Julia Carballo Mena. Túnez, 2009
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El continuo corriquiar de Julia Carballo Mena
Desde
su cuna, allá en 1921 en el barrio aronero de El Calvario, la vida de Julia
Carballo Mena transcurrió en un continuo quehacer. Sus padres, Santiago
Carballo Melo y Carmen Mena Melo, dedicaron sus labores a la agricultura, o en
alguna ocasión al cuidado de una manada de cabras, cuando a mediados de la
década de 1930 trabajó de medianero y de cabrero en Chayofa. En el Censo de
Población de Arona, a 31 de diciembre de 1920, sus padres constan inscritos en
El Calvario. Santiago Carballo Melo, con 32 años de edad y de profesión jornalero. Carmen Mena Melo, de 32 años
y sus labores; y sus hijos: Efigenia,
Santiago, José María, y Agustín Carballo Mena; que cuentan entre los 14 y los 3
años. Además de otros tres hijos, Nicolás, que falleció en la infancia; Mª del
Carmen y Julia, que nació en 1921.
Como
expresa Julia su vida ha sido un caminar constante, sus padres estuvieron en Vento de medianeros y vivíamos allí, uno
ha corriquiado bastante. El Calvario, Vento, Chayofa, trabajando en
cultivos en Las Madrigueras. La infancia
nuestra, coger hierba pa los burros y las cabras, cuando empecé a caminar, iba
mi madre y tenía que ir con ella.
A
la escuela fui tan poco que no fui nada,
con diez años me llevaron a trabajar, pues a trabajar. Se inició en el
cultivo del tomate y de la platanera, para lo que se tenía que trasladar,
caminando desde Vento a Las Madrigueras. Íbamos
de madrugada, a las tres de la mañana salíamos de Vento, a Las Madrigueras. El
bastón de mi madre era yo, pa ganar dos pesetas, a mi no me pagaban menos
porque hacía el trabajo de una mujer, porque siempre he sido amiga de trabajar
y cargaba como una burra, me cargaba una caja como una mujer y nunca don
Antonio me bajó el sueldo, igual que las mujeres.
Después
permanecía en Las Madrigueras, donde el propietario les cedió un cuarto, al lado de la casa dél, al lado del Barrial,
una charquita que había por allá de la casa de don Antonio. Y después nos dio
un cuarto por debajo de la casa, en aquellos cuartos estuvimos viviendo también
y después nos dio en El Camisón y áhi fue cuando me conquistó Tomás.
Tomás
Valentín Hernández residía en Los Cristianos, donde pescaba y trabajaba en los
hornos de cal de El Camisón, con un hermano Rafael
Marote. Y como expresaba Julia, aunque su marido pescaba ella no vendía el
pescado. Pescado no vendí, es lo único
que no ha hecho, casada y todo iba a trabajar con don Antonio, estuve veinte
años con don Antonio, trabajando.
Julia
Carballo Mena y Tomás Valentín Hernández
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En
el Padrón Municipal de Arona, a 31 de diciembre de 1940, ya se encontraban
casados y residiendo en Los Cristianos, constando Tomás Valentín como calero. Y en el Padrón Municipal de
Arona de 1960 se encontraban inscritos en Túnez. Tomás Valentín Hernández, de
66 años y agricultor. Julia Carballo
Mena, de 41 años y sus labores. Y sus
hijos, Tomás, Luisa y Sergia Valentín Carballo. Cuando se trasladan a Túnez, a
El Cuartón, se dedicaron a la agricultura, sembrábamos
tomates y papas, y áhi íbamos escapando. E incluso Julia estuvo varios años
trasladándose a trabajar en los cultivos de tomates, a La Caldera, en Adeje.
Julia
se casó en la adolescencia, con 16 años, con Tomás, pero por mal ditado lo llamaban Tomás el Rajao, nieto de María la Rajaa e hijo de Juana la Rajaa. Julia reseñó la cruda
vida que le tocó sortear, pero siempre vuelca el recuerdo con humor, como
cuando explicada algunos de los nombretes que le eran cercanos. Como este de su
marido que se inicia con María Hernández Estévez, María la Rajaa, que lo adquiere al romperse el labio en un
accidente, que ella fue a coger orchilla
al barranco y se rompió el labio y como antes no se cosía ni nada pues así
quedó, la llamaban María la Rajaa y después nacieron los hijos, Rajaos, y
después los nietos Rajaos también.
Asimismo
la familia de Julia arrastra un apodo de su abuelo Román Carballo Díaz, Román el Moro, casado con María Melo
Fumero, y que lo hereda su padre Santiago
el Moro y las siguientes generaciones. Lo
pusieron Santiago el Moro porque mi abuelo fue a servir a la tierra del moro y
cuando vino, pues Román el Moro, Román el Moro, y Román el Moro se quedó,
después se casó y nació mi padre y mi padre Moro, mi padre solo, el primero es
el que heredó, ellos eran cuatro, mi padre cinco, el mayor fue mi padre. A mi
no me han llamado Julia la Mora, a mi hermana sí, paz descanse, le decían
Efigenia la Mora, es que de nosotros ninguno, la primera que nació es la que
cogió el apodo.
Román el Moro
y Santiago el Moro encontraban su
sustento en la tierra, en la agricultura, trabajando de medianeros en diversos
lugares de Arona. Julia Carballo narra que sus abuelos vivieron en Los Asientos
dedicados a la agricultura y pasar fruta pa comer.
Y han pasado algunos años de estas conversaciones en las que Julia
rememoraba diversos avatares de su afanada vida, hablaba de chícharos y de
zafras, de caminos y caminantes, de bucios, de rebuscar, de animales y de agricultura,
o de cal y de la pesca, y hasta de su austera boda. Antes
no era boda sino casarse y cada uno pa su casa. Un refresco nada más en la casa
y ya está, a vez que había guerra, tenía dos hermanos en la guerra. José María y Agustín.
Y
por entre medias, esbozaba una amplia sonrisa cuando recordaba a esa familia
que la arropaba, sus tres hijos, y hace una década, sus 12 nietos y 12
bisnietos, y uno de estos últimos, Gabriela, correteaba por los alrededores,
prestaba sus oídos a lo que contaba su bisabuela.
Y
nos dejó su memoria, tras su fallecimiento en abril de 2019, de trabajos y de
juegos, muñecas las hacíamos de trapo, me
acuerdo de hacerlas, muñequitas chicas de trapo, algún rejo. Me ha gustado
coser y siempre ha cosido, sin enseñarme, yo solo, hacía camisas, hacía
pantalones, remendaba.
Y
rememoraba su ilustrada experiencia, en múltiples asuntos, en infinitas
labores, como al reseñar esa cruda vida con escasez de lo imprescindible, una pelota de gofio de millo y descalcita
por los morros pabajo, caminando, plagada de penalidades, penas, mi padre araba mucho, segaba, pelaban
higos, pasaban brevas, con lo que se vivía.
Bagaje
de una extensa existencia, corriquiando
siempre, tal como denotaban sus expresivos ojos, sus manos o su rostro curtido
en ese continuo bregar, hemos batallado
bastante pa poder vivir, son años, a mi me parece que no han pasado tantos
años, pero son años, se pone uno a contarlos, dice: son años.
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