VILAFLOR
Poema de Luis Rodríguez-Figueroa. 1934
Cual sumo sacerdote de la vida,
prodigando a raudales su tesoro,
cubierto con dalmática de oro,
remonta el sol su elíptica encendida.
Con el azul del cielo en pleno estío
el verde oscuro del pinar contrasta,
y rotunda, triunfal, áspera y vasta,
la cumbre acusa su perfil bravío.
Un perfume heteróclito y espeso
se difunde en el aire y lo embalsama,
el de la blanca flor de la retama
y la flor amarilla del
codeso.
Encaramado sobre un morro
ingente,
acucia con insólitas palabras
al díscolo rebaño de sus cabras
algún pastor de recio continente.
Bajo el beso de luz del mediodía
relumbra el mar lejano y se estremece,
mientras en la ribera se adormece
al compás de su propia sinfonía.
Rincón de ensueño, placidez e idilio,
donde entre pinos se desliza el viento
remedando con blando arrobamiento
las rítmicas endechas de Virgilio.
Y oculto en los repliegues del paisaje
blanquea el caserío, aletargado
lo mismo que un lebrel que se ha extraviado
y se tiende a dormir entre el follaje.
Luis Rodríguez Figueroa,
abogado, escritor
y político
republicano [Puerto de la
Cruz, 1875
– 1936]. Colaborador de revistas literarias y periódicos como Hespérides, Gente Nueva, La Tarde y La
Prensa, utilizando en ocasiones el seudónimo de Guillón Barrús. Fundador de
la revista Castalia. En 1901 publica
su primera novela El cacique, en la
que se denuncia del caciquismo imperante en las Islas. Asimismo publicó
diversos poemarios, como Preludios, 1898, El Mencey de la Arautapala, 1919, o Banderas de la democracia, 1935.