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De regreso de la pesca. Por fuera de la Playa de la Carnada
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Desplazarse
a remo o a vela es la mejor manera de escuchar los sonidos de la mar, de apreciar
el deslizamiento de la quilla, entre el crujir de la madera y el chapoteo de la
mar, de percibir el olor a sal, de sentir la ligera caricia de la húmeda brisa
marina.
La
evolución de la costa del Sur de Tenerife ha sido brutal, de igual manera ha
sucedido con sus moradores, con sus costumbres. El aprovechamiento, por los
habitantes de las medianías, de los recursos de la costa de manera esporádica,
como complemento a la dieta, ya se realizaba desde la época de nuestros
antepasados los guanches. Traslado ocasional, sobre todo en la época estival, que
se tornó estable con el paso de los años, sobre todo al comienzo del siglo XX,
donde ya estaban asentados diversos núcleos de pescadores. Momento en el que
los pequeños barcos de pozo se desplazaban a remo y a vela.
Las
dos imágenes que acompañan el recuerdo fueron tomadas a finales de los años
cincuenta y comienzos de los sesenta del siglo XX. Una de ellas nos muestra un
barco con su vela desplegada, creemos que de regreso de la pesca a su lugar de
procedencia, Los Cristianos. Es una fotografía tomada por Bengt Rylander,
veterinario sueco afincado en Los Cristianos entre 1957 y 1964, año de su
fallecimiento. Gran aficionado a la fotografía, de la que ha dejado un gran
legado de su estancia en este barrio pesquero. Esta obtenida a la altura de la
Baja del Camello o de la Playa de la Carnada, lo que en la actualidad se conoce
por Playa de las Vistas. Otro ejemplo de la falta de rigor, al adoptar lo que
era un pequeño topónimo, Las Vistas, y colocar en el olvido al de la Playa de
la Carnada.
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Manuel Melo y Antonio Melo en el barco El Médano
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En
la otra imagen se aprecia a Manuel Melo Tavío, Manuel Piñera, y Antonio Melo Alayón, Tonero, a su llegada a puerto, en el barco El Médano, una vez
finalizada una de las últimas regatas a vela que se disputaron en Los
Cristianos; esperadas y celebradas al abrigo de las fiestas en honor de Nuestra
Señora la Virgen del Carmen. Y que bien pudo ser las efectuadas el domingo 4 de
septiembre de 1960, cuando, ejerciendo de presidente Sebastián Martín Melo, se
otorgó a los vendedores una nasa, que recayó en los citados.
De
estas regatas se tiene constancia escrita, tanto a remo como a vela, desde los
años veinte, pero ya existían desde muchos años antes, cuando se rivalizaba por
ver que barco era el más veloz, quien era el que llegaba primero a tierra
después de la pesca. Eran barcos ligeros, de 6 ó 7 metros, con 2 ó 4 remos.
Vela, madera y mar, binomio que va cayendo en el pozo del olvido,
iniciándose con las primeras
adaptaciones de motores de camiones y coches. Pero fue a partir de los años
cincuenta cuando se pluralizó la utilización de pequeños motores marinos.
Las
velas para estos barcos se fabricaban por los mismos pescadores, o por sus
mujeres o hijas. En Los Cristianos si había alguno que sobresalía por su
habilidad en su confección, ese era Antonio Melo Alayón, Tonero. En Las Galletas resaltar a Rosario Domínguez Rodríguez,
hija y hermana de pescadores, quien nos relató como las preparaba en un llano
que había delante de las casas, entre las casas de torta y la mar, de Isabel
Morales, “seña Isabel Barista”. Allí un viejo pescador, Celestino Alayón
Bethencourt, le marcaba con tres clavos y una liña el perímetro de la vela; se
tendía la muselina, se trataba con piedras y se pespuntaba, para después
llevarla a su casa a coserla en la máquina. Rosario Domínguez compraba la
muselina en San Miguel de Abona, en la tienda de José Delgado, con ese tipo de
tejido cosió velas para barcos de El Médano, de Tajao, y para casi todos los
que había en Las Galletas.
