

[11] Archivo Municipal de La Orotava. Denuncias Montes 1931-1932.

[12] Archivo Municipal de Vilaflor.

[13] Acta del 13 de diciembre de 1931.

[14] Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1930.

[15] Archivo Municipal de Vilaflor. Correspondencia 1931.

[16] Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1931.

[17] Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1936

[18] Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1931.

[19] Archivo Municipal de Vilaflor. Correspondencia 1931.

[20] Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1933.

[21] La Prensa, 24 de agosto de 1933.

[22] La Tarde, 24 de agosto de 1933.

[23] Archivo Municipal de Vilaflor. Correspondencia 1931.

[24] Juzgado Municipal de Vilaflor. Archivo Municipal de Vilaflor.

[25] Archivo Municipal de Vilaflor Correspondencia 1934.

[26] Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1938.