lunes, 3 de febrero de 2014

3 de febrero de 1963. Tragedia en Granadilla de Abona


  Galería desplomada en el antiguo convento franciscano 
 
El suceso luctuoso acaecido en Granadilla de Abona, a las dos y media de la tarde del domingo 3 de febrero de 1963, se produjo cuando se derrumbó una galería del antiguo convento franciscano, donde estaban ubicada las dependencias municipales y los juzgados. Hubo 23 muertos entre las personas que aguardaban para la realización de los trámites de solicitud del Documento Nacional de Identidad. La mayoría de las victimas se produjeron tras el pánico que se originó después del derrumbe de parte de la galería de la segunda planta, que al querer salir del edificio murieron aplastadas.
Debido a la lluvia que caía al mediodía, la mayoría de las más de mil personas que esperaban para realizar los trámites del Documento Nacional de Identidad se refugiaron en las galerías interiores y en el patio del antiguo convento franciscano. Sin ningún indicio previo se derrumbó parte de la galería y con ella cayeron las personas que estaban en los aledaños de la mesa donde se ubicaban los funcionarios del Cuerpo General de Policía que realizan esta labor. Los del piso inferior no pudieron apartarse a tiempo y en este momento se produjo la única muerte por este desplome, el de una mujer que ayudaba en las tareas administrativas. El resto de los muertos sobrevinieron por el miedo que produjo este derrumbe, al intentar salir del lugar fallecieron aplastados. 
Según los testigos, tal como quedan reflejados en las diversas crónicas periodísticas, fue la confusión y el pánico lo que produjo las demás victimas, con haber mantenido la calma no se hubiese producido ningún muerto más, pero el miedo a que se derrumbase el edificio entero produjo una avalancha. El desconcierto hizo que todos intentaran salir al mismo tiempo, creando unos momentos de angustioso dramatismo y dando lugar a que estas personas, en su mayoría mujeres y tres niños fuesen arrollados. Uno de los periodistas, Francisco Ayala, redactó de este modo ese trágico momento: Durante unos instantes, la misma masa humana hizo presión sobre la puerta cerrándola totalmente. Pero, realizando un desesperado esfuerzo, el guardia municipal de la localidad, don Carlos Rodríguez, logró abrir media hoja, por donde salieron los que pudieron. La calle del Calvario de Granadilla, sembrada de cuerpos yacentes, parecía haber sufrido un horroroso bombardeo.
Las escenas que se sucedieron en pocos segundos fueron verdaderamente inenarrables. Los gritos de dolor y desesperación de los de dentro hallaron eco en los familiares que esperaban fuera o acudieron al espantoso clamor. Los de la calle intentaban entrar para auxiliar a los suyos y la colisión de unos y otros añadía más confusión aún a la horrible escena. Algunos padres o maridos lograban por fin dar con sus hijos o con sus esposas y, como podían, extraían sus cuerpos del informe montón humano.
  El edificio en los años ochenta
La relación de fallecidos que se remitió desde el Gobierno Civil a los diversos medios de comunicación fue: Del Casco de Granadilla: Victoria Gaspar González, de 32 años, casada; Luis Villalba Flores de 46 años, casado; Blanca Pimienta Arránz, de 19 años, soltera; Consuelo Pimienta Arránz, de 21 años, soltera; Celia Perera Hernández, de 9 años; Fernanda Oramas Hernández, de 26 años, casada.
Del barrio de Chimiche: Ignacio Casañas García, de 81 años, casado; Rosa Casañas Marrero, de 70 años, casada; José García Vidal, de 7 años; Carmen Vidal González, de 40 años; Carmen Casañas González, de 39 años, casada.
Del Charco del Pino: Cecilia Delgado Alonso, de 49 años, casada; Lorenza González del Pino, de 64 años, soltera; José Toledo Rancel, de 53 años, casado.
Del barrio de Yaco: Isabel González Torres, de 49 años, casada.
De El Desierto: Dionisia Torres Delgado, de 21 años, casada.
De El Salto: Manuel Rancel Rivero, de 17 años, soltero; Mercedes Rodríguez Cano, de 58 años, casada; María del Rosario Casanova Franchi, de 21 años.
