José
Díaz Hernández. Valle de San Lorenzo, 2006
José
Díaz Hernández y la saga de Los Herreros
|
Las
veredas de la tradición nos lleva a frecuentar oficios que han perdido su
manera de entenderlos, de ejecutarlos, como el de los herreros, de esta familia
del Valle de San Lorenzo, en Arona, que a través de tres generaciones ejercieron
este quehacer, y que además han llevado, y llevan este apodo, que incluso ha
sido el motivo que la zona donde han vivido, en el Toscal Arriba, se denomine
en la actualidad como el Toscal de los
Herreros.
Oficio que se aprendió de padre a hijo, como así lo
inició uno de los hermanos que ha cerrado este oficio de la saga de Los Herreros. José Díaz Hernández [Valle
de San Lorenzo, 1922 - 2018], recordaba buena parte del transitar de su abuelo
y de su padre por estos menesteres. Y yo
estorbándoles a trabajar, aprendí yo solo, hacía barras, hacía azaditas y yo
finchaba allí, finchaba en la fragua los hierritos. Cuando yo empecé haciendo
esa cosas, y mi padre fue a comer, no sé que edad tenía, si diez años, si once
años, mi padre se fue a comer y dejó la fragua allí encendida, los martillitos
desos de labrar cantos y entonces yo empecé aguzar el martillo, yo solo
aguzando el martillo, hasta que llegó estaba aguzando el martillo, lo miró y
después él lo templó. Después ya me explicó la cosa de la tiemple, como había
que jacer pa templar, al otro domingo ya me quedé gusando, gusaba picochos,
gusaba taladros, y después me fui pa la carretera, cuando acabó la guerra tenía
diecisiete años, por áhi, la carretera de La Centinela, en Tierra Negra en San
Eugenio, hay estuvimos aguzando las herramientas. Antes no había perforadoras,
ni había nada sino marrón, taladros y picochas, en la misma carretera teníamos
la fragua.
El
primer herrero fue José Díaz León, José
el Herrero, natural de Jama, Vilaflor, que llega al Valle del Ahijadero
para casarse con Adelaida Hernández Alfonso y establecerse como herrero por lo
menos desde 1890, según consta en el censo electoral de ese año, con esta
profesión y con 33 años de edad. Años de dificultades para conseguir
aprovisionarse de los materiales precisos para ejercer esta profesión, que los
tenía que conseguir en Santa Cruz de Tenerife. Para lo que se trasladaba
caminando a Vilaflor, allí pernoctaba y en la madrugada partía por la cumbre,
adquiría lo preciso para su labor, lo depositaba en el muelle y regresaba otra
vez a pie. En barco le traían la carga hasta el desembarcadero de Los Abrigos,
a cuyo lugar la iba a buscar en bestias o camellos. Mi abuelo primeramente iba andando por aquí, se quedaba en Vilaflor,
cas señor Antonio Cano y después seguía pa Santa Cruz y después las cosas le
venían en braco a Los Abrigos y después en camellos traíban el hierro y el
carbón parriba, hasta cuando vino la cosa de los camiones.
En
el censo electoral de 1913 se inscriben como herreros a José Díaz León, de 56
años, y a su hijo José Díaz Hernández, de 25 años de edad. Al primero se le
recoge en el padrón de habitantes de 1926, ya contando 69 años, casado con
Adelaida Hernández Alfonso, de 73 años, y con el hijo Cristóbal Díaz Hernández,
soltero y de 35 años que también ejercía el oficio de herrero. Asimismo con
esta profesión se registra a su otro hijo, José Díaz Hernández, Pepe el Herrero o Pepe el Cojo, por poseer ese defecto físico, casado con Ángela
Hernández Delgado.
Estos
últimos son los padres de cuatro hijos, tres de los cuales han perpetuado el
apodo: Ángel el Herrero, Juan el Herrero, José el Herrero o José Rubio,
y Ángela Díaz Hernández. Y con ellos se ha perdido lo que motivó este
sobrenombre, esa profesión de yunque y golpe, de calor y frío, de fuerza y
destreza.
José
Díaz Hernández, se le conoce, se le nombrará siempre, por Rubio o por el Rubio del
Toscal, por ser de tez clara, y para diferenciarlo de otros con igual sobrenombre,
tal como relataba, nací rubio, dicen, el
Rubio del Toscal. Porque estaba el Rubio de la Vera, el Rubio de la Hoya y el
Rubio del Toscal. Reseña a José García Domínguez, natural de La Vera, y a
José Melo.
José Díaz Hernández. El
Roque, c. 1970
|
José Rubio
prosigue con sus recuerdos ilustrando la dura labor de este olvidado oficio,
comenzó estorbándolos, estorbándolos,
forjando lo que veía hacer, jugando a ser mayor, recreando lo que después fue
su profesión y su pasión. Y recrea algunas de las labores que realizaron, como
confeccionar las barras para el duro trabajo de las carreteras o de la
cantería, compraban el hierro para formarlo y añadirles la punta de acero. O
las rejas, forjadas según la fuerza del animal con que se iba a arar. Pequeñita para un burrito, para un caballo
un poquito más grandita, después pa un camello un poquito más grande y después
pa una yunta de vacas ya era una reja más grande, arreglado a la fuerza del
animal.
La
utilización de un tipo u otro de carbón también marcaba ciertas pautas de
trabajo, era preferible el carbón mineral, pero si no se conseguía se usaba el
vegetal y en algunos casos leña. El
carbón vegetal no da calorías bastante, nosotros usamos hasta con estacones de
esos de los tomates, estacones si no conseguíamos carbón. María Cecilia salía a
juntar estacones dallí en San Eugenio, los sembraban de tomates y después
quedaban estacones botados y pedazos de
estacones, para eso pa agusar la herramienta. Cuantas veces agusábamos con carbón
de retama.
Por
las manos de José Rubio, y la de su
abuelo, padre y hermanos, han pasado una buena parte de las rejas de los
arados, de herramientas para múltiples labores, de las herraduras de caballos o
mulos, de las chapas para las vacas, o un
sinfín de modelos de clavos, que se han utilizado en esta parte del Sur en la
que le reclamaban sus trabajos, sobre todo por los municipios de Granadilla,
San Miguel, Vilaflor, Arona o Adeje. Asimismo crearon herramientas para las
canteras de piedra chasnera o de cantos y cuando comenzaron a llegar los
primeros camiones adaptaron su habilidad para elaborar las barandas de hierro.
Y todo ello, golpe a golpe, dándole forma al hierro a base de fuego y destreza,
de maestría y paciencia.
José
Díaz Hernández. En su taller en el Toscal de los Herreros, 2013
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario