Por los territorios
cercanos de Dolores León Linares
Dolores León Linares nació
en La Tosca, Valle de San Lorenzo, en 1918, en la casa donde vivía su madre
Efigenia León Linares, y sus abuelos, María Linares García y Agustín León
Toledo; y allí nacieron también sus hermanas, Encarnación y Enedina. A trabajar en lo nuestro y a criarnos a
nosotros. Ella estaba con la madre y el padre y allí nos crió a nosotros.
En el Censo de Población de
1920, Agustín León Toledo contaba 62 años y de profesión labrador; María Linares, 63 años y sus labores; Efigenia León Linares, 30 años y sus labores; y Encarnación, 3 años, en otro padrón se anota que
nació en 1908; Dolores, 2 años; y Enedina, 1 año. En el Padrón Municipal de
1924, María Linares consta como viuda;
y residiendo toda la familia en La Tosca.
Dolores relataba la
ocupación de sus abuelos y su madre. A lo
dél, entonces tenían, con lo dellos vivían, tenían pabajo pa esa costa, tenían
terrenos, tenían en el valle, en Jama, en La Escalona, y plantaban, y tenían y
comían, ellos no trabajaban con nadie sino con ellos.
Y proseguía reseñando la
dureza de la vida cotidiana, el aprovechamiento de cualquier recurso, como el
tronco de las piteras que se arrancaba, se cocinaba y era un excelente alimento
para los cochinos. Las hojas, retirándole los picos y picándolas, era alimento
frecuente para las vacas. Cuando chica
ayudé a mi madre, donde quiera que salía mi madre salíamos nosotros. Íbamos a
coger cochinilla, íbamos a por piteras pa los cochinos, porque antes no había
más nada sino lo que se cogía en la tierra, y criaba cochinos e íbamos allá
fuera a coger piteras. Y allí estaba mi abuela, y yo, estábamos hasta las diez,
hasta las once de la noche, ella pelando piteras y yo con ella. La pelaban en
la casa y la pasaban por agua hirviendo, y se criaban los cochinos, la mejor
carne que se comía.
Y apenas fue a la escuela,
pero aprendió la sabiduría de la naturaleza, esa que fue atrapando en el
transcurrir de su dura vida. Estuve dos
meses en la escuela y después estuve un mes cas doña Lola, eso aprendí, más
nada.
Y a trabajar fuera de la
casa, desde la adolescencia, se inició en los cultivos del tomate, en la zona
de Guaza, y también realizó tareas en el acondicionamiento de la charca de Cabo
Blanco. Y entre trabajos y trabajos, llegó su boda con Antonio Rodríguez
Hernández, natural de La Laguna, y que recaló, con apenas doce años, a faenar
en La Tabaibita. Se crió en La Tabaibita
con don Juan y doña Julia. Y a Arona fueron, a pie, a casarse, por la
mañana, después vuelta a su casa en La Tosca, almorzar, cenar y después al
baile por la noche, en el salón de Francisco Gómez. Y llegaron sus hijos, Cayetana,
Julia y Antonio.
Las hermanas Dolores, a la
izquierda y con unos 8 años, y Enedina, y su abuela María Linares García
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Y juntos continuaron en las
mismas labores agrícolas, para las que se ayudaron de todo tipo de animales,
cabras, vacas, burra o camello. Camello y burra, utilizados para arar, trillar,
cargar, con camello, sí señor, y la
burra, y de todo se trillaba antes. Cargarlo
con lo que había y después por higos al Malpeís, por lo que había.
Antonio Rodríguez se
trasladaba a la cumbre, con la burra, en busca de pinocho y retama, con el camello no fue nunca a la cumbre. Por
retama si iba, todas las semanas, iba porque teníamos dos vacas y le echaba la
retama, que no había otra cosa y si cogía pencas en la finca y algo de hierba.
Dolores apuntó una anécdota
que le aconteció con el camello, en cierta ocasión que se trasladaron a la
Cooperativa de San Miguel de Abona, fundada en 1959, en busca de productos
agrícolas y hubo un accidente de automóvil. Lo
cargamos de afrecho, de todo, pa los animales, teníamos dos vacas. Se
fueron todos a ver el accidente y me
dejaron allí con el camello, y digo qué jago yo. Desamarro el camello, lo cojo
del cabestro y el camello detrás de mí, con la cabeza arriba del hombro mío,
pues todo el mundo se quedó mirando pa mi.
Sembrábamos papas y sembrábamos de todo. Eran momentos en los que
se aprovechaba lo disponible, hasta lo impensable, como los pitos de los higos,
la raíz de pitera, el rebusque en los cultivos. Su vida transitó entre los
cultivos de secano y la recogida de cualquier planta para alimentar a los
animales. Y recoger cochinilla, y confeccionar rosetas en cualquier rato libre.
Y aprovechar hasta el último higo pico para hacer porretas, las cáscaras para
el cochino, pa comer y pa los animales,
pa hacer porretas los pelábamos allabajo y lo dejábamos allabajo en los pasiles
y después los íbamos a prensar y hacer un corral y con piedras arriba. Al otro
día íbamos a tenderlos allí mismo, donde estaban y después de pasados los
llevamos parriba.
Y siempre acordándose de esos
tiempos pasados, antes era miserias. Íbamos
al Malpeís por una cesta de higos, íbamos descalzas porque entonces no había
sino trabajos, descalzas y cuando usté llegaba a un sitio que había gente se
ponía las lonas, pa que no la vieran descalza, eso así era antes.
Y de su siempre amena
conversación surgían infinidad de recuerdos, de los lugares por los que
transitó, territorios cercanos, y de los vecinos que habitaban su alrededor, y
que si los citáramos en la actualidad pasarían por desconocidos, antes no trabajaban sino cada uno el que
tenía su fisquito, y tenía, pelaban higos, segaban, y en medianerías y cosas
desas, a los que atesoraba en su privilegiada memoria. Dolores falleció en
diciembre de 2019, pero nos dejó sus palabras con las que podemos hilvanar la
madeja de sus recuerdos, esos que se habían nutrido de los aconteceres de su
día a día, en su territorio cercano, ese que abarcaba las cercanías de La Tosca
y los terrenos frecuentados entre el Valle de San Lorenzo y Buzanada. Y surgen
nombres como El Morro, La Fuente, La Azotea, La Tabaibita, Los Cercados, Vera
del Sarillo, Beña, El Patio, Malpeís, La Cerca, Roque de las Abejeras, Las
Pilitas o La Rosita.
Y forjó su memoria con lo
cercano, en su espacio y con sus gentes, y nos regaló sus palabras envueltas en
el sosiego que le aportaron los años, con esa quietud que transmitía su mirada,
su curtido rostro, sus pausadas manos.
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