lunes, 2 de marzo de 2015

María Pérez Reverón, “María Los Corrales”

 
María Pérez Reverón, “María Los Corrales”


El apodo de María Pérez Reverón, María Los Corrales, se origina por que habitó, además de regentar una venta y organizar bailes, en Los Corrales, zona situada al norte de La Estrella de Las Galletas. Desde Los Corrales se traslada a Las Galletas, donde dispuso de tienda y fonda. María Los Corrales es hija de Antonia Reverón Sierra, emprendedora mujer que en 1932 abrió la Fonda Aeropuerto que con posterioridad se denomina Fonda Reverón.
En el Padrón Municipal de Arona de 1955, María Pérez Reverón consta residiendo en Las Galletas, casada con José Sierra Delgado, Pepe Sierra, se anota que ambos nacieron en 1900, y con dos hijos en el domicilio familiar: María y Ángel Sierra Pérez.

Documentación: BRITO, Marcos: Nombretes en el Sur de Tenerife. Llanoazur ediciones

María Rancel Toledo y sus recuerdos aferrados a la vida

  María Rancel Toledo. Las Zocas, 2005

Artículo publicado en la prensa en 2005 y en la revista La Tajea, nº 42, del Ayuntamiento de San Miguel de Abona

María Rancel Toledo estuvo vinculada a la tierra, a la agricultura y a la ganadería, desde su cuna, desde ese primer día de 1909. Sus padres José Rancel Díaz y Julia Toledo Oramas, habitaban una modesta vivienda de piedra y teja en Guargacho. Su padre, conocido por Cho José Guargacho, era uno de esos acreditados cabreros que levantó admiración en todo aquel que lo trató en el Sur de Tenerife. Según el padrón municipal de San Miguel de Abona, en 1925 residía en Guargacho, procedía de Granadilla de Abona, donde creemos había nacido, en 1875, y llevaba residiendo 18 años en San Miguel de Abona. Por los datos que aporta María, la tercera de sus cinco hijos, su padre ya estaba en Guargacho con anterioridad a su boda. Aquí llegó con su madre, Antonia Rancel, a cuidar la manada de cabras que existía en esa finca, situado entre los Municipios de Arona y San Miguel de Abona.
Y aquí estuvo, en palabras de otro cabrero, Salvador González Alayón, hasta la década de 1940. “Pegó soltero y nació toda la familia allí, se marchó en el cuarenta y uno con don Virgilio, a El Salón”, en Las Galletas. Luego cuidó la manada existente en La Cañada Verde, lugar donde dejó la cabrería a mediados de esta década. Para Salvador González, Cho José Guargacho poseía una de las mejores manadas de cabras existentes en el Sur, “eso era nombrado, eran unas cabritas no de mucho cuerpo, casi todas eran rociadas, rociadas y moriscas, y molineras. Eso eran los colores de Guargacho, y cortitas de patas, cabras que no eran sancudas sino cortitas. Buenas de leche.”
El vivir, el diario quehacer, era duro en Guargacho, la casa no tenía las mínimas comodidades. En la cocina había que recurrir a la leña, por el agua había que trasladarse al aljibe y al barranco, y para alumbrase, recurrir al petróleo o al aceite de pescado. “Y la gentía cuando apagaba uno la luz, ¡ay dios mío!, un quinqué de lata y le ponían aceite dentro y una mechita que somara.”
En el verano se acrecentaba la dureza, la falta de agua y de hierbas agudizaba el ingenio para poder sostener al ganado, al que en muchos casos se alimentaba con pencas. “Pencas para picarles a las cabras por fuera de los sembrados, les picábamos las pencas allí en la era y en las toscas que había. Pencas verdes pa comer, en los veranos que no había naíta, en los veranos allí no se jallaba nada, ni agua, que de allí de Guargacho veníamos a Los Erales pa jurgar en un ere pa echarle a las cabras. Porque en el barranco hacía un ere, jurgaba y había agua, y de allí sacaban el agua hasta pabeber. Y después por último hicieron un tanque al lado de la casa.”

