martes, 9 de agosto de 2016

Andando entre recuerdos con Manolo Rodríguez


Manolo Rodríguez en su tienda en la década de 1960

Manuel Rodríguez Melo, Manolo Rodríguez como se le reconoce en Los Cristianos, nació en El Morro, en abril de 1916, en las cercanías al pueblo de Arona, donde sus padres Juan Rodríguez Cano y Dolores Melo Aponte trabajaban de medianeros con el propietario Juan Bethencourt Herrera. Después fueron a La Sabinita, a una finquita que compró mi abuelo, el padre de mi madre, Juan Melo Fumero. Después mi padre trabajó en galerías, después vino don Jacobo Ahlers aquí, compró una finca y abrió un pozo al lado de Prebentón y ahí se mató mi padre.
Manolo Rodríguez contaba con apenas nueve años cuando falleció su padre, y como otros tantos niños de su época apenas asistió a la escuela. Había que cuidar unas cabras y unos burros para sobrevivir y trabajar. En casa teníamos un pequeño hornito que llevaba treinta panes, entonces con mi madre empezamos a hacer pan. Tenía un par de burros, iba a cuidarlos y después cogía una carga balos, balos verdes, cuando sacábamos el pan metíamos los balos y a los dos o tres días cuando volvíamos a hacer pan aquellos balos estaban secos. En esa época no se comía pan más que cuando las mujeres parían o en las fiestas del pueblo, así que fijese.
Fueron años en los que Manolo se dedicó a múltiples labores, desde los de panadería, los de la agricultura, o al aprovechamiento de cualquier jornal remunerado. A segar trigo, gente que araba y después nos daba la semilla por arrancar el trigo, luego más tarde trabajé en la carretera esta de aquí a Arona, en la carretera del Valle de San Lorenzo a Cho, en la carretera del Valle a la Centinela, trabajé en galerías, en pozos, trabajé en el aeropuerto de Los Rodeos, las primeras piedras en el año treinta y nueve las quitamos un servidor y unos cuantos, después trabajé en obras del Ayuntamiento de Santa Cruz y en obras para la refinería.
Los primeros años de la década de 1930, los años de la segunda república, llegaron arrastrando una miseria casi endémica, fueron momentos donde comenzaron a proliferar ciertos cultivos como el tomate de exportación, y en donde los abusos por parte de los patronos continuaban, lo que motivó que surgieran organizaciones obreras en lugares como el Sur de Tenerife en el que no las había habido nunca. A Manolo le tocó vivir intensamente ese período cuando realiza faenas en la agricultura. Se ganaba dos cincuenta y tres pesetas trabajando de sol a sol, al día, y aquí no había vacaciones ni nada y el domingo estabas más que muerto del trabajo, entonces formamos el sindicato de la CNT, algunos jóvenes. Se demandaba que se regulara las ocho horas de trabajo y un salario de cuatro pesetas diarias. Lo que le acarreó algunos momentos difíciles, el tener que trasladarse a Santa Cruz, por que los patronos no le daban trabajo en el Sur o la detención de su madre y su traslado a la cárcel de San Miguel de Abona.
Después de esta dificultosa época, en 1945 abrió una tienda y cantina en Los Cristianos, en una casa que alquiló a Eloy y Anselmo García Álvarez. Años antes de establecerse definitivamente en este pago costero de Arona, se había casado con Julia Linares Sierra, con la que tuvo cinco hijos, y ahora tengo cinco hijos, once nietos y dos biznietos; así se expresaba en esta conversación de 2006. Abrió la tienda con naranjas y dos cebollas y cuatro cosas. La mercancía la traíamos en barco, en la Amelia, el Breñusca y otros barcos más, el Atlántico que hizo tío José Artista. Yo iba a Las Palmas y traía mercancías, iba a Guía y traía calabazas. El vino se lo procuraba en La Escalona, las verduras y frutas de donde hubiese, como si tenía que desplazarse a Vilaflor, caminando por pésimas veredas, y regresar con una carga de 40 kilos de papas, bubangos o coles.
También disponía de un horno de leña para cocer el pan, que ya lo estaba en la vivienda que alquiló por cincuenta pesetas al mes a los hermanos Eloy y Anselmo García; y estaba hasta seis meses sin poder pagar el alquiler, porque no se ganaba pa pagarlo. Ya tenía experiencia en estos menesteres de amasar y hornear el pan, que los había aprendido con su madre. No lo hacía a diario por la falta de harina, lo vendía en casas y en las tiendas, después llevaba pan para Fañabé y para La Caldera, yo mismo iba a llevarlo.
Tiempos de paciencia y de duros trabajos, de proveer la tienda con las contadas mercancías que se obtenían del campo, de la compra y de la venta de los alimentos racionados y de lo que se obtenía en Santa Cruz de Tenerife, después de un largo periplo, al tener que coger la única guagua que le podía trasladar y en la que no podía regresar el mismo día. Para ir a Santa Cruz, un día para ir, otro día para hacer las gestiones, de comprar o pagar lo que fuera, y otro día para venir. Entonces luego utilizamos los camiones que iban por la noche con fruta, entonces íbamos por la noche, amanecíamos allí, por el día hacíamos las gestiones y por la tarde regresábamos, estábamos dos noches y un día fuera, pero la guagua eran tres días.


Manolo Rodríguez. Los Cristianos, 2006

Con los recuerdos de Manolo Rodríguez, y aquí perduran tras su fallecimiento en agosto de 2011,  se ha podido transitar por la dura vida por la que anduvo, pero también por una buena parte de la historia de estos pagos sureños. Tanto se le puedo indagar sobre el transporte, como de la pesca; de los jornaleros como de los patronos; de las valías de los terrenos como de los primeros precios que regían en su tienda en la década de 1940, cuando las papas rondaban los veinte céntimos, lo mismo que un vaso de vino, o el pan se despachaba a una perra gorda. Asimismo diversificó sus labores con el arriendo de un terreno donde plantaba trigo y cebada; comercializó con pescado, al remitirlo a través de las guaguas a otros pueblos por los que trascurría su ruta; o con la recogida de la leche, la savia, de la tabaiba dulce, que se la traían de varios puntos del Sur y de la isla de El Hierro. La compraba liquida y después la cocinaba durante seis u ocho horas en bidones de doscientos litros, la empaquetaba y la remitía a Barcelona. Los recuerdos de Manolo Rodríguez llegaron, sin aspavientos, a través de una prodigiosa memoria, se presentaron de la mano de esa sabiduría que reportaban los años.