Allí en aquel llano de seña Isabel Barista, el
nombre verdadero era Isabel Morales, en esas casitas viejas que hay un llano
duro áhi tendía señor Celestino una liña marcando el marco de la vela, después
tendíamos un rollo de muselina, eso lo iba trabando con piedras de un lado a
otro, después le daba vuelta a la muselina de allá pacá, poníamos otra vez de
aquí pallá hasta el canto arriba, trabaítas con piedras bien pegaditas. Después
me sentaba a hilvanarla, la hilvanaba, tenía una aguja gruesita, y después en
la noche la pespuntaba, alargaba un poquito, le daba dos costuras, en vez de
una, dos.
Él me marcaba, me ponía una liña, ponía tres clavos,
aquí y allá y después arriba le hacía la punta finita, otro, hacer el triángulo
de la vela. Hice pal Médano, hice pa la Punta Hidalgo, que estuvieron aquí unos
pescadores de la Punta Hidalgo, que ellos no pensaban que aquí había gente que
cosiera, venían a pescar a cabrillas, solamente a cabrillas. Después le hice
otra a los de Tajao, que estuvieron aquí una temporada, le hice una a seña
Nicolasa, que era José Martín, tenía tres o cuatro chicos varones. Y de aquí de
Las Galletas a los pocos que había a todos, a los pocos vecinos que había que
podían comprar la muselina.
Se compraba en San Miguel, casa de don Pedro
Delgado o casa de don José Delgado, don Martín Reyes también tenían, pero el
que más tenía don Pedro Delgado donde más se compraba.
Las cosía en una máquina que me compró mi
madre, antes que esta, una máquina, haber qué era, no era alfa. Cuando esto de
las velas yo era jovencita, y después de tener a mis hijos también, después de
tener a mi Leoncia ya grandita también cosía.
Rosario
Domínguez nació en San Miguel de Abona en 1908, pero desde corta edad residió
en Las Galletas, vine a cumplir los seis
años aquí, hasta su fallecimiento en 2003. Las fechas que nos apunta en las
que cosía las velas de los barcos lo fueron hasta poco después del nacimiento
de su hija mayor, Leoncia, que lo fue en 1931.
Pequeños
barcos que crecieron, en la misma orilla, a golpes de hacha, a ritmo de
cerrote, cepillo y clavos, con la cadencia y la fuerza de los brazos, de
trabajo y sudor. Quilla, roda, proa y popa, cuadernas, tablas, calafateado y
pintado para surcar la mar en busca del sustento diario. Como nos contó un
viejo pescador ya fallecido, Leopoldo Díaz Tavío, a la mar se iba según marcara
el viento. “Cuando había viento de abajo pescaban pa rriba y cuando había
viento de arriba se largaban pa bajo”.
“Pa rriba” no solían ir más allá de Montaña Roja y “pa bajo” lo normal era
pescar en “la mar de Adeje” y en
algunos casos hasta Teno, que era lo más frecuente para los pescadores del
Municipio de Arona. Leopoldo Díaz, fue pescador, a remo y vela, de día y de noche,
con luz solar o con petromax. También trabajó de carpintero de ribera, en el
arreglo de sus barcos y en la construcción de algún otro, como El Turrón, La
Gaviota, El Pardelo o El Guincho, de unos 10 metros.
A
remo y vela, la mejor manera de transitar por la mar, donde el paisaje se
intuye gratificante, el palo y la verga en alto; la vela, de muselina, hinchada
con la esperanza del que va a la mar en busca de sustento; el timón, a veces el
mismo remo; el timonel sobre el leito; y la mar, inmensa, refugio de soñadores,
de utopías.
Documentación: BRITO,
Marcos: Los Cristianos 1900-1970. Vida
cotidiana y fiestas populares. Y Paisaje
en las Bandas del Sur [Tenerife 1890-1960]. Llanoazur ediciones
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