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Manolo Rodríguez en su
tienda en la década de 1960
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Manuel Rodríguez Melo, Manolo Rodríguez como se le reconoce en
Los Cristianos, nació en El Morro, en abril de 1916, en las cercanías al pueblo
de Arona, donde sus padres Juan Rodríguez Cano y Dolores Melo Aponte trabajaban
de medianeros con el propietario Juan Bethencourt Herrera. Después fueron a La Sabinita, a una finquita que compró mi abuelo, el
padre de mi madre, Juan Melo Fumero. Después mi padre trabajó en galerías,
después vino don Jacobo Ahlers aquí, compró una finca y abrió un pozo al lado
de Prebentón y ahí se mató mi padre.
Manolo Rodríguez contaba
con apenas nueve años cuando falleció su padre, y como otros tantos niños de su
época apenas asistió a la escuela. Había
que cuidar unas cabras y unos burros para sobrevivir y trabajar. En casa
teníamos un pequeño hornito que llevaba treinta panes, entonces con mi madre
empezamos a hacer pan. Tenía un par de burros, iba a cuidarlos y después cogía
una carga balos, balos verdes, cuando sacábamos el pan metíamos los balos y a
los dos o tres días cuando volvíamos a hacer pan aquellos balos estaban secos.
En esa época no se comía pan más que cuando las mujeres parían o en las fiestas
del pueblo, así que fijese.
Fueron años en los que
Manolo se dedicó a múltiples labores, desde los de panadería, los de la
agricultura, o al aprovechamiento de cualquier jornal remunerado. A segar trigo, gente que araba y después nos
daba la semilla por arrancar el trigo, luego más tarde trabajé en la carretera
esta de aquí a Arona, en la carretera del Valle de San Lorenzo a Cho, en la
carretera del Valle a la Centinela, trabajé en galerías, en pozos, trabajé en
el aeropuerto de Los Rodeos, las primeras piedras en el año treinta y nueve las
quitamos un servidor y unos cuantos, después trabajé en obras del Ayuntamiento
de Santa Cruz y en obras para la refinería.
Los primeros años de la
década de 1930, los años de la segunda república, llegaron arrastrando una
miseria casi endémica, fueron momentos donde comenzaron a proliferar ciertos cultivos
como el tomate de exportación, y en donde los abusos por parte de los patronos
continuaban, lo que motivó que surgieran organizaciones obreras en lugares como
el Sur de Tenerife en el que no las había habido nunca. A Manolo le tocó vivir
intensamente ese período cuando realiza faenas en la agricultura. Se ganaba dos cincuenta y tres pesetas
trabajando de sol a sol, al día, y aquí no había vacaciones ni nada y el
domingo estabas más que muerto del trabajo, entonces formamos el sindicato de
la CNT, algunos jóvenes. Se demandaba que se regulara las ocho horas de
trabajo y un salario de cuatro pesetas diarias. Lo que le acarreó algunos
momentos difíciles, el tener que trasladarse a Santa Cruz, por que los patronos
no le daban trabajo en el Sur o la detención de su madre y su traslado a la
cárcel de San Miguel de Abona.
Después de esta
dificultosa época, en 1945 abrió una tienda y cantina en Los Cristianos, en una
casa que alquiló a Eloy y Anselmo García Álvarez. Años antes de establecerse
definitivamente en este pago costero de Arona, se había casado con Julia
Linares Sierra, con la que tuvo cinco hijos, y ahora tengo cinco hijos, once nietos y dos biznietos; así se
expresaba en esta conversación de 2006.
Abrió la tienda con naranjas y dos
cebollas y cuatro cosas. La mercancía la traíamos en barco, en la Amelia, el
Breñusca y otros barcos más, el Atlántico que hizo tío José Artista. Yo iba a
Las Palmas y traía mercancías, iba a Guía y traía calabazas. El vino se lo
procuraba en La Escalona, las verduras y frutas de donde hubiese, como si tenía
que desplazarse a Vilaflor, caminando por pésimas veredas, y regresar con una
carga de 40 kilos de papas, bubangos o coles.
También disponía de un
horno de leña para cocer el pan, que ya lo estaba en la vivienda que alquiló
por cincuenta pesetas al mes a los hermanos Eloy y Anselmo García; y estaba hasta seis meses sin poder pagar el
alquiler, porque no se ganaba pa pagarlo. Ya tenía experiencia en estos
menesteres de amasar y hornear el pan, que los había aprendido con su madre. No
lo hacía a diario por la falta de harina, lo
vendía en casas y en las tiendas, después llevaba pan para Fañabé y para La
Caldera, yo mismo iba a llevarlo.
Tiempos de paciencia y de
duros trabajos, de proveer la tienda con las contadas mercancías que se
obtenían del campo, de la compra y de la venta de los alimentos racionados y de
lo que se obtenía en Santa Cruz de Tenerife, después de un largo periplo, al
tener que coger la única guagua que le podía trasladar y en la que no podía
regresar el mismo día. Para ir a Santa
Cruz, un día para ir, otro día para hacer las gestiones, de comprar o pagar lo
que fuera, y otro día para venir. Entonces luego utilizamos los camiones que
iban por la noche con fruta, entonces íbamos por la noche, amanecíamos allí,
por el día hacíamos las gestiones y por la tarde regresábamos, estábamos dos
noches y un día fuera, pero la guagua eran tres días.
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Manolo Rodríguez. Los
Cristianos, 2006
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Con los recuerdos de
Manolo Rodríguez, y aquí perduran tras su fallecimiento en agosto de 2011, se ha podido transitar por la dura vida por la
que anduvo, pero también por una buena parte de la historia de estos pagos
sureños. Tanto se le puedo indagar sobre el transporte, como de la pesca; de
los jornaleros como de los patronos; de las valías de los terrenos como de los
primeros precios que regían en su tienda en la década de 1940, cuando las papas
rondaban los veinte céntimos, lo mismo que un vaso de vino, o el pan se
despachaba a una perra gorda. Asimismo diversificó sus labores con el arriendo
de un terreno donde plantaba trigo y cebada; comercializó con pescado, al
remitirlo a través de las guaguas a otros pueblos por los que trascurría su
ruta; o con la recogida de la leche, la savia, de la tabaiba dulce, que se la
traían de varios puntos del Sur y de la isla de El Hierro. La compraba liquida
y después la cocinaba durante seis u ocho horas en bidones de doscientos
litros, la empaquetaba y la remitía a Barcelona. Los recuerdos de Manolo
Rodríguez llegaron, sin aspavientos, a través de una prodigiosa memoria, se
presentaron de la mano de esa sabiduría que reportaban los años.
Entrañable.Gracias.
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