Pepe Castellano, 2006
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Conocer lo que fue la vida en
la mar, en los barcos de cabotaje, en las artes de pesca, o lo que representó
el Porís de Abona en estas labores, que mejor que haber escuchado a un viejo
marino, ya tristemente fallecido: José Castellano de la Cruz, Pepe
Castellano como cariñosamente se
presentaba. En presencia de su esposa, Carmen Cabrera García, escuchamos
absortos los recuerdos que ha ido atrapando casi desde su nacimiento, allá en
1914, en La Morra, en el Porís de Abona. Barrio costero que en ese entonces
rondaba las 200 personas, que habitaban una treintena de viviendas y un buen
número de cuevas; llevando una vida cotidiana austera y humilde, cuyo sustento
había que arrancárselo a la mar. Y que para conseguir el agua para el consumo
doméstico se disponía de algunos aljibes o trasladarse a Tajo, situado a unos
cinco kilómetros, caminando y traer una lata a la cabeza.
Su entrega a los menesteres de
la mar lo hereda de sus padres, Miguel Castellano Pérez y Amelia de la Cruz
Fariña, que dedicaron sus vidas a la pesca y al cabotaje con algunos de los
barcos que han urdido buena parte de la historia del Sur de Tenerife, como el
San Pedro de Abona, Lolita, Mercedes de Abona o Amelia
El San Pedro de Abona lo
construyó, en Las Eras, el carpintero de rivera Juan Cabrera. Con este barco su
padre transportaba los tomates desde Punta Larga, en Candelaria, a Santa Cruz
de Tenerife. Se cargaba el San Pedro, quinientos ataos, y tenía otro barco
más pequeño que no tenía motor, que siempre cuando sobraba carga lo ponía en el
barco pequeño ese y de remolque lo llevaban pa Santa Cruz. El San Pedro de Abona era un barco de vela y motor
y el pequeño que apunta Pepe era el Nivaria, un pequeña barca de pesca que se
utilizaba, entre otros quehaceres, para calar el chinchorro. El viejo calaba
el chinchorro y cogía el pescado, y las mujeres de aquí, se vivía deso, del
pescado que iban a vender a Arico, Fasnia, Villa Arico, hasta El Escobonal,
caminando pallá hasta El Escobonal iban las mujeres a vender el pescado. Y más tarde las llevaba Pepe en una guagua que
compraron en Santa Cruz y que realizaba el trayecto del barrio de La Salud a la
Plaza de España.
Su padre tuvo otro barcos como
el Lolita, con el que en verano solía realizar excursiones con los veraneantes,
a Tajao o a El Médano, y del que Pepe recuerda una copla que hace referencia a
algún pasajero que no soportaba los vaivenes: Paco Neda por el miedo/ se
bebió un litro caña/ y andaba por el Lolita/ que parecía una araña.
Y luego tuvieron el Amelia, al
que su padre le puso toda su ilusión y que a Pepe le invade la nostalgia cada
vez que lo nombra, ese era el barco más bonito y más valiente que yo haya
visto en mi vida. También lo
construyó Juan Cabrera, pero en El Porís, para cuya quilla se cortó un pino en
un monte propiedad de Ramón Fumero. La quilla y las roas se cortó en el
monte de Fumero y se trajo por áhi pabajo con yuntas a cargar en la casa de don
Manuel Solana, allí se cargó la quilla.
En un camión que lo trasladó hasta el Porís, al lugar donde en la actualidad
está el edificio El Chinchorro; en cuyo lugar también estuvo un campo de
fútbol. El resto del material preciso para su construcción se acarreó de Santa
Cruz. Fíjese tú qué tamaño tenía yo, que me llevaba yo a la casa de la Viuda
de Yanes con el papel del maestro, el maestro hacía el papel de la madera, las
pulgadas y el tamaño. La madera toda venía de Santa Cruz, tablas, clavos, todo
eso venía en el Isora.
Su silueta balanceándose tanto
transportaba mercancías como personas, así lo hizo infinitas veces en los
festejos de Ntra. Sra. de las Mercedes o de la Virgen de Abona tal como se
aprecia en la fotografía que acompaña este artículo. Y sobre todo fue la
“guagua” que unió el Sur de Tenerife con La Gomera. Venía la gente, metía
cabras y todo, los que podían ir en la bodega y los que no tapados en un
enserado, del palo acá pa popa, un enserado, tapados allí, entrábamos en Los
Cristianos los dejábamos y seguíamos nosotros pa Santa Cruz. Cogíamos los
tomates en don Miguel Bello, a veces de don Juan Bethencourt y pa Santa Cruz.
Transbordábamos al barco, al vapor que iba pa Londres, cuando estaba atracado,
trabábamos y cuando no, echábamos los tomates en tierra, en el muelle.
Era la época dorada del
cabotaje en el Sur, años treinta y cuarenta, en cuyo tiempo Pepe recuerda como
la pequeña bahía del Porís y de la Playa Grande se poblaban con un buen puñado
de mástiles, velas y chimeneas. Aquí había fondeados, en esta bahía, entre
veleros y barcos de vapor hasta doce y catorce, los veleros que venían, unos
con cal, otros con sal, otros que venían de la costa derribaos, otros a cargar
las papas, los correos, los barcos de la casa del tomate.
El Amelia en el Porís de Abona |
Y después compró otro arte de
pesca, una traiña, y la guagua, que era una especie de taxi al que todo el
mundo recurría. Aquí cualquier cosa que pasara; Pepe llévame a Arico; Pepe
mira, vete a buscar al médico. Y con
esa vieja guagua también acarreaba el pescado de la traiña a la recova de Santa
Cruz de Tenerife o trasladar al personal al cine en Arico el Viejo, donde
esperaba a que finalizara y retornarlos al Porís.
Poco años antes de ir a
trabajar a Santa Cruz, en 1964, su padre vendió el Amelia, pero nunca ha podido
ausentarse mucho tiempo de la brisa de su pueblo natal, de su casa a la orilla
de la mar, de escuchar los marullos rompiendo a escasos metros, que como no
podía ser de otro modo se encuentra enclavada en la calle que lleva el mismo
nombre que el legendario Amelia. Y siguió vinculado a los barcos, pero en este
caso a los cargueros de petróleo y refinados con los que recorrió medio mundo,
como el Albuera, Rodrigo, San Marcial, Talavera o el Zaragoza.
Las evocaciones de Pepe son
extensas y variadas, enlaza un tema con otro y tanto narra los avatares del
valiente y marinero Amelia o de otros barcos que surcaban la mar del Sur, que
sus vivencias en pos de mejorar el barrio durante los años que ejerció de
alcalde de barrio. Con añoranza cuenta como su familia compaginaba el cabotaje
con la pesca; sus viajes a pie aferrado a las faldas de su madre, cuando apenas
despuntaba del suelo; o las primeras veces que colaboró con su padre en los
labores de la pesca, junto a Juan, su hermano gemelo, yo era pequeñito, y mi
hermano, no podíamos casi con un remo, pero lo íbamos ayudar.
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