domingo, 18 de agosto de 2013

Casimiro Díaz Hernández, entre la agricultura y la cabrería


Casimiro Díaz. Los Llanos, 2003

Nace en Trevejos, Vilaflor, el 19 de septiembre de 1923, donde sus padres María Hernández Tacoronte y Martín Díaz Tavío trabajaban de medianeros y cuidando un ranchito cabras. Su infancia transcurrió en la Mesa de Túnez, Arona, y como casi todos los niños de la época, y de la zona donde les tocó vivir, la escuela fue su gran desconocida, apenas asistió a la Escuela Pública de Arona. Su pizarra fue, en muchas ocasiones, una penca, le quitaba los picos, no la podía raspar nada, porque si no la borraba, no escribía después; le quitaba los piquitos con la mano y la iba aquellando y después con el pincho rayaba y que da la letra, ahora si la barre no porque la rayo toda y ya se jodió.
En la Mesa de Túnez pasó su adolescencia y le llegó su madurez trabajando de todo lo que surgiera: carretera general del Sur, la C-822, entre Granadilla y La Centinela. Carretera de Vilaflor a Las Cañadas. Plantación de parras. Construcción de paredes o de una era; y un largo elenco de tareas relacionadas con la agricultura de secano o el transporte de pinillo y retama desde la cumbre a las medianías y a la costa, ganaba cinco duros por cada viaje que daba. Uno diario, a través del camino que partiendo de La Escalona pasaba por Los Quemados, La Cabezada, la Hoyita Abreu, Llanos de Trevejos, Boca del Cascajo, la Montaña la Vica o por la Majaita, por el Atajo, la Cruz de la Niña, la Montaña de las Lajas, hasta entrar a las Cañadas por Boca Tauce.
  María Pérez y Casimiro Díaz. Taucho, 2003
En 1943 se casó con María Pérez Toledo, en la Parroquia de San Pedro en Vilaflor. Los hijos fueron llegando, al año siguiente de la boda, María; Virgilio, en 1948; Francisco, en 1950; Pedro, en 1952; Andrés, en 1954; y Lucía, en 1956. Vivió en La Escalona hasta que en 1950 se traslada a Aponte, Adeje, como medianero y a cuidar una manada de cabras, su primera cabrería. Aquí llegó, como nos relata, en septiembre, en plenas fiestas de La Quinta. En esta zona fija su residencia definitiva, son años de dedicación a la agricultura y al cuidado de las cabras. Pasó por Los Llanos, por La Quinta, hasta que se construyó su casa en La Asomadita, en Taucho.
Su amor por estos animales lo muestra en algunos comentarios: hoy no hay cabreros, hoy no porque eso no son cabreros, no saben ordeñar, si las sueltan no saben cuidarlas. También cuando cuenta sus preferencias por cómo le gusta que sea el ganado: `porque lo bonito es bonito en todos lados. Que sean bonitas de cuerpo, de tipo, si son buenas de leche también, por qué no, porque den una cuarta menos de leche no tiene que ver. Si usted quiere tener un ganado bonito, cabras bonitas que sean bonitas de tipo, de cuerno, levantaditos, bien hechitas de ubre y recogiditas parriba las tetas. O en el momento que narra las motivaciones de cada cabrero para denominar a cada uno de los animales que componen la manada. Cómo no y entonces cómo cree usted, tiene un pueblo sin nombre. Todas las cabras tenían nombres, ¿hay persona que no tengan nombre?. No había una cabra que no tuviera nombre, llegaba al corral y miraba y fulana, ¿dónde está?.
Estos nombres se ponen por una larga lista de motivaciones, eso depende, el color de la cabra, otras veces se lo ponía uno por la mala idea de la cabra, o por la cosa de la cabra le ponía el nombre y los colores. Ejemplos numerosísimos que Casimiro enumera con pasión, con amor, y que sobre todo se ponían por la disposición de sus colores, como `La Fore, le decíamos nosotros, con el fondo canelo y lunares blancas. La del fondo negro y lunares blancos, berrenda´. Por su procedencia, Regalaá: porque me la regalaron. Tuve tres cabras Regalaás. Una me la regaló el del correo, otra me la regaló un gomero que está allí abajo por los Menores, chiquita. Y otra, esa si la crié yo, la madre era aquella que yo le digo La Mosquita, le llamaba yo también La Regalaá´. O por el tipo de sus cuernos, por sólo aportar unas ligeras pinceladas, La Cierva, si tiene los cuernos más empinaditos.
Casimiro ha sido un gran observador, un extraordinario escuchante, que ha tenido que buscar remedios para los males de su ganado. Unas veces poniendo en práctica consejos dados y otras muchas de las veces por pura intuición, pero siempre buscando soluciones. Y qué es lo que pasa, se muere, sea una persona, sea un animal, se muere ¿no?, pues que se muera de una vez, vamos a hacerle esto, si escapa, escapa, y si no …
Por sus manos han pasado cabras a las que ha habido que tratarlas con los remedios que tenía a mano, como la tetera o manquera, una inflamación de las ubres, y que en muchas de sus maneras de mostrarse es mortal. Y para la que solía utilizar, aplicándole a la ubre, el zumo pitera, la leche tabaiba o el aceite caliente.
 
