miércoles, 20 de septiembre de 2017

Manuel Cabrera Bethencourt, cual memoria anudada a olvidadas costumbres


Manuel Cabrera Bethencourt. Los Cortados, 2009. A su lado una de sus colmenas

Manuel Cabrera Bethencourt, cual memoria anudada a olvidadas costumbres

El andar de Manuel Cabrera Bethencourt [La Escalona, 1922 – Vilaflor, 2017] discurrió por veredas de sudor y sacrificio, por medianerías y labores en diversos lugares del Municipio de Vilaflor. Hijo mayor de Josefina Bethencourt Domínguez y de Miguel Cabrera Tacoronte, nació en La Escalona, donde al casarse sus padres residieron en la vivienda de su abuelo materno. Un andar nada fácil, en una época en este Sur de austeridad y aislamiento, aún no existía ninguna pista que enlazara Vilaflor con los pueblos cercanos, como la de Granadilla que se finalizó su construcción en 1928. Ese transcurrir por una dura vida se refleja en una de sus expresiones: Yo ha pasado lo mío.
Sus padres se trasladan a La Martela, de medianeros, cuando Manolo tendría unos 8 o 9 años, en cuyo lugar permanecieron unos 11 años, para después residir en El Calvario. En Martela, yo era el más viejo y era el que me encargaba todo, había una yunta vacas, había ovejas, fijaté que todo eso estaba a mi cargo porque mi padre dice que él tenía que arar pa poder comer. Pues yo día a la cumbre por una carga de retama pa las vacas.
Iba a la cumbre en una burra, a la que le costaba cargar la carga de retama porque aún era un niño. Si estuviéramos allí le decía donde cargaba la burra, allí había un barranquillito de arena, menos ancho que esto [señala una pequeña huerta de unos tres metros de ancho] por este lado tenía un risco. Ponía un saco en el risco, arrimado a la burra y después subía el otro y lo amarraba.
Con camellos también aprendió con prontitud, con el que poseía su padre, pero mío propio, cuando vine del cuartel. Con el mío, yo estaba trabajando con él, tenía huertas de medía, pues las araba con él.
Se casó con Paulina [conocida por Clementina] Domínguez Rodríguez. Yo desde que mi madre me parió, ha estado trabajando toda la vida, toda la vida. Toda la vida ha estado yo trabajando, desde que nací. Sabe lo que me dio dios, una mujer. En el Padrón Municipal de Vilaflor, a 31 de diciembre de 1960 se encontraban inscritos en Los Cortados. Manuel Cabrera Bethencourt se anota nacido en 1923 y de profesión agricultor. Casado con Clementina Domínguez Rodríguez, como fecha de nacimiento se anota 1925, y sus labores. Y sus hijos: Candelaria, Luisa, Miguel y José Manuel Cabrera Domínguez.
En sus primeros años residieron en El Chorrillo Estaba trabajando con los Bello, juntando pinocho a los Bello, estaba mi cuñado Martín y yo. Cuando juntábamos un camión lo llamábamos pa que se lo llevaran. Yo tenía un burro y mi cuñado tenía otro.
Son años de labores en varias medianerías, como en Cáscara o en Los Cortados, realizando trabajos en Chaveña, haciendo huertas y paredes y echando jable con el camello. Asimismo con la ayuda de su camello sacaba madera del monte, tareas que realizó para Agustín Fumero Martín, Agustín el Murga. Sacarla del monte pa la pista pa que la cogieran los camiones.
En esa época que vivía en Los Cortados llevó su camello, en varias ocasiones, a la romería de La Orotava, fui tres años, Agustín y yo, que éramos compañeros. Juan Laja, de Trevejos, tenía otro camello, díamos tres, veces díamos cuatro. Íbamos caminando y veníamos. Salíamos de aquí, hay después del mediodía y dormíamos allá en El Portillo, y al siguiente día estábamos en La Orotava. El día de la romería. Nos pagaban tres perras, ya no me acuerdo.
De Los Cortados se van a residir a la Huerta Grande. Estuve diecinueve años y pico. Todavía no tenía jable, estaba sembrada de matos, de todo. Además de los frutales y de varios productos que sembraba, asimismo se hacía cargo de las huertas de papas en El Salguero. Yo allí hacía la medianería y trabajaba. En esa etapa en la Huerta Grande, Manolo además de llevar la medianería se dedicó a levantar las paredes para acondicionar las huertas, para después añadirles el jable. Y de la Huerta Grande se traslada a su casa en Los Cortados.
Son muchos los relatos que se escucharon en amena conversación, narraciones que llegaban repletas de imágenes, que fueron describiendo una vida. Narra que cuando nació su hermana Maruca su padre le mandó a buscar a su tía Herminia, hermana de la madre, y relata el susto que le causaron, en el camino, unas pardelas. Nunca en la vida he pasado el miedo que pasé esa noche, yo nunca había oído las pardelas y me cayeron arriba, no me quiera acordar. Y yo no las había oído nunca.
Tanto recordaba los animales que cuidó como los cultivos que atendió, en cuyas tareas se inició en la infancia, desde los nueve años, con vacas, con todos los bichos, y arando áhi, si no podía levantar el arado. Por lo que no había tiempo para asistir a la escuela. No me mandaron nunca. Yo pegué a trabajar áhi en Las Mesas, de dieciocho años, trabajé de peón, en la viña y en todo, yo empecé ganando cinco pesetas.
Múltiples cultivos que pasaron por sus manos, desde frutales a papas, de trigo o cebada a lentejas. Rememorando unos años en los que, con destino al ejercito, entregaba una fanega de lentejas y le daban una de trigo, intercambio que se efectuaba en la tienda de Nicolás Díaz.
Asimismo se familiarizó en el cuidado de las abejas. Cuando estábamos en Martela tenía hasta doce colmenas y todos los años las llevábamos a Las Cañadas y había un colmenero cuidándolas allarriba, tres meses en Las Cañadas. Las trasladaban en los meses que florecían las retamas, en primavera y parte del verano, cruzando la Degollada de Guajara, a la zona de los Roques de García. También dispuso de colmenas en Los Cortados. La miel, una se vendía, otra se regalaba. Mi padre tenía hasta latas llenas, unas latas que venían antes, yo no se con que venían. En un tiempo casi todo el mundo tenía miel.

Momentos difíciles por los que le tocó andar a Manolo, recuerdos anudados a costumbres que se trasladaban de generación en generación. Vamos perdiendo los garantes, los guardianes de las tradiciones, y con ellos se nos va algo más que un modo de vida, se nos va un tiempo en el que el sol y las estrellas, la pared y el surco, se miraban de otra manera.



La Martela