|
María Rancel Toledo. Las Zocas, 2005
|
Artículo publicado en la prensa en 2005 y en la revista La Tajea, nº 42,
del Ayuntamiento de San Miguel de Abona
María Rancel Toledo estuvo vinculada a la tierra, a la agricultura y a
la ganadería, desde su cuna, desde ese primer día de 1909. Sus padres José
Rancel Díaz y Julia Toledo Oramas, habitaban una modesta vivienda de piedra y
teja en Guargacho. Su padre, conocido por Cho José Guargacho, era uno de esos
acreditados cabreros que levantó admiración en todo aquel que lo trató en el
Sur de Tenerife. Según el padrón municipal de San Miguel de Abona, en 1925
residía en Guargacho, procedía de Granadilla de Abona, donde creemos había
nacido, en 1875, y llevaba residiendo 18 años en San Miguel de Abona. Por los
datos que aporta María, la tercera de sus cinco hijos, su padre ya estaba en
Guargacho con anterioridad a su boda. Aquí llegó con su madre, Antonia Rancel,
a cuidar la manada de cabras que existía en esa finca, situado entre los
Municipios de Arona y San Miguel de Abona.
Y aquí estuvo, en palabras de otro cabrero, Salvador
González Alayón, hasta la década de 1940. “Pegó soltero y nació toda la
familia allí, se marchó en el cuarenta y uno con don Virgilio, a El Salón”, en Las Galletas. Luego
cuidó la manada existente en La Cañada Verde, lugar donde dejó la cabrería a
mediados de esta década. Para Salvador González, Cho José Guargacho poseía una de las mejores
manadas de cabras existentes en el Sur, “eso era nombrado, eran unas
cabritas no de mucho cuerpo, casi todas eran rociadas, rociadas y moriscas, y
molineras. Eso eran los colores de Guargacho, y cortitas de patas, cabras que
no eran sancudas sino cortitas. Buenas de leche.”
El vivir, el diario quehacer, era duro en Guargacho,
la casa no tenía las mínimas comodidades. En la cocina había que recurrir a la
leña, por el agua había que trasladarse al aljibe y al barranco, y para
alumbrase, recurrir al petróleo o al aceite de pescado. “Y la gentía cuando
apagaba uno la luz, ¡ay dios mío!, un quinqué de lata y le ponían aceite dentro
y una mechita que somara.”
En el verano se acrecentaba la dureza, la falta de
agua y de hierbas agudizaba el ingenio para poder sostener al ganado, al que en
muchos casos se alimentaba con pencas. “Pencas para picarles a las cabras
por fuera de los sembrados, les picábamos las pencas allí en la era y en las
toscas que había. Pencas verdes pa comer, en los veranos que no había naíta, en
los veranos allí no se jallaba nada, ni agua, que de allí de Guargacho veníamos
a Los Erales pa jurgar en un ere pa echarle a las cabras. Porque en el barranco
hacía un ere, jurgaba y había agua, y de allí sacaban el agua hasta pabeber. Y
después por último hicieron un tanque al lado de la casa.”
|
Vivienda de Guargacho
|
María ha trabajado en todas las labores relacionadas
con el campo. En Guargacho, con sus padres, además de ayudar en la casa, tenía
que arrimar el hombro en la agricultura de secano, con la siembra, recogida y
trilla del cereal, de la cebada y del trigo morisco; así como en el cuidado de
la manada de cabras, sobre todo en las ausencias de su padre, que muchas veces
iba en busca de completar el sustento con la pesca. “Día él solito allabajo
a la mar, a pescar con una gueldera, y le gustaba a él de dir. Y decía, ah
María, porque tú no vas con las cabras. Salía con las cabras al Gorón, se me
oscurecía, aquí arriba al lado de Oroteanda. Y venía por una carretera,
carretera no era sino piedras, tras una pared, parriba, parriba pal Gorón.”
