miércoles, 28 de agosto de 2019

Ricardo Oliva Fumero, oficio y pasión por la madera


Ricardo Oliva Fumero. Vilaflor, 2011

Ricardo Oliva Fumero, oficio y pasión por la madera

Ricardo Oliva Fumero, Siso, nació en Vilaflor, en un invierno de 1928. Sus padres, Porfirio Oliva Fumero y Magdalena Fumero Martín residían en El Cubo, una familia que dedicó sus esfuerzos para sobrevivir, a la agricultura, a la albañilería y en trabajos en galerías, o como se expresaba Siso, al trabajo, cuando salía trabajo.
Labores a las que se comenzaba desde temprana edad, y más aún cuando su padre fallece en una caída en La Hondura, en marzo de 1937. Con él se encontraba Ricardo y dos hermanas que fueron en busca de hierbas y leña. Yo no traía nada porque yo entodavía no podía, yo lo único que hacía, me acuerdo, llevaba nada más que el hacha, que la llevaba pa cortar un poquito de leña, porque uno traíba leña, otro pinillo y otro un saquito hierba. Se fue asomar al risco y se cayó, nosotros estábamos con él. 
Ricardo apenas asistió a la escuela, entre las ayudas en las labores en la agricultura y recogida de leñas, piñas y pinocho, de poco tiempo disponía. Después cuando yo era grandito, con doce años y eso, estaba con un burrito, llevando piñas y pinillo pa San Miguel, pa cambiarlo por papas, y si lo vendía, como fuera. Yo empecé a ir con un hermano mío que tenía dos años más viejo que yo, que murió de catorce años. Un día iba pal monte y otro día pa San Miguel. Lo que uno solo entodavía era muy chiquito pa hacerlo.
Ricardo también obtuvo carbón en contadas ocasiones, o cuidar de algunas cabras que siempre había en la casa. Trabajó en galerías, como en la galería Pinalito, archetando. O en la carretera de La Orotava a Vilaflor, de ayudante de su hermano Mamerto, que era albañil, haciendo tajeas, arreglando las tajeas y haciendo alguna pareita. Cuando tenía 59 años se trasladó a trabajar a una carpintería que su cuñado había instalado en la Cruz de Piedra, La Laguna, donde permaneció unos seis años, para después partir a Venezuela, donde permaneció once años y seis meses. Y regresó a El Cubo, y adquiere una máquina universal. Y ahí empecé a hacer de todo, ventanas, puertas, muebles, los muebles pa mi familia, allá en La Cuesta.
Su oficio, y su pasión, fue al carpintería, empecé, le puedo decir que muchacho chico, yo siempre estaba con uno que se casó con una hermana. Se refiere a Miguel Martín Quijada, hijo del carpintero Diego Martín y Juana Quijada, casado con Nelida Oliva Fumero. Cuando se casaron, Miguel montó una carpintería en El Cubo y en ella trabajaba Ricardo. Y allí puso un fisco de carpintería pa hacer unas puertas y unas ventanas, lo que se hacía antes, porque antes se hacía muy poquito. Carpintería en la que se realizaba todo a mano. Cuando empecé no tenía nada más que un cepillo, todo a mano, había que serrarlo a mano, cepillarlo a mano, todo a mano. Y allí empecé con él, a trabajar, y después cuando nos tocó la quinta, él se fue pal cuartel y yo me quedé haciendo sillas y venciendo sillas, hacía las sillas y las vendía pal Norte.
De sus manos salieron múltiples aperos de labranza; colmenas, cajones con tablas; arreglos de barricas de vino, ponerle un fondo nuevo a la barrica, eso si hice, ahora hacerle el largo completo, eso no; escobas, queseras, ventanas. Un carpintero, antes, hacer una puerta, una ventana, una mesa, porque antes los carpinteros no hacían muebles. O la tan demandada, la silla chasnera, lo único que iba clavado era el fondo, de dos o tres piezas, de una pieza entera no se conseguía siempre. Llevaba clavos nada más que el fondo, lo demás era todo enlazao. Muchas se vendían para la Banda Norte, sobre todo se llevaban al Valle de La Orotava. Había uno que día pallá con vino y sobre los barriles de vino me llevaba media docenas de sillas, le decíamos José, que por el apodo le decíamos el Cuerito.
La maestría de Siso se denota en el modo de explicar el proceso completo desde la tala del pino hasta terminar con el utensilio que elaboraba, y que él realizó en cada uno de esos pasos. Se inicia con la tala, con hacha, y serrar los pinos, a mano, para transformarlos en tablones para su mejor transporte, con un máximo de 4 metros, para poderlos trasladar en camellos. Otros dían adelante tumbando, tumbando y pelando, quitando la corcha, que le decíamos. Nosotros era otra capotilla, atrás, nada más que serrando. Nosotros sacábamos por píes, las piezas nos la pagaban por pies. Todo lo que se pudiera serrar se serraba y lo demás todo era pa carbón, se tumbaba de setenta, de cuarenta, de diámetro y los tablones se solían hacer del grueso de 5 a 7 cm., o mayor. Si era un pino padre, que venía teniendo noventa, eso se pegaba uno un día, pa hacerlo dos piezas. Después las dos medias que quedaban lo dividíamos en tablones. Primero lo partíamos a la mitad y después lo lañabamos.
Estos trabajos serrando pinos en el monte lo realizó tanto en el Municipio de Vilaflor como en los de Adeje y Granadilla, y se trabajaba lo que se podía, áhi no se miraba el reloj sino lo que se vía, en lo que se vía había que estar serrando, hasta que se oscurecía, después por la mañana temprano desde que se vía estábamos serrando, después hasta que se oscurecía.
Y ahí quedaron sus fuertes manos en el recuerdo de sus trabajos, que los realizó hasta mediados de la primera década del siglo XXI, en esa evocación que apuntaba su agrado por la tea. La tea dura y no le entra el bicho, ni se pudre ni nada, dura muchos años, ahora pa trabajar no es mala, pa trabajar es suave, lo único que pa cepillarla, como es resinenta había que trabajarla bastante. Los cepillos se llenaban de resina y había que limpiarlos con frecuencia.
Y tras su fallecimiento, en agosto de 2019, nos queda su profunda memoria, su fascinación contagiosa por el paisaje de nuestra tierra chasnera. Por sus expresivas manos, curtidas en la tierra y en la madera, transcurrió ese cauce del tiempo, esa cosecha de vivencias, sus idas y venidas en sus múltiples trabajos vinculados con nuestra tierra, árida, austera, pero siempre con esa sublime y desbordante belleza. Sus relatos, sus palabras, se colmaron de nostalgia y fueron surgiendo sus conversaciones, sus explicaciones, con esa patina de sabiduría que acopió en su andar.


Foto de familia. Porfirio Oliva y Magdalena Fumero y sus diez hijos, entre los cuales se encuentra Ricardo entre su padre y su madre. De izquierda a derecha: Esteban, Marcos, Olegario, Dolores y Mamerto. Debajo, izq. a der.: Carmen, María y Nélida en brazos de su madre. Ricardo, el padre, y Juan, que falleció con 14 años. El Cubo, c. 1931. 

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