viernes, 11 de julio de 2014

Bodas en el Sur, Chirche como ejemplo

Boda de Ortelia Martín, en la imagen con el padrino, y Jerónimo Gorrín. Chirche, 1955
 
En Chirche, Guía de Isora, se celebra, del 11 al 13 de julio de 2014 la XIV edición del Día de las Tradiciones. En estos años transcurridos se han recordado diversas actividades como el carboneo, elaboración y horneo de la teja, trilla, arado, cestería, y otras muchas actividades relacionadas con la vida cotidiana por la que trascurrió la vida en el lugar hace algunas décadas. Las bodas han tenido un papel destacado en ediciones pasadas, con exposición de fotografías, con imágenes que arrancaban en la década de los años veinte del pasado siglo, época en las que suponemos no se realizarían reportajes, tal vez una única escena, una solitaria toma. Asimismo por sus calles y plaza se escenificó una de estas bodas, de cuyas pretéritas costumbres y celebraciones se quiere anotar algunos pormenores.
Las celebraciones de las bodas, tal como las relatan aquellas personas que las efectuaron en la primera mitad del siglo XX, son una forma más que nos lleva a conocer unos hábitos que se han ido perdiendo. En general en este Sur de Tenerife, eran, en mayor medida que en la actualidad, un encuentro, un acontecimiento gastronómico, pero más aún un encuentro familiar, un acto social donde se reunían familiares y amigos distanciados por un espacio geográfico sin apenas vías de comunicación.
  Boda de María Alonso y Antonio Gorrín. Chirche, 1958

Los familiares, los vecinos, en suma los más allegados, participaban en los preparativos de la celebración, una cooperación que podríamos denominar de ida y vuelta. Se colaboraba con la elaboración de las comidas, en algunos casos aportando incluso los alimentos, donde los días previos iban llegando las docenas de huevos, alguna gallina para el caldo, los kilitos de harina y almendras para los dulces. La comida era preparada por la misma familia, por los más cercanos, y cuando no, se recurría a aquellas mujeres especializadas en su elaboración. Se ayudaba a completar la mantelería, los cubiertos, que iban marcándose, según entraban en el lugar donde se realizaba el festejo, con esparadrapo con algún número o letra. Para esos allegados y para aquellos que no pudieron asistir se les surtía con alguna bandejita de dulces, bien al finalizar la celebración o en los días posteriores.
El banquete se solía acomodar en la casa de la madre de la novia, por los diversos cuartos y espacios disponibles, después del cual era frecuente organizar una parranda, y bailar hasta que el cuerpo aguantara. Si había disponibilidad de espacio se organizaba en la misma casa, en caso contrario se desplazaban a algún lugar cercano donde seguir la fiesta. Otra práctica, ya casi olvidada, y de la que se tiene referencias hasta los años veinte, consistía en que después de terminado el banquete y la fiesta, cada uno de los esposados se iba para su casa, para la casa de sus padres. Por lo menos esa noche no se quedaban juntos, sino esperar por lo menos al día siguiente, y hasta retrazar el encuentro cuatro y cinco días, `eso era una afrenta`. 
Los alimentos preparados para tal ocasión obedecía a las disponibilidades de cada casa, ´eso depende de la fuerza que había, una comida papas, una comida de pescado, un potaje, un puchero, todas esas cosas, carne de cochino, que todo el mundo lo tenía, pero eso se acabo todo´.
Muchas de estas celebraciones se llegaron a realizar con dulces, vino y chocolate, mesas en el centro de una sala espaciosa y sillas a lo largo de sus paredes, así eran las más austeras, las más sencillas, porque las disponibilidades no daban para más dispendios. Otras se realizaban con pescado salado y papas arrugadas, otras con carne de cabra, de la que conocemos un caso de sacrificar seis animales. Ejemplo de alguna más abundante podría ser la que narró María Mendoza Alonso, María Flora, que se casó en la Parroquia de Ntra. Sra. de la Luz en Guía de Isora y la celebró en La Hoya, en Chirche, ´en casa de mis padres, una boda con puchero, arroz con leche, papas con carne, fue un bodango, y dulces, de todos dulces, teníamos un horno, hicimos los dulces, fue una boda que se mató cabra, mi suegra Isabel Pérez, era cocinera, era dulcera`.
Las bodas en Chirche había que formalizarlas en la Parroquia de Ntra. Sra. de la Luz, en Guía de Isora, hasta que se dispuso de la Iglesia de San Felipe Neri, levantada por los propios vecinos a comienzos de la década de los años cuarenta. Las dos imágenes que ilustran este artículo fueron obtenidas en la década de los años cincuenta del pasado siglo. En un barrio con aromas a flor de naranjo, tierra de almendra, higos y queso, de miel y vino, de gente hospitalaria, que en esta década se comunicaba con Guía de Isora a través de un camino empinado, de unos dos kilómetros, y empedrado. Un barrio que para alumbrase tenía que recurrir a la tea y al carburo, y que para preparar sus alimentos tenía que emplear la leña y el carbón. 
  Escenificación de una boda. Chirche, 2007

Chinche, en palabras de Miguel Martín González, visto desde el Lomo de los Pinos, era en los años cincuenta, ‘como un remanso de paz y de quietud, un rinconcito ameno y atractivo en cuyos alrededores los amantes de la naturaleza tienen ocasión de embriagarse de luz y de belleza`. Un ´conjunto armónico de casitas blancas donde mora buena gente y laboriosa, de trato afable y acogedor, virtudes tradicionales que conserva Chirche en toda su pureza, sin que las corrientes modernas ni el tiempo pasado en los países de emigración hayan ejercido influencia alguna para modificar el modo de ser de sus habitantes`. 
Su centro neurálgico era la plaza, y sus aledaños, la de las reuniones de la tarde, la de los descansos del domingo, la del regocijo de la chiquillería, la de los viejos y sus largas tertulias sentados sobre los troncos de pinos, a manera de bancos, que siempre han estado en la calle principal, en la actual San Felipe. Y la tienda que existía en la plaza, en la que se podía encontrar  de todo un poco, desde un café a un vaso de vino, pasando por un poco de azúcar o un jarrito de aceite, y un mucho de información. Asimismo era lugar de parrandas y de bailes, a través de gramófono o de las guitarras, bandurrias y voces, que siempre han estado dispuestas.
Imágenes de dos celebraciones, recuerdos de dos momentos detenidos, de dos parejas camino de la Iglesia, acompañados de familiares y allegados. Una de ellas está obtenida en la Hoya de la Burra, allá en el verano de 1958, donde se nos muestran a los novios María Alonso Afonso y Antonio Gorrín Rodríguez. La otra esta tomada el 5 de noviembre de 1955, en la actual Calle San Felipe, en las cercanías de la Iglesia. La pareja la forman, Ortelia Martín Dorta, quien todavía va de la mano del padrino, y Jerónimo Gorrín Rodríguez.
Camino de la Iglesia van las parejas, en compañía, bajan por las empinadas calles de piedra y barro, franqueados por familiares y amigos, por muros de piedra seca, por acogedoras casas de abiertos patios; momento impregnado de silencio, atentos al objetivo de la cámara de algún fotógrafo, llegado, tal vez, de Guía de Isora. 

Fotografías cedidas por el Ayuntamiento de Guía de Isora

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