lunes, 31 de octubre de 2016

Ángel Linares Reverón. Camionero en el Sur

Ángel Linares Reverón. Finales de la década de 1940

Ángel Linares Reverón, natural del Valle de San Lorenzo donde llegó al mundo en 1921, ejerció su labor de camionero mucho antes que la línea del asfalto se dibujara sobre el ocre del Sur. Este ejemplo de camionero del sur, que tanto respeto y admiración producía entre los usuarios de la vieja carretera, dedicó casi toda su vida al incesante trasiego de mercancías. Veinte años, diecinueve, veinte años empecé ya y no lo solté hasta los setenta y tantos.
Se inició en un camión de su cuñado Nicolás Bello, un Ford TF 4078, para continuar con el TF 4954, el que se muestra en la fotografía obtenida en El Tablero, a finales de la década de 1940. Continuó con estos camiones, y con otro del constructor Luis de Losada, hasta que en 1951 compra su primer camión, de segunda mano y con volante a la derecha, un Dodge canadiense TF 6413, que tantos años dedicó al transporte de tomate desde el Valle de San Lorenzo al puerto de Santa Cruz de Tenerife. Pocos años después adquiere otro Dodge, en este caso nuevo, TF 9927, a los que se denominaban vaca flaca, porque el capó se levantaba un poco del centro. Con el paso del tiempo y la necesaria adaptación a los nuevos vehículos y al mercado, poseyó otros, como el TF 31644 y el Mercedes TF 57690.
Por su vida ha pasado buena parte de la historia de los vehículos en el Sur de la Isla. Recordaba como llegaban esos primeros camiones, alguno vio con ruedas macizas, con el chasis, el motor y el capó de hierro, algunos incluso se trasladaron en cajones y se armaba en su destino, y se les construía de madera la cabina y la carrocería. En la década de los treinta y los cuarenta se hacían muchas de estas adaptaciones en Aldea Blanca, en el taller mecánico de Claudio García, y la carpintería la solía realizar un carpintero del Valle de San Lorenzo, Nicolás Díaz. También por sus recuerdos afloraban algunos precios de cuando se iniciaba en estas labores: El Federal tenía unas mejoras, poco, costaba unas trece mil, y el Diamond, unas once mil y pico. El Chevrolet valía siete mil y el Ford unas nueve mil.
Vivió la época del arranque por beo, por manivela, con el que tenía que tener sumo cuidado para no llevarse algún golpe, incluso algún hueso roto. A los camiones había que conocerlos, no sólo conducirlos sino también como cargarlos para que esa carga facilitara su manejo, para lo que había que tener buenos brazos. Y había que agudizar el ingenio para incluso aprovechar los aros que reforzaban los bidones para con ellos situar la rueda de repuesto debajo de la carrocería. De su memoria extrae ese primer vehículo que llega a su pueblo natal, de José Delgado García, pintado de azul y la capota de tela. Eso fue a finales de los años veinte, un Wuippet, de 14 HP, y con matrícula TF 3036.
Transitó por las largas y maltrechas pistas de tierra, por esa comarcal 822 que se inicia en 1864 en Santa Cruz de Tenerife pero que no llega al Valle de San Lorenzo hasta comienzos de los años cuarenta. Con anterioridad a disponer de esta vía había que desplazarse, o bien en barco desde Los Cristianos o Las Galletas, o bien como se realizaba en los años treinta, ir hasta La Camella, después por Casas Viejas y Cabo Blanco llegar a Aldea Blanca, continuar por Las Zocas, Los Muros, para enlazar con la pista que comunicaba El Médano con Granadilla de Abona y tomar la carretera vieja hacía Santa Cruz. Cuando se ejecutó el puente sobre el Barranco de la Orchilla, se subía de Las Zocas a San Miguel de Abona.
Este viejo camionero era de los que conocían palmo a palmo la carretera vieja del Sur, esa plagada de curvas y baches, esa que dice la socarronería sureña que se trazó siguiendo el camino que marcó un caballo. Era de esa vieja estirpe de camionero del Sur, de admiración adquirida por su buen hacer, por su excelentes maneras y respeto en el diario trajín. El chofer del sur tenía fama por lo cuidadoso que era y buen conductor. Nosotros cuando venía uno nuevo del Norte, a veces que venía a traer estiércol, o conseguían algo por aquí, sabíamos que era nuevo, pero al mes más tarde estaba adaptado ya. Porque ese salía al oscurecer y llegaba por la mañana aquí, nosotros no, porque ya conocíamos la carretera. Me asomaba uno allá abajo, veía la luz de uno y yo lo esperaba aquí, porque sabía que si seguía palante nos íbamos a trancar, pues el seguía hasta que se trancaba, entre darle palante, darle patrás. Volvía, seguía, más alante se trababa con otro, porque no esperaba, hasta que cogía el tranquillo.

Ángel Linares y su esposa, Marta Martín. Santiago del Teide, 2015

En sus camiones llevó de todo, desde estiércol, como esa carga que trajo del Llano del Moro para La Caldera, y que tantos problemas le acarreó por no disponerse adecuadamente, y que además de su conducción casi imposible le costó la rotura del sinfín de la dirección. Caños de cantos también llevó con frecuencia, sobre todo para la red de distribución de la galería El Milagro, en Guayero, Vilaflor, que los subía desde Aldea Blanca a Vento, en Arona, y después se trasladaban en camellos hasta la galería. Trasladó diversos materiales para obras en La Florida, para los inicios de Playa de las Américas, etc. Transportó miles de toneladas de tomates desde el Valle de San Lorenzo y Adeje hasta el Puerto de Santa Cruz de Tenerife, que en la zafra era un no parar entre las idas y venidas, y que en cada viaje tenía que invertir uno o dos días dependiendo de las colas que se registraban para cargar los barcos. Y otras múltiples tareas que harían una lista innumerable: repartió el racionamiento con destino a Arona; llevó las lecheras desde El Tablero a Santa Cruz; cargó palos de eucalipto donde colgar, donde secar el tabaco; o traerle el millo a Casimiro García en Granadilla de Abona, donde tenía un almacén de venta al por mayor.  

Ángel Linares Reverón fue el camionero del Sur, primero con sus vivencias, luego con sus recuerdos, que quedaran imperturbables tras su fallecimiento en octubre de 2016. Contribuyó a que creciera el reconocimiento de buenos conductores, de gente amable y solidaria, que circulaban por la serpenteante puerta de entrada al Sur de Tenerife.