Vilaflor, c. 1890
Aprovechamiento vecinal de la
cumbre de Vilaflor de Chasna en la década de 1930
Marcos Brito
Artículo publicado en las II
JORNADAS DE HISTORIA DEL SUR DE TENERIFE, que tuvieron lugar en Arona, en julio
de 2009. Y Publicadas en 2010. Concejalía de Patrimonio Histórico. Ayuntamiento
de Arona.
Resumen
El
aprovechamiento de la cumbre sustentó a buena parte de la población del
Municipio de Vilaflor de Chasna. Explotación forestal que ya arrancó con
polémica, allá cuando las Islas fueron conquistadas. Desmesurada, por la fuerte
demanda de madera para la construcción de viviendas, barcos o para la
exportación; o por la obtención de la pez y resina.
Y
además cubrir las necesidades vecinales, que aún en esta década del siglo XX
albergó en estas prácticas buena parte de sus recursos. En un período además
crispado por los acontecimientos: Dictadura de Primo de Rivera; II República
Española; Guerra Civil Española; II Guerra Mundial y Dictadura del General
Franco.
Aprovechamiento
forestal que fue fuente de ingresos para el Ayuntamiento de Vilaflor, con los
que obtener fondos para paliar su deficitaria economía. Pero también produjo
fuertes disputas con el de La Orotava, causado por las lindes y las denuncias
por la elaboración de carbón, el corte de retama, la recogida de leñas o el
pastoreo. Comunicación fundamentada en la tradición oral y en la documentación
de los Archivos Municipales de La Orotava y Vilaflor de Chasna.
Prólogo
El
aprovechamiento de la cumbre, del monte, sustentó a buena parte de la población
del Municipio de Vilaflor. Recursos imprescindibles para el transitar en la
vida cotidiana de los vecinos de este rincón anclado a la memoria del Sur de
Tenerife.
Aprovechamiento forestal que ya arrancó con
disputas, allá cuando las Islas fueron conquistadas. Explotación desmesurada,
por la fuerte demanda en la construcción de viviendas, en los aperos de
labranza o en los útiles de la casa; en la obtención de la pez para calafatear
los barcos, además de la madera precisa para su construcción; en la extracción
de la resina o en la madera para la exportación.
Y además había que contar con las necesidades
vecinales, que aún en la década de los años treinta del siglo XX sustentó buena
parte de sus recursos en lo que se obtenía de la cumbre. Un pueblo que subsistían
entre la agricultura y la ganadería, además de estos aprovechamientos. Y que en
años de sequía y malas cosechas había que recurrir, aún más, a la recogida de
leñas, retamas verdes para alimentar el ganado, al pastoreo o al carboneo.
Una vida cotidiana que se suscribía en un
período político con numerosos rumbos. La década se inicia bajo la Dictadura de
Primo de Rivera y la proclamación de la II República Española en abril de 1931,
y se cierra con la Guerra Civil Española, 1936-1939, el inicio de la II Guerra
Mundial y la Dictadura del General Franco. En el Sur de Tenerife se mantuvo un
recio control oligárquico que se beneficiaba de unas condiciones de vida
inmersas en un contexto económico controlado por este poder, el analfabetismo,
y la falta de todo tipo de infraestructuras, escuelas, comunicación, sanidad,
etc.
El Municipio de Vilaflor se asoma al siglo XX
con las perspectivas del turismo que se acercaba en busca de bienestar y salud.
Las inmejorables condiciones climáticas que contribuye al aumento de la colonia
veraniega, por lo que a finales del siglo XIX se establecen las dos primeras
casas de huéspedes que se tiene noticias en el Sur de Tenerife, instaladas por
Benjamín Cano y por José García Amador. La educación, como en el resto de los
pueblos de las Bandas del Sur, era escasa, y con una vida cotidiana austera,
anclada en el autoabastecimiento.
Las comunicaciones se realizaban por caminos de
herradura y veredas, y no es hasta la década de los años veinte cuando se
enlaza por medio de pistas de tierra por las que pueden transitar los vehículos
a motor. En 1928 se finalizan las obras de la carretera de Granadilla de Abona
a Vilaflor, lo que motiva que se emprendan excursiones automovilísticas con
destino a Vilaflor.
Lavaderos de El Chorrillo
Son
años de demandas de vías de comunicaciones, una vez finalizada el enlace con
Granadilla de Abona, se solicitaba que se agilizaran las obras de la que partía
de La Orotava, la cual no estuvo operativa hasta la década de los años
cuarenta. Necesidades que quedan reflejadas en un artículo del vecino de
Vilaflor, Manuel Rodríguez Escalona: Entre
todas las necesidades, que son muchas, la más apremiante para todo el sur, es
la terminación de la carretera de La Orotava a Vilaflor, espléndida ruta, que
ofrece a esta parte de la isla las más halagüeñas perspectivas en lo que a
turismo se refiere. En más de una ocasión y desde estas mismas columnas, hemos
clamado porque los trabajos de esta carretera se llevaran también a cabo en
esta banda, sin perjuicios de que sigan por la parte norte, pues de esta manera
no sólo se daría más rápido impulso a la obra, sino que además en ella
encontrarían la manera de ganarse el sustento numerosos padres de familia,
tanto de Vilaflor como de otros pueblos limítrofes, que, por haberse terminado
la carretera de Granadilla, han quedado sin trabajo y en su consecuencia en
condiciones de extremada penuria[1].
Vida
cotidiana que se nos muestra en diversos datos estadísticos, que se elaboran en
el Ayuntamiento de Vilaflor, para esta década de los años treinta, en el que en
el Municipio se rondaban los 1600 habitantes[2].
