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Antonio García, Angélica Dorta y José Trujillo. La Asomada, 2006 |
La sabiduría que atesora la persona que se curte
en la naturaleza se adquiere con la lentitud de la vida, esa que se recorre con
sosiego pero sin descanso. Es esa sabiduría la que acumula Antonio García García,
nacido en El Salguero, Vilaflor, en 1921 y vecino desde hace varias décadas de
La Asomada, en San Miguel de Abona; así como la de su mujer, Angélica Dorta
Pérez, nacida en El Frontón, San Miguel de Abona, en 1938.
Sus vidas han estado ligada a la vida en el campo,
casi siempre atada al cuidado de una manada de cabras. Antonio García arrastra
el conocimiento y la experiencia desde su cuna, en El Salguero, donde sus
padres, Carmen García Tacoronte y Norberto García García, cuidaban de una
medianería de cabras. También su abuelo, Manuel García fue cabrero, así como un
hermano de padre, de su primer matrimonio, Manuel García Lorenzo. También los
padres de Angélica Dorta, Jerónima Pérez González y Eladio Dorta Díaz, se
dedicaron a la medianería de estos animales.
En la ayuda que Antonio García prestaba a su
padre, en el normal aprendizaje de una profesión que se heredaba de padres a
hijos, recorrió diversos pagos entre Vilaflor, San Miguel de Abona y Arona. Sus
padres llegaron a El Salguero el año anterior de nacer Antonio, allí estuvieron
unos siete años, para posteriormente trasladarse a Chabeña, Aldea Blanca, a la
Cruz Alta y de regreso a Chaveña, en cuyo lugar ya se hizo cargo de la manada
de su padre. Aún estaba soltero, aquí se casa en 1955 con Angélica Dorta Pérez,
quien se encontraba con sus padres en el cuidado de otra manada de cabras en
Los Ancones, en Granadilla de Abona. En Chaveña, Vilaflor, residen dos años
más, para después seguir su periplo en esta vieja profesión de cabrero en El
Cabezote, Vilaflor; Granero Negro, en Guía de Isora o Tejina de Guía de Isora.
En este último lugar abandona las cabras por un periodo de unos cuatro o cinco
años, en los que se dedica a la agricultura y a otros trabajos en La Asomada,
en San Miguel de Abona, donde construyeron su vivienda. Ya habían pasado unos
14 o 15 años de su boda, cuando retoma otra vez la cabrería en El Río de Arico.
Fueron siete años y otros diez más en La Asomada, por su cuenta, en pos de
mantener el rebaño en buenas condiciones; hasta que rondando la década de los
años noventa deja este trabajo, pero siempre manteniendo alguna cabrita para el
consumo de la casa.
El legado que atesoraba Antonio García, falleció
el 21 de febrero de 2010, lo impartió a toda persona que se acercaba a escuchar
sus amenas narraciones, de éste Sur que conocía como la palma de su mano. Por
sus relatos podemos conocer el entramado de cabreros que se desenvolvían por la
cumbre, la que recorrió en su infancia y juventud. O como se iniciaba en las
labores del cuidado de las cabras desde esos años en los que apenas podía
caminar bien. Sus relatos son de una gran riqueza documental, que nos ayudan a
conocer lo temprano que se comenzaba en la ayuda familiar, donde todas las
manos eran pocas, y que nos marca los tiempos de la siembra, de la época de
parir las cabras, que con el correr de los años se fue adelantando, o como
había que tener precaución con los cuervos que atacaban al ganado recién
nacido. Y cuando empezaron a parir las cabras, áhi el mes de diciembre, él
se quedó allí arando por encima de la casa, donde decíamos el Hoyo de Salguero,
y me mandó a mí y otro hermano mío, el me lleva dos años a mí, pues yo podría
tener cinco años y me hermano tendría siete, y nos mandó a juntar las cabras,
esas cabras quedaban sueltas, y por dentro del Sombrero, donde le decimos la
Madre del Agua, había allí un chorro de agua. Entonces, pues, salimos por áhi
parriba y cuando llegué a la madre del Agua sentí un grillote parriba, me voy
parriba y me encuentro la cabra que mi padre hacía por muerta o que la vían
robado, la hija tenía un baifo y la madre tenía dos, pero el de la hija los
cuervos le había comido el rabo y no tenía sino el pesonito del rabo.
Asimismo cuenta la táctica que utilizan los
cuervos para poder comerse a un baifo. Para lo que deben ser dos, uno le pica
por detrás y otro por delante. El cuervo son dos, uno le pica por delante y
otro por detrás, cuando el baifo bela le saca la lengua, es un ave muy
sinvergüenza el cuervo. Desde que yo no veo cuervos aquí, los mismo que los
guirres, los villanos, todos esos bichos, eso se acabó.
O esa diferencias de fechas en parir las cabras,
que en la época de su padre era a finales de año y en la suya se fue
adelantando a los meses de noviembre e incluso octubre. Porque eso de octubre
es poco tiempo acá, por antes las primeras que parían, parían en diciembre y
después las tardías en febrero y marzo. Después yo, estuvimos un tiempo lo
mismo, pero después víamos que la cosa iba cambiando, entonces se lo soltamos
en junio, que paren en noviembre, ahora paren en octubre también.
En su periplo con las cabras pasó años repletos de
dificultades, como el que estuvo en Los Cuartos de Aldea Blanca, con el
propietario Casiano Alfonso. Cuando estábamos con don Casiano nos vino a
llover en febrero. Yo me acuerdo que las cabras estaban allabajo sobre Los
Abrigos, en aquellas toscas, la que se echaba o se caía esa no se podía
levantar, si uno no pasaba por allí y la levantaba no se levantaba, de flacas
que estaba. Áhi no había nada, ni balos había porque los balos se los habían
comido las cabras, y después vino a llover en febrero. Sabe lo que era que
llovió en febrero y enseguida, porque la tierra se araba, a lo mejor este año
araban esto, esto pal año que viene quedaba de manchón, y claro la tierra desde
que daba con agua criaba, pero ahora no cría porque eso está como el piso ese,
le cuesta mucho pa criar.
Han sido muchos años donde Angélica Dorta y Antonio García han bregado en la
atención de las cabras, desde el mismo nacimiento ya se fueron familiarizando
en sus cuidados, en las labores que se tenían que realizar a estos animales.
También han sido bastantes los que llevan luchando juntos, en los que han
pasado por múltiples y diversas circunstancias. Sus narraciones se pueblan de
topónimos que los cambios de nuestra geografía han sumido en el olvido; de
ricos matices que envuelven su amena conversación, siempre apoyados por la
riqueza de los conocimientos que atesoran. Y sobre todo, del amor que sienten
por este trozo de tierra en el que continúan su vida juntos.
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