De Los Cristianos: Rosa Quintero, de 24 años, casada; Guadalupe Domínguez González, de 43 años, casada; Soledad González Cruz, de 29 años, casada.
De La Orotava: María Esther Martín Bethencourt, de 12 años.
Y más de un centenar de heridos, en la mayoría de los casos por contusiones, fueron atendidos en el mismo lugar del accidente y con posterioridad remitidos al Hospital Provincial, al Hospital Militar y a diversas clínicas privadas. En el Sur no existían, ni existen, medios suficientes para hacer frente a una desgracia de este tipo, los servicios sanitarios se tuvieron que desplazar desde la capital. Las muestras de solidaridad provinieron en primer momento de los mismos vecinos de Granadilla de Abona que se volcaron en la atención de los heridos y de sus familiares, después de múltiples rincones de la Isla. Las primeras autoridades de la Isla se personaron nada más conocerse esta desgracia, el Gobernador Civil, Manuel Ballesteros Gaibrois, se desplazó en avión, pilotado por Constantino Lorenzo Rubio, desde el aeropuerto de Los Rodeos hasta la pista auxiliar de El Médano, inaugurada el año anterior, en un avión de la compañía “Tassa”; y que a su regreso trasladó a tres de los heridos más graves.
La carretera vieja, la Comarcal 822, se llenó de ambulancias y de coches particulares, en doble sentido, desde Granadilla de Abona a Santa Cruz de Tenerife; sus cientos de curvas de colmaron de lamentos. Desde el día siguiente, declarado día de luto en la provincia, el Gobierno Civil promovió una suscripción en favor de los damnificados, recibiéndose los donativos en la Sección de Beneficencia del Gobierno Civil y en una cuenta abierta en la Caja General de Ahorros.
Las dádivas provenían de todas las clases sociales, de empresas; se organizaron múltiples eventos sociales y deportivos para aumentar los donativos para el socorro de las victimas. La compañía de Pepe Alfayete y Rafaela Rodríguez, que en esos días actuaba en el Teatro Guimerá, ofreció la recaudación de un día para los damnificados; el fútbol y la lucha canaria se sumaron a esta iniciativa.   
El entierro de las victimas se efectuó en Granadilla de Abona, Arona y La Orotava. En este primer lugar, donde se enterraron a 20 de los difuntos, se produjo un gran acto de duelo. A las cinco de la tarde dieron comienzo las honras fúnebres en la Parroquia de San Antonio de Padua, estando presente el Obispo de la Diócesis, Luis Franco Cascón, además de las principales autoridades de la Isla. Con posterioridad se trasladaron los féretros al cementerio, recorrido plagado de crespones negros, acompañados de más de 30.000 personas. Dos de las victimas fueron enterradas en el cementerio de Arona, y en La Orotava, la niña María Esther Martín Bethencourt.
Las muestras de solidaridad se recibían desde todos los estamentos de la sociedad, todas las instituciones se sumaron a ese día de luto oficial, el lunes 4 de febrero; la Universidad de La Laguna suspendió las clases; los telegramas de pésame llegaban de múltiples regiones y ciudades; las misas de duelo se sucedieron en todos los pueblos de la Isla, entre los que destaca la oficiada el 11 de febrero en la Parroquia Matriz de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife.
Veintitrés modestas victimas, acostumbradas a la resignación con que la austera naturaleza había envuelta su vida. Trabajadoras del campo en su mayoría, a las que para que no perdiesen un día laborable se les expedía este documento en domingo. Su silencio astillado de amargura se quedó atrapado, para siempre, entre la galería y el patio, entre la escalera y el rellano, entre la madera y la piedra de este antiguo convento plagado de desgracias, de incendios. Allí quedó el silencio entre los zapatos, las lonas, los bolsos, los sombreros, los bocadillos, la ropa en jirones, los ecos de los estertores, el espanto atroz de veintitrés vidas apresadas eternamente entre la lluvia y la tierra, entre la tea y la piedra, entre la memoria y la amargura de los que las buscaban.