El abastecimiento de agua se surtía por una fuente pública, que además era
abrevadero y lavadero, El Chorrillo, y tres grifos en el casco. Las calles del
pueblo se encontraban empedradas sobre
tierra, cuyos vecinos barren sus
aceras. Las 6 escuelas, tres para cada sexo, se encontraban en locales
alquilados; cuatro en el Casco y dos en La Escalona. Existía cartería rural y
una oficina de teléfono, además de cinco abonados particulares. No así servicio
de guagua, había que trasladarse a Granadilla de Abona para enlazar con el
resto de la Isla. El Inspector Municipal de Sanidad, el médico Antonio Pérez
Díaz, relata que las condiciones sanitarias en que se encuentran las viviendas
eran malas, por carecer de agua a
presión, de alcantarillado y de las más rudimentarias condiciones higiénicas, y
viviendo puramente del campo tienen que convivir con los animales necesarios
para la labranza. Asimismo, se anota la existencia de 12 comercios, 3
talleres, 1 café y 4 tabernas. Y como necesidad más imperiosa se precisa: la construcción de un grupo escolar para
instalar las cuatro escuelas del casco, por un importe aproximado a 150.000
pesetas[3].
Tea,
leña o carbón, eran los únicos combustibles. Leña para el fogal, carbón para el
brasero, para planchar o la limpieza de esa plancha de hierro, al frotarlo por
su superficie. Eran años de escasez, de ingeniárselas con lo que se tenía a
mano, como alumbrarse con lascas de tea. Vida austera y dura que rememoran sus
vecinos, como estos retazos de vida que apunta Delfina Fumero Rodríguez. Pues la vida era muy mal porque cuando mi
abuelo trabajaba haciendo las viñas le pagaban dos pesetas todo el día, de sol
a sol, tenía mi abuela que ir dos veces a llevarle algo de comer, y eso muy mal,
porque usté sabe que anteriormente se ganaba muy poco aquí, cuando la gente
estaba dedicada también a hacer carbón. No
había muchas ventas ni nada, ni mucho que comprar, porque yo me acuerdo cuando
mi madre empezó con la fonda, de ir a San Miguel a buscar melocotones y a
buscar una latita de melocotones y esas cosas, porque aquí en el pueblo no
había nada de eso. Hoy a lo mejor tiene más la gente en las despensas que lo
que había antes en una venta desas. Eso a lo mejor íbamos por una cuarta de
aceite o por medio litro de aceite, no se compraban las latas como ahora.
Ni teníamos luz, ni teníamos agua en la
casa, la calle estaba empedrada tenía cada uno que salir a barrer su trocito de
calle. Íbamos a lavar la ropita al Chorrillo. Y allí en aquellos lavaderos
íbamos a lavar y fíjese que edad tenía yo que tenía que poner una piedra pa
poder alcanzar a lavar, con ese jabón azul que venía de la rueda. Anteriormente
cuando le estoy contando no estaba tapado con nada pero después estuvo un
alcalde y lo mandó tapar.
Delfina Fumero, 2006
Antecedentes,
aprovechamiento intensivo
Desde
los primeros asentamientos después de la conquista de las Islas, los montes
fueron presa de talas masivas, en muchos casos de manera abusiva. La riqueza
forestal de los montes de Vilaflor también resultó afectada por su
aprovechamiento intensivo, en la construcción, y enseres, de las viviendas, en
los aperos de labranza; y sobre todo de la obtención de la pez para calafatear
los barcos, además de la madera precisa para su construcción, que necesitaba
una gran cantidad de árboles para extraerle la resina a través de hornos
acondicionados a tal menester. Prueba de ello es el topónimo Lomo de los
Pegueros, al sur del Sombrero de Chasna, lugar donde se abrió la Galería
Pegueros, y por extensión se conoce al Tanque Pegueros, situado en San Roque y
al que llegaba el agua desde la galería.
Y
no era el aprovechamiento vecinal, en la mayoría de los casos muy respetuoso
con su entorno, porque lo hacían propio, sino la sobreexplotación comercial la
que esquilmó la masa forestal. Como apunta el profesor Núñez Pestano, los derechos vecinales al uso gratuito de
los recursos forestales habían sido establecidos por el Cabildo desde 1512,
pero, desde que una explotación forestal excesiva hizo temer por la pervivencia
del bosque, comenzaron a producirse restricciones en las licencias de
aprovechamiento forestal, que inevitablemente tendieron a perjudicar a la masa
de jornaleros y pequeños labradores que encontraban en la explotación del
bosque un recurso adicional para la economía familiar. Añade las pocas
referencias que sobre este asunto ha localizado, reseñando que los primeros
indicios sobre restricciones en los usos vecinales los encuentra a partir de
1670-1780, pero que incluso con
posterioridad a estas fechas las licencias de aprovechamiento forestal debieron
constituir durante mucho tiempo, más un requisito formal que una práctica
administrativa rigurosa[4].
Medidas
restrictivas que se acentuaron a comienzos del siglo XVIII, tal como apunta en
su tesis Núñez Pestano, prohibiéndose en 1737, cualquier tipo de talas sin licencia (incluso el corte que estaba
permitido por las ordenanzas) y encargando a los alcaldes reales de los lugares
que detuviesen a todo aquel que hallasen embarcando madera o leña por los
puertos y caletas de la Isla. En nota al pie se especifica: Bando del corregidor comunicando al alcalde
de Chasna el acuerdo del Cabildo de 15 de febrero de 1737 por el que se
prohibían cortes de madera sin licencia.
La
explotación debió ser considerable, y fueron los vecinos los que realizaban
repoblaciones, como así lo indica Pedro de Olive, en su Diccionario
Estadístico-Administrativo de las Islas Canarias, editado en 1865. En el
apartado de montes cita el de Agua Agria y el de la Montaña de las Lajas, de
los que indica, sobre servidumbre: El
primero tiene varias de transito lo mismo que el segundo, teniendo este además
el aprovechamiento de leña y útiles de labranza. Y sobre su estado se
añade: Se encuentran en muy buen estado,
pues los vecinos vienen repoblándolos de nuevo, con objeto de cubrir el
destrozo causado en tiempos remotos[5].
Las
quejas por la sobreexplotación de estos recursos forestales lo han sido a lo
largo de nuestra historia. Quejas que se vierten en documentos oficiales y en
la prensa, como la noticia que se transcribe de febrero de 1896, en la que se
informa que no sólo son los vecinos del Sur los que la realizan: Llamamos la atención del digno jefe de la
Guardia provincial, a fin de que se sirva ordenar a ese instituto que persiga
con mayor actividad a los taladores fraudulentos del monte público en las
bandas del Sur.
Hay jurisdicciones como la de Arico por
ejemplo, en la que los leñadores de Orotava y otros pueblos del Norte no van a
dejar una retama en las cumbres que no la hagan carbón, ni va a quedar un pino
que no se cate, sino es que no viene al suelo para que vecinos de otros pueblos
hagan su agosto[6].
Camino a la Degollada de Guajara
Aprovechamiento
vecinal de la cumbre de Vilaflor de Chasna en la década de los años 30
La
explotación de estos montes fue fuente de ingresos para el Ayuntamiento de
Vilaflor, que lograba obtener algunos fondos para paliar su siempre deficitaria
economía. Al Municipio pertenecían dos zonas de monte, tal como se describe en
el Inventario del Patrimonio de 1931, en el que se inscriben los montes de Vica
y Lajas, y el Lomo Gordo y Agua Agria. El primero se describe como un predio montuoso, denominado Vica y Lajas,
poblado de pinos en su mayor extensión y otras especies de monte bajo y
matorral de la flora indígena canaria, ocupa una extensión superficial de 1.500
hectáreas.
Y
el de Lomo Gordo y Agua Agria: poblado de
pinos en su mayor extensión y otras especies de monte bajo y matorral de la
flora indígena canaria, de una superficie total de 102 hectáreas.[7]
La
manera que se regularizaba nos la muestra el acta de entrega del
aprovechamiento forestal para el año 1931/1932, que se expide con fecha 19 de
noviembre de 1931. Se otorga licencia para que se pueda ejercer esta labor
desde ese día hasta el 31 de mayo de 1932. Aprovechamiento
de leñas y demás de carácter vecinal que concede en el monte denominado Vica y
Lajas perteneciente al citado pueblo de Vilaflor, previa entrega de dicho
disfrute y del citado monte a la Comisión Municipal, cuya entrega ha tenido
lugar en la forma siguiente: los doscientos estéreos de leñas para carbón, y
los cuarenta y cinco estéreos de leñas para hogares por olivación de pinos y
limpia del suelo, en los puntos denominados Las Lajas, Saltaderitos y Lomo del
Asiento. Los cincuenta timones para arados por entresaca de pinos, en Ladera de
las Lajas. Las veinticinco cabezas para arados, de escobón, en Los
Saltaderitos. Y los treinta estéreos de rama verde, en dichos puntos.
Firman esta entrega el guarda mayor, Blas Batista, el guarda forestal,
Guillermo Massanet, y los concejales, Juan Fumero y Ramón Fumero.
En
un Pleno de la Corporación Municipal, de enero de 1932, se aprueba disponer
estas utilidades de la siguiente manera: Distribuir
los 200 estéreos de leñas para carbón en lotes de 5 estéreos. Distribuir los 55
estéreos de leñas para hogares en lotes de 5 estéreos. Distribuir los 30
estéreos de rama verde de escobón en lotes de 5 estéreos. Distribuir los 50
timones para arados. Distribuir las 25 cabezas para arados
Los
vecinos que quisieran alguno de esos lotes debían de proveerse de la licencia
que expedía el Ayuntamiento de Vilaflor, abonando los derechos
correspondientes: por cada saco de
carbón, una peseta; por cada estéreo de leñas para hogares o de rama verde de
escobón, cuatro pesetas; porcada timón, cincuenta céntimos; y por cada cabeza
para arados, veinticinco céntimos.
Los vecinos que beneficien carbón darán
cuenta a este Ayuntamiento del día en que pretendan levantar las hornadas, al
objeto de que el encargado de la Alcaldía designe verifique el recuento de los
sacos de carbón fabricado, sin cuyo requisito no podrán remover las hogueras.[8]
Los
aprovechamientos forestales, regulados o clandestinos, en la década de los años
treinta eran imprescindibles para la subsistencia del pueblo de Vilaflor. Fuego
indispensable, de carbón, de leña o de astillas de tea, para la lumbre del
hogar y del fogal; o para alimentar la fragua. Leñas, piñas, pinillo, ciscos o
la madera para surcar la tierra o para tantos y tantos útiles de labranza o de
la vivienda; desde el cabo de la azada hasta la ventana o desde el trillo a la
cumbrera. La recogida de retama en verde, y de otras plantas, para el alimento
de animales. El traslado de las colmenas a la cumbre. La siembra de cereales y
leguminosas, y como muestra una pequeña era empedrada situada al norte de El
Sombrero. Todo ello, y sobre todo la obtención del carbón y el pastoreo,
generaron agrias polémicas con el Ayuntamiento de La Orotava.
Camello
cargado de pinocha y leña, detrás del cual se percibe, casi oculto,
un burro, y
entrando en la casa de su propietario, Manuel Cano.
Carbón
de pino o carbón de retama, de escobón en ocasiones, obtenidos, en la mayoría
de las veces, en la clandestinidad de la noche, sobre todo el de retama, que
tantas y tantas penurias fue mitigando en épocas de privaciones[9].
