José Dorta García |
De la ballena varada en Chasna hasta el mero que
atrapó tío Elías transcurrieron casi dos siglos. Día a día con el mismo
aliento, en pos de extraerle recursos a la mar, aprovechando hasta el último
gramo de lo que se obtenía de su orilla y de sus aguas. Incluso beneficiándose
de los restos que se varaban, tal como de los cetáceos, o sus partes,
codiciados principalmente por su aceite y su esqueleto.
Los varamientos de ballenas, en la actualidad tan
frecuentes, se encuentran en múltiples referencias en nuestra historia, como en
las memorias de Lope Antonio de la Guerra y Peña, en las que se narra las
particularidades de la que encalló en abril de 1779, en alguna de las playas de
Chasna. “Que tendría 60 pies de largo, 18 de diámetro, y 42 de
circunferencia en su voca podría andar con libertad una yunta de Bueyes, y en
su mandíbula inferior se sentaban hasta 18 hombres. La distancia en que varó
fue causa de que muchos no buvieran ido a ver un Cetáceo de tal magnitud, y de
que no se huviera hecho una exacta descripción de el, ni aprovechadose mejor;
pues aunque se le extrajo mucho Azeyte y de su Espinazo se hicieron algunas
barcas, no se sacó la esperma, no otras cosas, que son muy útiles; faltabale un
aletón o nadador a lo que se atribuyó el haverse muerto.” Apuntándose como más probable el que fuese
alguna de las ballenas arponeadas y no capturadas por los pescadores de Gran
Canaria que en esos meses se dedicaron a la pesca de estos cetáceos que
frecuentaban las costas de las islas entre los meses de marzo y junio, meses
que vienen tras uno de sus alimentos preferidos, las caballas.
Hay
múltiples referencias de tradición oral que narran los aprovechamientos de los
restos de estos grandes animales que daban con sus restos en las costas del
Sur. En Tajao se cuenta que hubo una tan grande que sus huesos se utilizaron
para diversos útiles domésticos. El pescador de las Galletas Alejandro
Marcelino se encontró otra en media mar y la remolcó hasta la Punta del Viento
donde procedió a extraerle el aceite. Otro viejo pescador de Los Cristianos,
Leopoldo Díaz Tavío, recuerda diversos restos de estos cetáceos en la zona de
El Camisón, entre los Municipios de Arona y Adeje, sobre todo los huesos de una
de grandes dimensiones que durante algún tiempo formó parte del paisaje del
Cabezo Grande.
Asimismo se podría realizar un amplio seguimiento en
la prensa, a modo de ejemplo citamos tres casos de la primera mitad del siglo
XX. Como ese ballenato que se varó en la Playa de Los Cristianos, en junio de
1907, que “medía nueve metros de largo y pesaba ochenta quintales. El enorme
pez ha sido descuartizado, extrayéndole el aceite que su carne segrega por la
acción del agua hirviendo.”
O ese que extrajeron dos pescadores de la costa del Porís de Abona, en julio de
1934, que medía algo más de cinco metros y para el que fue preciso “emplear
cuarenta hombres para echarlo en tierra, pues pesa dos toneladas.” O aquellos restos de ballena que apareció
en avanzado estado de descomposición, en agosto de 1959, en Playa Honda, en los
límites entre Arona y Adeje. Se le calculó, por el tamaño de la cabeza, que era
lo único que se encontró, unos quince metros de largo y algo más de una
tonelada de peso
Elías Melo Alayón |
Y de estos cetáceos que arriban por nuestras latitudes
en los meses previos al verano, pasamos a la pesca de meros de considerables
tamaños como aquel que en los finales de los años cuarenta o comienzos de los
cincuenta, trajo a tierra Elías Melo Alayón, tío Elías. Como tantas otras mañanas de esos años, madrugó
para ir a faenar con su hermano Antonio, en el barco El Marino. Con unos golpes
de remo se acercaron al Risco de los Acantilados de Guaza, en Los Cristianos,
en cuyas aguas localizaron un mero de unos dos metros y de más de cien kilos.
Lo pescaron con una pandorga, con la que, y no sin grandes esfuerzos, lo izaron
al barco. Una vez en tierra lo transportaron introduciendo uno de los remos por
las branquias y llevándolo a hombros entre los dos hermanos, de muy buena
altura, arrastrando la cola por la tierra. Con él se preparó una buena comida
para el batallón del ejército que en esos años de pos guerra se encontraban
asentados por diferentes lugares de la costa de Los Cristianos.
Más o menos del mismo tamaño y peso fue otro mero,
más de dos metros y 144 kilos de peso, que se capturó en la costa de Adeje, en
la playa de Iboibo, en las cercanías de Hoya Grande. Desde esa zona y en una
tarde de abril de 1966, un aficionado a la pesca submarina, José Dorta García,
se dispuso a ejercitar uno de sus deportes favoritos. Nos podemos imaginar su
sorpresa cuando contempló las dimensiones de ese mero. Una vez que clavó su
arpón en el pez, tuvo que luchar más de dos horas para poder sacarlo a flote,
llevarlo a la playa y después solicitar ayuda para lograr colgarlo en la
posición en que se aprecia en la fotografía que ilustra este comentario.
También, y al igual que el anterior, tuvo un suculento final. Según el profesor
Carmelo García Cabrera este tamaño de meros es algo excepcional, no
conociéndose hasta esos años ningún otro con ese peso y dimensión. Apuntando la
posibilidad de que se pudiese tratar de alguna variedad que se cría al otro
lado del Atlántico y que por alguna causa desconocida emigró a nuestras aguas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario