Roque de Jama. Arona-San Miguel de Abona. 1958 |
La llegada de langostas al archipiélago, desde el
continente africano, está documentada a partir de la colonización de las islas.
En el Sur de la Isla, y para el siglo XX, se podrán destacar las que ocurrieron
en 1901, 1932, 1954 y la de 1958.
Esta última gran invasión producida entre mediados de
octubre y mediados de noviembre de 1958, se combatió principalmente con
espolvoreo a mano de veneno, con hogueras, produciendo ruidos con todo tipo de
latas, amontonarlas y quemarlas con gasolina o a pescarlas con pandorgas y
enterrarlas en las playas. La plaga se inició el 15 de octubre y no fue hasta
el 23 cuando comenzaron a actuar dos avionetas desplazadas desde la península,
con salida de Los Rodeos y desde una pista improvisada en El Socorro, en la
costa de Güímar.
Sobre todo su impacto se sintió en el Sur de la isla, desde Santiago del
Teide al Valle de Güímar, afectando asimismo a parte del norte de la isla y a
la cordillera de Anaga. Se combatió a esta plaga desde su llegada el día 15 de
octubre hasta mediados de noviembre. Los daños de mayor cuantía se produjeron
en los cultivos de papas, algodón y tomates.
Este desastre fue recogido en las informaciones que
diariamente se plasmaba en la prensa escrita, se seguía la evolución de estas
langostas, sus desplazamientos, daños. Arico fue el municipio con mayores
perdidas, cuantificadas por el Gobierno Civil, que rondaban, en los cultivos ya
citados, los cuatro millones de pesetas. No es una exageración. La langosta
ocasionó daños en el 90 por ciento de los cultivos tomateros. Más de 200
fanegadas al servicio del sangrante fruto. Y del preciado tubérculo temprano
otras largas 600 fanegadas quedaron totalmente arrasadas. En tomates, más de
dos millones de matas perjudicadas bárbaramente por la roedora langosta. En
patatas, una perdida de cerca de los dos millones y medio de kilos, de los tres
que produce cada año. Eran millones las langostas que descendían a los
cultivos. Y se vieron imposibilitados de ahuyentarlas, a pesar de elevar al
cielo hogueras y de hacer sonar por todo el largo y ancho término municipal
estruendosos ruidos a base de cacharros y latas encontradas en los hogares y en
cualquier barranco.
Los daños ocurridos en San Miguel de Abona se cuantificó
en algo más de millón y medio de pesetas. Por el Alcalde-Presidente, Miguel
Delgado Calcerrada, se remite al Gobernador Civil de la Provincia de Santa Cruz
de Tenerife, los datos pormenorizados de los daños causados en los días de
mayor virulencia, del 17 al 20 de octubre de 1958. Los más cuantiosos se
registraron en el cultivo de la papa, con algo más de medio millón de pesetas,
siguiéndole los del tomate, el algodón y en menor cuantía el plátano. La
plaga no dejó de residir en San Miguel, donde casi se puede decir que durmió
sobre las plantaciones de patatas y tomates. Aquí, no olvidemos que San Miguel
es la reserva más importante de patatas de la isla, la destrucción del
tubérculo ha sido casi total.
Por este escrito de la Alcaldía de San Miguel se conoce algunas de las
fincas más afectadas. Con respecto a la papa, donde se produjeron mayores
perdidas fueron en la de El Salto,
de los Herederos de José Gómez Bello, valorados en 33.500 ptas.; y la de Ochoa,
de Pedro Delgado González, con 30.000 ptas. El mayor valor de los daños causado
en los cultivos de tomates lo fue en la situada en Las Chafiras, de Luciano
Bello Alfonso, con 105.000 ptas.; y la de La Aldea, en la de Virgilio Delgado
Hernández, se valoraron en 80.000 ptas. En el algodón se destaca los de la
plantación situada en La Punta, de Tomás Toledo Gómez, con 55.000 ptas.
En Fasnia y Güímar los daños se cuantificaron, para
cada uno de estos municipios, en algo más de dos millones y medio, afectando
sobre todo a la papa. Al igual que en Vilaflor, donde las perdidas ascendieron
a algo más del millón de pesetas. En Granadilla de Abona no llegó al millón de
pesetas, sobre todo tomates y papas; en la costa, en El Médano, era tal el
número que se “pescaban” con pandorgas y redes desde las embarcaciones de los
pescadores, para su posterior traslado a tierra y enterrarlas en la arena de la
playa.
Fumigación en Granadilla. 1958 |
En Arona se estimaron las perdidas en algo más de un
millón de pesetas. A comienzos de noviembre, y cuando aún no había finalizado
esta plaga, en Pleno Municipal se informa de los gravísimos daños que ha
causado la langosta africana en las distintas invasiones de que ha sido victima
la zona de este término Municipal, principalmente en los cultivos de algodón
que han sido perjudicados en más de un cincuenta por ciento de su producción,
siendo también muy dañados los tomates, patatas, kenaf y cultivos menores.
El domingo 19 de octubre el periodista Luis Ramos
recorrió las zonas afectadas del Sur, de cuyo relato entresacamos: Fue
penosísimo contemplar, el domingo, el triste panorama de la langosta en El
Escobonal, El Médano, El Puertito, El Socorro, La Viuda, Las Galletas, La
Zarza, Fasnia, Arico y muchos pagos y barrios de los términos municipales de la
mayoría de la mayoría de los pueblos del Sur, sin olvidar a Arafo, Adeje,
Vilaflor, Granadilla, Candelaria, donde todos, como un solo hombre, no
desmayaron en emplearse a fondo para lograr eliminar la terrible plaga que ha
venido a sembrar el dolor en todos los hogares, ya que ni los pudientes ni los
más desafortunados han quedado fuera de este malestar, cuyas consecuencias aún
son difíciles de catalogar, porque los números aún no juegan ya que todavía la
langosta reside en las partes altas y costeras de la isla, a pesar de los
extraordinarios esfuerzos que se vienen efectuando por eliminarla.
Una década, la de los años cincuenta, donde se estaba
implantando el regadío, gracias sobre todo al Canal del Sur, donde todavía uno
de los cultivos principales era el cereal de secano, que no se vio afectado por
no haberse producido las lluvias necesarias para poderse efectuar su siembra.
Una década difícil, en la que se alternaron años de sequías y años de
temporales, y sobretodo con dos años, 1954 y 1958, donde se registraron otras
tantas invasiones de langostas, que han llegado casi siempre en octubre,
transportando consigo el infortunio. Ante tal número de insectos de poco
servían los fuegos, los humos, los ruidos, las quemas al amanecer antes de que
levantaran el vuelo, los venenos mezclados con afrecho, los insecticidas; muchas
de las veces lo que se lograba era trasladarlas de un lado para otro. Lucha que
duraba semanas, exterminándose por la voluntad y el esfuerzo de todo el mundo,
casi destruyéndolas una a una, montoncito a montoncito, que se completaba con
la llegada de la milagrosa lluvia. Y como siempre con la esperanza de poder
relatar esta gran invasión de 1958, como la última.
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