El principal combustible se obtenía de la madera y de su transformación en
carbón, pero también se llegó a extraer la tea del pino, horadando su base. Así
lo recuerda José Trujillo González: Tea
pa alumbrarse, eso ponían un palo con tres patas que le decían un mancebo, tú
no has oído decir pareces un mancebo, ponían una plancha encima. Le clavaban
dos clavos, como no había petróleo pa alumbrarse ponían dos o tres astillas de
tea y con aquello comían, pa alumbrase de noche, la astilla de tea le das fuego
y arde sola y dura tiempo.
Se
hacía carbón, sobre todo de pino, de una manera regulada, tanto en las
propiedades privadas como en los Montes Municipales. Y de retama, el que más
conflictos acarreó, por su, en la mayoría de los casos, clandestinidad. Como
apuntó José Hernández, quien hizo carbón de retama, de pino, de codeso, de todo lo que trincábamos, y de sabina
llegué a quemar alladentro en Las Cañadas, era livianito, pa quemar era bueno.
Domingo
González Fumero, 2011
En
estas labores participaban casi todos sus vecinos, en muchos casos desde la
infancia, tal como se puede comprobar en la denuncia de la Guardia Civil,
fechada a 6 de diciembre de 1934. Es una muestra de la corta edad a la que se
comenzaba en esta actividad, como tantas otras en la que la infancia se
obviaba. En este día se les impuso a: José Hernández Luis, de 18 años; Adolfo
Quijada Cano, de 12; Evelio Quijada Cano, de 10 años y Vidal Dorta, de 17; a los
que se les ocupó 7 sacos de carbón[10].
Sobre
las penurias por las que transitaba estos vecinos, que al narrar sus
experiencias nos trasladan a sus duras y difíciles vivencias; en las que había
que aferrarse a cualquier quehacer para ir subsistiendo, como se expresa
Domingo González Fumero, trabajos, pero a
montones, mal comidos y de todo, aquí a poco que se acabó la guerra, aquí hubo
quien se quedara sin cenar muchas veces. Quien también narra la necesidad
de trasladarse a la cumbre en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia; Había que ir todo el año, hubiera nieve o
no hubiera, si había nieve se venían pabajo o no iban si estaba lloviendo, se
vivía deso, del carbón, y a vender pabajo. O Miguel Moreno Beltrán; vida apurada desde que nacimos. Yo con nueve
años me sembró mi padre una huerta que le dicen El Sitio, allí en Guayero, cogí
una mulita chica que tenía y cuando se puso el sol la tenía arada. Mi padre
araba con una yunta vacas y yo con el aradito de la mula, era más livianito.
Sus padres, Martín Moreno y María Beltrán, se encontraban de medianeros en
Guayero, y aquí hace referencia a la siembra de cereal.

Miguel Moreno Beltrán
El
carbón de pino se solía realizar de una manera más controlada, eran los
propietarios de los montes los que solicitaban el permiso para su aprovechamiento,
y sus medianeros o personal contratado para ello los que realizaban la labor. O
cualquier persona que pujara en el aprovechamiento de las podas y entresacas
del monte municipal. Así lo recuerda el cabrero José Trujillo González, cuando
narra como elaboraba este tipo de carbón su padre, Juan Trujillo Trujillo. En Vilaflor si hizo mi padre una foguera muy
grande, pero de pino, rolos de pino, lo entongaba y eso estaba ardiendo allí
ocho o diez días. Se tapaba con pinocho y tierra, y a esa foguera le hacían una
pared alrededor pa poder aguantar el pinocho, porque era muy alta. Había
fogueras que dieron hasta 60 sacos de carbón, de tres listas que decíamos, que
llevaban, a proponer, de millo llevaba cien kilos, de carbón podía llevar
cincuenta o sesenta kilos. Tumbando pinos y haciendo rolos, eso se llevaba
mucho tiempo a base de hacha. Este carbón lo comercializaba por los pueblos
cercanos, se llevaba a Arona, se llevaba
a Los Cristianos que había unos hornos de cal, se llevaba a Adeje y sobre todo
donde más se vendía era en la zona de San Miguel.

Gilberto García Fraga
Era
frecuente que este tipo de carbón se elaboraba con contrato a medias, el
propietario aportaba el monte y el trabajador la mano de obra y se repartía el
producto o el importe de su venta. Como así lo narra Gilberto García Fraga,
quien obtuvo carbón de pino, un cuñado
mío y yo, y la mitad era del amo y la mitad nuestra. Lo obtuvo con Manuel
Linares en la Montaña del Cascajo, en la propiedad de Antonio Miguel Alfonso.
Se
iba por el día para recoger la leña de retama, aprovechándose la matas rotas o
secas, para con la noche prenderles fuego y tenerla lista en la mañana
siguiente, de tal modo que no fueran visto por los guardas forestales. Asimismo,
se conocen casos, en menor medida, en los que se elaboró en horas diurnas.
