Cabras y
camellos en Arona
Son dos
animales con un alto poder de adaptación a las condiciones de aridez de este
Sur, casi siempre sediento. De la cabra además de destacar su integración a la
perfección en las condiciones orográficas y climáticas de las islas, resaltar
su resistente a la sequía y con un estómago capaz de digerir y sintetizar
vegetales de todo tipo, desde un largo elenco de hierbas, hasta aulagas, pencas
de tuneras o barrillas. En el Municipio de Arona debido a la escasez de pastos,
motivado por el corto e irregular período de lluvias, se practica un pastoreo
extensivo. Se aprovechan los pastos por zonas, de una manera rotativa. Las
cabras se iban trasladando a lo largo del año a las diversas vueltas y manchones, bien del
mismo propietario con el cual el cabrero trabajaba como medianero, o comprando
los pastos. Era frecuente el traslado desde el municipio de Arona a los
limítrofes, caso de San Miguel o Granadilla; y en épocas estivales al de
Vilaflor, para aprovechar las hierbas de la cumbre.
De la
cabra se aprovecha casi todo, la carne, el cebo, la piel y hasta su estiércol;
pero sobre todo su leche con la que se obtiene ese preciado queso. Ha sido algo
más que un mero útil económico o alimenticio, ha sido sobretodo un vínculo
estable y duradero en el entramado social.
Según los
censos que hemos podido consultar, entre el año de 1941 al de 1998, en el
Archivo Municipal de Arona y en el Servicio de Coordinación Estadística de la
Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación del Gobierno de
Canarias, el número de cabras registradas en Arona fluctúan entre las 700 que
habían en 1990 y las 2.332 de 1991. Esta desviación tan marcada de cifras es
debido, unas veces, a un desajuste en el censo, con probable ocultación de
datos; y en otras ocasiones por razones ambientales, que eran causa de vaivenes
e indisponibilidad de pasto, mitigados en parte por el aporte de cereal en
grano y restos de cultivos intensivos como el tomate y el plátano u otros
subproductos como el millo en rama, batateras, etc. Apuntemos que las cabras
censadas en 1941 ascendían a 1.084, mientras que en el año 1998 a 1.747.
Además de
las manadas que pastaban en régimen de libertad, en el municipio de Arona
existieron numerosas cabras de encerradero. Eran muchas las viviendas que
poseían un pequeño corral en sus aledaños, tanto es así que de las 701 cabras
que estaban censadas para el bienio 1947-48, según el Padrón de tránsito de animales por
las vías públicas y terrenos del común, se contabilizan 324, es decir un
46 %, pertenecientes a 259 propietarios que declaran poseer una; y 65 de ellos,
dos unidades.
En este
periodo se anotan las manadas de Ramón Fumero Beltrán, en Arona, con 32 cabras.
En Las Madrigueras, las 85 de Antonio Domínguez Alfonso. En Los Cristianos, las
38 de Miguel Bello Rodríguez; o las 16 de Juan Bethencourt Herrera. En El
Anconito, 27 de Román Reverón Sierra. Y 58 en Guaza, pertenecientes a Juana
Bello.
Los
cabreros que están inscritos en el Padrón Municipal a 31 de diciembre de 1950 son: en
Montaña Fría, Román Reverón Sierra. En Cabo Blanco, Juan González Pérez y Ángel
González Fraga. En Buzanada, Faustino Fumero Bello. En Charco Redondo, Luis
Reverón. En Chayofa, Lorenzo Pérez Morales. En Chiñeja, Manuel Fumero. Y en Las
Galletas, Eloy Melo Alayón. Censo que nos sirve solamente como referencia
aproximativa, ya que muchos de los cabreros existentes estaban registrados como
jornaleros.
Carlos Martín Martín, “Compadre Modesto” con su manada de cabras en La Arenita. Trabajó en esta propiedad unos once años, entre 1958 y 1969 |
En 1961
las manadas con más de 15 cabras eran: 100 en Quemada, de Ildefonso Bello
Bello. En Los Cristianos, 43 de Miguel Bello Rodríguez; y 20 de Viuda e hijos
de Juan Bethencourt Herrera. 25 en Las Galletas, de Virgilio Delgado Hernández.
63 en Las Madrigueras, de Antonio Domínguez Alfonso. En el Valle de San
Lorenzo, 20 de Francisco Domínguez Hernández; e igual número de Francisco
Fumero Beltrán. En Rosa Mora, 18 de Vicente Galván Bello. 15 en Cabo Blanco, de
Telesforo Fumero Melo. 30 de Las Mesas, de Santiago Rojas de Vera. 30 en Guaza,
de Antonio Sáez Izquierdo. Para un total del censo de 1961 de 697 cabras.
El camello
era el compañero ideal en aquellas resecas veredas. Se utilizaba para arar,
para trillar, para el transporte, de todo lo transportable: piedra de cal, cal,
pinocho, ataos de tomates, cantos, papas, arena, jable, piedras, plátanos;
grandes y menudos; carga y transporte recorriendo nuestra geografía al vaivén
de su cansino caminar; al son de la melodía de su esquila. Era el rey del
trasporte, y más ante la ausencia de una adecuada red de carreteras que se fue
haciendo realidad, en la década de los años cuarenta con la llegada de la
carretera vieja del sur, la C-822, y el Canal del Sur. Incluso compaginó su
reinado con la llegada y asentamiento de los vehículos de motor.
