domingo, 8 de septiembre de 2013

Vendedoras de pescado en el Sur de Tenerife

 
De izquierda a derecha: Concepción Melo Martín. Ramona Martín Rodríguez. Posiblemente es Pilar Mora Cruz. Y María Melo Alayón, Maía, con la balanza. Los Cristianos
 
Una manera de percibir la dureza que entrañaba la diaria subsistencia en este Sur de Tenerife de antaño, es ahondando en lo que fueron sus oficios, de qué forma se obtenía el sustento. Vida cotidiana anudada a las penurias que imponía la lucha por la supervivencia, por llegar a completar el autoconsumo en casi todas sus necesidades. La tardanza en la creación de las infraestructuras necesarias para la educación y el progreso, acentuaban aún más la incomunicación.
Y para sortear este aislamiento emerge un numeroso grupo de mujeres, que acarreaban el aroma de la mar, tierra adentro, pescadoras, marchantas o barqueras. Vendedoras de pescado, responsables de su comercialización, que se trasladaban a pie hasta las medianías, con cargas sobre sus cabezas de hasta treinta y cuarenta kilos. Además de realizar otras muchas tareas, como el marisqueo, el raspado de la sal, la reparación de aparejos o confección de las velas de los barcos, e incluso la pesca. El pescado se solía trasladar en seretas; fresco, se transportaba tal como solía de la mar o con un poco de sal y tapado con musgos, para que llegase en idóneas condiciones. El que no se comercializaba en el día había que conservarlo en forma de jareas, sobre todo al aumentar las capturas con la utilización de chinchorros, traiñas o salemeras. Asimismo era frecuente secar al sol, pejes verdes, gueldes o pequeñas sardinas.
En este incesante andar lo frecuente era utilizar los caminos de antaño y trasladarse a pie a los pueblos más cercanos. Desde la costa se ascendía a las medianías, casi siempre en los mismos Municipios o en los limítrofes. Como muestra señalar que desde Puerto de Santiago se cubría Guía de Isora, Tamaimo, Santiago del Teide, Masca y se cruzaba la cumbre por Erjos y abarcar casi toda la Banda Norte, El Tanque, Icod de los Vinos, Los Silos, Buenavista e incluso alguna narración cita el acarrear jareas al Puerto de la Cruz.

  Aurora García Díaz, Tajao


En la mayoría de las ocasiones eran mujeres con vínculos con la mar, con familia de pescadores, como Aurora García Díaz que comenzó su andadura en el Porís de Abona, acompañando a su madre Aurora Díaz. Yo empecé como de doce años, del Porís a Arico, y a Fasnia, caminando, y al Escobonal, caminando y la cesta a la cabeza. A veces iba con ella, a acompañarla, y me echaba un pañito en la cabeza, con papas y alguna calabaza. Aurora también vendió pescado partiendo desde Tajao, en cuyo lugar se casó con el pescador Martín Díaz Rodríguez. Coger una cesta de pescado, a la hora que fuera y cargársela a la cabeza, ir a Las Vegas, a Chimiche, y del Porís a Fasnia. Veníamos cargadas y ellos nos iban a encontrar a la mitad del camino.
  Cecilia Martín Hernández, Vilaflor
Lo habitual era que las mujeres que habitaban en el litoral trasladaran el producto de la pesca a las medianías. Pero también era frecuente que mujeres que habitaban los pueblos de tierra adentro frecuentaran el entramado de veredas que jalonaban la geografía sureña para dirigirse a la costa, adquirir el pescado y acarrearlo hasta los lugares cercanos a su lugar de origen. Ejemplos se encuentran en todos los Municipios del Sur, como así lo rememora la vecina de Vilaflor, Cecilia Martín Hernández, que se trasladaba a San Miguel en busca del que le traían las pescadoras de Los Abrigos, o se acercaba a la costa. Todos los días con la cesta a la cabeza, todos los días, me quedaba algún domingo pa darle una vuelta a la casa y a los chicos. No se me olvida, usté sabe lo que es una mujer todos los días a San Miguel, cargada, había veces que iba cargada pa bajo y cargada parriba. Cuando bajaba a Los Abrigos es que no subía nadie dellas, porque no había pescado sino alguno salpreso, le compraba a las mujeres de los pescadores.
Otra muestra lo aporta la memoria de la vecina de Alcalá, Serafina de Dios Navarro, Fina, que se mantuvo en esta dura labor hasta los años setenta. Hija de los también vendedores de pescado, Juan de Dios Morales, Juan el Negro, y Dolores Navarro Correa. Iba parriba con las mujeres, llevaba el pescado, lo mandaba en la guagua [a Icod de los Vinos] y después bajaba con las mujeres, encontraba por mitad del camino a mi madre, con las que iba por aquí, con Crisantita y esa gente que iba parriba a vender pescado. Mi madre me lo alcanzaba hasta donde me encontrara, mi madre venía con las mujeres pabajo y yo seguía parriba. Día hasta tres veces al día caminando, hasta tres veces al día, entre la noche y el día de aquí a Guía, así que yo he caminado bastante. Primero llevaba el de Icod, después el que mi madre me llevaba y después yo tenía mis barcos.
  Serafina de Dios Navarro, Fina. Alcalá 
Y si ya la vida se revestía de dureza, más aún lo era para estas mujeres. No sólo tenían que comercializar el pescado, ya fuera del padre, del marido, de algún otro familiar o adquirirlo a otro pescador. Se trabajaba en el campo, donde su presencia se dibujaba en todos los lugares, en la siembra y en la recogida de todo lo cultivable, con los animales, y un extenso etcétera. Asimismo se tenían que ocupar de las múltiples tareas domésticas. O padecer los partos que llegaban sin las mínimas medidas de seguridad e higiene, que incluso se presentaban en el camino. La lista de estas mujeres, que en un momento de su vida dedicaban parte de su tiempo a esta labor, ha sido interminable. Quehacer que las llevó en busca del sustento, de cubrir las necesidades básicas en ese vivir día a día. Tarea que no tuvo edad, las había desde niñas a ancianas, con sus voces tronando por el empedrado de los caminos.

Documentación: BRITO, Marcos: Pescadoras, marchantas o barqueras. Vendedoras de pescado en el Sur de Tenerife. Llanoazur ediciones