Fillo con
tres de sus hijos y la bicicleta en la que repartía el pan
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Dionisio González Moreno, al que no se le reconocería si no lo llamáramos
por su apodo de Fillo, y su esposa María
Luisa Reverón León, se iniciaron en el bello arte de la transformación del
cereal en pan, en esa profesión de panadero, a finales de la década de 1950, apuntándose
como fecha más probable la de 1957. Fillo
efectuó diversos trabajos relacionados con la agricultura, en uno de estos
cumplió labores de encargado en una finca de José Feo, en Guaza Arriba, donde
su principal cultivo era el tomate. Después de pasar por otras fincas, como El
Salón de don Virgilio, se decidió por montar su propio negocio, una panadería
en la Era Vieja, en Buzanada, que aún sigue atendiendo a su fiel clientela de
la mano de sus hijos.
A través de la memoria de Fillo,
nacido en Cabo Blanco en 1921 y fallecido en 2009, y sobre todo de los
recuerdos de su hija Milagros González Reverón, nos adentramos en las
vicisitudes que esta familia pasó para llegar a producir ese sabroso pan de matalahúva,
menester en el que colaboraba toda la familia. También Milagros, a quien le
tocó como a otros tantos niños de esa época dejar parte de su infancia en el
trabajo familiar, quien con apenas diez años ya colaboraba en la construcción
del horno y en la elaboración y distribución del pan.
Todavía en esos primeros años de su actividad el cereal se consumía en
mayor medida en forma de gofio. El pan iba saliendo de ese enclaustramiento en
el que estaba, sólo se elaboraba en fechas señaladas, en hornos de casas particulares
en la mayoría de los casos para consumo familiar, amasado a mano, en la artesa,
con levadura que se lograba al dejar una parte de la masa del día anterior,
hasta que comenzó a disponerse de la industrial. Y se cocía en horno de leña,
quemando cualquier pedazo de madera seca que pudiera arder, que pudiera calentar
la piedra del horno. Y su comercialización, venta de pieza a pieza, de casa en
casa, de barrio en barrio; a pie, o como lo empezó a hacer Fillo, en bicicleta. En esa en lo que lo contemplamos en las
cercanías de su vivienda en la Era Vieja, junto a sus tres primeros hijos,
Milagros, Luis y Ana González Reverón.
Comenzó esta aventura construyendo, junto al albañil José Melián, su
primer horno de barro y piedra, de leña, con losa del Barranco de la Orchilla.
Contó desde esos inicios con la estimable labor que ejercían sus hijos, siendo
apenas unos niños. Si su elaboración totalmente a mano era un trabajo duro,
hasta que poco a poco se fueron ayudando de aparatos mecánicos y con
posterioridad eléctricos, su comercialización no se quedaba a la saga con
traslados casi siempre a pie y de noche, con la única luz de la luna.
La noche se pasaba amasando, dividiendo la masa, pesando unidad a
unidad y cociendo al calor que aportaba la leña. En la madrugada se comenzaba
su repartimiento, en el que ayudaba todo el que pudiera moverse. Fillo se trasladaba en bicicleta, “aquí el que me compraban y daba vueltas
alrededor, primeramente era una bicicleta, yo no iba a Cabo Blanco ni nada,
sino aquí en Buzanada, y pal Fraile. A la bicicleta le echaba yo doscientos
cincuenta panes atrás, en una cesta, me amontaba por áhi pabajo en ella y
llegaba al Fraile y allí a los Bonnys, y después compré un cochito chico, a uno
de Granadilla. Yo empezaba a las ocho de la noche y terminaba a las cuatro de
la tarde, todos los días sin perder.” En esos primeros años su mujer, María
Luisa Reverón León, solía llevar el pan a Las Galletas, trasladándose en los camiones
que llegaban a los peones al trabajo, a pie o en la guagua que venía de San
Miguel y bajaba por el cruce de Buzanada.
Y no se quedaba atrás su hija Milagros, que con diez años ya
compaginaba la escuela con los quehaceres en la panadería, después de los que
también le tocaba repartir, “cogía una
cesta y me cargaba, iba de aquí a Machín, de Machín pabajo pa los Rodríguez, pa
Quemada y para Los Parramentos, y de aquí volvía parriba.” Poco después
ampliaron el recorrido, “comadre
Encarnación cogió ese lado y yo me iba por aquí pabajo al Vivo de Reverón, al
Vivo de don Vicente y a Cho”. Con posterioridad estas últimas sendas, “los hacía Ana y yo y mi madre y Encarnación
nos íbamos para Cabo Blanco, a las cinco de la mañana, cada una con una cesta
cargada a la cabeza.” La mayoría de este reparto se efectuaba casa por
casa, antes del amanecer, ya que muchos de los trabajadores de la zona lo eran
del campo, y su traslado se hacía muchas veces a pie y de madrugada, con lo que
el pan tenía que estar en sus casas antes del amanecer, en la talega que se
colocaba en el alféizar de la ventana. También se dejaba en casi todas las
tiendas que existían por los alrededores, como las de Pancho González y la de Rosa
González en Cabo Blanco; María de la Cruz Reverón o Antonio Salazar en Buzanada
o en la de Isabel Tacoronte, en Machín.
Fillo con el
furgón que realizaba el reparto
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Con el tiempo a la elaboración del pan y su reparto se le fueron
añadiendo los avances mecánicos disponibles, como hornos eléctricos o vehículos
para su distribución, lo que posibilitó una mayor producción y aumentar el reparto
varias veces al día. Asimismo se diversificó la fabricación, adaptándose a la
demanda, como cocerlo sin matalaúva, para el gusto de la creciente población
foránea o la elaboración de bizcochos, mimos o tortas de leche, que llevaban a
El Fraile de Entrecanales, a Bonnys o a El Salón de don Virgilio, donde la
demanda crecía con el asentamiento de la comunidad gomera.
Fillo aprendió su oficio gracias al tesón que puso en abrirse camino en la difícil
época que le tocó vivir, gracias al empeño y al trabajo que aportaron su mujer
y sus hijos. Momentos en los que incluso llegaba a faltar la harina con la que
elaborar ese pan que poblaba de aromas las veredas, en esas madrugadas frías y
oscuras. Olores a pan tierno, recién sacado del horno, que han quedado en el
recuerdo en ese rincón de Buzanada.
Me ha encantado este artículo, es entrañable. Le felicito.👌👌👌
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