El aislamiento, la falta de escuela cercana, y por
que eran dos manos más para el trabajo, motivó que su educación no pasara del
aprendizaje de las tareas por las que discurría la vida de sus padres, la casa,
la agricultura y la ganadería. Labores que aprendió a corta edad, temprano y
rápido, como el hacer el queso. “Tendría doce años, me dejaba mi madre si
tenía que salir, y yo apretaba la cuajada y la jacía. Pues a la vez que la vi a
ella jaciéndolo y sabía como ella, jacía la pelota pa dispués jacer el queso,
yo sabía igual que mi madre.” Este queso lo vendían a José Delgado, quien tenía
una tienda en Quemada, en Buzanada, salvo la parte que correspondía a la
propiedad de la finca, que se llevaba a San Miguel de Abona. En esos años
también trabajó en algunos cultivos de tomates en Guaza, donde se trasladaba
con su hermana Evangelina. Su labor, como el de otras niñas, consistía en hacer
un poco de todo, trasladar cajas de un lado a otro, recados, quitar la hierba
en los surcos, pagándoles “una peseta al día, hasta que jacía oscuro, el día
entero.”
|
Era de tosca de Guargacho
|
Entre sus múltiples quehaceres, también recogió
cochinilla, “en cuidar las cabras éramos todos, nosotros no diámos a
trabajar a ningún lado sino alrededor de las cabras y en coger cochinilla. La
secábamos y otras veces la vendíamos verde a don José Delgado, en Cambao, que
tenía una tienda, allí veníamos a traerla en la burra, ¡ay señor!, que veníamos
tan lejos. Cada vez que llenábamos la cesta, la saca dentro de la cesta a
traerla a Cambao y ese era el vivir allí.”
Las faenas no faltaban, como el coger higos picos y
pasarlos, las porretas, para tener algo más que comer en invierno. O las
diversas labores para tener el cereal listo para consumir; desde su plantación
después de la llegada de la ansiada lluvia; el segarlo y trillarlo en la era de
tosca de Guargacho. Una era adaptada en un trozo de tosca, con ligera
inclinación, de forma casi circular, con algo más de dieciséis metros de
diámetro y contando como pretil una simple alineación de piedra. Y el tostarlo,
con tostador y leña, para trasladarlo a algún molino cercano, para obtener el
gofio. En esos años el más próximo se encontraba en Quemada, en Buzanada.
Después de casarse, en San Miguel de Abona, con Juan
Marrero, celebrándolo con pescadito frito y papas guisadas en la casa que sus
padres tenían en El Morro. Vivieron en Los Pozos, mientras él trabajaba de
canalero. Después, algunos años en Guargacho, recogiendo cochinilla, acopiando
y vendiendo el estiércol de las cabras y de los camellos, hasta que se
marcharon a Los Bebederos, donde Juan trabajó de vaquero y María en el cultivo
de los tomates. A comienzos de los años cuarenta se traslada a vivir a El
Morro, en San Miguel de Abona, al norte de Las Zocas, donde reside en la
actualidad. Allí continuó con los trabajos en los tomates, en el tabaco, en el
algodón, en pasar fruta de leche, en coger cochinilla, en hacer porretas.
María ha conocido buena parte de este Sur como su propia
casa, lo mismo cuenta las aventuras para ir a coger higos de leche en dos
higueras blancas que había en Oroteanda; que nos narra, con la pericia que da la
sabiduría de los años, el proceso de la siembra, recolección, trilla, tostado,
molido y preparado para llevarse a la boca el manjar del gofio. Igualmente nos
habla de vacas que de cabras, de cultivos del tomate que del tabaco o de los
caminos por los que transitaba con todo tipo de cargas: con el queso o la
leche, con cereales, con el gofio, con el pescado que llevaba a la venta o al
intercambiar productos del racionamiento por trigo o cebada.
Su memoria brinca de un período a otro con la misma
facilidad que de niña saltaba de piedra en piedra. Sus palabras resuman
múltiples vivencias, sus gestos atesoran la tranquilidad que le han dado los
años, la que se nos muestra en su limpia mirada, en su pelo cano, en la madurez
que puebla su rostro, en sus manos entrecruzadas, por las que ha pasado casi un
siglo de vida, de recuerdos aferrados a viejas costumbres que permanecerán
unidas a la memoria de este Sur, aún a pesar de haber fallecido en diciembre de
2006.