viernes, 23 de agosto de 2013

Manuel Capitán. Viejo pescador anclado en la memoria de Alcalá

  Manuel Hernández, El Capitán. 1957

 
En el Sur de Tenerife la costa fue, durante siglos, fuente de recursos como complemento a la dieta alimenticia. Sus habitantes se trasladaban desde las medianías a la orilla una vez finalizada las tareas del campo, en busca de completar la dieta. El transito, por este camino de ida y vuelta, se fue espaciando en el tiempo, se tornó cada vez menos frecuente. La especialización que adquirían en la pesca motivó el establecimiento definitivo en la costa, como así lo fue para Alcalá, caserío de Guía de Isora, que el 1865, fecha cercana al nacimiento de Manuel Capitán, ya contaba con 52 vecinos que habitaban 11 edificios de una planta.
De entre esos primeros pescadores que se asentaron en la costa de Alcalá, nació Manuel Hernández, El Capitán. Viejo pescador que se perpetuó en la memoria de un pueblo, amarrado en el recuerdo de los bajíos, de los charcos, de la costa, de la mar de Alcalá, de la mar del Sur de Tenerife.
Su recuerdo nos lo traen, desde la década de los años cincuenta, dos artículos periodísticos. El primero de Vicente Borges, colaborador de El Día y de La Tarde, quien lo incluyó en su serie No hay vida sin historia. Y del escritor Ignacio Aldecoa, quien mantuvo cierta relación con la isla de Tenerife, de la que divulgó diversos artículos en la década de los años cincuenta. Cada uno nos cuenta su visión del carácter, de la bondad, y del quehacer, de este viejo pescador que continuó su oficio en plena vejez.
A través del artículo de Vicente Borges, publicado en marzo de 1956, podemos saber algunos pormenores de este pescador; voy para los noventa. Me faltan dos. Y además aporta otro dato que nos ayuda a conocer su fecha de nacimiento, al recordar el trágico aluvión de diciembre de 1879, donde fallecieron once personas de Guía de Isora. Todavía recuerdo, con miedo, aquel día en el que el barranco de allá arriba de desbordó. Una casa entera arrastró con él y varias personas murieron. En esa época acababa de cumplir los doce años. Por lo que pudo haber nacido en 1867, en Alcalá, cuando sólo había cuatro casitas y dos o tres barquitos. En el Censo Electoral de 1945 se recoge a Manuel Hernández, sin segundo apellido, como vecino de Alcalá, de profesión pescador y contando con 75 años.
Vicente Borges conoció la leyenda de El Capitán a través de una copla: Aquel es Manuel Capitán / al que llaman el barquero / y ya no sale a pescar / porque es un caballero. El sobrenombre le viene por su arte en la mar sabiduría en la pesca, me llaman el Capitán porque fui uno de los primeros patrones. A mi, la verdad, me agrada que lo digan. Por Manuel casi nunca contesto. Llámeme usted Capitán y enseguida oiré. Mi nombre completo es Manuel Hernández Socas.
  Manuel Hernández, El Capitán. 1956
A través del escrito de Vicente Borges conocemos algunos pasajes de su vida y de su oficio, aprendido en la infancia, con la observación y la práctica, con los consejos de otros pescadores. Así como los barcos que dispuso para realizar sus faenas, el primero Adejero, le puse este nombre porque me lo hizo un buen carpintero de Adeje. Después tuvo dos más, hasta el último, La Valiente.
A la pesca iba con la luz de la tea, encendida sobre alguna laja de piedra que llevaban en el leito del barco. Así como que fue el primer pescador en utilizar esos amaños nuevos, como el trasmallo. Su ámbito de pesca abarcaba un amplio abanico, desde Teno hasta Santa Cruz, de cuyo lugar procedía cuando a la altura de Güímar se le volcó el barco y estuvo varias horas en el agua.  
De esos años cincuenta le dicta al periodista los barcos y los pescadores que habían en Alcalá: Treinta y dos y cincuenta pescadores. Pescamos galanas, bogas, zalemas, salmonetes, -mi hijo trajo ayer 50 kilos- viejas y muchas más. Mis hijos tienen sus barcas y trabajan bien. Yo les acompaño porque los años no me dejan salir solo, como antes. En los amaños me falta la vista pero a los remos le doy como el principal. Cuando vamos a las viejas, yo llevo los remos y mi hijo la pandorga. Soy capaz de remar todo el día, si hace falta.
De este caballero de la mar, pescara o no, como apuntaba la copla, también le gastaba la diversión, era un gran bailarín y cantador, como le cuenta al periodista. Bailar, bailaba de todo, como el mejor de los mozos, el tanganillo, las seguidillas, las saltonas, la isa y la folia. Además canto todo lo que usted quiera de la música de antes, la de los viejos “tenerifeños”.
El artículo de Ignacio Aldecoa, publicado después del de Vicente Borges, en Arriba en febrero de 1957, aporta algunos rasgos físicos y del carácter de este viejo pescador, Ochenta y tres años de vida, setenta y cinco de mar, por el cual había transcurrido buena parte de la historia de su pueblo. Narra con la precisión de su escritura, concisa, clara, poética, como era el lugar al que llega, hay una factoría pesquera, un puertecillo para las falúas, una playita para los botes. En Guía de Isora-Alcalá la gente vive cara al mar del trabajo. Los viejos de Isora-Alcalá salen a la mar. Solos en sus botes. Van a remo hasta la línea del horizonte y más allá.
Nos aporta algunos rasgos físicos y del carácter de este viejo pescador por el cual había transcurrido buena parte de la historia de su pueblo. Capitán tiene los ojos quemados por los reflejos guías del Teide, por los espejos atlánticos. Con gafas negras el mar es una continuación de la lava de la isla. Y esos brazos nervudos también son negros como la lava y el mar. Ayer salió a la mar. Capitán tiene los dientes fuertes, con mellas de sierra.
Ignacio Aldecoa deleita con la descripción de su pericia para las artes de la pesca, es quien mejor engoda la caballa o la sardina para que el atún pique. Es quien sabe correr el aparejo más suavemente para no despertar recelos en el pez. Y por encima de todas sus habilidades y experiencias, tiene una extraordinaria capacidad para relatar las historias de la mar. 
Tanto a uno como al otro, tanto a Vicente Borges como a Ignacio Aldecoa, El Capitán les sedujo por su sabiduría, atrapada en la observación de la naturaleza; por su sencillez, adquirida a golpe de remo; por su humildad, la que da el contemplar con esperanza la mar; por su elocuencia, la que se posee cuando se domina hasta el más mínimo resquicio de lo que se hace, de lo que se ama.
Viejo pescador, como otros tantos viejos pescadores, anudado a la mar, a su orilla como lugar más lejano. Con el ánimo, empapado de sol y de sal, transmitido en las narraciones de sus vivencias, sabiamente trasmitidas para cualquiera que se siente a su vera. A Manuel Capitán, viejo pescador anclado en la memoria de Alcalá, nos lo recuerdan estos dos escritores que escucharon de sus labios pausadas y amenas historias colectivas de la mar, de la vida, anudadas para siempre al sol y a la sal del Sur.

 
Bibliografía: BRITO, Marcos: Nombretes en el Sur de Tenerife. Llanoazur ediciones