lunes, 23 de enero de 2017

A remo y vela, la mejor manera de transitar por la mar

De regreso de la pesca. Por fuera de la Playa de la Carnada

Desplazarse a remo o a vela es la mejor manera de escuchar los sonidos de la mar, de apreciar el deslizamiento de la quilla, entre el crujir de la madera y el chapoteo de la mar, de percibir el olor a sal, de sentir la ligera caricia de la húmeda brisa marina.
La evolución de la costa del Sur de Tenerife ha sido brutal, de igual manera ha sucedido con sus moradores, con sus costumbres. El aprovechamiento, por los habitantes de las medianías, de los recursos de la costa de manera esporádica, como complemento a la dieta, ya se realizaba desde la época de nuestros antepasados los guanches. Traslado ocasional, sobre todo en la época estival, que se tornó estable con el paso de los años, sobre todo al comienzo del siglo XX, donde ya estaban asentados diversos núcleos de pescadores. Momento en el que los pequeños barcos de pozo se desplazaban a remo y a vela.
Las dos imágenes que acompañan el recuerdo fueron tomadas a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta del siglo XX. Una de ellas nos muestra un barco con su vela desplegada, creemos que de regreso de la pesca a su lugar de procedencia, Los Cristianos. Es una fotografía tomada por Bengt Rylander, veterinario sueco afincado en Los Cristianos entre 1957 y 1964, año de su fallecimiento. Gran aficionado a la fotografía, de la que ha dejado un gran legado de su estancia en este barrio pesquero. Esta obtenida a la altura de la Baja del Camello o de la Playa de la Carnada, lo que en la actualidad se conoce por Playa de las Vistas. Otro ejemplo de la falta de rigor, al adoptar lo que era un pequeño topónimo, Las Vistas, y colocar en el olvido al de la Playa de la Carnada.

Manuel Melo y Antonio Melo en el barco El Médano

En la otra imagen se aprecia a Manuel Melo Tavío, Manuel Piñera, y Antonio Melo Alayón, Tonero, a su llegada a puerto, en el barco El Médano, una vez finalizada una de las últimas regatas a vela que se disputaron en Los Cristianos; esperadas y celebradas al abrigo de las fiestas en honor de Nuestra Señora la Virgen del Carmen. Y que bien pudo ser las efectuadas el domingo 4 de septiembre de 1960, cuando, ejerciendo de presidente Sebastián Martín Melo, se otorgó a los vendedores una nasa, que recayó en los citados.
De estas regatas se tiene constancia escrita, tanto a remo como a vela, desde los años veinte, pero ya existían desde muchos años antes, cuando se rivalizaba por ver que barco era el más veloz, quien era el que llegaba primero a tierra después de la pesca. Eran barcos ligeros, de 6 ó 7 metros, con 2 ó 4 remos. Vela, madera y mar, binomio que va cayendo en el pozo del olvido, iniciándose  con las primeras adaptaciones de motores de camiones y coches. Pero fue a partir de los años cincuenta cuando se pluralizó la utilización de pequeños motores marinos.
Las velas para estos barcos se fabricaban por los mismos pescadores, o por sus mujeres o hijas. En Los Cristianos si había alguno que sobresalía por su habilidad en su confección, ese era Antonio Melo Alayón, Tonero. En Las Galletas resaltar a Rosario Domínguez Rodríguez, hija y hermana de pescadores, quien nos relató como las preparaba en un llano que había delante de las casas, entre las casas de torta y la mar, de Isabel Morales, “seña Isabel Barista”. Allí un viejo pescador, Celestino Alayón Bethencourt, le marcaba con tres clavos y una liña el perímetro de la vela; se tendía la muselina, se trataba con piedras y se pespuntaba, para después llevarla a su casa a coserla en la máquina. Rosario Domínguez compraba la muselina en San Miguel de Abona, en la tienda de José Delgado, con ese tipo de tejido cosió velas para barcos de El Médano, de Tajao, y para casi todos los que había en Las Galletas.
Allí en aquel llano de seña Isabel Barista, el nombre verdadero era Isabel Morales, en esas casitas viejas que hay un llano duro áhi tendía señor Celestino una liña marcando el marco de la vela, después tendíamos un rollo de muselina, eso lo iba trabando con piedras de un lado a otro, después le daba vuelta a la muselina de allá pacá, poníamos otra vez de aquí pallá hasta el canto arriba, trabaítas con piedras bien pegaditas. Después me sentaba a hilvanarla, la hilvanaba, tenía una aguja gruesita, y después en la noche la pespuntaba, alargaba un poquito, le daba dos costuras, en vez de una, dos.
Él me marcaba, me ponía una liña, ponía tres clavos, aquí y allá y después arriba le hacía la punta finita, otro, hacer el triángulo de la vela. Hice pal Médano, hice pa la Punta Hidalgo, que estuvieron aquí unos pescadores de la Punta Hidalgo, que ellos no pensaban que aquí había gente que cosiera, venían a pescar a cabrillas, solamente a cabrillas. Después le hice otra a los de Tajao, que estuvieron aquí una temporada, le hice una a seña Nicolasa, que era José Martín, tenía tres o cuatro chicos varones. Y de aquí de Las Galletas a los pocos que había a todos, a los pocos vecinos que había que podían comprar la muselina.
Se compraba en San Miguel, casa de don Pedro Delgado o casa de don José Delgado, don Martín Reyes también tenían, pero el que más tenía don Pedro Delgado donde más se compraba.
Las cosía en una máquina que me compró mi madre, antes que esta, una máquina, haber qué era, no era alfa. Cuando esto de las velas yo era jovencita, y después de tener a mis hijos también, después de tener a mi Leoncia ya grandita también cosía.
Rosario Domínguez nació en San Miguel de Abona en 1908, pero desde corta edad residió en Las Galletas, vine a cumplir los seis años aquí, hasta su fallecimiento en 2003. Las fechas que nos apunta en las que cosía las velas de los barcos lo fueron hasta poco después del nacimiento de su hija mayor, Leoncia, que lo fue en 1931.  
Pequeños barcos que crecieron, en la misma orilla, a golpes de hacha, a ritmo de cerrote, cepillo y clavos, con la cadencia y la fuerza de los brazos, de trabajo y sudor. Quilla, roda, proa y popa, cuadernas, tablas, calafateado y pintado para surcar la mar en busca del sustento diario. Como nos contó un viejo pescador ya fallecido, Leopoldo Díaz Tavío, a la mar se iba según marcara el viento. “Cuando había viento de abajo pescaban pa rriba y cuando había viento de arriba se largaban pa bajo”. “Pa rriba” no solían ir más allá de Montaña Roja y “pa bajo” lo normal era pescar en  “la mar de Adeje” y en algunos casos hasta Teno, que era lo más frecuente para los pescadores del Municipio de Arona. Leopoldo Díaz, fue pescador, a remo y vela, de día y de noche, con luz solar o con petromax. También trabajó de carpintero de ribera, en el arreglo de sus barcos y en la construcción de algún otro, como El Turrón, La Gaviota, El Pardelo o El Guincho, de unos 10 metros.
A remo y vela, la mejor manera de transitar por la mar, donde el paisaje se intuye gratificante, el palo y la verga en alto; la vela, de muselina, hinchada con la esperanza del que va a la mar en busca de sustento; el timón, a veces el mismo remo; el timonel sobre el leito; y la mar, inmensa, refugio de soñadores, de utopías.



Documentación: BRITO, Marcos: Los Cristianos 1900-1970. Vida cotidiana y fiestas populares. Y Paisaje en las Bandas del Sur [Tenerife 1890-1960]. Llanoazur ediciones