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De izquierda a derecha: Concepción Melo Martín.
Ramona Martín Rodríguez. Posiblemente es Pilar Mora Cruz. Y María Melo Alayón, Maía, con la balanza. Los Cristianos
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Una manera de percibir la dureza que entrañaba la
diaria subsistencia en este Sur de Tenerife de antaño, es ahondando en lo que
fueron sus oficios, de qué forma se obtenía el sustento. Vida cotidiana anudada
a las penurias que imponía la lucha por la supervivencia, por llegar a
completar el autoconsumo en casi todas sus necesidades. La tardanza en la
creación de las infraestructuras necesarias para la educación y el progreso,
acentuaban aún más la incomunicación.
Y para sortear este aislamiento emerge un numeroso
grupo de mujeres, que acarreaban el aroma de la mar, tierra adentro, pescadoras,
marchantas o barqueras. Vendedoras
de pescado, responsables de su comercialización, que se trasladaban a pie hasta
las medianías, con cargas sobre sus cabezas de hasta treinta y cuarenta kilos.
Además de realizar otras muchas tareas, como el marisqueo, el raspado de la
sal, la reparación de aparejos o confección de las velas de los barcos, e
incluso la pesca. El pescado se solía trasladar en seretas; fresco, se
transportaba tal como solía de la mar o con un poco de sal y tapado con musgos,
para que llegase en idóneas condiciones. El que no se comercializaba en el día
había que conservarlo en forma de jareas, sobre todo al aumentar las capturas
con la utilización de chinchorros, traiñas o salemeras. Asimismo era frecuente
secar al sol, pejes verdes, gueldes o pequeñas sardinas.
En este incesante andar
lo frecuente era utilizar los caminos de antaño y trasladarse a pie a los pueblos
más cercanos. Desde la costa se ascendía a las medianías, casi siempre en los
mismos Municipios o en los limítrofes. Como muestra señalar que desde Puerto de
Santiago se cubría Guía de Isora, Tamaimo, Santiago del Teide, Masca y se
cruzaba la cumbre por Erjos y abarcar casi toda la Banda Norte, El Tanque, Icod
de los Vinos, Los Silos, Buenavista e incluso alguna narración cita el acarrear
jareas al Puerto de la Cruz.
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Aurora García Díaz, Tajao |
En la mayoría de las ocasiones eran mujeres con
vínculos con la mar, con familia de pescadores, como Aurora García Díaz que comenzó
su andadura en el Porís de Abona, acompañando a su madre Aurora Díaz. Yo
empecé como de doce años, del Porís a Arico, y a Fasnia, caminando, y al
Escobonal, caminando y la cesta a la cabeza. A veces iba con ella, a
acompañarla, y me echaba un pañito en la cabeza, con papas y alguna calabaza. Aurora también vendió
pescado partiendo desde Tajao, en cuyo lugar se casó con el pescador Martín
Díaz Rodríguez. Coger una cesta de pescado, a la hora que fuera y cargársela
a la cabeza, ir a Las Vegas, a Chimiche, y del Porís a Fasnia. Veníamos
cargadas y ellos nos iban a encontrar a la mitad del camino.
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Cecilia Martín Hernández, Vilaflor |
Lo habitual era que las
mujeres que habitaban en el litoral trasladaran el producto de la pesca a las
medianías. Pero también era frecuente que mujeres que habitaban los pueblos de
tierra adentro frecuentaran el entramado de veredas que jalonaban la geografía
sureña para dirigirse a la costa, adquirir el pescado y acarrearlo hasta los
lugares cercanos a su lugar de origen. Ejemplos se encuentran en todos los
Municipios del Sur, como así lo rememora la vecina de Vilaflor, Cecilia Martín
Hernández, que se trasladaba a San Miguel en busca del que le traían las
pescadoras de Los Abrigos, o se acercaba a la costa. Todos los días con la
cesta a la cabeza, todos los días, me quedaba algún domingo pa darle una vuelta
a la casa y a los chicos. No se me olvida, usté sabe lo que es una mujer todos
los días a San Miguel, cargada, había veces que iba cargada pa bajo y cargada
parriba. Cuando bajaba a Los Abrigos es que no subía nadie dellas, porque no
había pescado sino alguno salpreso, le compraba a las mujeres de los pescadores.
Otra muestra lo aporta la memoria de la vecina de
Alcalá, Serafina
de Dios Navarro, Fina, que se mantuvo en esta dura labor hasta los años
setenta. Hija de los también vendedores de pescado, Juan de Dios Morales, Juan
el Negro, y Dolores Navarro Correa. Iba parriba con las mujeres, llevaba el
pescado, lo mandaba en la guagua [a Icod de los Vinos] y después bajaba con las
mujeres, encontraba por mitad del camino a mi madre, con las que iba por aquí,
con Crisantita y esa gente que iba parriba a vender pescado. Mi madre me lo
alcanzaba hasta donde me encontrara, mi madre venía con las mujeres pabajo y yo
seguía parriba. Día hasta tres veces al día caminando, hasta tres veces al día,
entre la noche y el día de aquí a Guía, así que yo he caminado bastante.
Primero llevaba el de Icod, después el que mi madre me llevaba y después yo
tenía mis barcos.
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Serafina de Dios Navarro, Fina. Alcalá |
Y si ya la vida se revestía de dureza, más aún lo era
para estas mujeres. No sólo tenían que comercializar el pescado, ya fuera del
padre, del marido, de algún otro familiar o adquirirlo a otro pescador. Se
trabajaba en el campo, donde su presencia se dibujaba en todos los lugares, en
la siembra y en la recogida de todo lo cultivable, con los animales, y un
extenso etcétera. Asimismo se tenían que ocupar de las múltiples tareas
domésticas. O padecer los partos que llegaban sin las mínimas medidas de
seguridad e higiene, que incluso se presentaban en el camino. La lista de estas
mujeres, que en un momento de su vida dedicaban parte de su tiempo a esta
labor, ha sido interminable. Quehacer que las llevó en busca del sustento, de
cubrir las necesidades básicas en ese vivir día a día. Tarea que no tuvo edad,
las había desde niñas a ancianas, con sus voces tronando por el empedrado de
los caminos.
Documentación: BRITO, Marcos: Pescadoras, marchantas o barqueras. Vendedoras de pescado en el Sur de Tenerife. Llanoazur ediciones
Gracias por el testimonio, podría decirme en qué año o década se sacó la foto y de quién es su autoría, por favor, estoy haciendo un libro de este tema y me encantaría citarle, gracias!!
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