Antonia Alayón Hernández, 2004 |
Antonia Alayón Hernández nació, en 1917, en el Lomo de los Grillos, una
finca de sus padres, Antonio Alayón Alayón y Clara Hernández Álvarez, situada
al norte de Taucho, en Adeje. En este lugar vivió durante cuarenta años,
colaborando en las tareas de la casa y del campo, aquí permaneció hasta
comienzos de los años sesenta, salvo un breve periodo que residió en Venezuela.
Después, y hasta su fallecimiento, habitó en las Cuatro Esquinas, en Taucho.
Su padre y sus hermanos se ocupaban de su tierra, en
el Lomo de los Grillos, que lo era de sus abuelos, José Hernández Fraga y
Bienvenida Álvarez Martín. Esplendida tierra en la que sus padres pusieron el
cariño y la dedicación necesaria para extraerle lo preciso para la subsistencia
de la familia, que fue creciendo hasta llegar los cinco varones y las tres
mujeres. Sembró parras, sembró de todos árboles y sembró de todo, papas,
higos, que se pasaban, higos de pico; hacían porretas, se cogían bastantes
higos, se hacía un montón y con la noche se hacían las pelas, se pelaban pa
tenderlos en un pasil. Higos
que si llegaba la lluvia había que terminar de secarlos en el horno de leña que
su padre construyó en la finca, al igual que hizo con la era, mi padre hizo
la era en lo dél, en lo que le tocó a él; y bodega, con una lagar en una cueva.
Asimismo se sembraba trigo, cebada, lentejas,
garbanzos, papas, para las que disponían de huertas de jable. En secano, antes
no había riego y se cogía de todo, y en sequero, se cogían las huertas de papas
porque llovía. También
abundaban los frutales, se recogían higos, manzanas, peras, almendras, castañas
o ciruelas. Disponían de animales, ovejas, cabras, vacas, para arar y para
leche, y bestias, dos mulos. Hacían el queso mezclando la leche de las cabras
con la de las vacas, a lo que aprendió “desde chica, cuando mi madre salía y
nos dejaba solos, y yo hacía el queso, y mis hermanas primero que eran más
viejas. Y se hacía el queso grandísimo, así, y después mi madre lo iba a vender
a la Hoya Grande, y aquí lo vendía también.”
Cada cual colaboraba en las múltiples faenas que
había que realizar diariamente, ah, que trabajábamos poco, haciendo de todo. Los hermanos incluso yendo al monte, iban
pal monte y llevaban pa la Hoya Grande, a Fyffes, vendían pinocho, piñas del
monte, y todo eso lo llevaban, y cisco, Fyffes lo compraba, en sacos, que se
llevaba cisco, chamizos, pa estiércol pa los tomates, que tenían un salón de
vacas.
En invierno solían trasladarse a Los Menores, que
teníamos allabajo bastantes huertas de mi abuelo, y sembrábamos millo y
sembrábamos tomates.
Disponían de agua de riego, con un estanque que se abastecía desde Taucho. Los
tomates los empaquetaban y los llevaban en bestias a La Caleta.
En el Lomo de los Grillos se abastecían del agua que
les aportaba varias fuentes existentes en el Barranco del Busio, todo el año
daba agua, y mi padre hizo una pila pa lavar; la pila aquí pa lavar y arriba
hizo una tanquilla y uno le sacaba agua y vaciaba a la pila, y tendía en las piedras
del barranco que había unas lajas y paredes. En Taucho si disponían de agua para riego, les
venía a través de canales de tea de las Madres de Pablo, dos galerías
existentes por la zona de Aponte. Llegaban a dos tanques, el Tanque del
Cuartillo, porque era chico, y el Tanque de los Perales. Del Tanque del Cuartillo se recogía el agua
para beber y también se contaba con pilas de lavar, era una tanquilla y el
chorro caía en la tanquilla y de la tanquilla pal tanque, y de ahí se llevaba
la gente el agua, la traíamos en latas, antes de entrar al tanquillo grande
estaban los lavaderos.
Por su despierta cabeza bullen recuerdos a tropel,
revive los momentos de asistencia a la escuela como si nos lo contase en una
tarde a la vuelta de la de Taucho, donde iba los primeros años, a la que
llegaban corriendo desde el Lomo de los Grillos, un cuarto de hora, Gregorio
y yo veníamos corriendo. Una
escuela que estaba situada en las Cuatro Esquinas, en la Casa de Martín,
compartida por niños y niñas, que poco después se separan, asistiendo las niñas
a la casa de Clara Ferrera y los niños a una vivienda propiedad de Antonio
González, en El Moñigal. Después fui a la de Tijoco Arriba, esa si era una
maestra buena para dar clase.
En Taucho recuerda varias tiendas, que vendían un
poco de todo, de Santa Cruz venían a Adeje, los viajantes, y hacían las
notas y después los viajantes se lo mandaban a Adeje y después en bestias
traían la carga. Tres de
estas ventas se encontraban en las Cuatro Esquinas, las de Celia Ferrera,
Edelvina Ramos Álvarez y Pastora Hernández Álvarez; en La Tosquita se situaba
la de Luisa Fraga Domínguez. Ventas que disponían de algún aposento adecuado
donde realizar bailes, también en las Cuatro Esquinas eran muy populares los
que se ejecutaban en la casa de Juan Martín. Los domingos hacían bailes y a
veces se quedaban por la noche, pero yo como no me quedaba, sino me iba, me
tenía que ir temprano, pues vaya que fuera una hija a mi padre, llegarle
allarriba después que se ponía el sol, con el sol teníamos que llegar a la
casa. Después cuando éramos mayores mi madre nos traía al baile, tampoco
veníamos solas, mi padre también venía, mi padre le gustaba mucho los bailes.
Recuerdos de infancia y juventud de Antonia Alayón
Hernández, con sus raíces enterradas en la tierra del Lomo de los Grillos, de
Taucho. Evocaciones con olor a tierra húmeda; al potaje de relinchones; al
puchero de carne de cabra que se preparaba en días de fiestas, como las de La
Quinta y Taucho. Memorias aderezadas con la agitación en la matanza del
cochino; con la algarabía en las bodas, en los bailes, en los carnavales, donde
el bullicio y la alegría era compartida por todos los vecinos.
Su sonrisa ha quedado anclada en la memoria de este
Sur. A Antonia la recordaremos, por siempre, sobre todo por portan en sus ojos
los reflejos de su infancia, alegres mientras rememoran esos momentos pasados,
como sus primeros pasos en la costura, sus traslados a la escuela,
interrumpidos por el correr de los barrancos. O sus juegos, que como todo lo
demás, se lo tenía que pedir prestado a la naturaleza, juguetes hechos de
pencas o de gamona, que representaban los trabajos de los mayores; o muñequitas
de trapo, que con tanta dedicación y cariño le confeccionaba su madre.
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