Como
toda actividad artesanal, la obtención del carbón necesitaba de una habilidad
que se adquiría con el lento aprendizaje que va aportando la experiencia. Así
comenzaba por recoger la leña de la retama y colocarlas de punta, apoyadas una
a la otra, tal como lo narra Valeriano Beltrán: emparejándolas, parejitas, parejitas, parejitas, la leña cuanti más
gorda mejor, pa que diera carbón, después había que hacer una pared en redondo,
a la mitad, tres o cuatro piedritas, antes de ponerse eso le poníamos el sisco
de la retama, lo forrabas, bien forrado porque después tenías que echarle
tierra y si no le ponía el sisco se te iba la tierra dentro de la leña y no
ardía, por el alto le dejábamos un boquetito así [como un puño] le poníamos una leñita y cuando cogía
fuerza la tapábamos. El fuego se pegaba arder y desas paredes en redondo
dejabas puestas. Entonces empezaba a quemarse y botaba el fuego por aquí, tú
ibas apretándola, según iba quemándose ibas apretándola en el alto, pa que
bajara la tierra y bajara la leña a un tiempo pa que fuera apretaita, entonces
botaba el fuego por esa puerta, entonces garrabas, quitabas la piedra esa y
tapabas, se botaba el fuego por allí, ya estaba quemada, aquel pedazo de carbón
estaba quemado, botaba el fuego por la otra, la tapabas también, las que
tuviera. Garrábamos, la ahogábamos un poco, le quitábamos la tierra, cavábamos
un poco de tierra fina, allí, fresca, que había siempre en El Teide, pa
apagarlo, y después cuando lo tenías ya lo tenías apagado, que se enfrió un
poco entonces garrabas, virabas a quitarle la tierra y a sacar el carbón y a
espicharlo que lo llamábamos, espicharlo era sacarlo de la tierra. Vamos a
espicharlo, ya está apagado y sacándole y sacándole y después camina pabajo.

Pino de Los Llanitos y José
Trujillo, 2009
Polémicas y denuncias por estos
aprovechamientos
En
la década de los años veinte del siglo XX se produjo una gran campaña para
erradicar las cabras y el carboneo de las cumbres, en ella intervienen sobre
todo el Ayuntamiento de La Orotava y el de Güímar. Polémica que se agudizó en
los primeros años de los treinta, y que creó cierta tensión entre las
corporaciones y vecinos de Vilaflor y La Orotava, sobre todo a comienzo de los
años treinta del siglo XX, donde se acentuó por motivo de las lindes y
enfrentamiento entre vecinos de Vilaflor y los guardas de La Orotava. Son años
en lo que se sucedían las quejas en la prensa de la Isla en pos de que se
retiraran las cabras de las cumbres y que se controlara el carboneo y la
extracción de leñas y maderas.
Tirantez que se denota en dos declaraciones que se producen
ante el alcalde Accidental de La Orotava, Lucio Illada Quintero, el 18 de
noviembre de 1931 y 13 de febrero de 1932, según consta en el expediente que se
seguía por una denuncia sobre 13 vecinos de Vilaflor, producida el 29 de
octubre 1931. Una de las declaraciones fue la de Moisés Fumero, de 40 años, que
expresó: Que es cierto el referido día 29 de octubre fabricó tres
sacos de carbón de retama, por ser pobre y no tener por ahora donde trabajar,
ignorando que aquel monte pertenecía a este Municipio. Otra fue la de Ismael Fumero Fumero, de 21 años,
quien fabricó tres sacos de carbón de retama en el sitio que denominan El Roque
de esta jurisdicción, los cuales conducía para venderlas, que el alcalde del
referido pueblo de Vilaflor les dice que vayan a las cumbres de esta Villa a
hacer carbón porque les pertenecen a ellos[11].
Esta
tensión también se manifiesta en los escritos que se cruzan entre
instituciones, desde La Orotava al Gobierno Civil de la Provincia de Santa Cruz
de Tenerife y a Vilaflor. Con fecha del 2 de noviembre de 1931 el Gobernador
Civil se dirige al alcalde de Vilaflor, remitiéndole las quejas que desde La
Orotava le enviaba su alcalde. Se relatan los abusos que se suceden en Las
Cañadas en cuyo lugar se dedican a
contravenir las disposiciones sobre aprovechamientos forestales, destrozando la
vegetación y fabricando carbón, sin obedecer ni hacer caso de los
requerimientos del Guarda municipal de campo de este Ayuntamiento, encargado de
la vigilancia de las cumbres de esta Villa. Tales abusos constituyen una
provocación de aquellos vecinos, que se enfrentan desafiadamente con dicho
Guarda, reuniéndose en cuadrillas de cuatro y seis individuos para retar a
gritos que se les denuncie, con el fin sin duda de que se acuda a un pleito
para discutir si aquellos lugares pertenecen o no a este Municipio.
Desde
que el Municipio de La Orotava inscribió como suyas, en las últimas décadas del
siglo XIX, las Cañadas del Teide, han surgido numerosos problemas con los
municipios del Sur, con las lindas y el aprovechamiento forestal de estas
cumbres. Desde la Alcaldía de Vilaflor se responde con fecha del 22 de
noviembre, exponiendo que en uso de su
derecho autoriza a los vecinos pobres mediante licencias gratuitas para que
realicen el aprovechamiento de la gran cantidad de leñas muertas existentes en
la parte de Las Cañadas correspondida dentro de sus límites; proporcionando con
ello un medio de vida a muchas familias que viven exclusivamente de estos
productos, sin perjudicar el arbolado.
El Salguero. c. 1925
Desde hace algún tiempo se quejan los
vecinos a esta Alcaldía de que el Guarda municipal de Campo del Ayuntamiento de
La Orotava, a pretexto de que las Cañadas pertenecen al territorio de su
Municipio, les impide el aprovechamiento de leñas, despojándolos de las
herramientas, aparejos del ganado y hasta de las mantas de abrigo; este
atropello intolerable se complementa con una serie de denuncias contra los
vecinos de esta localidad por carboneo en las cumbres de aquel Municipio,
interesando de esta Alcaldía la notificación de los denunciados; pero no
precisa, sin duda maliciosamente, la parte de cumbre en que se cometió la
falta, por cuyo motivo nos vemos en la imposibilidad de reclamar a favor de
este Ayuntamiento la competencia para conocer de tales denuncias.
Por lo que solicita que se proceda a aclarar las lindes para finalizar con esta
situación[12].