     Casimiro Díaz en la vivienda en que nació. Trevejos, 2002
 
Cada enfermedad tenía su remedio, como la bojera, en los besos se le ponían que daban miedo, la matábamos con sal y vinagre. El garrotejo es como decir en nosotros el tétano, se quedaban engarrotadas, se quedaba yerta y no se echaba y se quedaba yerta, hasta que el animal se caía al suelo con las patas tiesas así y velando. La tontina, con la cual el animal `se ponía borracho, metía la cabeza en un bujero y así lo llevaba velando y velando, tampoco le conseguí remedio, se morían.
Para las cagaleras algunas veces no había remedio, había alguna que se moría. Por qué era eso. Empezaba una canalera negra, yo llegué a escapar algunas pero otras se me morían, caminando se iba yendo. Si a los tres días no se le quitaba era mala quitar. Yo llegué a usar café. Y otras veces le amarraba el rabo con una tira fuerte y también se les paraba.    
A ayudar a las cabras a parir cuando surgía algún contratiempo lo aprendió con la experiencia que aporta la necesidad, o como él dice: `por las buenas´. Y en algunos momentos se interviene para salvar a la cabra, porque ya no hay remedio para la cría. Incluso intervino en dos ocasiones en partos de mujeres, porque no había otro remedio, aislados en algunos momentos y sin comadronas ni médicos había que intentarlo, `que la gente era tímida, veía una cosa así y parece que sentía tocarlas con las manos´.
Para el mal de ojo nunca utilizó el recurso de colocarles un trapo rojo. Yo oía también decir que cuando salían los animales de la casa, o antes de salir, decían tres veces: Mira pa la cumbre/Mira pa la mar/ Soplale pol culo/Y dejalas estar.
No se ha caracterizado por tener manadas con muchos animales, al realizar el recuento se hace contando las cabras que dan leche, se cuentan las cabras grandes, de un año pa bajo no se cuentan, solo las cabras grandes, cuando tiene el año sí. En Aponte llegué a tener veinticinco, tenía poquitas. En La Quinta unas sesenta, setenta y en Los Llanos llegué a tener cuarenta. Para cubrir este número de animales con un macho bastaba, macho que sirva, salvo cuando las tenía en La Quinta para las que necesitaba dos machos. Cuando ya tenían cinco, seis, siete años cambiaba el macho, si me daba buenas cabras si no pues lo cambiaba ahí mismo, fuera.
Con este hombre de campo, de tierra adentro, conocedor de todas las vicisitudes necesarias para la supervivencia en años difíciles, se ha aprendido cada uno de los pasos necesarios en cada una de las esas múltiples labores. Como cuando relató las tareas necesarias para llevar el cereal desde la tierra hasta la mesa; o los recursos y aprovechamiento de las cabras; sobre todo la elaboración del queso, práctica que realizaba su mujer, María Pérez Toledo, con esa sabiduría que dan los años.
Y aquí nos queda, por más que nos dejara en julio de 2013. Quedan sus recuerdos, su vitalidad, su sabiduría aprendida con los años, los que le aportaron la erudición, con la que fue llenando el zurrón de su vida: Después de viejo si ha aprendido mucho.

1 comentario:

  1. Gente ejemplar, Trabajadores , sin pedirle mucho a la vida , y felices a su manera , un ejemplo
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