“Barquitos de lata”. Alcalá, 1968 |
Los regalos no llegaban a este Sur de hace unos
cuantas décadas, lo más pasaban de soslayo para dejar unas naranjitas y unos
frutitos secos o unas galletas. Para disponer de juguetes, y de juegos, había
que elaborarlos con el recurso de la imaginación, con lo aprendido en el
entorno, con la enseñanza que se trasmitía de padres a hijos, de hermanos
mayores a pequeños.
Carritos de verga; carros de madera; pelotas de trapos
y de otros materiales como las badanas de plataneras; aros de metal, trompos de
madera de balos, latas de conservas transformadas en barcos o carritos; muñecas
con piedras, con callaos de la mar y del barranco, con carozos de las piñas de
millo, con trapos, con badanas, con pencas, y pintadas con cochinilla; y un
largo etcétera.
Y la mar se poblaba de barcos de hojalata, de las
múltiples latas de conservas a la que se pudiera tener acceso, las mejores,
esas grandes de aceite, de aceitunas o de atún. Como nos lo apuntó Manuel
García Tejera, natural de Puerto Santiago: Con
latas de aceite y latas de atún, de esas de cinco kilos que se fabricaban
antes, de Lloret Llinares y de don Álvaro Rodríguez López, de las latas esas de
conservas. Las abría, las cortaba de arriba abajo, longitudinalmente; la
doblaba a la mitad, una vez que le había retirado los fondos y con un cuchillo,
que confeccionaba con los hierros de los arcos de las barricas, ejecutaba los
dobleces para obtener la popa y la proa; les preparaba los leitos con madera y
a navegar en los charcos y en los bajíos.
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