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Julia García Morales en su cocina |
La presencia de Julita Morales (Valle de San Lorenzo, 1919 - 2005) se encuentra
arraigada en la mente de sus vecinos, sobre todo, por ser una de esas
esforzadas mujeres que los avatares de la vida le supuso hacer una profesión la
organización de las bodas. Sencillas celebraciones en lo que lo más frecuente
era que los padrinos pusiera los ingredientes y estas mujeres se trasladaban al
lugar de celebración para prepararla, o bien si se disponía de horno propio
elaborar los dulces y trasladarlos al lugar de celebración. Con dulces, vino y
chocolate, mesas en el centro de una sala espaciosa y sillas a lo largo de sus
paredes, se festejaron muchos de estos banquetes.
Como el suyo, al contraer matrimonio con Antonio
García Morales, en la Parroquia de San Antonio Abad en Arona, una tarde de
octubre de 1939. Mi boda fue dulces nada más, entonces no se sabía hacer
sangüis y nada de eso, dulces y chocolate, y la mesita y picar allí, y un
poquito de vino. Lo celebré aquí y después el baile fue allá en Chindia, cas
Pedro el de Chindia y Josefina. Y la
celebró en su vivienda, aquí en este cuarto, en una mesa, mi madrina fue
Antonia la Panadera y el hermano José. Antonia y yo éramos amigas y por eso fue
la madrina, y el hermano. Antonia y
José Valentín Hernández, en cuya panadería, la de sus padres, Antonio Valentín
y María Hernández Delgado, María la Panadera, se prepararon los dulces, como el de otras tantas
celebraciones.
Julia García Morales, Julita Morales, comenzó con este menester en la década de los años
cincuenta, bueno, pues después que mi marido murió, que falleció en 1950. Y continuó hasta los años
ochenta, que más de trescientas bodas hice yo. Y prosigue su relato del inició en estas labores. Porque
a mi siempre me gustaba ir a las bodas a ayudar a hacer de comer y así y
entonces Lola Bello, ella se dedicaba a hacer de comer y me dijo: muchacha
porqué tú no vas a hacer de comer; ah muchacha, ¿cómo se te ocurre?, yo soy
amañada pa hacer dulces y eso, de rosquetes, entonces yo no sabía hacer brazos
gitanos, sino rosquetes, bizcochos, tortas.
En esos primeros momentos tenía cierto temor por las
proporciones y las cantidades a elaborar, dudas que con el paso de las primeras
bodas, se tornaron certezas. Yo aprendí y por recetas que me daban y después
me fijaba en las que las amasaban y después aprendí a hacer las tartas hechas
chiquitas, después compré mis moldes pa las tartas, yo tenía pa hacer de seis
pisos, tenía dos moldes. Las bodas que se hacían antes no se hacía sino
rosquetes y algún bizcochón, después ya se hacía más, hacía rosquetes de
aceite, aceite y vino, hacía tortas de almendra. Lo que yo no supe hacer nunca
pan, pero tortas, mis tortas, no es que yo lo diga sino a todo el mundo que usté
le pregunte, como las tortas de Julita Morales no había tortas, hacía mimos,
brazos gitanos variados, y bizcochones, queques, mantecados, hacía unas
galletas de mantequilla.
La primera boda la preparó en Cabo Blanco, por la que
cobró doscientas pesetas, estuve tres medios días haciendo dulces y un día
en la boda. La primera tarta que yo hice fue la de Felipe. Los dulces los hice
en Cabo Blanco, que tenían un hornito chiquito, que jacían pan. La comida la
hizo seña Dolores de Machín, que era amañada pa jacer de comer.
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Julia García Morales, a la derecha, en una boda |
Los recuerdos de Julita se alongaban en el tiempo, con
nostalgia. Entre sus evocaciones está la huerta de sus padres: Esteban García
Valentín, Esteban el Kilo, de la familia de Los de Lera, y María Morales Hernández, María la Cueva. Mi madre tenía unas huertitas, cuando mi madre sembraba
papas, por las orillas sembraba coles, que entonces no se usaban las coles
cerradas, yo me acuerdo de ver las coles cerradas cuando mi madre era nueva. Mi
madre sembraba áhi sus calabaceras, sembraba bubangeras, cuando cogía las papas
sembraba garbanzos. Como antes llovía cogía mi madre montones de garbanzos, áhi
en las huertas, y sembraba millo, sembraba rábanos. Después que cogía las papas se cogía todo eso, y todo eso se
criaba, ni esos bichos ni nada, como ahora que las plantas no sirven pa nada.
Me acuerdo verle a mi madre tres naranjeros, tres hermosos, y un manzanero, que
eso divertía, todo eso se secó. Antes sí, en las ventas ¿qué se comproba? Esas
golosinas, ni nada del mundo, si el vecino tenía le daba a uno un pedazo
calabaza, y después sí, ya se empezó a vender, pero de eso todo mi madre lo
cogía allí.
Son esas costumbres aprehendidas en la vida cotidiana
las que brotaban con cierta añoranza. Entre sus relatos se encuentra un
práctico consejo sobre los mantecados que elaboraba con manteca de cochino, azúcar,
huevos, bicarbonato y limón rallado. Ingredientes que amasaba con mimo, les
daba la forma y los colocaba en la milana para introducirlos al horno. A la
milana se le ponía un poquito de harina pa que no se pegara, batía un huevo, o
dos, según los que tuviera, y con una brocha le pasaba por encima, lo ponía al
horno y te quedaban tan regañaditos.
O la descripción de las hogueras por San Juan y por San Pedro, y la preparación de voladores o pelotas. Confeccionados con
trapos viejos y vergas hasta forman una bola, a la que se le prendía fuego; se
le hacia girar con la misma verga, que se dejaba de tres o cuatro metros, hasta
que se fuese a extinguir la llama. Me acuerdo cuando éramos chicas, íbamos
por esas Rosas, donde había camelleros, ya secas, y tomillos, traer sacas
llenitas pa hacer las fogaleras. También se usaba hacer unas pelotas de rejos,
se le echaba petróleo, y si no teníamos petróleo porque las madres no nos
daban, íbamos allí a los desperdicios de la máquina de moler, y siempre había
sacos empapados de gasoil y de esas cosas pa hacer las pelotas, dándoles
vueltas con un alambre amarrado. Nos asomábamos todos a esas orillas, por ver
ese Guaza y esas montañas de Cabo Blanco y todo eso pa ver las pelotas tan
bonitas, cuando se juntaban cuatro o cinco. ¡Ay! Que eso me parecía tan bonito.
Escuchar a Julita, atender a sus relatos,
la manera de narrar esa memoria emocional del conocimiento cotidiano, fue una
admirable enseñanza. Por sus manos pasaron incontables alegrías, mucho calor
desprendieron los hornos de su vida. Y con la misma intensidad que prodigó esa
alegría y ese calor, aún pervive su memoria entre los que tuvimos la suerte de
su trato.
Documentación: BRITO, Marcos: Valle de San Lorenzo. Imagen y memoria.
Llanoazur ediciones
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