Coloquio
con cabreros del Sur. 25 de mayo de 2001
Esta
conversación se celebró en el Centro Cultural de El Fraile, Arona, el 25 de
mayo de 2001. Fue una de las actividades que se organizaron en las I Jornadas
de Cultura Tradicional y Patrimonio Salvador González Alayón, que bajo el lema En-torno a las Cabras fueron organizadas por Adolfo Guerra Rodríguez y por
el que esto redacta. En ella intervinieron:
Casimiro
Díaz Hernández [Vilaflor, 1923 – Adeje, 2013]. Cuidó cabras de sus padres, en
Vilaflor y Arona, y tuvo manada propia a partir de 1950 en Adeje, donde pasó
por Aponte, La Quinta, los Llanos o en La Asomadita, en Taucho.
José
Toledo Rodríguez [San Miguel, 1928
- ] Cuidó la manada de sus padres en Vilaflor y la suya entre Granadilla de
Abona y Arona.
Carlos,
Modesto, Martín Martín [Vilaflor,
1927 – Arona, 2004]. Entre la década de 1950 y 1960 se mantuvo ligado a la
cabrería, entre San Miguel de Abona y Arona.
Salvador
González Alayón. [Arona, 1919 - 2012] Las manadas de sus padres y la suya encontraron
pastos entre San Miguel de Abona y Arona; y en ocasiones Salvador se trasladó a
Granadilla de Abona.
José
Trujillo González [Vilaflor 1927] Cuidó manadas de sus padres y suya en
Vilaflor, con posterioridad se traslada a Arona y desde comienzos de la década
de 1960 se encuentra en Granadilla de Abona.
Estos
cinco cabreros son hijos y nietos de cabreros, vinculados a la cabrería, se
puede decir, desde antes de nacer, su cuna estuvo mecida por el calor de la
leche recién ordeñada, por los olores a queso fresco. Su canción de cuna la
tendría que componer una sinfonía de balidos y hierros. Asimismo se encontraban
enraizados a la agricultura, con la siembra, en su mayoría, de cereales o
leguminosas, y en diversos trabajos que ayudaban a sobrellevar esos duros
momentos en los que les tocó habitar.
José
Toledo Rodríguez relató los avatares de su infancia, iniciados en el municipio
de Arona, luego en el de Adeje y después en Vilaflor. Yo nací en una chocita
de Las Galletas, en la playa de Las Galletas, cerca de donde vive doña Rosario,
en una choza de barro, me decía mi madre. Mis padres, en ese entonces,
trabajaban en Los Pozos con don Casiano, en los primeros tomates que estaban
áhi, sembrado, y él le sacaba la tierra que dispués vino aquí a lo de don Virgilio,
también a sacar tierra o a marcar la tierra, pa sembrar los tomates. Y áhi se
fueron con Fyffes, y hasta que yo cumplí los diez años, trabajando con Fyffes,
clasificando tomates, pero después yo con diez años nos fuimos a la Montaña del
Pozo y áhi empezaron las cabras, áhi es donde empezó la cosa de las cabras,
todos esos años. A los diez años fui pa Vilaflor y estuve veinticinco años
allarriba.
José
Trujillo González apuntó la dureza de su labor. Es el trabajo más
sacrificado, es el trabajo más duro, hay que hacerlo de noche, hay que hacerlo
de día. Eso de decir que los cabreros eran unos araganes, eso es un decir que
tenían, como si dicen el barquero vive en la esquina. Pero el cabrero, eso es
un sacrificio muy grande, ya ha dormido mucho arrimado a una piedra, pero
mucho. Antes, el cabrero anterior, si iba al ayuntamiento y decía que era
cabrero, le decían, maaaaa, usted no puede hablar aquí, vayase. Teníamos una
vida que pa que vamos hablar, trincábamos un puñado gofio, un chorro leche, y
vamos a vivir, entonces yo estuve bajando aquí a Cabo Blanco once años, cuando
usted vino del cuartel, cuando me vio en el año cuarenta [Se refiere a Salvador González Alayón].
Resaltan
la labor de sus familiares femeninos en el cuidado de la manada y sobre todo en
la elaboración del queso. Así se expresaba Carlos Martín Martín, quien asimismo
relató las dificultades en momentos de sequia. En el caso mío, lo que estuve
de cabras, mi mujer hacía el queso y me ayudaba hasta incluso hasta cuidarlas.
En los momentos de sequía sembraba uno millo, porque yo las tenía en una
medianería donde había riego. Incluso en las sequías, picándole pencas, se le
picaba donde había pencas, porque cuando no llovía no había otra cosa sino lo
que había en la tierra, pasto seco.
Casimiro
Díaz Hernández añade: Lo que yo he conocido de cabrero, siempre la mujer
hace el queso. Y yo la mía, ordeñábamos primero y ella hacía el queso y yo
hacía otra cosa. En años ruines, en años malos, verdad que se pasaba, yo le ha
tumbado los gajos de los pinos, y se comían hasta la cáscara del gajo, pero
pasaban chamizos, altabacas, lo que apañaran, no se moría de hambre ninguna, lo
que hacían es que no daban leche.
Salvador
González Alayón apuntaba: Y luchar porque el cabrero, si todos los años
había hierba, bien, pero se luchaba. Nosotros con tomateros, mi madre hacía el
queso, doña Ofelia en los tomateros, yo a cargar cajas.