Asunto
que también se trata por la Corporación Municipal de Vilaflor en diciembre
de 1931, en el que el Alcalde, Alonso
Camacho Pérez, informa que desde la Alcaldía de La Orotava se viene interesando la notificación de vecinos de esta localidad, para
que comparezca a dar sus descargos sobre denuncias por carboneo en las cumbres
de aquel Municipio, sin determinar el punto en que se cometió el abuso; y a la
vez los vecinos protestan ante esta Alcaldía de que el guarda municipal de
campo del citado Municipio de La Orotava les impide el aprovechamiento de leñas
en la cumbre de las “Cañadas” comprendidas dentro del termino de Vilaflor.
Por lo que la Corporación acordó no cursar las comunicaciones que no precisen
el lugar donde se comete la infracción. Y además se acuerda dirigirse al Ayuntamiento de Granadilla, por
ser igualmente interesado, cabeza de partido y punto céntrico, para que
convoque a todos los Ayuntamientos perjudicados por las intromisiones del de La
Orotava, a una reunión en la que mancomunadamente acuerden la forma más viable
para solucionar un asunto de tanta trascendencia para los Municipios afectados.[13]
Un
momento crítico en estas relaciones se produce al inicio de la década de los
años treinta, al intensificarse el control. Los mayores problemas y el mayor
número de denuncias surgieron por el pastoreo, por la elaboración del carbón o
por la recolección de retama verde para la alimentación de los animales.
También era frecuente que estas querellas se efectuasen por el aprovechamiento
de leñas, piñas o maderas para construir útiles de labranza. Caminos de ida y
vuelta, para el que se contaba con la ayuda de mulos, burros o camellos, tal
como narra José Trujillo González. Todas
las casas de Vilaflor tenían bestias, yo me acuerdo ver dos bestias en cada
casa, donde eran dos o tres hijos, esos tenían dos bestias y todos los días Las
Cañadas y todos los días a hacer carbón, bajar leña y piñas.
Y
este andar de regreso solía tener algunas veces sorpresas desagradables, como
apunta Valeriano Beltrán. Cuando la
Guardia Civil nos garraba, a lo mejor veníamos que estábamos toda la noche,
todo el día, haciendo un viaje de carbón y después sabíamos de allarriba y
cuando llegábamos allí a la Boca Tauce nos lo quitaban. Pal norte se llevaba la
guardia civil el carbón, nos quitaba la albarda y los aperos todos, nos hacían
ir a llevarlos allá a la Montaña Blanca, dejábamos todo allí y caminábamos con
los animales en pelo. Albarda y aperos que se recuperaban abonando una
multa, que no había más remedio que ir a pagar a La Orotava, ya que el importe
de estos utensilios era mucho más caro que el abono que se tenía que realizar.
Vecinos de Vilaflor, entre los que se
encuentran: Emilio Cano,
Agustín Fumero y Manuel Quijada
Miguel
Moreno Beltrán, quien aporta su experiencia en estas labores, solía vender el
carbón, la leña, el pinillo o la retama verde en San Miguel de Abona. Lo llevaba a San Miguel a venderlo. Vilaflor
vivía del pueblo de San Miguel, con leña, con retama, con pinocho. De todo cogí
y a venderlo a San Miguel. Un saco piñas valía uno veinticinco, valía cinco
pesetas la carga, cuatro sacas ganábamos un duro, cuatro pesetas, según la
falta que hubiera, había panaderías y la gente toda compraba. Son precios
de finales de los años cuarenta, cuando este vecino de La Escalona residía en
Vilaflor.
Ejemplos
de estas denuncias se encuentran de todo tipo. Así en mayo de 1930 fue
sorprendido Florencio Fumero Martín, por el guarda forestal Toribio González,
en la Montaña de los Codesos, en la carretera de La Orotava a Vilaflor, cuando
realizaba cortes de cabos de escobón, se
empleaba en el corte y labranza de dichos cabos. Quien manifestó que no tenía licencia,
pero tenía orden del señor rematador de la carretera don Juan Oliva Fernández[14].
El
pastoreo fue otra de los modos de subsistencia de este Sur. A la cumbre se
subía en los meses de verano, cuando escaseaban los pastos en la costa. En la
zona de Vilaflor era frecuente ascender con las manadas de cabras una vez que
se aprovechaban los rastrojos de cereales y leguminosas. Desde el Distrito
Forestal de Santa Cruz de Tenerife se remite, con fecha 29 de enero de 1931, al
Alcalde de Vilaflor denuncia contra Manuel Trujillo Pérez, por pastoreo, con
una multa de 42 pesetas e indemnización de 42 pesetas. Multa e indemnización
que abona el 25 de febrero de 1931[15].
En
agosto de 1931se efectúa un expediente colectivo que hace referencia a 10
vecinos que fueron sorprendidos en El Riachuelo, Cañada Blanca y Las Cañadas,
entre las 6 y las 7 de la mañana de los días 17, 18 y 19. Eran: Sixto Ledesma
García. José Miranda Linares. Bernardo Pérez. Juan Santiago Pérez. Modesto
Aponte Piña. Nicolás Oliva. Antonio Alayón. Rodolfo Cano Alayón. Alejandro
Quijada Oliva y Antonio Cano Quijada. La denuncia se formula por 86 sacos de carbón de retama, con un
valor de 430 pesetas y 860 como daño al monte. Los referidos denunciados se negaron a depositar el combustible. A
estos denunciados les acompañaban varios individuos que no pude averiguar sus
nombres. El 9 de septiembre se le remite desde el Ayuntamiento de La
Orotava al de Vilaflor las citaciones para que a su vez las cursara a los
aludidos. Escrito que se remite, dado que no se le contesta, otra vez con fecha
del 24 de octubre: ruego a V. se sirva
ordenar la citación de los expresados individuos a fin de que comparezca ante
esta Alcaldía dentro de los tres días siguientes a dar sus descargos,
haciéndoles saber que de no comparecer pueden exponerlo por escrito o por medio
de persona debidamente autorizada para ello, pues de lo contrario les pasará el
perjuicio a que hubiere lugar[16].

