domingo, 3 de agosto de 2014

Feliciano Toledo Gómez, entre el surco y el ordeño






 
Feliciano Toledo. Las Zocas, 2006
Feliciano Toledo Gómez proviene de una familia de cabreros arraigados en el Sur de Tenerife, a los quehaceres que se dedicaron sus padres, Cecilio Toledo González y Corina Gómez León, durante casi toda su vida. Nació en la Montaña del Pozo, en Vilaflor en 1922, pero asimismo ha transitado por los municipios de Arona, Granadilla de Abona y San Miguel de Abona, donde en su barrio de Las Zocas vivió hasta su fallecimiento, a inicios del 2014.
Su padre cuidó las cabras de su abuelo Basilio Toledo en La Montañita, en Granadilla de Abona, hasta que se casó y trabajó de medianero en San Miguel de Abona, de donde partió para Cuba. A los tres años regresa y retoma el cuidado de las cabras en la Montaña del Pozo, en cuyo lugar nace Feliciano Toledo. Después vivió en La Gotera, donde su padre se encontraba de medianero; con posterioridad retorna a su profesión de cabrero, en Atogo, Machín y Llano Blanco, cuando ya Feliciano tendría unos trece años. “Y después de áhi se fue mi padre con ellos pa la cumbre, al año de tenerlas o tal vez no vía el año, se puso malo, vino malo, a San Miguel, estábamos viviendo en La Somada, donde llaman El Lomo. Y después tenía una finquita allí sobre San Miguel, muy buena fruta, estábamos allí cogiendo fruta, yo y mi hermana, el mes de septiembre, el catorce de septiembre, y el vía venido malo, estuvo aquí unos días y después se fue pa Las Cañadas. Estaba en Las Cañadas con mi tío Marcelo y otro que le decía Norberto García, padre de Manuel García, estaban los tres en Las Cañadas con las cabras. Llegó allí a la finquita con las cabras y yo dejé la fruta, eso no se me olvida, me acuerdo que había un matorral, él venía muerto de cansao, las cabras le daban guerra porque las cabras al salir de la cumbre eso sale rabiando, y él malo. Me acuerdo que se arrimó allí. Dice, hijo, yo tenía catorce añitos, si las cuidas las tenemos, si tú no las cuidas este no cuida más cabras. Y allí se montó en la burra y vino pa la casa y vivió catorce meses, pero mal, mal, él no cuidó más cabras, pues yo las cuidé.”
En la adolescencia se tuvo que hacer cargo de las cabras de su padre, porque ya no se recuperó de su enfermedad, falleciendo al año siguiente. Así estuvo dos años en Aldea Blanca, hasta como él comenta “se fue a trabajar, porque usté sabe por lo que fue, a mi me gustaban las cabras, pero que el cabrero se jace un hombre y no sabe jacer naita, y ya es un hombre inútil. Digo, yo me voy a trabajar y dispués dios dirá, me madre no quería.”
Y así permaneció, con diversos trabajos en cultivos, hasta que se casa con Evangelina Hernández Rancel, y retorna a la cabrería en Los Parlamentos, en Arona, pero no estuvo sino un año. Vuelta al arado, a acondicionar la tierra para un sinfín de cultivos, desde el tomate al tabaco, desde el cereal al algodón o al cuidado de vacas; en Oroteanda, en Los Pozos, en Cho o en Las Zocas. Son años donde se gana un merecido prestigió en la preparación del terreno, sobre todo para el cultivo del tomate, para el que había que arar y orientar adecuadamente los surcos, dotarlos de la precisa inclinación para que su riego se pudiera realizar con total garantía. Era un arte el hacer que el agua llegara por igual a cada rincón de las huertas, que tuvieran ese ligero desnivel para que el agua se deslizara suavemente, pero sin que adquiera demasiada corriente y que arrastrara las matas de los tomates. “Eso le parecía a uno que era una categoría, saber uno surquiar con la yunta y dispués una cuadrilla sacando tierra atrás, uno iba marcando la tierra pa que la gente supiera lo que iba jaciendo. Primero el fondo, lo más bajo, dispués cuando uno le parece jacíamos los machos, eran de catorce surcos de ancho o de diez, en otros sitios si la tierra era más colgao quedaban en menos, y dispués esa tierra se cortaba, que llamábamos las madres.” Los surcos se intentaban sacar en número par, para con ello aprovechar al máximo los estacones en los que se amarraban las cañas, para luego sujetas la planta de tomate, ya que al surco que quede solo hay que utilizar el mismo número que para dos.
Este acondicionamiento para el cultivo del tomate se aprovechaba para el posterior cultivo del algodón, que en el Sur se practicó en algunos años de los sesenta. Cultivo en el que trabajó Feliciano, además de su posterior utilización como forraje para sus cabras. “El algodón se sembraba después en las tierras de los tomates, se sembraba tomates y dispués en la misma surquiada se sembraba algodón, y a limpiar los hierbajos y a sembrar algodón allí mismo, en la misma tierra sin arar ni nada, sino en la misma surquiada y le venía bien porque aprovechaba los guanitos de los tomates, el tomatero deja la tierra abonada.”
Años después regresa al cuidado de las cabras, con un manada en Las Mesas de Guaza, “con doña Concha, vino a buscarme aquí y estuve ocho años con doña Concha en Las Mesas, tuve fuerte manada de cabras, un año me daban veinte kilos de queso, al día. Y en Los Fondos que estuve un año, más de un año, cuando los algodones y eso tenía treinta cabras que me daban catorce kilos de queso, nadie lo creía, los algodones fuerte pasto. Cuando dejaban de cogerlo, cuando ya no quedaban, entonces entraban las cabras, la rama es muy buena y la comen bien, la cabra que está acostumbrada.”
“Y después de Las Mesas me vine pa mi casa, ya dejé las cabras, ya tenía sesenta y cuatro años y al año de estar aquí ya me jubilé. Aquí estuve unos cabrijos unos años y me daban buen provecho, ya ves diez o doce, iba criando y después las vendía, aquí detrás mismo tenía un corral.” Y así estuvo en su casa de Las Zocas, unos cuatro años más, hasta que sólo se quedó con una cabra que había venido con ellos desde la manada de Las Mesas. Un cabra que había elegido su mujer, “y cuando la quité aquí tenía nueve años, o eran nueve o eran diez, y me daba cinco litros de leche, áhi detrás. La cabra la llamaba yo la Gorrina, una cabra como serená, serená media blanca. Yo les ponía a cada una su nombre, algunas entendían, otras no harían caso.” 
Feliciano es un ejemplo más de la fortuna que atesora este Sur, la del patrimonio que amontonan nuestros viejos. Sus recuerdos se ocupan de las vivencias por las que ha transitado, pero trasmitidas con tal riqueza que pueblan la conversación de infinitos detalles. Narra cómo ha sido el momento en el que le tocó vivir, volcando sentimientos en cada párrafo; relata sus múltiples ocupaciones: cabrero, vaquero, canalero o agricultor; quehaceres a los que siempre se dedicó con la máxima entrega, aportándoles la sabiduría que adquirió con los años.