viernes, 13 de febrero de 2015

Pinos de Vilaflor: otras crónicas

Pino del Beneficiado y José Trujillo

En un anterior artículo de este blog, 20 de febrero de 2014, comentamos sobre una serie de utilidades y denominaciones de estos hermosos ejemplares de la naturaleza, enclavados en uno de los lugares más bellos de nuestro Sur del alma, a los pies de El Sombrerito, del Roque del Almendro, El Sombrero, El Encaje, Guajara o Montaña Colorada. Pinos ubicados, “allá en un pequeño valle,/ solitario, pero ameno,/ cercado de altas montañas,/ por verdes pinos cubierto,/ salpicado de retamas,/ jaguarzos, jaras, poleos,/tagasastes, granadillos,/ arrayanes y romeros.” Tal como comienza un poema del vate Germán Fumero Alayón; al que en un soneto de Rafael Peña se le compara con el porte y edad de este árbol: “Allí, en Vilaflor, recio, como añoso pino.” 
En aquel artículo se comentaba algunas denominaciones de estos erguidos y sobrios pinos, su aprovechamiento en la construcción de las viviendas, en los aperos de labranza, la obtención de la brea, su transformación en carbón. Y como en aquel, nos adentramos en algunas de sus crónicas de la mano de los recuerdos del cabrero José Trujillo González. Quien narra otros nombres de estos pinos a los que conoce como si fueran propios. Así apunta el “Pino del Rey”, situado en las Laderas del Traste, en el Valle del Traste. El “Pino de Ucanca”, en el Valle de Ucanca, en ese valle que se sitúa al norte del Paisaje Lunar, tal como nos apunta: esa cañada ahora es Llano Ucanca, yo primera, el Valle Ucanca es este valle, que es un valle muy grande, eso del Paisaje Lunar.”
Del “Pino del Beneficiado”, ya desaparecido y que estaba emplazado en los Morros de García, comenta que se secó y ardió, llegando a salir humo por el fondo del Barranco de la Hondura, lugar hasta donde llegaban sus raíces. Su denominación proviene “de un cura que estuvo aquí que le decían don José el Beneficiado y compró aquella finca y de nombre le pusieron el Pino del Beneficiado.”
Al sur de los Riscos del Sobaco, situados bajo el Sombrero de Chasna, se encuentran los “Pinos del Jable” o los “Pinos de Cho Tacoronte”. Como apunta José Trujillo, en la zona existieron “unas huertas de jable, las huertas de Cho Tacoronte, uno de Vilaflor, eso es de siglos y siglos, cuando yo conocí las huertas estaban todas esgorrifadas.” 

Pino de la Cueva de la Quintera


En los años cuarenta y cincuenta cuando este cabrero cuidaba las cabras de su padre y después las suyas, frecuentaba la Cueva de la Quintera, situada en la Suerte de El Traste, “allí metían las cabras y por dentro, debajo, hay unas lajas vivas que habían, unos socos de riscos, allí tenían las chozas pa quedarse, muchas noches me quedé allí, me quedaba con los muchachos, con esos de Ramón Jaramago, con lo de cho Faustino Fumero, con Ismael, con esas gentes. Allí dentro cabían dos manadas grandes, cabían las de cho Faustino que eran ciento treinta pallá, y las de Cho Manuel García, que eran sobre las cien, eso era yo con catorce años.” Las cabras estaban sueltas durante la noche, las reunían por la mañana para ordeñarlas en la Cueva de la Quintera, que le aporta el nombre a un pino, el “Pino de la Cueva”, que está por encima de ella y cuyas raíces se podían contemplar en su interior.
El conocido por “Pino de la Escopeta” se encuentraba en el Lomo de las Canales, en el Llano del Pino de la Escopeta, se supone que una tormenta lo pudo partir, “es un pino que está esmochado, le salieron dos pernadas y aquello lo llaman el Pino de la Escopeta de toda la vida. Porque salieron dos pernadas y es como dos caños de escopeta parriba.”       
Otro de estos pinos con denominación propia es el “Pino de las Cocinillas”. “Porque todos hacíamos fuego allí y le pusimos el Pino de las Cocinillas. Porque todos los que pasaban por allí pa ir a la cumbre, entonces eso era un tren de gentes del pueblo, por retamas, por leña, allí hacían un parón por la mañana, hacíamos un fuego pa calentarnos y luego seguir, porque el frío aquí era aspero. Eso era un pino de buen tamaño, había un veril de piedras y el pino estaba por este lado y el camino salía por debajo del pino parriba.”

  Detalle de una cueva de pino cubierta con cemento
El principal combustible se obtenía de la madera y de su transformación en carbón, pero también se llegó a extraer la tea del pino, horadando su base. “Tea pa alumbrarse, eso ponían un palo con tres patas que le decían un mancebo, tú no has oído decir pareces un mancebo, ponían una plancha encima. Le clavaban dos clavos, como no había petróleo pa alumbrarse ponían dos o tres astillas de tea y con aquello comían, pa alumbrase de noche, la astilla de tea le das fuego y arde sola y dura tiempo.” Por este motivo nos encontramos tantos pinos con esas cuevas en su base, de cuyo lugar se extraían las astillas, esas “carespas” de tea, como el detalle fotográfico que se obtuvo de uno de los grandes pinos, “Pinos de San Roque”, que se encuentran al norte de la Ermita de San Roque, y al que se ha recubierto el hueco con cemento.
Añadamos dos notas sobre otros tantos pormenores, de finales del siglo XIX, sobre sendos Pinus canariensis de Vilaflor: una exposición en La Orotava y la subasta de un ejemplar derribado por el viento. En la Exposición de Horticultura que se desarrolló en La Orotava en el mes de junio de 1888 se expuso la sección de un pino de Vilaflor, causando gran expectación. Se mostraba en “unas láminas formadas por cortes transversales de un pino, como se dibujan las caras de un hombre y de un orangután, con los nudos formados por la tea en el corazón de dicho pino, llegando a ser el dibujo tan correcto que se duda si lo que se ve es producto natural, o si es electo de la mano del hombre, duda que se desvanece examinando de cerca los objetos y viendo que es simplemente un tosco corte en un tronco de pino de Canarias.” 
El aprovechamiento forestal tenía dos caras, la del menudeo de leña y carbón para la subsistencia y la oficial de la venta de grandes pinos, en pública subasta, de la que citamos un ejemplo, a finales del siglo veinte, de su precio y condiciones. Derribado por el viento en la suerte de Eduardo González Torres, un pino de 12 metros de largo por uno de circunferencia, con un precio de 60 pesetas. “El rematante es dueño, no sólo de la madera que ha subastado, así que también de los gajos, leña, ramajes y despojos procedentes de la corta, monda y labra; pero le es obligatorio dejar el suelo de la corta enteramente limpio de estos últimos al terminar el aprovechamiento.”
Pinos, recios y añosos como ese viejo poeta que dejó su impronta en su tierra, cantados y recordados por todo amante de la naturaleza, admirados por su porte, por su presencia, por ese aroma a resina y verdor que dejan a su alrededor, sobre todo al alba cuando por la superficie de su tronco y agujas ha pasado el rocío.