Leña de retama. El Salguero, 2007
La
cantidad de personas que se dedicaban a estos provechos lo muestra las
denuncias impuestas en la mañana del 29 de abril de 1936, en la que se
interviene carbón a 17 vecinos de Vilaflor. Efectuada por la Guardia Civil del
Puesto de La Orotava, Antonio Estévez y Vicente Castelló, quienes encuentran
elaborando carbón, en diversos puntos de Las Cañadas, a los siguientes vecinos
de Vilaflor: Alejandro Dorta Quijada, domiciliado en Santo Domingo; Antonio
Cano Oliva, en Santa Catalina; Eugenio Fumero Tacoronte, en Santo Domingo;;
Emilio Cano Quijada, en Calle del Medio; Domingo Cano Fumero, en Santo Domingo;
Delfino Fumero Hernández, en La Plaza; Esteban Oliva Fumero, en La Puente,
Rubén Cano Fumero, en La Vera, a cada uno de ellos se les aprehendió 4 sacos de
carbón; Manuel Quijada González, en La Callita; Isidoro Fumero González, en La
Callita; Emilio Quijada Hernández, en La Pasión; Agustín García García, en El
Calvario; Leoncio Ramos Casañas, en La Ladera; Alfonso Reina, en El Calvario;
Cleofás Hernández Quijada, en La Roquesa; Elicio Fumero Fumero, en Santo
Domingo; y Nicasio Hernández Quijada, en La Roquesa; ocupándoseles a cada uno
de estos últimos dos sacos de carbón[17].
Son
numerosos los enfrentamientos que se producen entre vecinos de Vilaflor y el
guarda Domingo Dorta Luis, y que muestran la tensión creada. En octubre de 1931
se encontró con cuatro carboneros en plena tarea en la zona de El Sanatorio: al invitarles para que dijeran sus nombres
se negaron rotundamente. Seguidamente se les requirió para que suspendieran las
faenas ya indicadas, al propio tiempo que le fue desecha una de las hoyas de
carbón; a lo que dichos individuos amenazaron con agredir al que habla. Y como
el paraje ya mencionado está completamente despoblado y dada la superioridad
numérica de los mismos y sus insistentes amenazas, prohibieron al dicente
imponer su autoridad, por lo que aquellos continuaron haciendo los daños.
Cree reconocer a uno que era vecino de Vilaflor, suponiendo que los tres restantes sean también de dicho pueblo[18].
Desde
el Ayuntamiento de La Orotava se remite al de Vilaflor, con fecha 1 de
diciembre de 1931, para que haga llegar la denuncia por carboneo a los vecinos
Juan Trujillo García, José Quijada Oliva y Emilio Quijada Oliva, con multa para
cada uno de 26 pesetas, más una indemnización, para cada uno, de 52 pesetas.
Además de cumplir con los requisitos: 1º
Que en el plaza de 15 días, contados desde la fecha de la notificación, se haga
efectiva la multa en papel de pagos al Estado, y la cantidad correspondiente a
la indemnización se satisfaga en metálico, ingresando su importe en arcas
municipales.- 2º Que transcurrido el plazo expresado, de 15 días sin haber
hecho efectiva la multa se considerará prorrogado en un segundo periodo de
otros 15 días recargado en el apremio del 5 por 100 diario del importe de la
misma, cuya cantidad se hará también efectiva en papel de pagos al estado[19].
Llega el
fuego a la puerta. Foguera en Vilaflor, 2008
La
mayor tensión se alcanza en agosto de 1933, cuando se llega a retener al guarda
monte Domingo Dorta. El día 20 se informa por la Guardia Municipal de La
Orotava que este guarda les pidió ayuda, por
haber entrado del pueblo de Vilaflor unos veinte y cinco individuos con el fin
de hacer carbón y dar fuego a los retamales, cuyos hechos se vienen sucediendo
con una constante frecuencia, el que suscribe ordenó a los Guardas municipales
Domingo Rivero, Manuel González, Jesús Gómez y José A. Martín, para que se
personaran en aquellos parajes y con el referido Guarda proceder a la detención
y conducción de los referidos dañadores a esta población. Y habiendo regresado
solamente con uno de aquellos llamado Nicolás Oliva Fumero, por haberse
resistido todos los demás y debido a la superioridad numérica y a la amenaza de
agredir a los indicados Agentes, lograron escapar, dando al propio tiempo fuego
a unas ochenta retamas y aprovechándose del carbón que el día 18 había
confeccionado[20].

Apagando
la foguera. Vilaflor, 2009
La
retención o secuestro del guarda Domingo Dorta, se publica en el periódico La Prensa, en la que se informa de la
detención de tres individuos del Sur de
la Isla, leñadores furtivos, que fueron sorprendidos talando árboles. Un grupo
muy numeroso de leñadores, también del Sur, se presentó de improviso en el
monte de Las Cañadas, obligando a los guardas a que pusieran en libertad a los
tres detenidos teniendo que hacerlo así ante las amenazas de muerte que les
hicieron objeto. Luego secuestraron a un guarda, llevándoselo con ellos para el
Sur[21].
El
periódico La Tarde también informaba
que el guarda forestal se encontraba en el Observatorio
de Izaña, sano y salvo[22].
Algunos vecinos de Vilaflor aún recuerdan este altercado, que incluso apuntan
quienes fueron los causantes, comentan que no se trasladó al guarda a Vilaflor,
sino que lo dejaron regresar en Los Filos de la Cumbre, cuando los carboneros
retornaron al Pueblo.
