La Breñusca en faenas de pesca |
En la noche del 14 al 15 de enero de 1953 se produjo
un naufragio en la zona conocida por El Cagao, al Este de Las Galletas, que le
costó la vida a seis marineros, los seis marineros del barco de cabotaje Breñusca,
que cubría la ruta de San Sebastián de La Gomera a Santa Cruz de Tenerife. La
Breñusca, en femenino, como así se le conocía a este barco, había salido en la
tarde noche del miércoles 14 de San Sebastián de La Gomera, al igual que la
Amelia que lo había hecho momentos antes, rumbo a la capital tinerfeña.
La Breñusca fue construida en Santa Cruz de la Palma
en 1942, bajo la denominación de balandra, con 50 toneladas de peso, con
destino a la pesca, con un coste de 85.500 pesetas, siendo el armador y el propietario,
Armando Yanes. Con así consta en la publicación de Armando Yanes Carrillo:
“Cosas viejas de la mar”, de la que también hemos tomado estas fotografías.
La Breñusca zarpó del puerto de Santa Cruz de
Tenerife el lunes 12 de enero con destino a La Gomera, regresando al puerto
chicharrero al anochecer del miércoles 14, con fruta y carga general. De él se
informaba que era un buque que desplazaba 60 toneladas y pertenecía a los
armadores don Juan Friend y don Rafael Calzadilla. Su tripulación la componían
el patrón Manuel E. Febles Arteaga, el motorista Cándido Delgado Oramas, y los
marineros, Tomás Eloy Febles Arteaga, José Simancas Chinea, Fernando Arteaga
Reyes y Manuel Alonso Febles.
El naufragio pudo haberse producido alrededor de las
dos de la madrugada, tal como apuntaron en esos trágicos momentos los vecinos
de Las Galletas, que poco antes de esa hora vieron cruzar un barco de cabotaje
por las cercanías de su costa. Al ocurrir el accidente en horas de la noche no
se conocía con certeza la identidad del barco que había naufragado. En esos
primeros momentos de incertidumbre se pensó en dos barcos que cubrían esta
misma ruta: la Amelia, cuyo armador era Miguel Castellano Pérez, vecino del
Porís de Abona; o en el Atlántico de Los Cristianos, del armador José Martín
Rodríguez. Cuando ocurrió el accidente la Amelia estaba haciendo escala en el
Porís de Arico, pero el Atlántico que no se encontraba en puerto, lo que
ocasionó en Los Cristianos un gran revuelo, con traslado de muchos vecinos a la
costa de Las Galletas.
La Breñusca quedó partida en dos, barajándose como
una posible causa su aproximación a la costa, por la escasa visibilidad, lo que
motivó que encallase en alguna baja y el fuerte oleaje la desmanteló por
completo. Otra causa pudo haber sido que el fuerte viento, que se intensificó
mientras avanzaba la noche, los pudo haber arrojado a la costa sin darles
tiempo para organizar su salvamento.
Las casualidades del destino hizo que un pasajero que
iba a venir en la Breñusca, cambiase en el último momento de barco y se
embarcase en La Amelia. Álvaro González de Castro, industrial de esta
capital, que posee un molino de gofio en las Cuatro Torres, el cual había
sacado pasaje en el Breñusca, al que había llevado ya su equipaje, y que a
última hora, por salir el Amelia un poco antes, y tener prisa en llegar a Santa
Cruz, cambió de opinión y se trasladó de buque, salvándose de una muerte segura.”
La Breñusca en el astillero |
Pepe Castellano, con toda una vida dedicada a la mar,
e hijo de Miguel Castellano Pérez quien era el armador de barcos que surcaron
las rutas de cabotaje en el Sur y La Gomera, el San Pedro de Abona, Lolita,
Mercedes de Abona o Amelia, recuerda que ese último barco se encontraba, ese
día fatídico, junto con la Breñusca en San Sebastián de La Gomera. Lo que le
pasó a la Breñusca fue lo siguiente, salieron de La Gomera y el tiempo estaba
medio bueno, pero cuando llegaron a la altura de Los Cristianos se fue metiendo
un viento de fuera. El motor lo fuimos a sacar nosotros en la Amelia. A la
marea vacía se enganchaba y cuando la marea llenaba, pues el barco lo levantaba
parriba, y lo dejamos después en el salón que había en la misma playa de Las
Galletas.
Hasta el viernes 16 de enero sólo se tenían noticias
del rescate de un cadáver sin identificar, que había aparecido en una playa de
la jurisdicción de San Miguel de Abona, en las cercanías de Las Galletas. En la
mañana de ese viernes se encuentra el cuerpo del patrón Manuel Febles Arteaga.
Fue descubierto por dos pescadores de El Médano, Agustín Delgado Socas y Manuel
García García, en las cercanías de El Bocinegro, en Montaña de Roja. Y no es
hasta el miércoles 28 de enero cuando se localiza, por el pescador de El
Draguillo, Francisco Afonso, otro cadáver en la Playa del Muerto, al sur de
Hoya Fría, en Santa Cruz de Tenerife, que se identificó como el del motorista,
Cándido Delgado Oramas.
El 20 de enero se oficia una misa de réquiem, en la
Parroquia de San Francisco de Santa Cruz de Tenerife, por las victimas de la
Breñusca, en el que se inscriben los familiares que dejan estas victimas. Sus
viudas doña Concepción Mora Arteaga, doña María Fernández Velásquez e hijos,
doña Guadalupe Arteaga Fernández, doña Concepción Arteaga Reyes e hijos, doña
Natividad Aguilar Arteaga. Habría
que añadir a la viuda del motorista que no se recoge en esta esquela, Ginesa
Fernández García y sus hijos. En la misma parroquia se oficia un funeral el
martes 24 de febrero, aún sin tener noticias de los otros desaparecidos, así lo
requirieron los hijos de San Sebastián de La Gomera, residentes en esta
capital.
Hondo sentir trajo la tragedia en la mar, embargada
en los cuerpos de los que no se tuvo más noticias, o en todo caso en que no
hemos podido averiguar más sobre ellos. Sólo se salvó una perrita que se partió
una pata y que después anduvo en Santa Cruz con un trotamundo que recaló por
estas tierras, El Montanés, y que
la rebautizó como Curra; según relata, en un reportaje sobre éste años después,
el periodista Luis Álvarez Cruz. Hondo sentir de un hombre como Luis Diego
Cuscoy, que en esos momentos en los que la tristeza embargaba el sentimiento,
quiso dejar escrito, a pocos días del suceso, algunos comentarios de este barco
en los que años antes había realizado esta misma travesía. Ahora, el
Breñusca acaba de hundirse, de partirse en dos sobre una baja, empujado hacía
ella por el manotazo de la tempestad. Me acuerdo de su airosa línea, de su
impetuoso andar a la vela, de su latido y de su olor. Veo todavía el timonel,
de espalda a mi, gobernado con mano segura, aquel barco al que ellos llamaban
con nombre de mujer. Quiero ver todavía la sombra de aquellos marineros en
vela, turnándose en el timón, auscultando el inmenso pecho de la mar.
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