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Miguel Cabrera Tacoronte
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En
agosto de 1950 comenzaron de nuevo los lamentos en el Barranco Hondo, ubicado
en las cercanías de Vilaflor. Allí está enclavada la galería La Milagrosa,
conocida también por Las Goteras, por encontrarse en sus cercanías una fuente
denominada de Las Gotas. Hacía pocos años del fallecimiento de Ramón Fuentes, a
cuyo rescate acudió un antiguo compañero de penas y sufrimientos, un trabajador
que ya había abandonado el impagable trabajo que se realiza en las entrañas de
la tierra, Miguel Cabrera Tacoronte. En agosto de 1950 se cobró cuatro nuevas
víctimas, primero a Emilio Quijada González y Francisco Fumero Fumero, y en el
intento de rescatar el cuerpo de este último a Antonio Cano Oliva, encargado de
la galería, y Miguel Cabrera Tacoronte, quien aquí volvió en pos de extraer a
un antiguo compañero de las entrañas de esta galería de la que conocía todos
sus vericuetos, en la que andaba con la misma familiaridad que en su propia
casa.
En la mañana del viernes 25 de agosto de 1950, y como
cada día, entró a trabajar en la galería La Milagrosa o Las Goteras, el primer
turno compuesto por los obreros Antonio Cano Martín, Francisco Fumero Fumero y
Emilio Quijada González. Era el día previo a los festejos de San Agustín y San
Roque, el último día de trabajo antes de unas celebraciones que estaban
previstas se desarrollaran entre el sábado 26 y el martes 29 de este mes de
agosto. Se iba a contar con la participación del Obispo Domingo Pérez Cáceres,
el cual tenía previsto oficiar la misa de las siete de la mañana del domingo
27, y a quien además se le iba a rendir un homenaje en esa misma tarde, con el
descubrimiento de una lapida de mármol con la que se le daba su nombre a la
plaza de la Parroquia de San Pedro Apóstol. Pero la tragedia llegó antes, el
pueblo entero comenzó un prolongado duelo, se suspendieron todos los actos
previstos para esta festividad, a excepción de los actos religiosos que se
multiplicaron.
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Entrada a la galería Las Goteras de la Comunidad la Milagrosa
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Llegaba la tarde del fatídico viernes 25 de agosto de
1950, ya había pasado las cuatro
de la tarde cuando comenzó a cundir el pánico por que aún no habían salido los
tres obreros de la galería. La tragedia se respiraba en unas personas
conocedoras del peligro que guardan estos túneles por los que se han extraído el
agua para el progreso de la agricultura y el turismo. La tragedia llegó a
través de unos obsoletos conductos de ventilación, los que son imprescindibles
para renovar la atmósfera, limpiarla de gases tóxicos y permitir trabajar con
ciertas garantías. Y allí se quedaron atrapados estos tres obreros, a unos dos
kilómetros de profundidad. En el primer intento de rescate participaron, entre
otros, Severiano Delgado, Luis Fumero y Evelio Martín Quijada. Este último
logró sacar con vida a Antonio Cano Martín, intoxicado por los gases y con
ligeras heridas, lo encontraron a unos 1.800 metros de la entrada. En otro
intento, a las dos de la madrugada extrajeron el cadáver de Emilio Quijada
González, de 19 años de edad; se encontraba a unos 80 metros, en dirección al interior
de la galería, de Antonio Cano. No pudiéndose localizar en esas primeras
incursiones al tercer componente de este primer turno de trabajo, a Francisco
Fumero.
En
la tarde del sábado día 26 se celebró el funeral por Emilio Quijada, oficiado
por el Obispo Domingo Pérez Cáceres. Al mismo tiempo, y con grandes
dificultades por la escasez de material adecuado para el rescate, continuaban
los intentos por extraer el cadáver de Francisco Fumero Fumero. Lo intentó un
grupo formado por Antonio Cano Oliva, de 65 años, que era el encargado de las
obras en la galería, padre de Antonio Cano Martín y abuelo político de
Francisco Fumero; Miguel Cabrera Tacoronte, de 49 años, antiguo trabajador en
esta galería y que no era la primera vez que se presentaba para estas labores;
Francisco Delgado Valentín, de 25; Francisco León García, de 26, y Jesús
Reverón Tacoronte, de 20 años. Los dos primeros eran vecinos de Vilaflor y los
restantes de Arona.
La
desgracia volvió a hacer acto de presencia en esta galería que se adentra en el
subsuelo y llega a la perpendicular de Las Cañadas. Este grupo entró en una
vagoneta que volcó cuando se encontraban próximos al final del túnel, al se
lanzados fuera de esta vagoneta se desconectaron de los tubos de oxigeno que
los aprovisionaban, permaneciendo expuestos a los gases tóxicos. En este
intento de rescate del cadáver de Francisco Fumero entraron cinco y sólo
lograron salir tres, atrás quedaron dos nuevos muertos, Antonio Cano Oliva y
Miguel Cabrera Tacoronte. Fue tal el pánico que se produjo con estas dos nuevas
victimas que se suspendió el rescate de sus cuerpos.
Los
trabajos para la extracción de estos tres fallecidos se realizaron con las
máximas precauciones, el 30 de agosto se informaba que se había penetrado unos
mil metros en el interior de la galería, comprobándose el normal funcionamiento
de todos los equipos de seguridad. Al día siguiente se llegó a los dos mil
metros, en cuyo lugar tuvieron que ensanchar un corto tramo por el que no
podían pasar las vagonetas. La incertidumbre, el ser las tres victimas que aún
quedaban en el interior muy conocidas en la comarca, hizo que los aledaños de
la boca de la galería se poblaran de familiares, amigos y curiosos, en espera
de alguna información. Pero no fue hasta el domingo 3 de septiembre cuando se
pudieron extraer los cuerpos de Antonio Cano Oliva y Miguel Cabrera Tacoronte.
Desde la galería se trasladaron a la Parroquia de San Pedro Apóstol, donde el
Prelado de la Diócesis Nivariensis ofició un responso para después sepultar a
Miguel Cabrera en el cementerio de Vilaflor y trasladar a Antonio Cano al de
Santa Cruz de Tenerife.
Pero
al final de la galería todavía quedaba otro cuerpo, el del obrero Francisco
Fumero Fumero, por el que su familia aún hubo de esperar cinco meses para poder
celebrar su enterramiento. Su cuerpo se recuperó el viernes 26 de enero de
1951, apuntándose en las informaciones del momento que sólo presentaba ligeros
síntomas de descomposición a pesar del tiempo transcurrido en la galería.
Y
en la profundidad del Barranco Hondo, al pie de la vieja fuente de Las Gotas,
se abre en la piedra viva la boca de la galería de La Milagrosa, popularmente
conocida por Las Goteras. Hasta allí llegamos de la mano de la hija de Miguel
Cabrera Tacoronte, a quien su padre dejó con apenas nueve años. Al pie de la
galería, de esa boca desde la que apenas percibamos unos metros de los más de
tres kilómetros abiertos con sudor y sangre, la de estos vecinos de Vilaflor,
se alberga la emoción de Maruca Cabrera Bethencourt, quien no había estado aquí
desde que le traía la comida a su padre, a pie se hace largo la senda desde La
Martela. Aún siendo agosto el frío se palpa en la hondura del Barranco Hondo,
frío y silencio apenas roto por las lagrimas que se desploman sobre el
culantrillo aferrado a esta fuente de Las Gotas.