Desde
el Juzgado Municipal de Vilaflor, y con fecha del 23 de agosto, se solicita al alcalde
de Vilaflor que se averigüe lo ocurrido en el secuestro de este guarda
forestal. Así se expresaba el Juez Municipal Germán Fumero, tras denuncia
verbal del Gobernador Civil, referente a
que unos leñadores o carboneros, vecinos de este pueblo, aparte de haber
ejecutado daños en las Cañadas del termino de La Orotava, se apoderaron y
llevaron hacía Vilaflor, secuestrado al guarda Domingo Dorta y a un enfermo que
auxilio al referido guarda[23].
Estas
denuncias también se producían al sorprender a los infractores en propiedad
privada, como la impuesta por el Guarda Municipal Jurado de Vilaflor, Sixto
Fumero, ante el Juez Municipal de Vilaflor que a las 4 de la tarde del 11 de
marzo de 1934 encontró en la Montaña del Paso, en propiedad de Gerardo Alfonso,
cortando y aprovechando escobones, a
los vecinos de Vilaflor: Fernando Pérez Fumero, Agustín Fumero Tacoronte, y
Emilio Quijada Hernández[24].
Sobre
otras utilidades, como la recolección de retama o de pinocha, también son
múltiples las referencias de denuncias que se impusieron. Así el 21 de marzo de
1934 el Guarda Forestal, Guillermo Massanet, presenta denuncia ante el alcalde
de Vilaflor, contra Victoriano García García de La Escalona; a quien encontró,
junto a otros vecinos de pueblos limítrofes, a las 12 horas del día anterior en
Pared del Escribano y Boca del Cascajo, transportando
en sus camellos leñas verdes de escobón y pino el Victoriano y 6 sacos de
pinocha cada uno de los otros procedentes de dicho monte y sin autorización
alguna.
Dichos productos valorados en 4,00 ptas.
la leña y en 3,00 los 12 sacos de pinocha más en 6,00 ptas. el daño ocasionado
por el Victoriano al monte; les fueron intervenidos y depositados en la persona
del vecino de ésta Ramón Tacoronte Hernández y a disposición de su Autoridad.
Así mismo entrego a V. un hacha, que también le fue intervenida al referido
Victoriano García[25].
O
la impuesta por la Guardia Civil del Puesto de Las Cañadas a Domingo Fumero
Cano, por corte de retamas, con fecha
del 12 de febrero de 1938. Debía abonar 10 pesetas de multa y 20 pesetas de
indemnización[26].
Este aprovechamiento de la cumbre de Vilaflor
de Chasna por parte de sus vecinos en esta década, es una muestra de un modo de
vida desarrollado en una zona que comienza a salir del aislamiento, truncado
por los cambios políticos que se produjeron a partir de 1936. Y con el
mantenimiento de una oligarquía que controlaba la economía y el desarrollo de
una vida cotidiana que apenas salió del autoabastecimiento hasta décadas
después.
Los vecinos de Vilaflor de Chasna subsistían
entre la agricultura y la ganadería, sustentando buena parte de sus recursos en
lo que se obtenía de la cumbre. Y aún más en años de sequía y malas cosechas,
en los que la recogida de leñas, piñas, pinillo, retamas verdes para alimentar
el ganado, el pastoreo o el carboneo, eran tareas habituales.
Una
década, la de los años treinta, a la que se llega con una campaña, por parte de
la prensa de la época y los Ayuntamiento de La Orotava y de Güímar, para
erradicar todo tipo de utilización de la cumbre. Polémica que se agudizó en los
primeros años de los treinta, y que creó cierta tensión entre las corporaciones
y vecinos de Vilaflor y La Orotava, intensificarse el control en la zona y
produciéndose un mayor número de denuncias.
[1]
RODRÍGUEZ ESCALONA, Manuel: “Las aspiraciones de los pueblos del sur”. La Prensa, 18 de octubre de 1928.
[2]
Archivo Municipal de Vilaflor. Correspondencia de varios años.
[3]
Archivo Municipal de Vilaflor. Correspondencia de varios años.
[4]
NÚÑEZ PESTANO, Juan Ramón: La propiedad
concejil en Tenerife durante el Antiguo Régimen. El papel de una institución
económica en los procesos de cambio social. Tesis doctoral. Universidad de
La Laguna. Facultad de Geografía e Historia, 1989.
[5]
Olive, Pedro de: Diccionario
Estadístico-Administrativo de las Islas Canarias. Barcelona, 1865.
[6]
La Opinión, 29 de febrero de 1896.
[7]
Archivo Municipal de Vilaflor.
[8]
Acta de la sesión del 3 de enero de 1932. Archivo Municipal de Vilaflor.
[9]
BRITO, Marcos: Foguera. Elaboración de
carbón vegetal en Vilaflor. Llanoazur ediciones, 2008.
[10]
Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1934.
[11]
Archivo Municipal de La Orotava. Denuncias Montes 1931-1932.
[12]
Archivo Municipal de Vilaflor.
[13]
Acta del 13 de diciembre de 1931.
[14] Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1930.
[15]
Archivo Municipal de Vilaflor. Correspondencia 1931.
[16]
Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1931.
[17]
Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1936
[18]
Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1931.
[19]
Archivo Municipal de Vilaflor. Correspondencia 1931.
[20]
Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1933.
[21]
La Prensa, 24 de agosto de 1933.
[22]
La Tarde, 24 de agosto de 1933.
[23]
Archivo Municipal de Vilaflor. Correspondencia 1931.
[24]
Juzgado Municipal de Vilaflor. Archivo Municipal de Vilaflor.
[25]
Archivo Municipal de Vilaflor Correspondencia 1934.
[26]
Archivo Municipal de La Orotava. Denuncia Montes 1938.