Ricardo Oliva Fumero. Vilaflor, 2011
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Ricardo Oliva
Fumero, oficio y pasión por la madera
Ricardo
Oliva Fumero, Siso, nació en Vilaflor,
en un invierno de 1928. Sus padres, Porfirio Oliva Fumero y Magdalena Fumero
Martín residían en El Cubo, una familia que dedicó sus esfuerzos para sobrevivir,
a la agricultura, a la albañilería y en trabajos en galerías, o como se
expresaba Siso, al trabajo, cuando salía trabajo.
Labores
a las que se comenzaba desde temprana edad, y más aún cuando su padre fallece
en una caída en La Hondura, en marzo de 1937. Con él se encontraba Ricardo y
dos hermanas que fueron en busca de hierbas y leña. Yo no traía nada porque yo entodavía no podía, yo lo único que hacía,
me acuerdo, llevaba nada más que el hacha, que la llevaba pa cortar un poquito
de leña, porque uno traíba leña, otro pinillo y otro un saquito hierba. Se fue
asomar al risco y se cayó, nosotros estábamos con él.
Ricardo
apenas asistió a la escuela, entre las ayudas en las labores en la agricultura
y recogida de leñas, piñas y pinocho, de poco tiempo disponía. Después cuando yo era grandito, con doce
años y eso, estaba con un burrito, llevando piñas y pinillo pa San Miguel, pa
cambiarlo por papas, y si lo vendía, como fuera. Yo empecé a ir con un hermano
mío que tenía dos años más viejo que yo, que murió de catorce años. Un día iba
pal monte y otro día pa San Miguel. Lo que uno solo entodavía era muy chiquito
pa hacerlo.
Ricardo
también obtuvo carbón en contadas ocasiones, o cuidar de algunas cabras que
siempre había en la casa. Trabajó en galerías, como en la galería Pinalito, archetando. O en la carretera de La Orotava
a Vilaflor, de ayudante de su hermano Mamerto, que era albañil, haciendo tajeas, arreglando las tajeas y haciendo
alguna pareita. Cuando tenía 59 años se trasladó a trabajar a una carpintería
que su cuñado había instalado en la Cruz de Piedra, La Laguna, donde permaneció
unos seis años, para después partir a Venezuela, donde permaneció once años y seis meses. Y regresó a El
Cubo, y adquiere una máquina universal.
Y ahí empecé a hacer de todo, ventanas,
puertas, muebles, los muebles pa mi familia, allá en La Cuesta.
Su oficio, y su pasión, fue al carpintería,
empecé, le puedo decir que muchacho chico, yo siempre estaba con uno que se
casó con una hermana. Se refiere a
Miguel Martín Quijada, hijo del carpintero Diego Martín y Juana Quijada, casado
con Nelida Oliva Fumero. Cuando se casaron, Miguel montó una carpintería en El Cubo y
en ella trabajaba Ricardo. Y allí puso un fisco
de carpintería pa hacer unas puertas y unas ventanas, lo que se hacía antes,
porque antes se hacía muy poquito. Carpintería
en la que se realizaba todo a mano. Cuando empecé no
tenía nada más que un cepillo, todo a mano, había que serrarlo a mano,
cepillarlo a mano, todo a mano. Y allí empecé con él, a trabajar, y después
cuando nos tocó la quinta, él se fue pal cuartel y yo me quedé haciendo sillas
y venciendo sillas, hacía las sillas y las vendía pal Norte.
De
sus manos salieron múltiples aperos de labranza; colmenas, cajones con tablas; arreglos
de barricas de vino, ponerle un fondo
nuevo a la barrica, eso si hice, ahora hacerle el largo completo, eso no;
escobas, queseras, ventanas. Un
carpintero, antes, hacer una puerta, una ventana, una mesa, porque antes los
carpinteros no hacían muebles. O la tan demandada, la silla chasnera, lo único
que iba clavado era el fondo, de dos o tres piezas, de una pieza entera no se
conseguía siempre. Llevaba clavos nada más que el fondo, lo demás era todo
enlazao. Muchas se vendían para la Banda Norte, sobre todo se llevaban al
Valle de La Orotava. Había uno que día
pallá con vino y sobre los barriles de vino me llevaba media docenas de sillas,
le decíamos José, que por el apodo le decíamos el Cuerito.
La
maestría de Siso se denota en el modo
de explicar el proceso completo desde la tala del pino hasta terminar con el
utensilio que elaboraba, y que él realizó en cada uno de esos pasos. Se inicia
con la tala, con hacha, y serrar los pinos, a mano, para transformarlos en
tablones para su mejor transporte, con un máximo de 4 metros, para poderlos
trasladar en camellos. Otros dían
adelante tumbando, tumbando y pelando, quitando la corcha, que le decíamos.
Nosotros era otra capotilla, atrás, nada más que serrando. Nosotros sacábamos por píes, las piezas nos
la pagaban por pies. Todo lo que se pudiera
serrar se serraba y lo demás todo era pa carbón, se tumbaba de setenta, de
cuarenta, de diámetro y los tablones se solían hacer del grueso de 5 a 7
cm., o mayor. Si era un pino padre, que
venía teniendo noventa, eso se pegaba uno un día, pa hacerlo dos piezas.
Después las dos medias que quedaban lo dividíamos en tablones. Primero lo
partíamos a la mitad y después lo lañabamos.
Estos
trabajos serrando pinos en el monte lo realizó tanto en el Municipio de
Vilaflor como en los de Adeje y Granadilla, y se trabajaba lo que se podía, áhi no se miraba el reloj sino lo que se vía, en lo
que se vía había que estar serrando, hasta que se oscurecía, después por la
mañana temprano desde que se vía estábamos serrando, después hasta que se
oscurecía.
Y
ahí quedaron sus fuertes manos en el recuerdo de sus trabajos, que los realizó
hasta mediados de la primera década del siglo XXI, en esa evocación que apuntaba
su agrado por la tea. La tea dura y no le
entra el bicho, ni se pudre ni nada, dura muchos años, ahora pa trabajar no es
mala, pa trabajar es suave, lo único que pa cepillarla, como es resinenta había
que trabajarla bastante. Los cepillos se llenaban de resina y había que
limpiarlos con frecuencia.
Y tras su fallecimiento, en agosto de 2019, nos queda su profunda memoria, su fascinación contagiosa por el paisaje de nuestra tierra chasnera. Por sus expresivas manos, curtidas en la tierra y en la madera, transcurrió ese cauce del tiempo, esa cosecha de vivencias, sus idas y venidas en sus múltiples trabajos vinculados con nuestra tierra, árida, austera, pero siempre con esa sublime y desbordante belleza. Sus relatos, sus palabras, se colmaron de nostalgia y fueron surgiendo sus conversaciones, sus explicaciones, con esa patina de sabiduría que acopió en su andar.
Y tras su fallecimiento, en agosto de 2019, nos queda su profunda memoria, su fascinación contagiosa por el paisaje de nuestra tierra chasnera. Por sus expresivas manos, curtidas en la tierra y en la madera, transcurrió ese cauce del tiempo, esa cosecha de vivencias, sus idas y venidas en sus múltiples trabajos vinculados con nuestra tierra, árida, austera, pero siempre con esa sublime y desbordante belleza. Sus relatos, sus palabras, se colmaron de nostalgia y fueron surgiendo sus conversaciones, sus explicaciones, con esa patina de sabiduría que acopió en su andar.
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