José
Trujillo González resalta la relación que mantuvo con los cabreros que
asistieron a este diálogo, y la confianza que había entre ellos para
intercambiar animales. Yo soy sincero, yo hablo como es, hay veces que yo
iba con confianza cas de cualquiera, con un baifo, un amigo que sabía que me
daba un baifo de una cabra, pero también le metían a uno cada cartucho, amigo.
Llevaba
un baifo de cas Salvador, de cas Modesto llevé también, de aquí [José Toledo] llevé otro que también me dio buen
resultado, pero después los cogía de por allí. Por allí pa mi idea me
acechaban, gigo no, empecé con las mías, de aquella cabra que menos raza
tuviera dejaba un baifo, de la menos raza, que no tocara luego el baifo.
Y
José Toledo apuntaba: Los cruces son los buenos, yo los tenía cruzadas con
las de Celestino y con estas de Salvador. Me interaba más que fuera de un buen
macho que la cabra.
Carlos
Martín Martín anotaba que buscaba la raza de otro amigo que tuviera cabras,
pa que no tuviera la misma raza, siempre hacía por cambiar un baifo. Y como los intercambió baifos con Salvador, yo
lo conocí cuando yo vine a La Arenita, áhi lo conocí yo en el año sesenta, yo
tenía machos de las cabras dél, él tenía cabras de las mías, con Trujillo me
pasaba lo mismo.
Casimiro
Díaz Hernández exponía sus gustos por el ganado. Las cabras que me gustan,
que sean bonitas de tipo, que sean bien hechitas de ubre, que den buena leche y
que sean buenas cabras. Porque le voy a decir, no se si ustedes lo saben, las
cabras bonitas y las cabras buenas están de Adeje paquí, de Adeje pallí no hay
cabras que sirvan. Relata que poseyó
un macho que le envió un amigo desde de La Palma. Y yo cuando vi el baifo,
que me lo mandaron, que llegó el baifo a La Atalaya, a lo de Fyffes, aquí en
Adeje, y me mandaron recado que fuera por él, fui allabajo y cuando vi el
baifo, digo: si el barco se vía dio a pique, que no había llegado esto aquí.
Pero bueno, lo llevé pa mi casa, porque verdad que no me gustó ni un pelo,
porque no era bonito de na, lo llevé pa mi casa y crié cabras dél, que el señor
este las vio [Salvador] no todas
pero vio alguna, cabras muy bonitas, muy buenas de leche y muy bonitas de todo,
porque eran bonitas de todo.
Varios
de estos cabreros buscaron pastos en la cumbre, como José Toledo. La etapa
de subir a la cumbre, fue de mi padre, paz descanse, yo con diez años. Y como
desde abril o mayo subían a la cumbre, a El Marrubial, una manada cabras
grande, a lo mejor de ciento veinte o ciento treinta, y ahí pasábamos el
verano, que esas cabras que mi padre tenía, cho Marcelo, un tío dél las tenía
acostumbradas a ir a Las Cañadas, que bajaban a la cumbre de Las Cañadas y
nosotros no podíamos porque ya la guardia civil no dejaba pasar de filos
adentro. Pues allí se juntaban por lo menos cuarenta ganados, cuarenta o más
conté yo allí, de cabreros de Granadilla, como cho Juan Marrero, Antonio
Miquela, un montón de gente, que sus abuelos, sus tatarabuelos venían con esa
cosa.
José
Trujillo González frecuentaba la cumbre con las cabras de su padre. En
tiempo del verde las llevábamos a un sitio que llaman Las Laderas, donde está
hoy la Fuente Pinalito, subiendo a la derecha, tenía allí don Virgilio Martín,
que con él estábamos, tenía allí unos terrenos, no eran muy grandes pero había
que ir. Pero para ir a la cumbre, como nosotros donde íbamos era a la Boca
Tauce, subíamos a detrás del Sombrero y luego cogíamos el Filo de la Cumbre e
íbamos por donde llaman la Cortada del Dornajito, por áhi bajábamos, por el
Horno Retamal pa dentro.
Salvador
González Alayón se trasladó en 1947 a la cumbre. El mío fue pues en escalas,
salí después de mediodía del Monte, por el centro de Chimbesque pa ir acampar
en Charco Pino, en los Llanos del Clérigo, allí las encerré en el Llano, que yo
y mi padre hicimos un corral, el año treinta y dos. Y José Frías quedó que me
acompañaba y echaba una cabra que la llamaban la Jardina, y me acompañó hasta
Las Coloradas. De Chiñama parriba y áhi fui a pasar que estaba mastro Domingo
Ferrei, áhi en La Fuente, y allí aguanté las cabras. Que aquí no había hierba ,
pero allí había, ellas se comían hasta los guargazos. Por áhi cogí aquel lomo
pa fuera. Y María, mi hermana, y mi madre, fueron el otro día con la burra,
hasta Las Coloradas.
Sirvan
estos apuntes cual homenaje a un modo de vida, austero, duro, ya en el olvido,
pero que no hace tantos años era la realidad de este Sur olvidado. En esta
conversación contaron sus vivencias, sus rostros mostraban alegría y
satisfacción por poder relatarlas, por compartirlas con una sala repleta de
amigos, de familiares y amigos que quisieron escuchar las costumbres que
describían, pero también los valores que trasmitían. Brotaron relatos que fijan
la memoria de imágenes de una vida anudada a lo vivido, a lo aprehendido, y a
lo atrapado de otras vivencias.
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