También se
aprovechaba su piel, su carne o la grasa de su joroba, la corcova de camello,
sobre todo en masajes para dolores y jeitos o para combatir las hemorroides. En
la actualidad lo podemos contemplar como reclamo turístico y, como no, cada 5
de enero en la Cabalgata de los Reyes Magos.
El
camello, en este extremo Sur de la isla, sustituye, para toda clase de
transporte, al ganado caballar y mular, por lo cual se ven con frecuencia
parejas de ellos en todos los caminos que enlazan a los llamados puertos de Los
Cristianos, Abrigos, Médano, Porís y otros, con los caseríos a ellos
inmediatos. De esta manera se expresaba Juan López Soler en La
Isla de Tenerife. Su descripción general y geográfica, publicado
en Madrid en 1906.
La
existencia de camellos por la zona está documentada desde por lo menos a
comienzos del siglo XVII, y según se recoge en El Mayorazgo de los Soler en
Chasna, de Carmen Rosa Pérez Barrios, lo están entre los bienes existentes
en la creación de este mayorazgo. Y para finales del siglo XVIII, Pedro de las
Casas Alonso, en Adeje. La Casa Fuerte, el Gobierno y la Iglesia, comenta
que en el mes de junio el guarda responsable de los camellos de la Casa Fuerte
de Adeje llevaba las hembras a Las Galletas, allí estaban hasta diciembre, y en
enero pasaban a la Punta del Camisón, La Caldera, Guía , Chío y Alcalá.
Con
respecto al municipio de Arona hay constancia de algunos datos del siglo XIX,
así en las fuentes recogidas por Pedro de Olive, en 1860, se apuntan que habían
tres camellos. Y según una carta de contestación del Ayuntamiento de Arona a
petición de la Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio de
Canarias, con fecha 15 de abril de 1882, su número había aumentado hasta 12. En
la estadística de Francisco Escolar y Serrano, con datos de 1805, no cita
ninguno.
Su paso,
parsimoniosa gracia olvidada del paisaje, se mantiene, revive, gracias al
recuerdo de nuestra tradición oral, ayudado por algunos topónimos que se
desgranan por la geografía de nuestro municipio, por más que en la actualidad
no mantengan ninguna relación con la actividad que motivó su denominación: la Baja
del Camello o de Cho Camello, en el
Camisón. La Ladera de Los Camellos, al norte de Altavista. El
Camino de Los Camellos, que pasa por Lomo Brao, Altavista y va a La
Escalona. La Cañada del Camello, en la zona de Las Galletas. La Téfana
del Camello, como también se le conoce a La Corona de Montaña
de Cho. O La Camella.
Para el
siglo XX se conocen algunas estadísticas que indican las variaciones del número
de camellos existentes. Es en las décadas de los cuarenta y cincuenta cuando
están inscritos su mayor número, rondando los cien ejemplares, decayendo a
partir de los sesenta.. Así para 1941, y según el Censo Pecuario de la
Provincia, habían 85 camellos, 23 mulos, 51 asnos y 3 caballos. Los datos más
detallados se han podido obtener de los censos de ganado sujetos a requisición
militar. A modo de ejemplo desglosamos por barrios los 99 que se recogen con
fecha 31 de diciembre de 1945. Un dromedario, que sería su verdadera
denominación, había en cada uno de los barrios siguientes: La Sabinita, Guaza,
Montaña Fría, Mojonito, Chayofa, Topo, y Cruz Alta. Dos, en Túnez y Vento. Con
tres, Altavista y Las Madrigueras, estos últimos pertenecientes a Antonio
Domínguez Alfonso. Con seis, Hondura y Cabo Blanco. Con siete, Los Cristianos,
de los cuales cuatro eran propiedad de Miguel Bello Rodríguez. Con ocho, Arona
casco, tres de Eugenio Domínguez Alfonso. Con catorce, Buzanada. Y el resto,
cuarenta y uno, cada uno de ellos de propietarios distintos, estaban censados
en el Valle de San Lorenzo.
En 1961 ya
se registra un claro descenso, siendo su número de 36, repartidos de la
siguiente manera: Arona, donde habían 2; Valle de San Lorenzo, 18; Cabo Blanco,
5; Machín, 2; y con uno: Altavista, Mojinito, La Cerca y Sabinita. 4 en Los
Cristianos, de Miguel Bello Rodríguez.
El camello
fue el compañero ideal para mejor llevar el embate de la soledad en aquellas
resecas veredas. Fue, en palabras de Luis Álvarez Cruz, símbolo de las
tierras del Sur de la isla, símbolo de la austeridad, del trabajo
callado, del silencio pausado, como la tierra misma, como el mismo campesino.
Diversos
datos de este trabajo, así como las fotografías reseñadas, están obtenidos de
la publicación del autor de este artículo: Arona en el recuerdo.
Artículo
publicado en “Arona. Cuaderno de Etnografía. III Jornadas de Cultura
Tradicional y Patrimonio Salvador González Alayón.” Mayo de 2003.
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