Consolación Rodríguez García, con balayos. 1935 |
Consolación Rodríguez García, La Morena, a quien se le añadió este nombrete por el
color de su piel, ejerció de madrina en el bautizo de María Luisa Rodríguez
García, la que recuerda algunos pormenores de la vida de una de las hermanas de
su abuela Margarita Rodríguez García. Consolación se crió en Benítez, al borde
del Barranco del Infierno, en Adeje, donde María Luisa cree que nació. Sus
padres, Francisco Rodríguez y María García, trabajaban de medianeros en
Benítez. En el Censo Electoral de Adeje para 1901 se registra en Ifonche a un
Francisco Rodríguez, de 63 años y de profesión jornalero.
Consolación La Morena, se adaptó desde niña en las duras tareas de
la agricultura y a otras labores a los que se consagraba su familia, como la
elaboración del carbón. Estaba con todos los hermanos y el padre cortando
pinos y haciendo carbón, hacían el carbón y lo vendían y ella como un hombre
más. Y por estas medianías
transcurrió un largo período de su vida, cortando leña; haciendo carbón,
transportándolo a los pueblos cercanos en los lomos de bestias, a los que se
trasladaba a pie por las humedecidas veredas en esas mañanas de rocío y frío;
confeccionando zarandas, balayos, con mollos de centeno y de trigo, sembrados y
segados pensando en esa utilidad, y los amarres de juncos, que los obtenía de
ese vergel que era el Barranco del Infierno.
Sobre Consolación Rodríguez García publicó
dos artículos, La Prensa,
noviembre de 1935, el periodista Luis Álvarez Cruz, y de los cuales también se
han obtenido las fotografías de Bacallado que acompañan a este comentario. Luis
Álvarez Cruz visitó a Consolación Rodríguez en su vivienda en Arona, cuando
contaba con ochenta y tantos años. En el Censo de Población de Arona, a 31 de diciembre de 1920,
Consolación Rodríguez García se encuentra inscrita en la Calle Luna, de Arona
Casco, con 69 años de edad y natural de Adeje.
Consolación Rodríguez García, con tablero para secar cochinilla. 1935 |
En el primer reportaje resalta su dura vida,
de sus inicios con los balayos, con juncos criados en el Barranco del
Infierno, fueron remojados y aplastados por sus manos, y enhebrados en la aguja
gruesa de la casa. Pequeños haces pajizos fueron rodeados por los juncos y
superpuestos circularmente, en vueltas que se iban agrandando desde el
“ombligo” del objeto hasta sus bordes superiores. Una puntada de remate, y el
balayo salió, con su aire fácil y sencillo de cosa sin trascendencia, de sus
manos laboriosas.
¿Y podría, acaso olvidar la frase que para
su primera obra tuvo la boca materna? … No la ha olvidado. Su madre le dijo:
“Hija; tu obra es una “lipipipura”. Ello equivalía a decirle: “Hija; tu obra no
vale nada”. Pero aquella obra de seña Consolación fue vendida en una peseta. En
diez tristes monedas de cobre que, a sus ojos, fueron como diez soles de oro
purísimo. Porque, vamos a ver, ¿a qué padre le resulta feo el hijo feo de su
amor?. Al fin y al cabo, aquel balayo rústico era el primer hijo salido de las
manos de seña Consolación. De cualquier manera, aquella obra le había ocupado
un día entero de trabajo.
En el segundo reportaje se reseña otra de las
muchas labores que realizaba esta anciana, nacida en Ifonche, y que residía en
una modesta casa en Arona, la recolección y el secado de la cochinilla.
Balayos y cochinilla son restos, residuos, estertores
del tiempo viejo que aún se aferra a la vida. ¡Bah! Cosas que únicamente logran
interesar a esos seres absurdos e inútiles –así se le denomina, absurda e
inútilmente- llamados poetas. ¿Pero cómo podríamos nosotros evitar que esas
cosas nos conmuevan, si nos llegan temblando a las puertas del alma?.
En fin, el caso es que esta viejecita,
arrinconando un instante los balayos para atender a la cochinilla, murmura esta
frase, urgida de melancólicos y estériles afanes: ¡Si volvieran los tiempos!
¡Si volvieran los tiempos de la
cochinilla!… ¡Aquellos tiempos en que la libra se cotizaba a cinco pesetas,
otro gallo le cantaría a seña Consolación. Pero la industria de la cochinilla
se encuentra arruinada. Si hoy se vende alguna libra, se vende a peseta, y este
precio, y este precio, esporádico
por demás, no compensa el esfuerzo. ¡Si no fuera por la necesidad de la
“probea”!… ¡Quién sabe, seña Consolación! Si no hubiera sido por estas
necesidades elementales de la pobreza acaso ya hubiesen desaparecido del país
todas estas cosas antañonas y conmovedoras. ¿Quién se atreve a rasgar los siete
velos de la vida?… Pero, palabrería aparte,, volvamos a esto de la
cochinilla.
Bien sencillo es todo. Seña Consolación
raspa las pencas de los nopales con una cuchara y recoge el codiciado insecto
color ceniza. Una vez en su casa, lo “avienta” sobre un encerado y lo purga de
impurezas. Después lo frota con tierra para que “no se dedique a parir
bichillos”. Finalmente, lo pone al sol. Cuando se halla seco se envasan las
libras obtenidas, y al mercado con ellas. En esto consiste la manipulación de
la cochinilla, esta antigua fuente de riqueza de Canarias.
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