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Manuel Hernández, El Capitán. 1957 |
En el Sur de Tenerife la costa fue, durante
siglos, fuente de recursos como complemento a la dieta alimenticia. Sus
habitantes se trasladaban desde las medianías a la orilla una vez finalizada
las tareas del campo, en busca de completar la dieta. El transito, por este
camino de ida y vuelta, se fue espaciando en el tiempo, se tornó cada vez menos
frecuente. La especialización que adquirían en la pesca motivó el
establecimiento definitivo en la costa, como así lo fue para Alcalá, caserío de
Guía de Isora, que el 1865, fecha cercana al nacimiento de Manuel Capitán, ya contaba con 52 vecinos que habitaban 11
edificios de una planta.
De entre esos primeros pescadores que se
asentaron en la costa de Alcalá, nació Manuel Hernández, El Capitán. Viejo pescador que se perpetuó en la
memoria de un pueblo, amarrado en el recuerdo de los bajíos, de los charcos, de
la costa, de la mar de Alcalá, de la mar del Sur de Tenerife.
Su recuerdo nos lo traen, desde la década de
los años cincuenta, dos artículos periodísticos. El primero de Vicente Borges,
colaborador de El Día y
de La Tarde, quien lo
incluyó en su serie No hay vida sin historia. Y del escritor Ignacio Aldecoa, quien mantuvo
cierta relación con la isla de Tenerife, de la que divulgó diversos artículos
en la década de los años cincuenta. Cada uno nos cuenta su visión del carácter,
de la bondad, y del quehacer, de este viejo pescador que continuó su oficio en
plena vejez.
A través del artículo de Vicente Borges, publicado en marzo
de 1956, podemos saber algunos pormenores de este pescador; voy para los
noventa. Me faltan dos. Y además aporta otro dato que nos ayuda a conocer su fecha de
nacimiento, al recordar el trágico aluvión de diciembre de 1879, donde
fallecieron once personas de Guía de Isora. Todavía recuerdo, con miedo,
aquel día en el que el barranco de allá arriba de desbordó. Una casa entera
arrastró con él y varias personas murieron. En esa época acababa de cumplir los
doce años. Por lo
que pudo haber nacido en 1867, en Alcalá, cuando sólo había cuatro casitas y
dos o tres barquitos.
En el Censo Electoral de 1945 se recoge a Manuel Hernández, sin segundo
apellido, como vecino de Alcalá, de profesión pescador y contando con 75 años.
Vicente Borges conoció la leyenda de El
Capitán a través de una
copla: Aquel es Manuel Capitán / al que llaman el barquero / y ya no sale a
pescar / porque es un caballero. El sobrenombre le viene por su arte en la mar sabiduría en la pesca, me
llaman el Capitán porque fui uno de los primeros patrones. A mi, la verdad, me
agrada que lo digan. Por Manuel casi nunca contesto. Llámeme usted Capitán y
enseguida oiré. Mi nombre completo es Manuel Hernández Socas.
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Manuel Hernández, El Capitán. 1956 |
A través del escrito de Vicente Borges
conocemos algunos pasajes de su vida y de su oficio, aprendido en la infancia,
con la observación y la práctica, con los consejos de otros pescadores. Así
como los barcos que dispuso para realizar sus faenas, el primero Adejero, le
puse este nombre porque me lo hizo un buen carpintero de Adeje. Después tuvo dos más, hasta el último, La
Valiente.
A la pesca iba con la luz de la tea,
encendida sobre alguna laja de piedra que llevaban en el leito del barco. Así
como que fue el primer pescador en utilizar esos amaños nuevos, como el trasmallo. Su ámbito de pesca
abarcaba un amplio abanico, desde Teno hasta Santa Cruz, de cuyo lugar procedía
cuando a la altura de Güímar se le volcó el barco y estuvo varias horas en el
agua.
De esos años cincuenta le dicta al periodista
los barcos y los pescadores que habían en Alcalá: Treinta y dos y cincuenta
pescadores. Pescamos galanas, bogas, zalemas, salmonetes, -mi hijo trajo ayer
50 kilos- viejas y muchas más. Mis hijos tienen sus barcas y trabajan bien. Yo
les acompaño porque los años no me dejan salir solo, como antes. En los amaños
me falta la vista pero a los remos le doy como el principal. Cuando vamos a las
viejas, yo llevo los remos y mi hijo la pandorga. Soy capaz de remar todo el
día, si hace falta.
De este caballero de la mar, pescara o no,
como apuntaba la copla, también le gastaba la diversión, era un gran bailarín y
cantador, como le cuenta al periodista. Bailar, bailaba de todo, como el
mejor de los mozos, el tanganillo, las seguidillas, las saltonas, la isa y la
folia. Además canto todo lo que usted quiera de la música de antes, la de los
viejos “tenerifeños”.
El artículo de Ignacio Aldecoa, publicado
después del de Vicente Borges, en Arriba en febrero de 1957, aporta algunos rasgos físicos y
del carácter de este viejo pescador, Ochenta y tres años de vida, setenta y
cinco de mar, por el cual
había transcurrido buena parte de la historia de su pueblo. Narra con la
precisión de su escritura, concisa, clara, poética, como era el lugar al que
llega, hay una factoría pesquera, un puertecillo para las falúas, una
playita para los botes. En Guía de Isora-Alcalá la gente vive cara al mar del
trabajo. Los viejos de Isora-Alcalá salen a la mar. Solos en sus botes. Van a
remo hasta la línea del horizonte y más allá.
Nos aporta algunos rasgos físicos y del
carácter de este viejo pescador por el cual había transcurrido buena parte de
la historia de su pueblo. Capitán tiene los ojos quemados por los reflejos
guías del Teide, por los espejos atlánticos. Con gafas negras el mar es una
continuación de la lava de la isla. Y esos brazos nervudos también son negros
como la lava y el mar. Ayer salió a la mar. Capitán tiene los dientes fuertes,
con mellas de sierra.
Ignacio Aldecoa deleita con la descripción de
su pericia para las artes de la pesca, es quien mejor engoda la caballa o la
sardina para que el atún pique. Es quien sabe correr el aparejo más suavemente
para no despertar recelos en el pez. Y por encima de todas sus habilidades y
experiencias, tiene una extraordinaria capacidad para relatar las historias de
la mar.
Tanto a uno como al otro, tanto a Vicente
Borges como a Ignacio Aldecoa, El Capitán les sedujo por su sabiduría, atrapada en la
observación de la naturaleza; por su sencillez, adquirida a golpe de remo; por
su humildad, la que da el contemplar con esperanza la mar; por su elocuencia,
la que se posee cuando se domina hasta el más mínimo resquicio de lo que se
hace, de lo que se ama.
Viejo pescador, como otros tantos viejos
pescadores, anudado a la mar, a su orilla como lugar más lejano. Con el ánimo,
empapado de sol y de sal, transmitido en las narraciones de sus vivencias,
sabiamente trasmitidas para cualquiera que se siente a su vera. A Manuel
Capitán, viejo pescador
anclado en la memoria de Alcalá, nos lo recuerdan estos dos escritores que
escucharon de sus labios pausadas y amenas historias colectivas de la mar, de
la vida, anudadas para siempre al sol y a la sal del Sur.
Bibliografía: BRITO, Marcos: Nombretes en el Sur
de Tenerife. Llanoazur ediciones
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