Boda de Ortelia Martín, en la imagen con el padrino, y Jerónimo Gorrín. Chirche, 1955 |
En Chirche, Guía de Isora, se celebra, del 11 al 13 de julio de 2014
la XIV edición del Día de las Tradiciones. En estos años transcurridos se han recordado diversas actividades
como el carboneo, elaboración y horneo de la teja, trilla, arado, cestería, y
otras muchas actividades relacionadas con la vida cotidiana por la que
trascurrió la vida en el lugar hace algunas décadas. Las bodas han tenido un
papel destacado en ediciones pasadas, con exposición de fotografías, con
imágenes que arrancaban en la década de los años veinte del pasado siglo, época
en las que suponemos no se realizarían reportajes, tal vez una única escena,
una solitaria toma. Asimismo por sus calles y plaza se escenificó una de estas
bodas, de cuyas pretéritas costumbres y celebraciones se quiere anotar algunos
pormenores.
Las celebraciones de las bodas, tal como las relatan aquellas personas
que las efectuaron en la primera mitad del siglo XX, son una forma más que nos
lleva a conocer unos hábitos que se han ido perdiendo. En general en este Sur
de Tenerife, eran, en mayor medida que en la actualidad, un encuentro, un
acontecimiento gastronómico, pero más aún un encuentro familiar, un acto social
donde se reunían familiares y amigos distanciados por un espacio geográfico sin
apenas vías de comunicación.
Boda de María Alonso y Antonio Gorrín. Chirche, 1958 |
Los familiares, los vecinos, en suma los más allegados, participaban
en los preparativos de la celebración, una cooperación que podríamos denominar
de ida y vuelta. Se colaboraba con la elaboración de las comidas, en algunos
casos aportando incluso los alimentos, donde los días previos iban llegando las
docenas de huevos, alguna gallina para el caldo, los kilitos de harina y
almendras para los dulces. La comida era preparada por la misma familia, por los
más cercanos, y cuando no, se recurría a aquellas mujeres especializadas en su
elaboración. Se ayudaba a completar la mantelería, los cubiertos, que iban
marcándose, según entraban en el lugar donde se realizaba el festejo, con
esparadrapo con algún número o letra. Para esos allegados y para aquellos que
no pudieron asistir se les surtía con alguna bandejita de dulces, bien al
finalizar la celebración o en los días posteriores.
El banquete se solía acomodar en la casa de la madre de la novia, por
los diversos cuartos y espacios disponibles, después del cual era frecuente
organizar una parranda, y bailar hasta que el cuerpo aguantara. Si había
disponibilidad de espacio se organizaba en la misma casa, en caso contrario se
desplazaban a algún lugar cercano donde seguir la fiesta. Otra práctica, ya
casi olvidada, y de la que se tiene referencias hasta los años veinte,
consistía en que después de terminado el banquete y la fiesta, cada uno de los
esposados se iba para su casa, para la casa de sus padres. Por lo menos esa
noche no se quedaban juntos, sino esperar por lo menos al día siguiente, y
hasta retrazar el encuentro cuatro y cinco días, `eso era una afrenta`.
Los alimentos preparados para tal ocasión obedecía a las
disponibilidades de cada casa, ´eso depende de la fuerza que había, una
comida papas, una comida de pescado, un potaje, un puchero, todas esas cosas,
carne de cochino, que todo el mundo lo tenía, pero eso se acabo todo´.
Muchas de estas celebraciones se llegaron a realizar con dulces, vino
y chocolate, mesas en el centro de una sala espaciosa y sillas a lo largo de
sus paredes, así eran las más austeras, las más sencillas, porque las
disponibilidades no daban para más dispendios. Otras se realizaban con pescado
salado y papas arrugadas, otras con carne de cabra, de la que conocemos un caso
de sacrificar seis animales. Ejemplo de alguna más abundante podría ser la que
narró María Mendoza Alonso, María Flora, que se casó en la Parroquia de Ntra. Sra. de la Luz en Guía de Isora
y la celebró en La Hoya, en Chirche, ´en casa de mis padres, una boda con
puchero, arroz con leche, papas con carne, fue un bodango, y dulces, de todos
dulces, teníamos un horno, hicimos los dulces, fue una boda que se mató cabra,
mi suegra Isabel Pérez, era cocinera, era dulcera`.
Las bodas en Chirche había que formalizarlas en la Parroquia de Ntra.
Sra. de la Luz, en Guía de Isora, hasta que se dispuso de la Iglesia de San
Felipe Neri, levantada por los propios vecinos a comienzos de la década de los
años cuarenta. Las dos imágenes que ilustran este artículo fueron obtenidas en
la década de los años cincuenta del pasado siglo. En un barrio con aromas a
flor de naranjo, tierra de almendra, higos y queso, de miel y vino, de gente
hospitalaria, que en esta década se comunicaba con Guía de Isora a través de un
camino empinado, de unos dos kilómetros, y empedrado. Un barrio que para
alumbrase tenía que recurrir a la tea y al carburo, y que para preparar sus
alimentos tenía que emplear la leña y el carbón.
Escenificación de una boda. Chirche, 2007 |
Chinche, en palabras de Miguel Martín González, visto desde el Lomo de
los Pinos, era en los años cincuenta, ‘como un remanso de paz y de quietud,
un rinconcito ameno y atractivo en cuyos alrededores los amantes de la
naturaleza tienen ocasión de embriagarse de luz y de belleza`. Un ´conjunto armónico de casitas blancas
donde mora buena gente y laboriosa, de trato afable y acogedor, virtudes
tradicionales que conserva Chirche en toda su pureza, sin que las corrientes
modernas ni el tiempo pasado en los países de emigración hayan ejercido
influencia alguna para modificar el modo de ser de sus habitantes`.
Su centro neurálgico era la plaza, y sus aledaños, la de las reuniones
de la tarde, la de los descansos del domingo, la del regocijo de la
chiquillería, la de los viejos y sus largas tertulias sentados sobre los
troncos de pinos, a manera de bancos, que siempre han estado en la calle
principal, en la actual San Felipe. Y la tienda que existía en la plaza, en la
que se podía encontrar de todo un
poco, desde un café a un vaso de vino, pasando por un poco de azúcar o un
jarrito de aceite, y un mucho de información. Asimismo era lugar de parrandas y
de bailes, a través de gramófono o de las guitarras, bandurrias y voces, que
siempre han estado dispuestas.
Imágenes de dos celebraciones, recuerdos de dos momentos detenidos, de
dos parejas camino de la Iglesia, acompañados de familiares y allegados. Una de
ellas está obtenida en la Hoya de la Burra, allá en el verano de 1958, donde se
nos muestran a los novios María Alonso Afonso y Antonio Gorrín Rodríguez. La
otra esta tomada el 5 de noviembre de 1955, en la actual Calle San Felipe, en
las cercanías de la Iglesia. La pareja la forman, Ortelia Martín Dorta, quien
todavía va de la mano del padrino, y Jerónimo Gorrín Rodríguez.
Camino de la Iglesia van las parejas, en compañía, bajan por las
empinadas calles de piedra y barro, franqueados por familiares y amigos, por
muros de piedra seca, por acogedoras casas de abiertos patios; momento
impregnado de silencio, atentos al objetivo de la cámara de algún fotógrafo,
llegado, tal vez, de Guía de Isora.
Fotografías cedidas por el Ayuntamiento de Guía de Isora
Fotografías cedidas por el Ayuntamiento de Guía de Isora
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