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Antonia Lorenzo Delgado. 1955
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Antonia Lorenzo es un ejemplo del valor que
atesoraban las mujeres a las que les tocó vivir, en este Sur, en esos momentos
en que se encontraban apresadas entre el hambre y la subsistencia. Con la ayuda
de un artículo que publicó el periodista Vicente Borges, en abril de 1955 en el
periódico El Día, y los recuerdos
de sus nietos Damián González Lorenzo y Candelaria Lorenzo Fumero, se pueden
hilvanar algunos pormenores por los encajes de la vida de esta luchadora mujer.
Antonia Lorenzo estaba casada con José Lorenzo Oliva,
quien en el Censo Electoral de 1897 contaba con 49 años y de profesión labrador. En el Censo de la Población de Vilaflor, a 31 de
diciembre de 1910, con residencia en la Calle Castaños, consta inscrita Antonia
Lorenzo Delgado, contaba con 38 años, propietaria y viuda
(en su documento nacional de identidad consta que nació el 13 de septiembre de
1870; hija de José y Nieves), y con 4 hijos: Francisco, que contaba con 10
años; Otilia, 8 años; Nieves, 6 años; y Josefina Lorenzo Lorenzo, 3 años. En
esta vivienda también vivía su madre: Nieves Delgado Torres, de 70 años, propietaria y viuda.
Antonia Lorenzo acomodó una pequeña tienda en su
vivienda de la Calle Castaños, en la que disponía de horno de leña en el que
cocía pan. Ese, ya casi olvidado, pan de antaño, elaborado con trigo de la
zona, molido en molino de mano, amasado con agua de manantial y con levadura
madre, y cocido en horno con leña de almendro, de parra, de pino o de escobón.
En la Contribución Industrial y de Comercio para el
año de 1913 y de 1914, consta inscrita Antonia Lorenzo Delgado, bajo el
epígrafe de Vinos, café y aguardientes. Para surtir esta tienda adquiría productos en Santa Cruz de Tenerife,
que se les enviaba por los barcos de cabotaje y que trasladaba a Vilaflor a pie
y en animales de carga. La tienda ya no se registra en la contribución de 1915.
Por los comentarios de Antonia Lorenzo, que ya
constaba viuda en 1910, se inicia en este arte del punto de aguja en su
juventud, labor que compaginó con su tienda hasta que a partir de 1915 se
dedica en exclusiva a la tarea del encaje de Vilaflor. Comenta doña Antonia: Sepa que, unas veces por el mar y otras por la
cumbre, en lanchones, sobre bestias o a pie, iba a vender mis labores cuando me
quedé viuda. Nunca me faltaron encargos y hoy no puedo atender todos los que me
hacen. Cuando enviudé mi hijo menor tenía sólo un año. ¡Fíjese si tuve que
arrima el hombro!
Este arte del punto de aguja, y según relata Antonia
Lorenzo en el artículo de Vicente Borges, lo había aprendió cuando tenía unos
14 años, de manos de una señora inglesa de la que sólo recuerda que se llamaba
María y que llegó a Vilaflor en busca de mejorar su salud, a finales del siglo
XIX. Apunta doña Antonia: Era
una dama buena y sencilla, que hablaba español bastante bien. Se hizo amiga del
pueblo y nos ayudó cuanto pudo. A mí me enseñó este trabajo de los encajes, que
ella aprendió en un colegio de su tierra.
Trabajamos con la aguja y el hilo, en el aire, sin
apoyar nada en bastidores ni otras cosas. Doña María, la Inglesa, que dibujaba
con manos de ángel, me enseñó, sobre una cinta de algodón, el punto puro, lo
más importante de todo. Después, andando el tiempo, hicimos con la aguja y el
hilo, nada más, punto de “nudo”, “logato”, “piña”, “Venecia” y “caramelo”.
Últimamente uso una tela almidonada, invención de una servidora que me ayuda a
trabajar mejor.
La viajera inglesa Margaret D´Este que transitó por
este Sur en marzo de 1908 conoció el encaje confeccionado en Vilaflor, del que
apuntó: se llama punto de aguja; no es una industria muy difundida, como lo
es el calado, porque sólo se hace en Vilaflor y sólo se dedican a ella media
docena de chicas. Confecciones,
anota, que se enviaban al Puerto de la Cruz y por el que ganaban una peseta al
día. Y lo describe: El encaje se hace en su totalidad con hilo, y comienza
siendo como una estrecha trenza, cosida a aguja, sobre un diseño, y luego se
rellena a punto de aguja con variadas puntadas y se le añaden mariposas y
flores al diseño, es muy fuerte y bonito; el precio que se pide por él es
extraordinariamente bajo.
Las hijas de Antonia Lorenzo también aprendieron ese
punto de aguja, sobre lo que añade Candelaria Lorenzo: Y las tres calaban y
hacían punto de aguja. Y con el punto de aguja, ellas a lo mejor trabajaban
seis meses y a los seis meses disponían de cantidad y lo llevaban a Santa Cruz,
y lo vendían.
Trabajo de precisión, de paciencia, tal como se expresaba doña Antonia, lo esencial para
este trabajo: paciencia, gusto y buen ojo. Y por los que aún se acuerdan de ella en Vilaflor,
conocemos que fue una maestra en este arte, no sólo por su buena labor con la
aguja sino también porque se preocupó de que perdurara.
Antonia Lorenzo fue un ejemplo de generosidad, de valentía
para transitar por las dificultades que fue hallando en la vida. Pero supo
progresar a base de sacrificios, de perseverancia, en unos momentos en los que
vivir en esta Comarca Chasnera no era nada fácil. Y lo forjó con sus hábiles
manos, que amasaron el sustento a través de un hermoso baile entre aguja e
hilo.