Parranda en carnaval. Buzanada |
Los ímpetus eran otros en
esos carnavales de antaño. Las ganas de parranda y algarabía que se acumulaban
durante el año de espera entre festejo y festejo se desbordaban de alegría en
apenas los tres días de carnaval, de domingo a martes. Este último era la
jornada principal en el que no se trabajaba, momento de disfrazarse y salir con
una parranda a visitar las casas en busca de lo que quieran dar pa animar la
parranda.
Se utilizaba lo que se tenía a mano, las disponibilidades no eran abundantes,
escaseaba hasta lo imprescindible, se preparaban sombreros con flores de
colores y vergas de los cultivos de los tomates, trajes de retales de ropa
vieja y de papeles de colores, las caras pintadas o simplemente tiznadas y
donde la máscara no tenía mucha relevancia.
Algunas costumbres
olvidadas se practicaban con buen humor; lanzarse polvos talcos por la calle,
solos o mezclados con harina, o simplemente harina que era más asequible y más
barata; vaciar huevos y rellenar las cáscaras con flores y papelitos de colores
para luego arrojarlas; embadurnarse las manos con restos del carbón o del
hollín del fuego de leña de la cocina, para tiznarle la cara al que encontraban
por la calle; o robar gallinas a cualquier vecino para hacer caldo con el que
brindar a todo el mundo, incluyendo a sus propietarios que se enteraban con
posterioridad que la gallina era suya. Días de fiesta, de trasgresión, de
liberar tensiones, y sobre todo de hospitalidad. En cada casa se dispensaba a
los visitantes según sus disponibilidades, siempre había alguna cosita sobre la
mesa con que invitar. Y que no faltasen la carne cochino, el pescado frito, las rebanadas
y los chochos. Y estos últimos que fueran de nuestras medianías, los más
deseados, los de La Escalona o los de los Llanos de Trevejos.
Los Cristianos. c. 1936 |
En Los Cristianos se
festejaba los carnavales tres días, domingo, lunes y martes, días de cambiar de
aspecto y de sexo, como narró Encarnación Alayón Melo, se vestían de
mujeres, los hombres de mujeres, casi siempre cambiarse, y después cada uno
hacía la machangada que le parecía, unos se vestían de monos, otros se vestían
de marinos, otros pescaban, me acuerdo de otros lo hacían de ciegos, me acuerdo
de Pedro Melo, era el que los guiaba, de Juan Bariajo me acuerdo, los otros dos
no me acuerdo, no se si era Miguel el Chasnero, y tocaban y cantaban y después
iban a otro sitio. Otros salían con una caña y compraban, entonces lo más que
había era manices y cosas así, eso era la carnada que tiraban, y a los
muchachos chicos le tiraban un puñado de manices y con la caña de pescar, y los
muchachos chicos se volvían locos en el suelo.
Las parrandas y los bailes
estaban por doquier, de Buzanada y sus alrededores tenemos la referencia de Encarnación
García Toledo, los carnavales haber si había un papel, de colores, y si la
que tenía una sábana, porque no teníamos nada. Una viejita que estaba en esta
calle, al lado de esta casa, si nos prestaba una sabana le metíamos aquello
aquí y la doblábamos y unos papeles alrededor y aquello era el traje de los
carnavales.
Se iba a parrandear bajo el son de tocadores como José González o Antonio
González García; y cada uno tocaba un rato y díamos de aquí a Cabo Blanco
con esa parranda y de aquí Aldea, caminando por áhi padentro con esa parranda y
volvíamos pafuera. En Buzanada sobresalía la alegría de Carmen Cabeza, que estaba en todos los
saraos, tanto en carnavales como en San Juan, que improvisaba versos con suma
facilidad, tal como recuerda María García Sierra, Cha Carmen Cabeza la más
que cantaba, se ponía cosas viejas en la cabeza, una vez pasó por ahí y le
cantó a mi madre: Dichosa de seña Leonisa/ que le queda esa florita/ y yo no
tengo ninguna/ que ya me quedé solita. O aquel en el que solicita que no paré la
diversión; Silencio pido señores/ que dure el baile hasta el día/ porque mi
José me dijo/ que hasta otro año no volvía.
Valle de San Lorenzo |
La alegría de las parrandas
y de los parranderos dieron lugar a un alegre apodo de los hermanos Benito, en
1920 estaba censado en Los Ancones, Arona, y Domingo Fumero González, conocidos
por Jaramago y Carnaval, y que heredaron sus familiares. Y a otras múltiples anécdotas como
la de cierto cabrero que por irse a festejarlos a Vilaflor dejó las cabras
encerradas durante tres días.
En el Valle de San Lorenzo
había un barrio donde estas fiestas tenía relevancia especial: Llano Mora,
sobre todo en los años treinta y cuarenta. María Luisa Hernández Reverón, quien
en esos años, confeccionaba caretas de tela con agujeros en los ojos y boca, y
atados a la cabeza, nos cuenta como se sentían esas fiestas: Antes los carnavales eran
Llano Mora arriba, Llano Mora abajo, parrandas de abajo y de arriba abajo, y
después se empezó a darle la vuelta al Valle, pasaban por La Hoya, por El
Pinito, por Llano Mora, por La Cabezada. Tocando y cantando, y caminando, y en
los ventorrillos se paraban a beber. Empezaban el domingo, lunes, pero el día
grande era el martes. Todavía al final de los años cuarenta se juntaban esas
parrandas en Llano Mora, María Luisa Hernández Reverón nos contó un cantar de
su abuela María Tacoronte Reverón: Carnavalito alegre/ chispa segura/ si tu
amor no te quiere/ pa que te apuras.
BRITO, Marcos: Arona. Tradiciones
festivas. Llanoazur
ediciones
No hay comentarios:
Publicar un comentario