José Tacoronte Melo nació en 1918, en Ifonche, Vilaflor, en cuyo lugar poseían vivienda sus padres, Juan Tacoronte Hernández y Adorsinda Melo Aponte. Casa en El Hoyo y medianería en La Suerte, dedicados “a la agricultura, a plantar papas y segar, tenía unos veinticinco cabras, dos vacas, dos bestias y un caballo. Yo cuidaba las cabras. Íbamos al alto de Las Lajas, hasta allí íbamos con el camello pa llevárselo al Tavío al Calvario [Arona], dos duros, trescientos kilos de pinillo cada camello. Y su madre, a elaborar los dulces tradicionales de Vilaflor, disponía de horno de leña, que tanta fama tenían en buena parte este Sur, y cuando había fiesta, pues ventorrillo pallá y pacá.”
Sus abuelos paternos, Federico Tacoronte Hernández y Carmen Hernández Mesa, ya cuidaban esa manada en La Suerte. “De medianero y con cabras, después estuvo con cabras mi padre, y después se marchó mi padre y entró el hermano Federico, mi padre estuvo de soltero y casado en La Suerte.”
José se casó en 1948, con Otilia Moreno Oliva, Tila, natural de Benítez, en Adeje. Y vine aquí, al pie del Roque de los Brezos, en Ifonche, pero en la zona de Adeje. Se conocieron en un baile que organizaba Pastor Oliva Rodríguez, que tenía una cantina en Ifonche Arriba. “Venían del Valle, de Adeje, del Puertito, venían a los bailes. Antes se bailaba donde quiera. Y el cantar fue otra de las aficiones de José, tal como narra su encuentro con una chica de El Puertito, venía una chica que parecía tía Amalia, paz descanse, la voz gruesa como un hombre, pero cantaba bien. Y José cantó: "Cante compañera, cante/ que me gusta su cantiga/ que yo también cantaré/ si a usted le gusta la mía."
"Era morena, dice que era hija del carbonero, no se ese carbonero quien era, y entonces me canta: Pájaro que bien cantaste/ en la hoja del ciprés. Pájaro que bien lo hiciste/ vuelve a cantar otra vez. Yo empezaba a cantar al escurecer y llegaba por la mañana y no repetía un cantar. Algunos que los oía y otros que lograba yo.”
Y José continuó con la tradición familiar en el cuidado de una pequeña manada de cabras, casi siempre alrededor de 20 animales, en su casa al pie del Roque de los Brezos, en Adeje, y cuya actividad mantuvo con una media docena hasta por lo menos la primera década del siglo XXI.
Las narraciones fluyen con suma facilidad, como cuando va reseñando una de sus otras ocupaciones, la de zapatero, y de la que adquirió una muy buena popularidad entre sus vecinos, y en cuya labor se mantuvo trabajando hasta el inicio del siglo XXI, “yo no se si en el dos mil uno trabajé ya.”
Labores que inició con su tío, Federico Tacoronte Hernández. “Mi tío Federico arreglaba los zapatos, porque tenía seis hijas, le arreglaba los zapatos a sus hijas. Y yo me gustaba y ponía gomas, compraba unas lonas y le ponía unas gomas, me gustaba la cosa, después un día en el regimiento, cuando terminó la guerra, había un chico allí. Digo, si pudiera entrar áhi, me gusta la zapatería. ¿Sabes bullir? No se mucho, mucho, pero yo hago algo. Si quieres se lo digo, a ver si lo enchufo. Se lo dice y dice, dígale que venga.
En el cuartel, en el Pirineo de Zaragoza, allí estuve tres años, allí dentro de esa nieve. Me mandó que pusiera unas tapas a unas botas. Dice, está bien. Después me daba zapatos de los oficiales, de los hijos, pero claro no había hormas, una zapatería de un regimiento sin hormas,…”
Y después ya siguió en Ifonche, cuando regresó de la Guerra Civil, acondicionando un cuarto en El Hoyo. “Yo empecé barato, si me salía trabajo, trabajaba fuera y después cuando tal, … Allí empecé hacerlos, a 100 pesetas. Lo más caro que vendí a 1.800.”
“A principio le cobré sesenta pesetas, el primero que hice.” A Luisa Rodríguez García, la mujer de Daniel Rodríguez Cano, Daniel el de Mojino, vivían en este pago de Vilaflor, Mohino o Mojino. “Zapatos de Vilaflor, de Arona, de Los Cristianos, del Valle, de todos sitios, hasta pa Caracas hice zapatos.”
Tuvo mucho problemas para comprar el material para trabajar la zapatería, para que le dieran el cupo. “El cupo le dicen el material, medio cuero de una vaca.” Ese cupo lo compraba a Juan Molina en Santa Cruz de Tenerife. Apuntaba que la mejor suela es la de vaca, para la parte superior utilizaba vaca y cabra, ya preparada. También compró gomas usadas para zapatos, a 500 o 700 pesetas una goma.
Otlia Moreno y José Tacoronte. 2006
Las conversaciones con José aportaron múltiples facetas de una vida que transcurrió con sacrificios a lo largo de su longevidad, falleció en noviembre de 2020 ya con ciento dos años, en esos difíciles momentos en los que le tocó andarla.
Tanto reseñaba sus vicisitudes en los cultivos que lidió, papas, cereales o viña, el cuidado de los animales, cabras, vacas, bestias, cochinos o camellos, y otras tantas tareas, como ir al monte en busca de pinocha o retama, a cuyo menester acompañaba a su padre desde los doce años, “cargando en esas laderas, en mantas.” O la elaboración de juguetes, molinos o arados, de gamona, o esos camellos de corcha de pino, “el camello con el cogote estiradito es más guapo, en vez de ser rosco por arriba, el cogotito más largo, el camello que tiene poca vuelta lo ve usted con la cabecita palante.”
José Tacoronte Melo ha sido un ejemplo para comprender la importancia de la tradición oral. Su sabiduría ha llegado con el acopio en el navegar de su extensa vida, en la que fue asimilando, y aprehendiendo, en las páginas de la naturaleza. Sus relatos llegaban envueltos en bellas palabras, esas que brotaban de su interior, sentidas, y que daban pautas para un mejor entendimiento del pasado, ese al que siempre hay que aferrarse para encauzar el presente y el fututo con mejores perspectivas.
Noviembre de 2020
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