Vivienda de Guargacho

María ha trabajado en todas las labores relacionadas con el campo. En Guargacho, con sus padres, además de ayudar en la casa, tenía que arrimar el hombro en la agricultura de secano, con la siembra, recogida y trilla del cereal, de la cebada y del trigo morisco; así como en el cuidado de la manada de cabras, sobre todo en las ausencias de su padre, que muchas veces iba en busca de completar el sustento con la pesca. “Día él solito allabajo a la mar, a pescar con una gueldera, y le gustaba a él de dir. Y decía, ah María, porque tú no vas con las cabras. Salía con las cabras al Gorón, se me oscurecía, aquí arriba al lado de Oroteanda. Y venía por una carretera, carretera no era sino piedras, tras una pared, parriba, parriba pal Gorón.”
El aislamiento, la falta de escuela cercana, y por que eran dos manos más para el trabajo, motivó que su educación no pasara del aprendizaje de las tareas por las que discurría la vida de sus padres, la casa, la agricultura y la ganadería. Labores que aprendió a corta edad, temprano y rápido, como el hacer el queso. “Tendría doce años, me dejaba mi madre si tenía que salir, y yo apretaba la cuajada y la jacía. Pues a la vez que la vi a ella jaciéndolo y sabía como ella, jacía la pelota pa dispués jacer el queso, yo sabía igual que mi madre.” Este queso lo vendían a José Delgado, quien tenía una tienda en Quemada, en Buzanada, salvo la parte que correspondía a la propiedad de la finca, que se llevaba a San Miguel de Abona. En esos años también trabajó en algunos cultivos de tomates en Guaza, donde se trasladaba con su hermana Evangelina. Su labor, como el de otras niñas, consistía en hacer un poco de todo, trasladar cajas de un lado a otro, recados, quitar la hierba en los surcos, pagándoles “una peseta al día, hasta que jacía oscuro, el día entero.”

  Era de tosca de Guargacho
Entre sus múltiples quehaceres, también recogió cochinilla, “en cuidar las cabras éramos todos, nosotros no diámos a trabajar a ningún lado sino alrededor de las cabras y en coger cochinilla. La secábamos y otras veces la vendíamos verde a don José Delgado, en Cambao, que tenía una tienda, allí veníamos a traerla en la burra, ¡ay señor!, que veníamos tan lejos. Cada vez que llenábamos la cesta, la saca dentro de la cesta a traerla a Cambao y ese era el vivir allí.”
Las faenas no faltaban, como el coger higos picos y pasarlos, las porretas, para tener algo más que comer en invierno. O las diversas labores para tener el cereal listo para consumir; desde su plantación después de la llegada de la ansiada lluvia; el segarlo y trillarlo en la era de tosca de Guargacho. Una era adaptada en un trozo de tosca, con ligera inclinación, de forma casi circular, con algo más de dieciséis metros de diámetro y contando como pretil una simple alineación de piedra. Y el tostarlo, con tostador y leña, para trasladarlo a algún molino cercano, para obtener el gofio. En esos años el más próximo se encontraba en Quemada, en Buzanada.
Después de casarse, en San Miguel de Abona, con Juan Marrero, celebrándolo con pescadito frito y papas guisadas en la casa que sus padres tenían en El Morro. Vivieron en Los Pozos, mientras él trabajaba de canalero. Después, algunos años en Guargacho, recogiendo cochinilla, acopiando y vendiendo el estiércol de las cabras y de los camellos, hasta que se marcharon a Los Bebederos, donde Juan trabajó de vaquero y María en el cultivo de los tomates. A comienzos de los años cuarenta se traslada a vivir a El Morro, en San Miguel de Abona, al norte de Las Zocas, donde reside en la actualidad. Allí continuó con los trabajos en los tomates, en el tabaco, en el algodón, en pasar fruta de leche, en coger cochinilla, en hacer porretas.
María ha conocido buena parte de este Sur como su propia casa, lo mismo cuenta las aventuras para ir a coger higos de leche en dos higueras blancas que había en Oroteanda; que nos narra, con la pericia que da la sabiduría de los años, el proceso de la siembra, recolección, trilla, tostado, molido y preparado para llevarse a la boca el manjar del gofio. Igualmente nos habla de vacas que de cabras, de cultivos del tomate que del tabaco o de los caminos por los que transitaba con todo tipo de cargas: con el queso o la leche, con cereales, con el gofio, con el pescado que llevaba a la venta o al intercambiar productos del racionamiento por trigo o cebada.
Su memoria brinca de un período a otro con la misma facilidad que de niña saltaba de piedra en piedra. Sus palabras resuman múltiples vivencias, sus gestos atesoran la tranquilidad que le han dado los años, la que se nos muestra en su limpia mirada, en su pelo cano, en la madurez que puebla su rostro, en sus manos entrecruzadas, por las que ha pasado casi un siglo de vida, de recuerdos aferrados a viejas costumbres que permanecerán unidas a la memoria de este Sur, aún a pesar de haber fallecido en diciembre de 2006.