domingo, 9 de febrero de 2014

Padecimiento y muerte por la gripe de 1920


  San Miguel de Abona, 1890
 

La precariedad económica con la que se desenvolvía la mayor parte de la población del Sur de Tenerife, forjaba una vida entre la subsistencia y la escasez. Su sustento se arrancaba principalmente a la tierra y a la ganadería. Las dificultades agrícolas eran innumerables, la casi nula presencia de regadío; baja productividad, en muchos casos ligada a la ocupación de tierras marginales de baja calidad; campo descapitalizado; dificultades de mercado; en suma un frágil equilibrio, muy dependiente de la naturaleza y con escasa operatividad para hacer frente a las consecuencias negativas que se producían. Equilibrio roto con frecuencia, y con suma facilidad, por las plagas de langosta y los ciclos de sequía. Uno de estos ciclos de ausencia de lluvias, 1917-1919, coincide con el bloqueo económico que motivó el aislamiento padecido en las islas por la contienda de la I Guerra Mundial (1914-1918) y con la gran epidemia de gripe de 1918-1920, que en el Sur de Tenerife tuvo una nefasta incidencia en los dos primeros meses de este último año, conocido popularmente por el año de la gripe.
Antes de esta incidencia mortal se creó tal alarma social que desde todas las instituciones se establecieron diversas normativas para preservar su contagio. Llegando incluso a alguna Corporación Municipal, como la de Arona a tomar un drástico acuerdo en octubre de 1918: Se acuerda facultar al Sr. Alcalde para que, en vista de la gran epidemia que en la Península se padece y que hoy está extendida por algunas de estas Islas y algunos pueblos de esta misma Isla, toma toda clase de medidas, incluso saltando por encima de la ley si fuera necesario.
En enero de 1920 surge la alerta en la isla de Tenerife por el temor de que un nuevo brote de la epidemia gripal, que ya estaba haciendo estragos en la isla de Gran Canaria, pudiese introducirse en la Isla. Las primeras informaciones de muertes de naturales del Sur de la Isla se produjeron entre los emigrantes que estaban embarcados en el vapor Roger de Lluria. Procedente de Barcelona y con escala en el Puerto de la Luz de Las Palmas, donde debieron subir enfermos de gripe, se dirigía a Santa Cruz de La Palma para después ir a su destino, La Habana. Al encontrarse en el Puerto de Santa Cruz de Tenerife se le produjo una avería que le obligó a retrazar su partida y una vez que se subsanó se mostró a bordo, con gran virulenta, la epidemia de gripe, por lo que permaneció en la rada hasta finales de enero. Los enfermos que eran desembarcados de este vapor ingresaban en el Lazareto para su tratamiento, entre los que fallecieron se encontraba Fulgencio Frías Alfonso, de 15 años y natural de Arona. Asimismo se encontraba en el Lazareto José María Alfonso, de 20 años, natural de Abona.

Arona, 1890
A través de los medios de comunicación de la época se conocen múltiples casos de defunciones en los pueblos del Sur de Tenerife. De Arico se informa que había varios casos graves de bronco-neumonía y que a finales de enero habían fallecido dos hijos del conocido propietario de aquel pueblo, don José Delgado, Belisario y Eladio Delgado Morales. Para atender a estos enfermos el doctor Pisaca, Inspector Provincial de Sanidad, realizó gestiones para que se desplazase un médico desde Güímar, labor que realizó Alcibíades Hernández Mora. A comienzos de febrero de da a conocer que las defunciones en Guía de Isora ascendían a tres, sin detallar sus nombres.
En abril se comunicaba desde Granadilla que la epidemia gripal se considera extinguida, al no producirse ningún nuevo caso en el último mes, produciéndose una muerte en El Médano. De este municipio, al que se trasladó el médico Agustín Pérez Díaz para asistir a los enfermos y a los de los municipios cercanos, se encuentran referencias de la virulencia de esta enfermedad, no así fallecimientos que se citen expresamente que lo fueron por la gripe. Se informa de otras muchas más muertes repentinas, como para todo el Sur, sin relación de su causa, como la del oficial de milicias, Ulises Guimerá y Gil Roldán que fallece en el pago de Las Vegas, victima de rápida enfermedad.
En el Sur de la Isla el caso más sangrante ocurrió en San Miguel de Abona donde en este periodo de máxima virulencia fallecieron 21 vecinos: Luciano Delgado, de 60 años; Florencio Delgado, 35; Felipe Cabrera, 40; Lorenzo Pérez, 60; José Delgado, 85; Gregorio Manso, 48; José Sierra, 80; Tomás Bello Gómez, 68, aunque en su esquela mortuoria se detalla que lo fue el 18 de febrero en Arona; Julio Bello, 28; Gregorio Rancel, 45; Agustín Delgado, 75; Francisco Estévez, 69; Teófila González, 30; María Marrero García, 35; Micaela Delgado, 80; Catalina Marrero, 60; Adela Trujillo, 60. Y las menores, que se anotan como hija de don Cristóbal Tejera, de 3 años; hija de Teófilo Bello, de 2; hija de Francisco González, 6 meses; y la hija de Agustín Pérez, de 2 años. A comienzos de marzo se informaba de la mejoría de la situación y el escaso número de los afectados.
Y por si podría añadirse alguna adversidad más a la falta de lluvia que se padecía desde años atrás, a la escasez de trabajo que propiciaban la emigración, y a esta virulenta gripe, se le suma la falta de algunos productos de primera necesidad como el azúcar, causando diversas quejas desde pueblos como el de Adeje, desde el que se comunica que se carece en absoluto de azúcar, y, como ya menudean los casos de gripe, es un verdadero conflicto. Y para acrecentar el infortunio se produce un temporal de viento y agua, entre los últimos días de febrero y primeros de marzo, que causan graves daños a las contadas vías de comunicación, como las pistas que unían los pueblos con la costa, el caso de la de Arona a Los Cristianos, o la siempre en obras carretera vieja del Sur. O los graves destrozos que causó a los cultivos, como la enfermedad que ocasionó la excesiva agua en el cultivo de papas, imprescindible para la subsistencia de pueblos como San Miguel de Abona o Granadilla de Abona.