lunes, 28 de abril de 2014

Antonia Alayón Hernández y sus recuerdos de Taucho

Antonia Alayón Hernández, 2004 

Antonia Alayón Hernández nació, en 1917, en el Lomo de los Grillos, una finca de sus padres, Antonio Alayón Alayón y Clara Hernández Álvarez, situada al norte de Taucho, en Adeje. En este lugar vivió durante cuarenta años, colaborando en las tareas de la casa y del campo, aquí permaneció hasta comienzos de los años sesenta, salvo un breve periodo que residió en Venezuela. Después, y hasta su fallecimiento, habitó en las Cuatro Esquinas, en Taucho.
Su padre y sus hermanos se ocupaban de su tierra, en el Lomo de los Grillos, que lo era de sus abuelos, José Hernández Fraga y Bienvenida Álvarez Martín. Esplendida tierra en la que sus padres pusieron el cariño y la dedicación necesaria para extraerle lo preciso para la subsistencia de la familia, que fue creciendo hasta llegar los cinco varones y las tres mujeres. Sembró parras, sembró de todos árboles y sembró de todo, papas, higos, que se pasaban, higos de pico; hacían porretas, se cogían bastantes higos, se hacía un montón y con la noche se hacían las pelas, se pelaban pa tenderlos en un pasil. Higos que si llegaba la lluvia había que terminar de secarlos en el horno de leña que su padre construyó en la finca, al igual que hizo con la era, mi padre hizo la era en lo dél, en lo que le tocó a él; y bodega, con una lagar en una cueva.
Asimismo se sembraba trigo, cebada, lentejas, garbanzos, papas, para las que disponían de huertas de jable. En secano, antes no había riego y se cogía de todo, y en sequero, se cogían las huertas de papas porque llovía. También abundaban los frutales, se recogían higos, manzanas, peras, almendras, castañas o ciruelas. Disponían de animales, ovejas, cabras, vacas, para arar y para leche, y bestias, dos mulos. Hacían el queso mezclando la leche de las cabras con la de las vacas, a lo que aprendió “desde chica, cuando mi madre salía y nos dejaba solos, y yo hacía el queso, y mis hermanas primero que eran más viejas. Y se hacía el queso grandísimo, así, y después mi madre lo iba a vender a la Hoya Grande, y aquí lo vendía también.” 
Cada cual colaboraba en las múltiples faenas que había que realizar diariamente, ah, que trabajábamos poco, haciendo de todo. Los hermanos incluso yendo al monte, iban pal monte y llevaban pa la Hoya Grande, a Fyffes, vendían pinocho, piñas del monte, y todo eso lo llevaban, y cisco, Fyffes lo compraba, en sacos, que se llevaba cisco, chamizos, pa estiércol pa los tomates, que tenían un salón de vacas.
En invierno solían trasladarse a Los Menores, que teníamos allabajo bastantes huertas de mi abuelo, y sembrábamos millo y sembrábamos tomates. Disponían de agua de riego, con un estanque que se abastecía desde Taucho. Los tomates los empaquetaban y los llevaban en bestias a La Caleta.
En el Lomo de los Grillos se abastecían del agua que les aportaba varias fuentes existentes en el Barranco del Busio, todo el año daba agua, y mi padre hizo una pila pa lavar; la pila aquí pa lavar y arriba hizo una tanquilla y uno le sacaba agua y vaciaba a la pila, y tendía en las piedras del barranco que había unas lajas y paredes. En Taucho si disponían de agua para riego, les venía a través de canales de tea de las Madres de Pablo, dos galerías existentes por la zona de Aponte. Llegaban a dos tanques, el Tanque del Cuartillo, porque era chico, y el Tanque de los Perales. Del Tanque del Cuartillo se recogía el agua para beber y también se contaba con pilas de lavar, era una tanquilla y el chorro caía en la tanquilla y de la tanquilla pal tanque, y de ahí se llevaba la gente el agua, la traíamos en latas, antes de entrar al tanquillo grande estaban los lavaderos.
Por su despierta cabeza bullen recuerdos a tropel, revive los momentos de asistencia a la escuela como si nos lo contase en una tarde a la vuelta de la de Taucho, donde iba los primeros años, a la que llegaban corriendo desde el Lomo de los Grillos, un cuarto de hora, Gregorio y yo veníamos corriendo. Una escuela que estaba situada en las Cuatro Esquinas, en la Casa de Martín, compartida por niños y niñas, que poco después se separan, asistiendo las niñas a la casa de Clara Ferrera y los niños a una vivienda propiedad de Antonio González, en El Moñigal. Después fui a la de Tijoco Arriba, esa si era una maestra buena para dar clase.
En Taucho recuerda varias tiendas, que vendían un poco de todo, de Santa Cruz venían a Adeje, los viajantes, y hacían las notas y después los viajantes se lo mandaban a Adeje y después en bestias traían la carga. Tres de estas ventas se encontraban en las Cuatro Esquinas, las de Celia Ferrera, Edelvina Ramos Álvarez y Pastora Hernández Álvarez; en La Tosquita se situaba la de Luisa Fraga Domínguez. Ventas que disponían de algún aposento adecuado donde realizar bailes, también en las Cuatro Esquinas eran muy populares los que se ejecutaban en la casa de Juan Martín. Los domingos hacían bailes y a veces se quedaban por la noche, pero yo como no me quedaba, sino me iba, me tenía que ir temprano, pues vaya que fuera una hija a mi padre, llegarle allarriba después que se ponía el sol, con el sol teníamos que llegar a la casa. Después cuando éramos mayores mi madre nos traía al baile, tampoco veníamos solas, mi padre también venía, mi padre le gustaba mucho los bailes.
Recuerdos de infancia y juventud de Antonia Alayón Hernández, con sus raíces enterradas en la tierra del Lomo de los Grillos, de Taucho. Evocaciones con olor a tierra húmeda; al potaje de relinchones; al puchero de carne de cabra que se preparaba en días de fiestas, como las de La Quinta y Taucho. Memorias aderezadas con la agitación en la matanza del cochino; con la algarabía en las bodas, en los bailes, en los carnavales, donde el bullicio y la alegría era compartida por todos los vecinos.
Su sonrisa ha quedado anclada en la memoria de este Sur. A Antonia la recordaremos, por siempre, sobre todo por portan en sus ojos los reflejos de su infancia, alegres mientras rememoran esos momentos pasados, como sus primeros pasos en la costura, sus traslados a la escuela, interrumpidos por el correr de los barrancos. O sus juegos, que como todo lo demás, se lo tenía que pedir prestado a la naturaleza, juguetes hechos de pencas o de gamona, que representaban los trabajos de los mayores; o muñequitas de trapo, que con tanta dedicación y cariño le confeccionaba su madre.