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Manuel Fumero
González. Era Verde, 2011
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Los quehaceres de Manolo Fumero fueron múltiples, se
iniciaron a temprana edad en El Busio, donde sus padres, Manuel Fumero
Hernández y Nemesia González García, se dedicaban a la agricultura. Era una vida perriada, anteriormente la vida
fue un poco dura.
Manolo
ayudaba a sus padres en las tareas en esta finca situada al Sur del pueblo de
Vilaflor, sembrando papas, del cuidado de árboles frutales, además disponían de
parras, con cuyos frutos elaboraban vino, y animales como camellos, cabras,
ovejas, conejos, gallinas. Desde que supiera caminar ya estaba haciendo todo eso, y
cuidando una cabra y echándole de comer a una oveja. Y
bregando con el camello desde que tenía 12 años, iba al monte, a la cumbre, a bajar madera del monte
de Granadilla. O ir por retama a la cumbre, cuando era un poco mayor, y
como a tantos otros vecinos se topó en una ocasión con los guardas forestales
de La Orotava.
Me quitaron la retama y la silla, en la Boca Tauce, y allí en la Boca Tauce, en
casa de Juan Evora, me la hicieron dejar. Hasta que fue a La Orotava a
pagar la multa,
diez duros, para que se la devolvieran.
Realizo duros trabajos en
galerías, como en la de El Milagro, en La Candelaria o en el Salto de las
Cabras. Una vez casado con Olga García Hernández continuaron residiendo en El
Busio, y después se trasladó a El Tejar, de medianero. A continuación trabajó
varios años en Santa Cruz de Tenerife, ejerciendo de taxista, hasta que regresó
a Vilaflor para instalar el Bar Manolo,
a comienzo de la década de 1970
El amor por su terruño lo
expresa al recordar diversas facetas de sus quehaceres, como cuando describe
las prácticas para la elaboración del vino, que luego despachaba en su
emblemático Bar Manolo, el que
mantuvo abierto durante varias décadas. Hasta
veinticinco mil litros llegué a cerrar yo de vino, hacerlo. En su mayoría
con uva blanca y algo de tinta para darle un poco de color. Y la dejábamos dormir, entonces se
concentraba y salía el vino más encarnado. Una mecha de azufre y bien fregados los envases y todos los días le
ponía la misma cantidad en cada envase y todos los días se ponía la misma
cantidad en cada envase. Si estaba haciendo vino doce días, en los doce días le
ponía a todos los envases. Y sacaba el mismo color y el mismo sabor.
Y a sembrar papas,
cuidando, casi mimando cada huerta. Antes
las huertas se cuidaban como oro en paño. Anteriormente se tenían las huertas
bien abonadas y no se dejaba criar hierbas, ni nada, el jable aguanta la
humedad. Arándola, limpiándola, cogiendo hierba con la mano, antes no se dejaba
salir hierba en las huertas.
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Equipo de fútbol
de Vilaflor. El Salguero. Fotografía cedida por Ovidio Cano Cano
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Otra de sus pasiones fue el
fútbol, jugó un periodo corto, unos tres o cuatro años en los últimos años de la
década de 1950, alineándose en el equipo de Vilaflor y en ocasiones en el de Charco
del Pino. Jugaba aquí y cuando no jugaba
allabajo. Antes no había comodidades
pal fútbol, ni nada de eso. Como hoy que tiene casetas, agua corriente,
balones, equipos, para yo jugar al fútbol me tenía que comprar hasta la ropa. Jugaba
de central. De cabeza no había quien me quitara una pelota. Son años de
escasez de todo tipo, la ropa y las botas se compraban en Santa Cruz, o se
jugaba con lo que se disponía. También
jugué con lonas.
Manolo aparece en una fotografía
del equipo de fútbol de Vilaflor, fechada en 1958, en la que se recoge a los
siguientes personas: De pie, izquierda a derecha: Daniel Hernández Quijada. Juan. Pilar Camacho, madrina del equipo.
Sixto. Manuel Fumero. Miguel. Ovidio Cano Cano. Abajo, de
izquierda a derecha: Guillermo Massanet. Ramón.
Meme. Mario. Chencho
Manolo Fumero nació en 1934
en El Busio, momentos de escasez y apenas rota la incomunicación con la
apertura de la carretera que enlazaba con Granadilla, que se abrió en 1928. El
Municipio de Vilaflor de Chasna rondaba los 1600 habitantes. El abastecimiento
de agua se surtía por una fuente pública, que además era abrevadero y lavadero,
El Chorrillo, y tres grifos en el casco. Y sin fluido eléctrico, además se
disponía de escasos comercios, y de varias escuelas instaladas en cuartos
alquilados, a las que Manolo asistió a la que se ubicó en la Calle del Medio y
a otra en La Plaza.
Y aquí se mantuvo casi toda
su vida, hasta su fallecimiento en julio de 2016, salvo un breve periodo que
por motivos de trabajo se trasladó a Santa Cruz de Tenerife, anudado a la
tierra que con entusiasmo amaba, tal como expresaba en sus recuerdos. Contaba
esos pretéritos momentos con pausa, con pasión, por más que fuera una vida perriada. Pero una dura vida en
la que sobresalió por su buen quehacer en cada labor que emprendió.
Esos momentos, estas evocaciones
sirvan cual reconocimiento a sus templadas narraciones, que tanto se anudaban a
las tareas del campo, al contar las dedicación a siembra de la papa, al cuidado
de frutales y animales, las idas a la cumbre, las galerías, los años tras la
barra de su bar o sus recuerdos de las disputas deportivas.
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Derecha a izquierda: Agustín
Negrín, Manuel Fumero González, Juan Antonio Jorge Peraza, Juan José García
García, José Trujillo González y Marcos Brito.
Vivencias del Ayer en las I Jornadas
de Folclore y Tradiciones 2012, celebradas en el Centro Cultural de Los
Cristianos